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El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker (izquierda), el Presidente francés, Emmanuel Macron, la Canciller alemana, Angela Merkel, y el Presidente chino, President Xi Jinping, en París., marzo 2019. LUDOVIC MARIN/AFP/Getty Images

El intelectual Bruno Maçães defiende que el siglo XXI se jugará en Eurasia y que, mientras potencias como China tienen proyectos claros para esta megaregión, a Europa le falta uno.


downloadThe Dawn of Eurasia

Bruno Maçães

Penguin, 2018


Hay libros excepcionales que tienen la potencia necesaria para asentar un concepto en nuestra cabeza. Son obras mediante las cuales las gafas con las que interpretamos el mundo cambian de manera permanente. Pueden integrar en nuestra mirada un concepto viejo o nuevo, aunque eso no es lo relevante. Lo que realmente importa es que, a partir de ese momento, cuando sucedan  hechos concretos ante nosotros, los interpretaremos gracias a ese concepto que hemos integrado. Eso representa un cambio muy poderoso.

Una de estas lecturas transformadoras es The Dawn of Eurasia, de Bruno Maçães, y su concepto de Eurasia. El término no es novedoso, obviamente. No obstante, Maçães consigue reconfigurar nuestra concepción del mundo e insertar en ella este factor euroasiático, como un marco de referencia ineludible para afrontar la época actual. De ello se derivan consecuencias claras e importantes: cuando suceda un cambio en Asia Oriental, estaremos alerta ante los efectos que pueda generar en Europa; cuando se produzca un choque militar en un punto de este supercontinente, los efectos podrán sentirse mucho más lejos; cuando haya una historia de éxito económico en una punta de Eurasia, puede que sea a expensas de la del otro extremo. Esta ampliación del marco de interpretación, advierte Maçães, no constituye  un simple juego intelectual o interés multicultural por el otro (supuestamente) lejano. Se trata de una visión necesaria para competir en la Eurasia que se está formando. Quien no se plantee los problemas bajo esta óptica extensa quedará en los últimos puestos de este mundo multipolar en creación.

¿Cómo sitúa ante nosotros el factor Eurasia la obra de Maçães? Mediante una sugerente combinación de ensayo con libro de viajes, que parece sacada de la escuela geopolítica-narrativa de Robert D. Kaplan. Aunque el autor prioriza el análisis político por encima de la descripción de sus rutas por Eurasia, ambas se complementan bastante bien. Ojalá  este intelectual portugués desarrolle más su faceta narrativa en otro libro, de la que ofrece buenos trazos en The Dawn of Eurasia.

Maçães, ya desde las primeras páginas, niega que el mundo del siglo XXI vaya a ser occidental. Sin embargo, al contrario de lo que apuntan otras voces, tampoco será asiático. El sistema que dominará este nuevo siglo será euroasiático, en el que competirán diferentes modelos de modernidad: principalmente, los representados por Europa, China y Rusia —Estados Unidos actuará desde fuera, intentando influir en el sistema euroasiático, no tanto para construirlo en función de su visión del mundo, sino para mantener su primacía a escala global—. Eurasia se mostrará cada vez más interconectada, por lo que los hechos que sucedan en un punto de este continente afectarán en mayor medida al resto. Las influencias irán tanto de oeste a este (al igual que en el pasado siglo), como de este a oeste. Cada potencia de Eurasia intentará influir para que este sistema de conexiones se parezca a su visión del mundo, lo cual no implica que China, Europa o Rusia intenten imponer sus sistemas políticos por toda esa gran masa terrestre. Más bien, cada uno batallará para que Eurasia, más allá de la pura unidad estatal, se construya a su manera.

Para plantearnos seriamente el concepto de Eurasia, eso sí, antes hay que dejar atrás la dicotomía Europa-Asia. Maçães argumenta que esta división “casi metafísica” fue fruto de cierto momento histórico, cuando Europa dio grandes avances en ciencia y tecnología, hace pocos siglos. Antes de esto, asegura el autor, la concepción del mundo era bastante más euroasiática de lo que pensamos. La posterior división entre lo europeo y lo asiático, apunta Maçães, no fue tanto algo geográfico como una percepción “temporal”, de “lo moderno” contra “lo atrasado”, fruto de una visión progresista de la historia, basada en la fe racionalista y científica.

La clave es que ahora esta  división “temporal” entre Europa y Asia se ha roto. Pero no porque el mundo haya abrazado el modelo occidental, tal y como muchos pensaban que ocurriría. Más bien, porque todo el globo ha adoptado la idea de modernización. El asunto principal es que ahora no solo existe la modernización europea, sino también la china, la rusa o la india, con sus propios métodos y valores. Quizás tienen ciertos objetivos comunes, pero el mundo cambia fuertemente según cuál de ellas se adopte. Precisamente estos proyectos diversos de modernización  están compitiendo para que Eurasia se forme y se conecte según su visión.

Los diferentes modelos no conviven de manera aislada, sino que chocan entre ellos debido a la creciente interconexión. La integración genera conflicto. En parte, asegura Maçães, todos estos proyectos tienen una vocación universalista (sobre cómo debe regirse el sistema euroasiático y, por ende, el internacional), aunque no directamente “misionera”, de querer imponer su modelo político en otros países, como el intervencionismo estadounidense de la posguerra fría. Resulta indispensable averiguar cuánto pueden afectar, indirectamente, los cambios en el sistema supranacional euroasiático en relación con la composición o valores internos de cada uno de los Estados que lo forman. Por ejemplo, si Eurasia se conforma cada vez más a través del modelo chino, ¿qué efectos puede tener en el sistema económico, político o de valores de la Unión Europea?

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Un ingeniero chino en uno de los proyectos relacionados con la Nueva Ruta de la Seda., Sri Lanka. Paula Bronstein/Getty Image

No se trata de un cambio mecánico y absoluto en el que unos automáticamente pierdan y otros ganen, ni tampoco de un efecto dominó ideológico de dominación mundial. Maçães, por ejemplo, dista mucho de presentar la Nueva Ruta de la Seda china (sobre la que también ha sacado un libro) de la manera conspiratoria, desastrosa o maléfica con la que algunos medios occidentales la definen. Este intelectual portugués, con experiencia como académico en la Universidad Renmin de China —una de las más prestigiosas en ciencias sociales—, conoce bien y desde dentro los debates, posturas e intenciones sobre este proyecto.

Que este proyecto está planteado de manera estrictamente económica y buscando un beneficio “colectivo” para China y las naciones implicadas es algo real. Que el objetivo de Pekín es distanciarse de que la Nueva Ruta de la Seda tenga un componente político —que precisamente crearía recelos a las naciones implicadas—, también. Sin embargo, debemos distinguir las intenciones de la realidad, apunta  Maçães, que considera que el despliegue de este gran proyecto, por su propio efecto de creación de una enorme conexión euroasiática, tendrá consecuencias no solo limitadas al campo económico o comercial. Se quiera o no,  transformaciones de tales magnitudes acaban acarreando implicaciones políticas. Por eso el intelectual portugués ha propuesto, en alguna entrevista, que —más que dar la espalda a una realidad tan inevitable— la UE debería implicarse plenamente en la Nueva Ruta de la Seda, para poder competir con China en cómo este proyecto se va a constituir y en qué valores va a promover.

Aquí, claro está, nos encontramos con la disyuntiva sobre qué papel quiere jugar la Unión Europea ante estos cambios euroasiáticos. El proyecto europeo parece el más indefinido ante esta nueva realidad, mientras que China y Rusia parecen tener una visión clara sobre qué Eurasia quieren. Maçães, con experiencia en la política comunitaria —fue secretario de Estado para Asuntos Europeos de Portugal de 2013 a 2015— ofrece una interesante explicación sobre por qué la UE se muestra paralizada ante el advenimiento euroasiático. Según el intelectual luso, la Unión fue pensada como una especie de “algoritmo” que permitiría que la política y la economía europea se rigieran casi de manera automática, mediante leyes e instituciones complejas para cada ámbito. Una especie de utopía liberal, en lo político y lo comercial, donde las propias reglas garantizaban el ambiente deseado.

Pero, ¿qué pasa si este ambiente interior se ve trastocado por lo imprevisible que viene de fuera? ¿O si el tambaleo le viene desde dentro (Brexit, populismos anti-europeístas)? Ante un mundo que no parece querer imitar lo que la UE consideraba las más altas aspiraciones de la humanidad, la respuesta instintiva podría ser la cerrazón. No obstante, eso implicaría presuponer que la Unión puede ser ajena a los cambios euroasiáticos, cosa que no es así. Mientras se mirase a ella misma, otras fuerzas irían cincelando el nuevo supercontinente y las conexiones, reglas y valores que lo componen. Europa, no como los lejanos Estados Unidos, forma parte irremediablemente de él.

La UE, afirma Maçães, necesita una perspectiva euroasiática realista, propia y clara: “Los europeos aún ven como su misión llevar su way of life (modo de vida) al resto del mundo, como los navegantes y exploradores hicieron más de quinientos años atrás. Están dispuestos a salir de sus fronteras si están convencidos de que el mundo entero acabará siendo como Europa. Cuando la influencia llega de la dirección opuesta, prefieren retirarse. Pero Europa ya no puede mantenerse inmune a estas influencias. Debe aprender a proyectar su influencia hacia oriente, no como el profeta de una civilización mundial sino como un poder euroasiático. El modo de vida europeo no existe en el vacío, sino que está profundamente influenciado y afectado por lo que sucede en sus fronteras y más allá, forzando a los europeos a encontrar las instituciones y políticas correctas para que su way of life encaje en ese contexto geopolítico más grande”.

La construcción de Eurasia debe representar una prioridad para Europa. Para ello, queda patente que se necesita una conciencia clara de lo nuestro que queremos mantener así como de los cambios que estamos dispuestos a abrazar. No como dogma sino más bien como guía, que nos impulse hacia delante, dejando atrás una autosatisfacción estática cada vez menos realista. Para ello debemos saber qué quieren los otros, es decir, comprender profundamente a nuestros vecinos euroasiáticos. Pero también qué queremos nosotros, lo que resulta difícil en los actuales y divididos tiempos europeos.

Una partida se está jugando fuera y a la vez dentro de nuestras fronteras. Europa debería participar cuanto antes en ella.