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El sultán bin Saad al Muraikhi (a la derecha), ministro de Asuntos Exteriores, escucha al emir de Kuwait Sabah al Ahmad al-Sabah en el palacio Diriya en Riad durante la cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo, 2018. FAYEZ NURELDINE/AFP/Getty Images

Más que aislar, la situación ha fortalecido el eje regional Turquía-Catar al tiempo que parece haber herido de muerte al Consejo de Cooperación del Golfo.

La mayor duración de un vuelo Amán-Doha, que debe volar hacia Irak y atravesar el país mesopotámico en lugar de volar directo sobre territorio saudí, parece ser una de las pocas consecuencias visibles que perduran del bloqueo que en junio de 2017 Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto impusieron a Catar. El bloqueo terrestre, aéreo y marítimo apenas causó problemas al pequeño emirato que ha sabido capear el temporal de forma efectiva y convertirlo en una oportunidad a su favor. Dos años después de la crisis en el Consejo de Cooperación del Golfo (GCC, en sus siglas en inglés), la realidad es que Catar ha salido mejor parado que sus vecinos.

 

Navegando el bloqueo

Lo cierto es que, con retrospectiva, el bloqueo ha fortalecido a Catar en lugar de debilitarlo. De hecho, ha impulsado la autosuficiencia en el país. Si antes del mismo las importaciones cataríes de los países bloqueadores alcanzaban el 60%, ésta ha sido diversificada con nuevas rutas alternativas a Turquía e Irán y con el fomento de la producción doméstica, especialmente en alimentos. Un manejo de la crisis que ha sorprendido a propios y extraños. Gran parte de este comercio fue posible por la apertura del puerto de aguas profundas Hamad Port en septiembre de 2017, que costó 7.400 millones de dólares, permitiendo no solo incrementar el comercio con sus nuevos aliados sino no depender de la reexportación de bienes de países terceros a través de los puertos emiratíes.

Además de hacer frente a las dificultades domésticas, Catar ha proseguido su proyecto de diversificación económica con socios como Estados Unidos o Alemania. Para fomentar la atracción de inversión extranjera, el Gobierno catarí anunció reformas económicas relativas a la legislación laboral, privatización, zonas económicas especiales e incremento de los límites de propiedad de las compañías extranjeras hasta el 100%. Aunque la necesidad del emirato, con apenas 300.000 habitantes, de diversificar su economía es mucho menor que la de otros países del Golfo. Según recoge la BBC, Catar exportó 81 millones de toneladas de Gas Natural Licuado (GNL) en 2017, suponiendo el 28% de las exportaciones globales. Además, exporta 600.000 barriles de petróleo al día. En febrero de 2019, Exxon y Qatar Petroleum anunciaron la construcción de una terminal de exportación de GNL en Texas y en mayo de este año Qatar Petroleum invitó a tres grupos a presentar propuestas para expandir sus instalaciones de GNL.

La economía catarí creció un 1,6% en 2017 y un 2,4% en 2018. El Fondo Monetario Internacional prevé un crecimiento del 3,1% en 2019. Además, el pequeño emirato cerró el año con un superávit de 52.000 millones de dólares en su balanza comercial en 2018, según el Ministerio de Comercio e Industria. En diciembre de 2018 la agencia de rating S&P revisó las previsiones del país de negativas a estables.

El bloqueo ha afectado negativamente a las economías de los Estados promotores. Las aerolíneas de Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Arabia Saudí han perdido una cantidad significativa de tráfico de pasajeros locales, así como vuelos con destinos asiáticos cuyo punto de partida era Doha. Para Etihad Airways, el bloqueo ha sido catastrófico. La aerolínea de Emiratos ha despedido a 50 pilotos, cancelado la compra de 10 airbuses y perdido 2.000 millones dólares en 2016 y otros 1.900 millones en 2017. Esto contrasta con el anuncio de Qatar Airways de un incremento del 21,7% del beneficio neto de la compañía en 2018 respecto al año fiscal anterior.

 

El impacto regional de la crisis

El impacto en las relaciones en el seno del GCC ha sido dramático, dividiendo a la organización en dos bandos con Kuwait y Omán no tomando partido e intentando mediar en el conflicto. El bloqueo ha repercutido en los lazos económicos internos al establecer un embargo en el seno de un mercado común, pero también en la capacidad de la organización como referente en el mundo árabe al ser incapaz de resolver sus propias disputas internas.

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El Presidente estadounidense, Donald Trump, junto al emir catarí Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani en el Despacho Oval, julio 2019. Alex Wong/Getty Images

Tanto Arabia Saudí como EAU han pedido la expulsión de Catar de la organización, algo a lo que se han opuesto tajantemente Kuwait y Omán. De hecho, Doha tiene más que ganar permaneciendo en la organización, pese a la disfuncionalidad de la misma, que marchándose, pues su presencia refuerza el mensaje de participación en los asuntos árabes que contrasta con la acusación saudí y emiratí de que Catar está socavando el “consenso árabe”.  No se trata de una posibilidad lejana, ya que el pasado enero Doha se retiró de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), de la que había sido miembro desde su fundación, alegando que se trataba “de una organización manejada por un país”. Acusación que podría aplicarse a otras organizaciones. La parálisis del GCC asesta un golpe de muerte al ya de por sí débil multilateralismo en la región.

Otra consecuencia ha sido el intento saudí-emiratí de convencer a Estados Unidos para trasladar la base militar de Al Udeid en Catar (la mayor de EE UU en la región) a otro país, en la pugna por ganarse el favor de Washington. Aunque pareciese que la administración de Donald Trump tuviese cierta connivencia en el desarrollo de la crisis, posteriormente llamaron a la resolución negociada de la misma y, en cualquier caso, han mantenido e incrementado los lazos con Catar en todos los sentidos, como el fortalecimiento de la cooperación militar o los planes cataríes de alcanzar los 45.000 millones de dólares en inversiones en EE UU en 2020. Para el Ejército estadounidense la base catarí es innegociable.

En la primera mitad de 2019 se han podido apreciar algunos gestos de acercamiento, como el anuncio de EAU de reducir la prohibición de tráfico de mercancías entre sus puertos y los cataríes. Asimismo, a finales de mayo tuvo lugar la primera visita del primer ministro de Catar a Arabia Saudí desde que se impuso el bloqueo, con motivo de dos cumbres de emergencia sobre la creciente tensión bélica en el Golfo Pérsico. Sin embargo, según informa Al Jazeera, las autoridades cataríes tienen reservas sobre el contenido del documento publicado tras la cumbre, por la dura condena a Irán sin ofrecer una política de negociación.

La crisis en el seno del GCC también ha irradiado a los países vecinos, que han intentado mantenerse neutrales en la contienda dados sus intereses económicos y su dependencia de ambos lados. El impacto ha sido más fuerte en la región del Cuerno de África, donde los distintos países compiten por adquirir poder, llevando a cabo serias injerencias en la política interna de los Estados africanos. El caso de Somalia y el fomento por parte de EAU de la insurrección de los Estados federales de Somalilandia y Puntland contra el Gobierno central es ilustrativo de esta situación. Asimismo, la caída del régimen de Bashir en Sudán dibuja un nuevo escenario de oposición entre Arabia Saudí y Emiratos, favorables a la nueva junta militar, y Turquía e Irán, que apoyaban a Bashir al estar más cerca de posturas del islam político, similar a lo que acontece en Libia.

Como señala Noha Aboueldahab, investigadora de Brookings Doha Center, “a menos que haya un cambio fundamental en los regímenes o liderazgo de alguno de estos países, pasará mucho tiempo hasta que veamos un acercamiento genuino entre Catar y los Estados bloqueadores”.

 

Perspectivas de resolución

Resulta difícil imaginar una pronta resolución del conflicto, aunque son muchos los actores interesados en la misma, incluyendo a empresarios de distintos países, la UE, países africanos e, incluso, la FIFA. Las soluciones se ven torpedeadas por el creciente orgullo nacional que se ha impuesto en la región y la gran desconfianza establecida entre los líderes políticos.

Pese a ello, es posible que algunos acontecimientos o consideraciones puedan influir en dicha resolución. La primera de ellas es la creciente tensión bélica entre Estados Unidos e Irán en relación al derribo de un drone estadounidense por parte del país persa. Esta tensión pondría en una situación complicada a Catar, quien se ve como un mediador entre Teherán y el resto del Golfo, al tiempo que alberga la más importante base militar estadounidense en la región, lo que le convierte de facto en aliado de Washington.

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El Primer Ministro catarí, Sheikh Abdullah bin Nasser bin Khalifa al Thani en una cumbre árabe en la Meca, Arabia Saudí, mayo 2019. BANDAR ALDANDANI/AFP/Getty Images

Sin embargo, la relación de Catar con Irán podría contribuir a rebajar las tensiones en el estrecho de Ormuz y evitar una escalada real del conflicto. No es la primera vez que las dotes mediadoras de Catar se ponen al servicio estadounidense. En 2013 el emirato abrió una oficina de los Talibán en Doha, apoyada por EE UU, que permitió la liberación del sargento Bowe Bergdahl, quien llevaba años secuestrado por los talibán. “Para Catar, esta crisis será mucho más negativa que el bloqueo mismo”, apunta Luciano Zaccara, profesor de la Universidad de Catar. A lo que añade que “la escalada entre EE UU e Irán ya ha generado acciones directas, el fortalecimiento de la presencia militar en el Golfo, y ha generado malestar en Catar, que cuenta con el territorio y espacio aéreo iraní para evitar su total aislamiento geográfico”. El resultado de la campaña saudí para aislar a Teherán afectaría en gran medida a Doha, pues “que Irán sea desterrado nuevamente al ostracismo tendrá un impacto muy negativo en las posibilidades de Catar de mantener una política exterior independiente tanto de Arabia Saudí como de EE UU”, zanja el experto en estudios del Golfo.

“No creo que la crisis del Golfo se resuelva pronto”, apunta Eman al Hussein, experta en Arabia Saudí e investigadora en el European Council on Foreign Relations. “Al contrario, los últimos meses han visto incrementarse las tensiones que confirman el alargamiento de la crisis. La región del Golfo está dividida respecto a dónde se sitúa en relación a la escalada de tensiones entre Irán y Estados Unidos. Incluso dentro de Arabia Saudí hay diferentes opiniones sobre el mejor enfoque para tratar con Teherán”.

La celebración de la Copa del Mundo de Fútbol en 2022 en Catar también supone un aliciente importante para superar el conflicto por varias razones. La primera porque los ciudadanos saudíes y emiratíes querrán asistir al evento, y la segunda porque el evento puede suponer un impulso para el turismo en la región. De hecho, la FIFA tenía la intención de que el torneo contase con 48 equipos en lugar de los 32 habituales, pero es un desafío imposible para el país con las limitadas instalaciones con las que cuenta. Un torneo extendido necesitaría de colaboración regional, con Emiratos probablemente como coorganizador, pero la actual situación política lo impide.

Y por último, pero no menos importante, el impacto económico que el bloqueo causa a todos, como hemos visto previamente. Aunque el bloqueo puede estar beneficiando en términos de imagen exterior a Catar, en el largo plazo la paralización del comercio entre los países del Golfo puede tener consecuencias negativas.

Sin embargo, la situación parece apuntar a un permanente estado de tensión entre los dos bandos, cuya resolución parece difícil sin un cambio en el liderazgo de alguno de ellos. “Es difícil pensar en un cambio de orientación de la política exterior saudí mientras Mohamed bin Salman esté a cargo. También sería imposible pensar en que Catar acepte alguna de las imposiciones que los saudíes pretenden, y que han sido descartadas de plano desde el principio”, concluye el profesor Zaccara.