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Avishek Das/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

El uso de herramientas tecnológicas por parte de ciudades y países en plena pandemia del coronavirus abre un gran debate (presente y futuro) sobre riesgos, oportunidades y políticas públicas.   

De toda crisis, nace una oportunidad. Los países y ciudades han estado durante muchos años preparando planes de respuesta a graves coyunturas, pero nadie esperaba el impacto –social, económico, geopolítico, cultural– que un asunto de salud pública como el coronavirus está teniendo actualmente. Y es que el coronavirus no solamente es una pandemia. También es una infodemia: hay sobreinformación, y la gente no es capaz de encontrar fuentes fiables de las que seguir directrices. Esto pone en tela de juicio la capacidad y credibilidad de las autoridades públicas para ofrecer información oportuna, temprana y de necesidad crítica. De ahí, que las ciudades estén buscando apoyo en las tecnologías para la gestión de una crisis de tal gravedad, tanto como una forma de agilizar la implementación de políticas públicas como de acercarse y comunicarse mejor con los ciudadanos.

Ante un escenario en donde toda la población, sin excepción, queda afectada por una pandemia, evidentemente los esquemas nacionales de seguridad sanitaria son el marco del que partir. Sin embargo, está en manos de las ciudades –las capacidades locales de preparación y respuesta– saber prevenir, detectar, responder y cuidar de las personas afectadas. Esto implica tener planes de acción, personal y presupuestos. Pero no sólo eso: también calidad y accesibilidad a esos recursos. Junto a las medidas de aislamiento y de protección tanto de la población como de las personas que siguen trabajando fuera de casa, las urbes han demostrado que la tecnología es otro apoyo indispensable en la gestión de esta crisis.

El uso e impacto de herramientas tecnológicas es algo que se ha venido aprendiendo desde hace tiempo en el sector humanitario. Sin embargo, la forma en que está aplicándose ahora para responder a una crisis sanitaria global, como el coronavirus, está despertando tanto respuestas positivas como inquietudes sobre el uso de datos, privacidad, y la protección de los derechos fundamentales, así como también otros riesgos tecnológicos y cibernéticos derivados de las medidas de teletrabajo y aislamiento.

 

Tecnologías locales para responder crisis globales

El carácter inesperado de la actual crisis ha hecho que las ciudades se apoyen en toda una pluralidad de medios tecnológicos para, en mayor o menor medida, aliviar los problemas de los que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado. Un muy bajo nivel de supervisión y seguimiento de los brotes, poca capacidad de cubrir en tiempo real la propagación de la pandemia en áreas de difícil acceso, mecanismos de alerta y vigilancia altamente débiles, o lentitud en la distribución de equipamientos médicos. En una frase: una arquitectura de seguridad y vigilancia global deficitaria.

China fue el primer país afectado por el coronavirus a finales de 2019. También fue el primero en poner en marcha su sistema inteligente de vigilancia ciudadana. Dos eran los objetivos principales: la detección de perfiles de riesgos y personas contagiadas, y la provisión de necesidades básicas a toda la población sin tener que salir a las calles. Para ello, se han utilizado varias tecnologías. El primero ha sido una aplicación móvil desarrollada por Alibaba y Tencent en la que se utiliza un código de colores –verde, amarillo y rojo– para diferenciar entre las personas sanas, en riesgo medio, o alto riesgo. Es solo a través de esta aplicación cómo las personas pueden realizar pagos, de forma que cuando se intenta acceder a estaciones de metro, oficinas o supermercados, solamente pueden hacerlo las personas con el código verde. Además, en las calles se han establecido puestos de control para comprobar la temperatura corporal de cada persona y su código en la aplicación. En caso de que haya personas sin la aplicación, las autoridades locales utilizan los sistemas de reconocimiento facial para identificar incluso a las personas con máscara, o cámaras infrarrojas para detectar cambios en la temperatura corporal.

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Un estudiante de ingeniería de la Universidad de Bangkok diseña un robot para monitorear y observar a los pacientes de coronavirus, Tailandia. LILLIAN SUWANRUMPHA/AFP via Getty Images

Las ciudades inteligentes están usando también las tecnologías para una mejor gestión pública de los recursos. Se están utilizando robots y vehículos autónomos para llevar comidas a los hospitales, desinfectar espacios o recoger la basura de hogares y centros. También drones para repartir equipamiento médico o recoger pruebas de posibles infectados. Esto es algo que también se ha ido llevando a cabo en Corea del Sur, y que está planteándose en el seno de los países de la Unión Europea, dada la propagación. Pero la gestión de esta crisis va más allá de la dimensión sanitaria: las cámaras de vigilancia y los sensores permiten analizar mediante Inteligencia Artificial las áreas y barrios de mayor riesgo y contención, redireccionar la planificación urbana del transporte público, o decidir si es recomendable almacenar patinetes y bicicletas públicas con el fin de evitar contagios. Es más, a través del 5G, los software que optimizan el transporte por carretera y las señales de tráfico a nivel municipal pueden permitir agilizar la llegada de ambulancias y vehículos de emergencia de forma mucho más rápida.

Ahora bien, la vigilancia no es solamente panóptica, como diría el filósofo francés Michel Foucault –sabemos qué autoridad externa nos está vigilando. También lo es sinóptica –nos vigilamos a nosotros mismos, la vigilancia pasa a ser individualizada. Así, los relojes inteligentes sirven para tener un seguimiento continuo de la frecuencia cardíaca, la temperatura y la presión sanguínea. Otro mecanismo, que ahora está próximo a implantarse en la Comunidad de Madrid, es una aplicación de mensajería para alertas de emergencia. Ya utilizado en el sector humanitario para la reducción y gestión de riesgos por desastre, algunos sistemas permiten canalizar las comunicaciones de forma general a todos los registrados, mientras que otros de forma individualizada o categorizada. Asimismo, algunas aplicaciones permiten recibir mensajes sin necesidad de tener acceso a Internet. En otros, existen sistemas de mensajería directa a los dispositivos móviles detectados en un área concreta, simplemente por la ubicación GPS.

 

Riesgos a geometría variable: respuestas coordinadas

La utilidad y el beneficio de estas tecnologías son indudables. Representan un apoyo tanto para coordinar la respuesta a nivel telemático, para comunicarse mejor con el público, así como para ser eficientes en la gestión de infraestructuras críticas y la reducción del riesgo. Sin embargo, su uso despierta dudas, ya no solamente de privacidad y amenazas cibernéticas, sino también de riesgos derivados de políticas sociales, y de la interacción de actores (como los civiles y las fuerzas de seguridad) en nuevos entornos. Estas cuestiones pueden ser resueltas a través de protocolos y esquemas adecuados de coordinación, que a su vez servirán como políticas anticipatorias para eventos futuros, de nuevo inesperados.

El primer asunto a resolver es el del papel del Estado en la protección de derechos fundamentales. Mientras que en el caso de China se optó por el acceso a toda una pluralidad de datos –ya no solamente sanitarios, sino también de impuestos, pagos, movimiento de personas, y relaciones sociales–, en el caso de Corea del Sur el modelo ha estado basado más bien en un canal de comunicación más directo, transparente y bidireccional entre el afectado y el sistema público. Estas aplicaciones permiten tener acceso directo al nombre, número de identificación y teléfono móvil de los afectados. Sin embargo, el problema aparece cuando los datos recopilados desde diversas fuentes son cruzados y, por tanto, se arriesgan a dejar de ser anónimos.

La rapidez de este tipo de decisiones en una crisis global como la pandemia deja en duda muchas cuestiones sin resolver respecto a la privacidad: ¿Quiere realmente el Estado que, en este tema, los datos sean anónimos? ¿Es necesario que en asuntos de salud pública se pueda tener acceso a la identidad de las personas? ¿Es, además, suficiente? Esto despierta otras dos variables: el consentimiento informado por parte de la población, y el carácter temporal del uso de estos datos.

Estas preguntas pueden sonar pretenciosas, pero en realidad no lo son. En la UE, la protección de datos ya es una de las bases esencial de los derechos humanos y de la competitividad económica. Sin embargo, la propia norma fundamental que lo regula –el Reglamento General de Protección de Datos, o GDPR– admite la restricción de ciertos derechos regulados en la misma durante una pandemia, es decir, el GDPR se permite a sí mismo salirse de la norma en “asuntos de interés público”. Sin embargo, la experiencia reciente del coronavirus ha demostrado que es algo que todavía está en manos de los Estados miembros de la Unión Europea a nivel unilateral: mientras que Italia tuvo que frenar la proliferación de aplicaciones móviles para la pandemia desarrolladas bajo ningún control ni regulación, el Gobierno alemán se adelantó y ha decidido centralizar desde el primer momento este mecanismo.

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Un hombre sostiene una cámara que controla si las personas tienen fiebre en una feria organizada en Brasil. DOUGLAS MAGNO/AFP via Getty Images

Otro de los riesgos de estas tecnologías de respuesta a crisis son los ataques cibernéticos con fines ilícitos de acceso a datos sanitarios, financieros, de identidad personal, o de fraude. Otros ataques están relacionados con la mayor vulnerabilidad de las empresas al tener que trabajar desde casa y no disponer de todos los sistemas de protección informática a la hora de usar información de sus compañías y tratar asuntos de propiedad intelectual.  

Ahora bien, más allá de todas las consideraciones directamente relacionadas con la pandemia, surgen cuestiones transversales, a largo plazo, que tienen que ver con nuestra propia estructura social. Hablamos de las personas sin hogar, de la pobreza urbana, de la desigualdad por barrios, y de las zonas vaciadas o rurales de nuestros países. En resumen, de la gestión de las políticas sociales en tiempos de pandemia. No solamente las grandes “ciudades globales” sufren el mayor riesgo de pandemias. Lo hacen todo tipo de entornos. Las pandemias no suelen emerger en el centro de las ciudades –áreas gentrificadas con viviendas a precio alto– ni en las áreas urbanizadas fuera de ellas, sino en los confines de las ciudades: las periferias. Esto es, los barrios más empobrecidos, con infraestructuras más débiles, y con redes de transporte más descuidadas. El riesgo es, así, exponencial: a más vulnerabilidades, más variables para el contagio. A esto se suma la vulnerabilidad de quienes están en situación de pobreza: familias que viven en hogares pero con poca capacidad adquisitiva para acceder a recursos médicos o de protección extraordinarios, y personas sin hogar. Dentro de esta última categoría, aquella sin redes familiares y personas extranjeras que todavía no tienen cobertura social (como refugiados y solicitantes de asilo). Las tecnologías son claves para la identificación de estas personas con el objetivo de dedicarles recursos específicos para afrontar su mayor vulnerabilidad. Sin embargo, la tecnología no debería servir simplemente como política reactiva o a corto plazo, sino que también representa un eje beneficioso, entre otros, en la mejora de las políticas sociales ahora y en el futuro.

Finalmente, otra de las cuestiones a resolver ante el uso de las tecnologías durante una pandemia es la eficiente y efectiva coordinación de actores que no están habituados a hacerlo de forma tan rápida o intensa. Un caso claro es la Operación Balmis, el despliegue de la Unidad Militar de Emergencias, ordenada por el Ministerio de Defensa del Gobierno de España para hacer frente al coronavirus. De los resultados que aparecerán de la colaboración entre las fuerzas de seguridad civiles y militares, se obtendrán aprendizajes para la inclusión de nuevas medidas de políticas públicas tecnológicas para la mejora de los esquemas de alerta, respuesta y reacción por parte del Departamento de Seguridad Nacional de la Presidencia, del Departamento de Seguridad del Estado del Ministerio de Interior, y de todas las autoridades competentes. También de las brechas y diferencias a resolver entre las Comunidades Autónomas y el Gobierno central.

 

Oportunidades de futuro: ciudades inteligentes con inteligencia humana

Sin duda, las tecnologías representan un soporte esencial para hacer de las ciudades inteligentes un actor eficiente en la gestión de sus crisis. Ahora bien, ni son la fórmula mágica, ni el único apoyo. Pero tampoco lo son las medidas que se han realizado en experiencias anteriores a la hora de afrontar una crisis sanitaria. Las pandemias han cambiado la historia, y la historia –y sus agentes y estructuras– han cambiado con las pandemias.

Aprender del pasado nos hace entender el presente. Pero, si no somos capaces de resolver al completo nuestro presente, quizás es hora de ponerse manos a la obra y trabajar para que el futuro disponga de las capacidades, recursos y actores necesarios y suficientes para responder a las contingencias. Tal y como trata la teoría de las trayectorias dependientes, el resultado de un proceso –en este caso, esta crisis– no depende sólo de las condiciones del momento. También depende de las decisiones tomadas por los actores. Y de ahí, la importancia de sistemas adecuados de coordinación entre el nivel local y estatal, la regulación del uso de datos y protección de la privacidad ante coyunturas temporales pero graves, la información al público, la transparencia de las medidas, y la provisión de servicios básicos en este escenario geopolítico cambiante y abrupto.