Donald Trump en una iglesia evangélica en Las Vegas antes de ganar las elecciones en 2016. (Chip Somodevilla/Getty Images)

Los blancos protestantes evangélicos de Estados Unidos fueron una de las fuerzas que llevaron al presidente a la Casa Blanca, pero ¿por qué cuenta Trump con tanto apoyo entre este grupo de ciudadanos?, ¿podría estar perdiéndolo?

El 12 de diciembre, todas las miradas estaban puestas en el estado de Alabama, donde los votantes iban a las urnas a elegir a un nuevo senador para sustituir al asediado fiscal general Jeff Sessions. Los republicanos, por supuesto, confiaban en colocar fácilmente a otro republicano en un estado siempre tan rojo [el color de la derecha en Estados Unidos] y así conservar sus 52 escaños en la Cámara Alta, frente a los 48 de los demócratas. Pero la marea actual de acusaciones contra hombres conocidos por acoso sexual ha llegado hasta el candidato republicano, Roy Moore, al que han denunciado abusos sexuales nada menos que ocho mujeres, seis de las cuales eran adolescentes en el momento de los hechos. A la hora de la verdad, además, los votantes negros acudieron en masa a las urnas, mientras que muchos conservadores con educación universitaria se quedaron en casa o votaron por un candidato no oficial, con el resultado de una asombrosa victoria para Doug Jones, que va a ser el primer senador demócrata de Alabama en 25 años.

Esta no es una simple victoria política para los demócratas, sino también moral, que pone al descubierto los límites del capital político de Trump. Y ha sido una campaña que ha creado enormes divisiones dentro del Partido Republicano. A medida que salían a la luz las denuncias, los republicanos decidieron no apoyar oficialmente la campaña de Moore, pero ante las presiones de Trump, que se mantuvo fiel a su candidato hasta el final, cambiaron de postura. Tal vez esa fidelidad se haya debido a una cuestión de empatía, puesto que el propio Trump ha sido acusado formalmente de acoso sexual por 16 mujeres. Ahora bien, si es alucinante que un presidente en activo (recordemos que ha sido acusado por acoso sexual) y su partido político apoyen a un candidato acusado de abusos sexuales a menores, todavía es más asombrosa la franja de votantes que más ha apoyado tanto al candidato como al partido: los blancos protestantes evangélicos.

Cuando Mitt Romney obtuvo la nominación republicana en 2012, hubo gran preocupación por saber si tendría problemas con los llamados votantes de los valores, un grupo que solemos identificar con los blancos evangélicos que constituyen la base electoral más leal del Partido Republicano. Romney parecía un candidato impoluto y con la familia más perfecta del mundo: casado con la misma mujer desde que tenía 22 años, cinco hijos varones, todos a su vez casados y con sus familias, no bebía ni fumaba, y qué decir de su dentadura perfecta. Pero era mormón, un tipo de cristianismo ligeramente distinto, muchos pensaban que a los votantes les iba a costar digerirlo.

Al final, Romney se ganó a la mayoría de ellos, pero cayó derrotado por Barack Obama. Cuatro años después, Trump obtuvo la presidencia con un apoyo aún mayor de los blancos evangélicos: el 78% en junio de 2016, frente al 73% de Romney en junio de 2012. A la hora de la verdad, Trump obtuvo el 81% de los votos de este sector, frente al 78% de Romney, a pesar de que tiene cinco hijos de tres matrimonios, pisa pocas iglesias, tiene un lenguaje de lo más grosero (no nos olvidemos de “cogerlas por el coño”) y presume de sus conquistas sexuales.

Partidarios del candidato republicano Roy Moore, rezan antes de la llegada del candidato. (Joe Raedle/Getty Images)

A primera vista, no tiene sentido, y eso es lo que se preguntan los expertos y todos los demás desde las primarias republicanas de 2016: ¿cómo es posible que los blancos evangélicos quieran tanto a este hombre?

Empecemos por ver quiénes son exactamente esos votantes. Es muy probable que el estadounidense blanco evangélico que se pueda identificar más de cerca sea el personaje de la madre de Sheldon Cooper, Mary Cooper, en The Big Bang Theory. Mary Cooper procede del este de Texas y es la caricatura que hacen los norteamericanos progresistas de los blancos evangélicos: hace comentarios descaradamente racistas, defiende el creacionismo y reza sin parar. Quizá incluso la relacionarán con la “América profunda”, ese término despreciativo que los analistas españoles suelen utilizar a falta de algo más preciso.

Sin embargo, este grupo no es el simple montón estereotípico de paletos desdentados. En Estados Unidos, la religión no solo está muy extendida sino que tiene una variedad inmensa: hay aproximadamente un 71% de cristianos, 6% de confesiones no cristianas —entre las que se incluyen un 2% de judíos y casi el 1% de musulmanes— y un 23% que no está adscrito a ninguna religión. De ese gran grupo de cristianos, el 25% son protestantes evangélicos, 21% son católicos, 15% son protestantes tradicionales y 6,5% son protestantes de congregaciones históricamente negras. Y está también el 1,6% que forman los mormones. Es decir, casi el 50% de los estadounidenses se consideran protestantes, y la mitad de ellos, evangélicos. Un habitante de cada cuatro representa una franja muy amplia, que se extiende por todo el país. Para complicar todavía más las cosas, muchas de las distintas confesiones protestantes —baptistas, metodistas, luteranos, presbiterianos— incluyen una mezcla de versiones evangélicas, tradicionales y de raíces negras.

La Asociación Nacional de Evangélicos (NAE) explica en su página web que el término “evangélico” procede de “la palabra griega euangelion, que significa ‘la buena nueva’, la ‘verdad’. Por consiguiente, la confesión evangélica se centra en la ‘buena nueva’ de la salvación que trae Jesucristo a los pecadores”. Ese es un punto fundamental: los evangélicos son famosos por su apostolado, es decir, por ir por todas partes a explicar su religión, con la esperanza de obtener conversos. Algo no muy distinto de los jóvenes mormones de pelo corto, camisa blanca de manga corta y etiqueta con el nombre que alguna vez habrán visto en España. Estos últimos pasan un año en el extranjero con la misión de lograr conversos, pero es lo mismo que hacen los evangélicos en Estados Unidos, donde van de puerta en puerta intentando entablar conversaciones sobre Dios con su famosa pregunta para romper el hielo: “¿Se ha enterado de la buena noticia?”

Por el contrario, los protestantes tradicionales, como la iglesia presbiteriana a la que acudía mi familia cuando yo era joven, no tienen esa misión de convertir a todo el mundo y, en general, son mucho más discretos. Sin embargo, ser evangélico no consiste solo en convertir a la gente, y la NAE define sus creencias con estos cuatro puntos: conversionismo que tiene la convicción de que es necesario transformar vidas mediante la experiencia de “renacer” y el proceso de seguir a Jesús durante toda la vida. Activismo, la expresión y demostración del evangelio en campañas misioneras y de reformas sociales. Biblicismo, profesan un inmenso respeto y obediencia a la Biblia, considerada la autoridad suprema. Crucicentrismo pone el énfasis en el sacrificio de Jesucristo en la cruz, que es lo que permite la redención de la humanidad.

Aunque hay protestantes evangélicos en todo el país, no cabe duda de que están mucho más concentrados en los estados del sur. Ahora bien, sus orígenes están profundamente enraizados en la historia de Estados Unidos, en particular en la época de las colonias y la revolución del siglo XVIII. Fueron uno de los grupos que denunciaron el abuso de poder del rey y expresaron su compromiso con la libertad, que, desde su punto de vista, era la base de la libertad religiosa. Como consecuencia, ya desde entonces, mantienen una profunda desconfianza ante el poder del Gobierno, o lo que muchas veces denominan el “gran gobierno”, es decir, un gobierno muy intervencionista. Y esta visión, con el tiempo, acabó mezclándose con la ideología defensora del libre mercado.

El New Deal del presidente Roosevelt transformó el capitalismo en Estados Unidos y redistribuyó la riqueza para que alcanzara a los más pobres, justo en una época en la que la llegada constante de católicos, judíos y europeos del Este de Europa estaba cambiando el aspecto de los ciudadanos. Además, los afroamericanos estaban yendo a vivir a los estados del norte y exigiendo sus derechos. Los blancos evangélicos sentían que les estaban arrebatando el control de su cultura. ¿Les suena?

Lo que estamos viendo hoy tiene mucho que ver con el ascenso de la derecha cristiana en los 70 y los 80, que fue una época de escasa intervención del Gobierno, libre mercado y mucho golpearse el pecho hablando de libertad. En su libro The Evangelicals: The Struggle to Shape America, Frances FitzGerald concluye: “La explicación más sencilla es que los evangélicos que votaron por Trump tenían afinidades con el Tea Party”. Y, si nos fijamos en la historia, tiene sentido.

La ideología fue un factor muy importante para la mayoría de la gente que votó por Trump, y los blancos evangélicos no fueron ninguna excepción. Claro, la élite republicana —los expresidentes, por ejemplo— desafió a Trump: George H. W. Bush votó por Hilary Clinton, que es asombroso, teniendo en cuenta que su marido le derrotó en 1992, y George W. Bush votó en blanco. Pero la mayoría de los republicanos no solo detestan cualquier cosa que tenga que ver con los Clinton sino que creen fervientemente en la ortodoxia ideológica republicana. Aparte de defender una intervención mínima del Estado y los mercados liberalizados, rechazan el aborto, se oponen a los privilegios y las garantías sociales y quieren que se corte la inmigración.

Durante la campaña se habló mucho de las tendencias autoritarias del Trump, pero resulta que a los evangélicos, a pesar de su amor a la libertad, no les molesta tener un líder autoritario. De hecho, como no cuentan con instituciones centrales como las de los católicos y otros protestantes, los pastores evangélicos gobiernan sus congregaciones con puño de hierro y extienden la idea de que la discrepancia equivale a deslealtad.

También hay que tener en cuenta las relaciones del propio Trump con la religión. Cuando era niño, su familia asistía habitualmente a la Iglesia Presbiteriana de Jamaica, Queens (Nueva York), y él recibió la confirmación a los 13 años. Pero, aunque él sigue diciendo que es presbiteriano, cuando vivía en Nueva York, la familia acudía a rezar a la Iglesia Colegiata de Marble, evangélica y dirigida por un pastor que se hizo muy famoso, Norman Vincent Peale. Peale predicaba el “evangelio de la prosperidad” y animaba a sus feligreses a imaginar qué querían y pedirlo, ya fuera un coche nuevo o un trabajo. Lo único que tenían que hacer era rezar mucho. Marble, que es el nombre con el que se conoce la iglesia, es el lugar de culto habitual de Trump desde hace 50 años, como se encargó de decir él durante la campaña, aunque tanto la iglesia como él explicaron que llevaba tres años sin mucha participación activa. El famoso Peale casó a Trump con Ivana Trump, su primera mujer, y su sucesor, el reverendo Arthur Caliandro, ofició su boda con Marla Maples. La persona a la que se suele considerar la consejera espiritual de Trump es Paula White, la predicadora televisiva pentecostal que pronunció la oración durante su toma de posesión.

Los evangélicos suelen recibir críticas feroces de los protestantes tradicionales, muchos de los cuales adoptan y defienden ideas políticas progresistas y de izquierdas. El activista LGTB y reverendo cristiano Brandan Robertson ha resumido así la conclusión que puede extraerse de la historia del evangelismo: “Se diría que apoyar a hombres poderosos, privilegiados e inmorales es una seña de identidad del movimiento evangélico moderno en Estados Unidos, porque los valores fundamentales que lo sostienen tienen sus raíces y su puntal en el patriarcado”. Pero Trump no solo tiene una afinidad ideológica y cultural con los evangélicos, sino que ha contado con la ayuda de algunos de sus dirigentes más destacados, como Franklin Graham, hijo de Billy Graham. Stephen Mansfield, autor del libro Choosing Trump, asegura que los blancos evangélicos votaron por Trump porque este consiguió el favor de sus poderosos líderes y estos, a su vez, instaron a sus seguidores a apoyarlo.

A punto de cumplirse un año de Trump en la presidencia, los blancos evangélicos son el único grupo demográfico que aprueba lo que ha hecho hasta ahora, pero esa aprobación también está bajando entre ellos. El 7 de diciembre, Pew Research publicó los resultados de una encuesta que contrastan con los de otra realizada en febrero de 2017, y, aunque el apoyo ha disminuido en todos los sectores, es llamativo que en febrero apoyaba a Trump el 78% de los evangélicos y ahora solo el 61%. Esa caída de 17 puntos es la mayor de todos los grupos, y un poco mayor que la de los republicanos moderados, cuya aprobación ha bajado 16 puntos y está ahora en el 55%. Según la encuesta, lo que causa más consternación entre sus partidarios es su estilo, en especial su uso de las redes sociales y su comportamiento poco profesional.

Existe otro factor tal vez más significativo, que es que la composición religiosa de Estados Unidos está cambiando, según el informe más reciente del Public Religion Research Institute (PRRI). Los jóvenes blancos cristianos —católicos, protestantes tradicionales y evangélicos— están dejando sus iglesias, por lo que la edad media de los fieles envejece. Hasta ahora, el ejercicio de una política identitaria para blancos le ha sido útil a Trump, pero los republicanos van a tener que ensanchar sus bases, porque el país es cada vez menos blanco y menos cristiano.

Esta nueva elección demuestra, además, que se lo van a tener que pensar dos veces antes de permitir las candidaturas de depredadores sexuales bajo el paraguas del partido. El escenario de toda la vida, en el que podían contar con suficientes votantes dispuestos a votar con la nariz tapada por cualquier viejo conservador blanco que les pusieran delante, tiene los días contados.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia