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Un soldado americano hace guardia en la provincia de Helman, Afganistán. (Andrew Renneisen/Getty Images)

Con la negociación de EE UU y los talibanes sobre la mesa, las incógnitas sobre la situación en la que se quedará el país y cómo esta afectará a la región y a los actores interesados son muchas. He aquí algunas claves para conocer cuáles son las cuestiones cruciales para Afganistán.

Después de casi 18 años combatiendo en Afganistán, Estados Unidos podría firmar un acuerdo con los talibanes y retirarse del país. No obstante, las negociaciones que se están llevando a cabo en Doha no incluyen al Gobierno afgano. El enviado especial de Donald Trump está tratando de asegurar que el país no se convierta en el futuro ni en un santuario ni en un centro de exportación de terrorismo. Mientras, en Afganistán hay temor a que Washington abandone al Gobierno y, en particular, a aquellos sectores de la sociedad (en especial las mujeres) que han logrado avances en sus derechos.

Sin posibilidades de triunfo ni de continuar con el gran esfuerzo militar y económico que han supuesto casi 20 años de guerra, Washington ha decidido negociar su salida de Afganistán en, posiblemente, 18 meses. Por su parte, los talibanes que controlan la mitad del país y la economía ilícita, pero real, del mismo, consideran que ha llegado el momento también de negociar. La Administración estadounidense, que ha aceptado tácitamente la debilidad del Gobierno afgano, considera tratar de manera directa con los talibanes y deja su posible inclusión para una fase posterior.

Actualmente, Washington tiene 14.000 efectivos en el terreno a los que se suman 8.000 más de diversos países de la OTAN que también se retirarían. En 2012, había en Afganistán 129.000 efectivos extranjeros.

Las conversaciones en Doha podrían haber llegado, según anunció el enviado especial estadounidense, Zalmay Khalilzad, a un preacuerdo. Estados Unidos debería retirar sus tropas a cambio de que los talibanes se comprometan a no usar la violencia contra el país norteamericano y a no albergar en territorio afgano a ninguno de los diversos grupos terroristas que operan en la región.

En los últimos años, los talibanes han combatido a la filial que Daesh creó y con la que ha estado actuando en Afganistán, puesto que la consideran una competencia militar y política en el país. Según información del Washington Post, aunque salieran la mayor parte de sus tropas, Estados Unidos mantendría una fuerza especial antiterrorista para luchar contra el Estado Islámico y otros grupos. De la misma manera, un posible acuerdo tendría que contemplar si EE UU tendrá acceso a las bases militares afganas para realizar operaciones antiterroristas.

Por otro lado, habría que resolver la cuestión de las fuerzas privadas de seguridad. Es difícil saber cuántas empresas y cuántos mercenarios, contratados por Estados Unidos y el Gobierno afgano, hay en Afganistán debido a la falta de transparencia, subcontrataciones y denominaciones ficticias. Se calcula que en 2012 llegaron a ser 100.000. En el censo del Departamento de Defensa estadounidense en 2018 eran 25.000. Los mercenarios, posiblemente, doblen el número de efectivos de EE UU y la OTAN en el país. El Gobierno afgano se ha quejado repetidas veces por su presencia.

Erik Prince, fundador de la empresa de seguridad Blackwater, famosa por sus desmanes en Irak, y hermano de Betsy DeVos, secretaria de Educación de Estados Unidos, propuso al presidente Trump en 2018 retirar todas las fuerzas internacionales y contratar a un ejército privado para gestionar Afganistán. Un grupo de expertos consideró la idea “un absoluto desastre”.

Los obstáculos

Antes de cerrar las negociaciones se plantean una serie de problemas. Primero, el Gobierno afgano no ha sido incluido. El presidente Ashraf Ghani ha protestado e indicado que no podrá haber paz sin contar con él. Pero para los talibanes el gobierno es un títere y siempre han manifestado que sólo negociarían con Washington. En julio de 2019, está previsto que haya elecciones presidenciales, pero si se firma un acuerdo de paz se abren interrogantes sobre si los talibanes serían candidatos y qué papel tendría el actual presidente.

Segundo, cuánta fiabilidad tendría la promesa de los talibanes de no permitir que su territorio sirva para agredir a Estados Unidos. En 2001, el gobierno de George W. Bush invadió Afganistán ante la negativa del entonces régimen talibán de entregar a Osama Bin Laden. En realidad, este grupo armado, a diferencia de Al Qaeda, nunca ha manifestado ambiciones regionales o globales.

Tercero, una vez que se retiren las fuerzas de Estados Unidos, ¿qué relación se establecería entre los talibanes y las Fuerzas Armadas afganas? Los primeros no aceptarán desmovilizarse y en el Ejército afgano se podría producir una fuerte desmotivación. Vanda Felbab-Brown, investigadora de Brookings Institute plantea que el Ejército podría fragmentarse según identidades étnicas.

Cuarto, cómo se verificaría un alto el fuego. Como indica el experto Thomas Ruttig del Afghanistan Analysts Network, la experiencia demuestra que no es posible pactar un alto el fuego sin mecanismos de verificación y sanciones.

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Dos jóvenes afganas caminan en Kabul, Afganistán. (WAKIL KOHSAR/AFP/Getty Images)

Algunos políticos y parte de la sociedad afgana temen que la retirada de Estados Unidos lleve al Gobierno al colapso. Las Fuerzas Armadas, difícilmente, resistirían una ofensiva de los talibanes. Los líderes políticos y de los cerca de 15 grupos tribales con diferentes identidades étnico-lingüísticas presentes en el país podrían tomar las armas.

El enviado especial Khalilzad ha indicado que Estados Unidos no abandonará a Afganistán y que falta incluir al gobierno de Ghani y cerrar acuerdos sobre un alto el fuego y los derechos de los ciudadanos. Pese a esto, aquellos sectores que han alcanzado niveles de libertades considerables, en especial las mujeres en el sector urbano, temen que los talibanes tomen el poder e impongan el régimen regresivo de 2001. Estos, por su parte, han indicado que hasta que no se pacte la retirada de las fuerzas extranjeras no discutirán otros temas.

La sociedad civil afgana insiste en que la negociación con los talibanes y la salida de las tropas de Estados Unidos deberían ir acompañadas de un período de diálogo nacional entre diferentes sectores, en los que participen el Gobierno, minorías étnicas, los talibanes y, especialmente, los jóvenes y las mujeres. El experto en Afganistán, Barnett Rubin, considera que el proceso de paz se vería muy debilitado si EE UU se retira antes de que se lleven a cabo estos diálogos.

La retaguardia pakistaní

Estados Unidos tuvo problemas desde el principio de su intervención. Para empezar, no tuvo un aliado regional en el que apoyarse. En cambio, los talibanes siempre contaron con Pakistán. Además, en la denominada “zona tribal” fronteriza con Afganistán, sobre la que el Estado pakistaní tiene un control casi nulo, opera el grupo hermano Teherik-i-Taliban.

La relación con Pakistán ha sido una fuente de constantes contradicciones para Washington. Por una parte, diversos gobiernos estadounidenses han tratado de situarse en un punto medio entre India y este país, enfrentados por razones geopolíticas y religiosas, en particular desde la secesión y creación del Estado pakistaní en 1947. Ambos tienen armas nucleares, han chocado militarmente por la zona (musulmana) de Cachemira y tienen estallidos de violencia regulares entre las comunidades musulmanas e hindúes. Además, los dos consideran a Afganistán un “Estado colchón” sobre el que tener influencia.

Geopolíticamente, Estados Unidos se ha inclinado en la última década hacia India, pero tratando de preservar el vínculo con Pakistán. El servicio de inteligencia pakistaní (ISI), denominado Directorate S por los expertos en Washington, considera el acercamiento a India como una traición y eso le ha llevado a aumentar su apoyo a los talibanes.

En 1996 los talibanes, un movimiento de guerrilleros liderados por los veteranos de la guerra contra los soviéticos, que basaban su política en una lectura estricta del Corán, desplazaron por la fuerza a los mujahidines y se hicieron con el poder, imponiendo rígidas leyes y normas sociales, especialmente sobre las mujeres, la cultura y el cumplimiento del Corán. El servicio de inteligencia pakistaní les apoyó debido a las afinidades políticas y religiosas que tenían y por el papel geopolítico de Afganistán.

Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el gobierno de George W. Bush exigió a los talibanes que entregasen a Osama bin Laden, que operaba desde Afganistán y les proveía de apoyo financiero. Estos se negaron. Entonces, Washington ordenó atacar y ocupar el país. Inicialmente, los talibanes se replegaron, pero Bush dispersó los esfuerzos militares para invadir Irak, en vez de concentrarlos en estabilizar Afganistán.

Los talibanes comenzaron una estrategia de guerra de guerrillas contra el débil Gobierno de Kabul, sostenido por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, contando con la retaguardia pakistaní y su poderoso servicio de inteligencia.  Según fuentes estadounidenses, el ISI ha formado a 100.000 militantes de diferentes organizaciones en 128 campos de entrenamiento.

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Personal de las fuerzas de seguridad afganas destruyen una plantación ilegal de amapolas. (NOORULLAH SHIRZADA/AFP/Getty Images)

De construir el Estado a la contrainsurgencia

A partir de 2001, Washington, los aliados de la OTAN y Naciones Unidas (a través de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad o ISAF, por sus siglas en inglés) pusieron en marcha la reconstrucción del país. La intervención internacional pasó de combatir a los talibanes a construir el Estado afgano apoyando al Gobierno de Kabul. Pero a medida que los talibanes retomaron la ofensiva, se puso más énfasis en la contrainsurgencia. Mientras, se intentaba infructuosamente sustituir los cultivos de amapola.

La producción total de opio alcanzó las 10.000 toneladas en 2017, de las cuales 9.000 las produjo Afganistán. En 2018, el área total de cultivos de amapola fue de 263.000 hectáreas, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga, el Crimen y la Corrupción (UNDOC).

El presidente estadounidense, Barack Obama, entendió que todo estaba en contra, pero el Pentágono le convenció en 2009 para que autorizara una ofensiva (the surge) con más efectivos. El general, David Petraeus, lideró la campaña que combinó ofensiva militar, interactuar con la población local, reformar el Gobierno de Kabul, combatir la corrupción, formar a las fuerzas de seguridad afganas y garantizar que el Estado proveyese seguridad y bienes a los ciudadanos, según explica el experto Thomas Powers.

Todo el tiempo del mundo

Pero la ofensiva no tuvo el resultado esperado. El fallecido enviado especial Richard Hoolbroke, escribió: “hay una constante en la contrainsurgencia: no es posible ganar contra un enemigo que cuenta con una retaguardia segura”.

A esa ofensiva le siguió el anuncio de retirar a la mayoría de las tropas. Una parte de ellas fueron sustituidas por fuerzas privadas de seguridad para continuar con las misiones, pero sin poner en riesgo efectivos estadounidenses debido a la creciente impopularidad de esta guerra. Estas actuaron sin responder legalmente ni ante el Pentágono ni ante el Gobierno de Kabul, complicando todavía más las cosas. Obama tampoco dedicó esfuerzos para entablar una negociación.

Los talibanes entendieron que antes o después las fuerzas extranjeras se marcharían mientras que ellos tenían todo el tiempo del mundo, los ingresos por los cultivos de amapola y la retaguardia pakistaní. La negociación, consecuentemente, la establecerían cuando les fuese conveniente.

Entre tanto, generales y políticos de Estados Unidos comprendieron que no podían triunfar. Las misiones se fueron limitando a defender Kabul a la vez que a financiar y formar a las fuerzas de seguridad afganas. Pese a ello, 45.000 efectivos afganos y 72 extranjeros murieron en combate o producto de atentados desde 2014 hasta 2018 mientras aumentaron las deserciones y descendió el reclutamiento. En el mismo período, fallecieron 30.000 civiles de forma violenta y un número indeterminado de miembros de los talibanes.

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Miembros de la Dirección Nacional de Seguridad de Afganistán detienen a supuestos talibanes en Jalalabad. (NOORULLAH SHIRZADA/AFP/Getty Images)

Este movimiento controla en la actualidad alrededor del 40% del país. Según cifras oficiales estadounidense, en noviembre de 2018 el Gobierno afgano estaba presente sólo en el 55% del territorio. Más grave aún, tres años antes tenía el control sobre el 72,5% del mismo.

El presidente, Donald Trump, indicó durante su campaña electoral que sacaría a las tropas de Afganistán. Ya en la Casa Blanca siguió la línea de Obama y reforzó la presencia militar. En septiembre de 2018, anunció que suspendía la ayuda militar a Pakistán y en diciembre pasado decidió, en contra de sus asesores, que la mitad de los efectivos de Estados Unidos se marcharían cuanto antes y los otros en un plazo medio.

La geopolítica    

Un acuerdo de paz con los talibanes sería beneficioso para Pakistán por la buena relación con ellos y porque supondría la salida de las tropas extranjeras de la región, perspectiva que comparten Rusia e Irán.

China tiene una excelente relación con Pakistán. Los dos países quieren contener la influencia de grupos radicales (como Al Qaeda y el Estado Islámico), controlar las insurgencias desde la región autónoma de Xinjiang Uyghur (a la que Pekín considera una fuente de extremismo y separatismo musulmán) y expandir su influencia geopolítica en Asia.

Hay información de que Pekín estaría construyendo una base militar en Afganistán cerca de la frontera con Xinjiang y que tiene varias iniciativas diplomáticas y económicas con India para promover la paz en el país. Aunque China hace delicados equilibrios entre los contrincantes regionales, Pakistán no ve con buenos ojos la inclusión de India en la ecuación, pero no se niega abiertamente para no perder las inversiones y la relación con el Gobierno chino cada vez más poderosa.

El regreso de Moscú

Desde 2009, la OTAN pudo transportar por tierra equipos militares y abastecimiento desde Lituania hasta Afganistán pasando por territorio ruso. La relación entre Washington y Europa con Moscú se deterioró y Rusia cerró esa ruta en 2012. Estados Unidos y sus aliados se encontraron con costes inmensos para llevar material militar.

El Gobierno de Vladímir Putin y sus militares consideran a Afganistán una cuestión pendiente. La antigua Unión Soviética ocupó este país a partir de 1979. Washington, Londres y Arabia Saudí apoyaron con armas, inteligencia y asesores a los mujahidines o “guerrilleros de la libertad”, así denominados por el presidente Ronald Reagan. En 1989 las tropas soviéticas tuvieron que abandonar Afganistán. Su salida fue un símbolo y un anuncio de la caída de la URSS. Volver a tener ahora influencia sobre este país es, igualmente, un ejemplo del renacimiento de Rusia y mucho más si va unida a una retirada de Estados Unidos. Moscú se plantea ahora ser uno de los actores presentes a través de inversiones y posiblemente ayuda militar al Gobierno.

El adiós de Washington

Todos estos movimientos diplomáticos, financieros y militares indican que las potencias regionales se están posicionando y alineando mientras que Estados Unidos se prepara para marcharse. Según el historiador Víctor Bulmer-Johnson esto forma parte del repliegue de Estados Unidos de Oriente Medio y Afganistán, donde ya no logra controlar a sus aliados, mientras que Rusia y China ganan posiciones. Tal y como indica en su reciente libro Empire in retreat, en Afganistán, Irak y Libia el poder militar estadounidense ha acabado con regímenes autocráticos, pero “no ha sido capaz de reconstruir las instituciones que destruyó”, como hizo después de la Segunda Guerra Mundial en Alemania o Japón.

Para algunos analistas, las negociaciones actuales en Doha les recuerdan a la salida de Estados Unidos de Vietnam, país que intervino violentamente durante casi dos décadas, mientras mantenía que la victoria era inminente. Henry Kissinger, entonces asesor de seguridad nacional del gobierno estadounidense, negoció en 1975 con el poder comunista del Frente Nacional de Liberación de Vietnam la salida de las tropas norteamericanas.

El profesor James H. Lebovic, de la Universidad George Washington, considera que, como ocurrió en el país asiático, Washington está negociando para retirarse ante la imposibilidad de una victoria. Hace 44 años, dejó caer al gobierno local corrupto que apoyó en Vietnam del Sur. Y así podría hacerlo ahora con Kabul. Saigón se rindió en abril de 1975 mientras el personal de la Embajada estadounidense huía en helicóptero. Poco después Vietnam del Sur y del Norte se unificaron bajo un régimen comunista.

Igual que ocurrió en Vietnam, si los talibanes se hacen con el poder posiblemente se centrarán en el control interno del país, evitando ambiciones regionales y tratando de establecer relaciones pragmáticas con Pakistán, India, China y Rusia. Afganistán será entonces un laboratorio de las relaciones entre potencias emergentes.