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Manifestación de estudiantes contra la política Pin Parental de VOX en España. (Marcos del Mazo/LightRocket via Getty Images)

El libro indaga en el estado actual del feminismo como un catalizador contestatario que permita alcanzar el desarrollo de una sociedad libre, crítica, cívica y democrática.  Pero, ¿cómo puede el feminismo postularse como el antídoto contra la extrema derecha?

Revolución feminista y políticas de lo común frente a la extrema derecha

María Eugenia Rodríguez Palop

Icaria, 2019

A estas alturas es más que un hecho que la crisis financiera que comenzó en 2008, la llamada Gran Recesión, activó, como si de un dominó se tratase, otras crisis: la social, la económica, la política. Los paradigmas sobre los que se sustentaban ciertas realidades que se miraban con certeza se transformaron, algunos comenzaron a afirmar que era necesario un cambio de régimen, que el anterior sistema económico, político y social nos había llevado al abismo de un profundo agujero tras la debacle financiera. Así, este contexto propicia la reflexión sobre la que se sustenta el libro Revolución feminista y políticas de lo común frente a la extrema derecha de la profesora, investigadora y jurista María Eugenia R. Palop.

Siendo un compendio de artículos aparecidos en distintos medios, la obra cataloga escritos de la profesora titular de la Universidad Carlos III de Madrid en tres grandes bloques interrelacionados: la crisis de régimen y el ascenso de las derechas, en el que el segundo es consecuencia de la primera; la revolución feminista y la violencia contra las mujeres marcada por el neoliberalismo. Por último, la autora propone que, para conseguir un cambio, se deben repensar los vínculos humanos, económicos y sociales a través de las prácticas relacionales y las políticas de lo común.

Bajo su mirada crítica, afirma que algunas prácticas políticas actuales se rigen por normas que se asemejan más a las de los negocios (política business”, según su propia definición) que aquellas que deberían estructurar el sector público. El votante, convertido en un “ciudadano-consumidor político”, es testigo de cómo se deja de lado la ideología de los partidos en su discurso para primar la mercantilización de su actividad que persigue maximizar los beneficios/votos en virtud de una inversión mínima. Esta no es más que un programa electoral difuso que la autora define como “atrapalotodo”, en el que todo cabe, pero nada se concreta. Como su paradigma, Trump y la campaña “Hagamos América grande otra vez” caracterizada por la xenofobia, el llamamiento al cierre de fronteras y el nacionalismo identitario. Con esta práctica, argumenta, se visibiliza sobre todo a la extrema derecha que “explota las contradicciones del neoliberalismo globalizador de las últimas décadas”.

Pero a la socialdemocracia tampoco le es ajena esta concepción de lo político ya que, al cambiar las estructuras, este pensamiento político ha visto cómo la derecha más radical le ha ganado terreno acaparando con un discurso agresivo más electorado, incluso entre aquel que le era fiel a la opción socialdemócrata.

¿Cómo se ha llegado a este punto?  El argumento de la autora es claro: aderezando la respuesta neoliberal con unas buenas dosis de populismo. Como la socialdemocracia no quiere (o no puede) dar una respuesta directa, sobre todo en términos de eficacia económica en relación a los problemas de la clase trabajadora tras 2008, la extrema derecha se posiciona de manera clara. Así, moviliza el “descontento de los ignorados” y pasa a utilizar este resentimiento a través de la demonización de elementos que dibujan como divisorio del llamado “espíritu nacional” como lo son los refugiados, los inmigrantes y las mujeres, en especial las feministas. Con esta estrategia terminan por vertebrar el discurso y definir la agenda política, recuperando incluso temas que hace ya mucho fueron consensuados y superados. Como consecuencia última, destaca la autora que la demonización de colectivos deviene en una solidaridad excluyente, que no hace más que destruir ese espíritu de cooperación, inclusión y apoyo que debieran tener las sociedades actuales.

Para combatir esta realidad, la autora defiende el feminismo como respuesta a estas políticas agresivas que encarna la extrema derecha. Así, aboga por relegarlas y dar una cabida plena a la llamada “ética del cuidado” como palanca de la transformación social. Como desarrollo de esta idea, la autora afirma que la “emergencia global feminista” hará que cambien los valores tradicionales que masculinizan la sociedad como el egoísmo, el individualismo y la competitividad y se dará paso a una feminización de la política que finalmente suponga una transformación cultural. Valores como la interdependencia, la ecodependencia y los cuidados serán los que terminen por regir la política y, por ende, cada relación social que de esta se derive. Como fin último de esta transformación total, se situaría la construcción de una comunidad en el que la ética del cuidado se complementaría con la ética de la responsabilidad.

De manera secundaria a esta revolución feminista, florecerían otros nuevos paradigmas como la recuperación del sentimiento comunitario con la rehumanización de las ciudades. Unos no lugares donde, como describe la autora, el ciudadano dio paso al consumidor en otro giro más de la política business. Este cambio relacional que defiende devolvería el sentimiento ciudadano y una actitud activa hacia la política, despojándose de la pasividad y definiendo de nuevo a las ciudades como espacios de cohabitación e identidad. Para lograr estos cambios, defiende en su obra la política de cuotas en partidos políticos como medio indispensable para que estos valores femeninos puedan alcanzar mayores estancias en los poderes decisorios. Sin embargo, la autora es consciente de que el proceso ni está normalizado ni mucho menos acabado y que, para llegar a su plena consecución, antes se debe realizar una relectura feminista del mérito.

Otro de los temas en los que entra a fondo la autora en este libro es el vínculo perverso que existe entre la violencia machista y la justicia patriarcal como dos realidades que se legitiman la una a la otra. En este contexto, la cultura de la violación es un signo de la opresión que sufren las mujeres por el simple hecho de serlo, algo que extiende también a los cuerpos feminizados. La propuesta para erradicarlo es una definición integral de las violencias machistas, desechando de lleno la idea conservadora de que la violencia de género (estructural, social y pública) es violencia doméstica (privada).

Pero no solo la llamada cultura de la violación es violencia machista. También lo son para la autora prácticas como la gestión subrogada y la prohibición del aborto que vincula directamente con un pensamiento conservador. Este sirve de sustento para el poder masculinizado que se legitima con el control de los cuerpos, la sexualidad y la capacidad reproductiva de la mujer, todo ello al servicio último de la sociedad patriarcal. La cohesión social de esta viene determinada por la limitación de la autonomía de las mujeres a través del ejercicio del poder violento del Estado hacia las féminas.

La autora considera que cuando se prohíbe la práctica del aborto, el Estado está violentando a las ciudadanas e institucionalizando su papel de agresor. Un abuso en el que la mujer es tratada únicamente como una máquina reproductora, algo que se erradica cuando el sistema es capaz de proveer a las mujeres de un aborto legal, seguro y gratuito.

Por otra parte, la gestación subrogada la define como un biobusiness, una alienación neoliberal en el que las reglas del mercado capitalista organizan la sociedad y la vida que en ella se desarrolla. Con esta práctica, según la autora se legitima el supuesto derecho a tener descendencia a costa de privar del ejercicio de sus derechos a mujeres que conforman un mercado de vientres de alquiler barato y accesible, determinado por bajos niveles salariales y vidas precarias.

En estos dos aspectos, el aborto y la gestión subrogada, ve una disociación clara entre persona/cuerpo, pero mientras que en el aborto es la influencia de la iglesia la que está presente, en la gestación subrogada es el sistema neoliberal el que marca las reglas. El fin último de ambas prácticas lo ve claro: preservar uno de los pilares fundamentales de la sociedad patriarcal: la familia tradicional como su pilar único en la que solo las personas alcanzan la plenitud a través de sus hijos desechando a la vez otro tipo de formas de relacionarse y de vivir en comunidad.

Finalmente, la autora propone como tesis que las políticas de lo común se postulen como la manera más efectiva de contrarrestar este proyecto neoliberal dañino y destructor que disuelve vínculos sociales, sin posibilidad de reconstrucción dentro de ese sistema. Por el contrario, su propuesta contempla que sea el Estado el que deba velar pos los cuidados como una virtud cívica. Lo común por lo tanto debe verse a través de la ética feminizada que dé lugar a una cultura de la responsabilidad en interés, únicamente, de lo colectivo.

En estos momentos en los que los planteamientos de la extrema derecha marcan la agenda política y fagocitan el discurso, en el que el desarraigo apuntalado por políticas neoliberales moldea la vulnerabilidad de la sociedad como comunidad, esta propuesta feminista se quiere presentar como la alternativa. Ahondar en sus principios, comprender sus propuestas y visualizarla como una opción posible y válida es lo que nos propone este libro.