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Un vendedor paquistaní enseña unas copias piratas de la película india Raees. RIZWAN TABASSUM/AFP/Getty Images

¿Está funcionando la diplomacia cultural para acercar a las poblaciones de estos dos países envueltos desde hace décadas en una enquistada enemistad?

La división de la India británica en agosto de 1947, también conocida como la Partición, fue un trauma de tal magnitud que aún hoy día se sienten sus repercusiones. La construcción de una narrativa nacionalista en base a la religión (Teoría de las dos naciones, TDN) separó a hindúes y musulmanes en dos Estados. Sin embargo, la realidad expone la contradicción de la construcción ideológica que contiene la TDN sobre las “diferencias fundamentales” entre un Pakistán musulmán y una India hindú. El primer país es demasiado heterogéneo (lenguas, tradiciones, etnias, confesiones y sectas musulmanas, minorías religiosas, ideologías políticas) y el segundo, a pesar de su mayoría hindú, contiene la tercera mayor población mundial de musulmanes (detrás de los 260 millones de Indonesia y los 207 millones de Pakistán), además de otras minorías religiosas. India nacía como Estado laico, con el lema la “unidad en la diversidad”, que en principio, hacía fácil la convivencia entre sus habitantes.

Tras siglos de historia común, ambos Estados se embarcaron en la tarea de construir una nueva historia, un legado, un pasado con sus mitos, sus héroes y villanos. Una nueva identidad nacional. India lo tenía más fácil. Un pasado glorioso, un legado histórico que se remontaba a miles de años y una influencia cultural hegemónica en Asia Meridional. Pakistán, en cambio, partía de 1947. Se seleccionó la llegada de los omeyas al Sind como inicio de su historia, ignorando el pasado hindú y budista. La construcción del “ser paquistaní” en oposición al otro, personificado en la figura del vecino hindú, negaba la cultura común con India y construía una identidad artificial sobre arenas movedizas. Además, al elegir la invasión de Muhammad bin Qasim, se optaba por un pasado ligado a Oriente Medio, negando la musulmanidad del Imperio Mogol, demasiado indio para el gusto de los herederos de la TDN.

La construcción de identidades antagónicas como medio para perpetuar el enfrentamiento con el vecino, al servicio de los intereses de las elites, no se correspondía con los deseos de la población. En multitud de familias, el recuerdo de la Partición, como trauma o como nostalgia por la tierra dejada atrás (unos 12 millones de personas emigraron), habla de una cultura y un pasado comunes.

Este legado, en sus diferentes manifestaciones, ha sido rehén de los vaivenes de la política y los intereses de determinadas instituciones. La puesta en marcha de la diplomacia de segunda vía y del poder blando para acercar a las personas través de la cultura, podía contrarrestar el efecto de la demonización del vecino que permea en las ideologías nacionalistas. El adoctrinamiento, sea a través de medios afines o de libros de texto, requería una contranarrativa popular. Desde la Partición hasta 1951, los ciudadanos musulmanes podían salir y entrar en Pakistán libremente. No fue hasta 1952 que se empezó a requerir un pasaporte. Las guerras de 1965 y 1971 dificultaron más el acercamiento. La imposición del visado como obstáculo acabó pesando más que la frontera.

 

La cultura por la paz

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Un bailarín paquistaní se inspira en los bailes de las películas de Bollywood, Lahore. ARIF ALI/AFP/Getty Images

A partir de 1979, diferentes movimientos liderados por mujeres establecieron contactos con asociaciones vecinas. Estas iniciativas llegaron de la mano de grupos de teatro y danza como Tehrik-e Niswan (Movimiento de las Mujeres, Karachi, 1979) y Ajoka (Lahore, 1983) en Pakistán, fundados por Sheema Kirmani y Madiha Gauhar, respectivamente. En India, otros dos grupos de teatro: Manch Rangmanch (Amritsar, 1991), liderado por Kawal Dhaliwal, ligado a la Escuela Nacional de Drama, y Rangakarmee, formado por Usha Ganguli, se unieron a la iniciativa. Realizaron obras de autores reconocidos del país vecino como Sarojini Naidu, Manto y Faiz Ahmed Faiz. Los grupos paquistaníes consiguieron actuar en India y viceversa. Estas mujeres, en el 2000, junto a figuras reconocidas de la paz y los derechos humanos como Asma Jahangir y Nirmala Deshpande, protagonizaron el “Autobús por la paz” de Nueva Delhi a Lahore, con el que cruzaron la frontera y organizaron debates (“Drama para la transformación del conflicto”) sobre cómo superar las divisiones y practicar una diplomacia cultural de la que se pudiera beneficiar la población.

Estos grupos de teatro se asociaron a otros de defensa de derechos humanos, movimientos sindicales, académicos, periodistas, escritores. En 1984, el diario paquistaní The Muslim invitó a Islamabad a periodistas indios para intercambiar experiencias sobre la libertad de expresión y cómo abordar la relación entre sus gobiernos. En 1987, varios escritores paquistaníes e indios se reunieron en Nueva Delhi invitados por la Academia de Bellas Artes y Literatura. Siete años después (los acontecimientos adversos dispersaban los encuentros), se reunieron en Karachi en un encuentro que llamaron “La pluma por la paz”.

Tras la formación del Diálogo Regional para el Asia Meridional, los encuentros se sucedieron durante varios años desde 1991 hasta 1997 en diferentes ciudades de la región (Nueva Delhi, Colombo, Lahore, Katmandú y Dhaka) en las que políticos, embajadores, editores o académicos se reunieron para fomentar la cooperación por la paz y el desarrollo. Cada vez más, se cuestionaba la conveniencia de mantener el enfrentamiento entre ambos países, algo que tampoco escapó a los dos gobiernos de los primeros ministros Inder Kumar Gujral y Nawaz Sharif, que en mayo de 1997, iniciaron un Proceso de Diálogo Colectivo en Malé (Maldivas). Se iniciaba así una época de medidas de fomento de la confianza y de diplomacia cultural como forma de cuestionar a través del poder blando, la lógica de las medidas coercitivas de los militares y la política más beligerante.

En la literatura, hay figuras con las que las dos sociedades se identifican, indiferentemente de la nacionalidad o la religión. Iqbal, Faiz Ahmed Faiz, Ghalib, Meer Hali o Hasán Manto son venerados. Los festivales de literatura de Lahore y Karachi (Pakistán) o el de Jaipur (India), de gran éxito, acogen generalmente un buen número de escritores del país vecino. Aunque en diferentes ocasiones ha habido polémica por la participación de algún autor, como Salman Rushdie, otros como Mohammad Hanif, Nadeem Aslam, Jamil Ahmad, Kamila Shamsie, Mohsin Hamid o Fahmida Riaz han participado sin problema.

La música clásica y el canto ghazal (poemas en urdu compuestos por poetas y santones sufíes) también es de lo más valorado de la cultura del Asia Meridional. Las cantantes clásicas paquistaníes Roshanara Begum e Iqbal Bano, además de Mehdi Hasan, Ghulam Alí, Reshma, Nusrat Fateh Alí Khan o Abida Parveen, suenan tanto en India como las canciones de las películas de Bollywood en las casas y calles paquistaníes. En la actualidad, varias iniciativas amplían el conocimiento de temas clásicos. Coke Studio lleva 10 temporadas desde que empezó en 2008. En 2016 incluyó la participación de la cantante india Shilpa Rao.

A pesar de la prohibición de exhibir películas indias en Pakistán (vigente desde 1952), el cine y las series del país vecino en la televisión por cable e Internet hicieron de la ley papel mojado. Los actores más populares de la meca del cine de India en Bombay, Bollywood, cuenta con intérpretes (un buen número de ellos, musulmanes indios) idolatrados en Pakistán, como Shah Rukh Khan, Amir Khan y Salman Khan, al igual que los hindúes Om Puri, Deepika Padukone o Madhuri Dixit.

 

Los cambios en India y Bollywood

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El actor paquistaní Fawad Afzal Khan y la actriz india Sonam Kapoor en un evento juntos. NARINDER NANU/AFP/Getty Images

El impacto de las reformas económicas iniciadas en los 90 y de la globalización en India, supuso otro frente de guerra de los proponentes de la hindutva (calidad de hindú). El partido Bharatiya Janata (BJP) llegó al gobierno por primera vez en 1998. Brazo político del Rastriya Swayamsevak Sangh (RSS, Asociación de Voluntarios/Patriotas Nacional), un grupo radical hindú, el BJP comenzó a hinduizar India para contrarrestar la influencia nociva de lo foráneo. El nuevo currículo escolar tenía como objetivo indianizar (hacer más hindú) los libros de texto.

Si bien es de sobra conocido el impacto dañino del conflicto de Cachemira y los atentados terroristas en territorio indio en el acercamiento entre los dos vecinos, las consecuencias entre la población lo son menos. El aislamiento se impone. Desde la cancelación del transporte, como el tren de Samjhauta, establecido en 1976 con una circulación intermitente en función de los eventos, a los sijs en peregrinación a sus lugares sagrados en Pakistán o el autobús Delhi-Lahore, a la interrupción del comercio entre los dos países o la imposibilidad de obtener un visado.

En este contexto, el grupo Zee TV hizo historia al lanzar el canal Zindagi, al comprar los derechos de series paquistaníes, fundamentalmente dramas y alguna comedia. Entre otras, Daam, Aunn Zara, o Dastaan, una de las mejores series sobre la Partición, basada en una novela de Razia Butt, y que llegó a India como Waqt Ne Kiya Haseen Sitam (“Qué bella tragedia nos ha traído el tiempo”). A diferencia de la ostentación y los números musicales propios de las películas de Bollywood, las series paquistaníes conectaron con el público indio por los temas cercanos, familias de clase media, una pizca de romance y un puñado de problemas con la familia política. Además, estas series abrían las puertas de Pakistán al público indio, de cómo son sus familias y sus problemas cotidianos. A pesar de los esfuerzos del Gobierno de Nueva Delhi de sanscritizar el hindi (shudh) y del paquistaní por arabizar el urdu (ashraf), urdu y hindi son todavía inteligibles para el norte del subcontinente. El comentario más habitual de los seguidores de estas series es “no son tan diferentes de nosotros”.

A raíz del éxito televisivo, los actores paquistaníes Fawad Khan y Mahira Khan (Zindagi Gulzar Hai, Humsafar o Shehr-e-Zaat) aprovecharon el estrellato para hacer su entrada en la meca del cine de Bombay. Ambos hicieron varias películas. Fawad se estrenó en 2014 con Khoobsurat y Mahira debutó en 2017 con Raees. Pero al igual que otros, los dos fueron víctima de las circunstancias.

Tras el ataque a la base militar de Uri (Cachemira, septiembre 2016) de mano de un grupo insurgente con base en Pakistán, el Maharashtra Navnirman Sena (MSN), un partido hindú radical dio 48 horas para que los actores paquistaníes abandonaran India. La postura del Gobierno en relación a estas amenazas del MNS fue la de no reaccionar, porque en el fondo, estaban de acuerdo. Les dejó hacer y no se pronunció. El jingoísmo que reinaba en el ambiente secuestró la libertad de expresión. Mahira no pudo hacer promoción de Raees y se prohibió su emisión en Pakistán. Igualmente, se aceptó eliminar las escenas en las que aparecía Fawad en la película Ae Dil Hai Mushkil. Su director, Karan Johar, emitió un vídeo en el que pedía disculpas, aseguraba que él no era “antinacional”, “mi país es mi prioridad” y saludaba al Ejército indio. Prometió no volver a fichar un actor paquistaní para sus películas.

Pakistán también tuvo su polémica con la película Manto (2018), sobre la vida del escritor Saadat Hasan Manto y dirigida por Nandita Das. El film fue censurado, dada la retórica en contra de la Partición que permea la obra del escritor y sospechosa por ser dirigida por una mujer india. La cinta es una crítica tal a la TDN y la narrativa patriota, que era un peligro para los ingenieros de la invención del pasado de Pakistán. Sin embargo, Nuzhat y Nusrat, las hijas de Manto, viajaron a Bombay para ver el estreno de la película y de paso, conocer la ciudad en la que nació y vivió su padre. Una vez más, lo que la censura no pudo impedir fue el contacto humano que la cultura aporta a ambos países.

A día de hoy, tras la victoria de Narendra Modi en las recientes elecciones, el futuro parece incierto. El jingoísmo propio de buena parte de sus socios de Gobierno y la respuesta belicista promovida institucionalmente y difundida en los medios indios al ataque de Pulwama (Jammu & Cachemira, febrero 2019) no augura un acercamiento racional entre los dos Estados. Por su parte, el Ejecutivo de Imran Khan sigue jugando a un victimismo pasivo-agresivo que pretende hacer creer que los ataques terroristas no tienen nada que ver con la política paquistaní, mientras tiende cínicamente la mano para un futuro diálogo de paz.