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En el nuevo ciclo de la vida política de Estados Unidos, el Partido Demócrata deberá saber jugar bien sus cartas para enfrentarse al actual presidente en las próximas y futuras elecciones.

 

El discurso del presidente de EE UU, Donald Trump, sobre el Estado de la Nación el pasado de 30 de enero ha sido clave y en un momento significativo al inaugurar una nueva etapa en la política estadounidense después de la victoria presidencial de los Republicanos. Lejos de la anécdota del protagonismo de la joven promesa del clan Kennedy, que acaparó la portada de todos los periódicos y hasta las revistas del corazón alrededor del mundo, este pequeño grande “precombate” ha sido muy bien elegido para abrir el debate sobre el futuro del Partido Demócrata en la era post Hillary. Así mismo, desde las presidenciales de 2017, los dos grandes partidos no habían tenido una oportunidad mejor para medir sus fuerzas en público y definir su nivel de preparación de cara las elecciones de noviembre de 2018, cuando se elijan al conjunto de los congresistas de la Cámara de Representantes, a más de 34 senadores y a varios gobernadores.

Aunque parezca una contradicción decirlo, en la era de Trump, la situación del partido Demócrata no es fácil. La elección del magnate del ladrillo y del show-biz (espectáculo) ha dado visibilidad a uno país que desde hacía años había sido dejado de lado por una política consensuada entre demócratas y republicanos, siguiendo la línea del ultraliberalismo y la mediatización del rol internacional del país como gobernante global. La arquitectura de poderes desde 1989, cuando empezó la presidencia de George Bush, se ha caracterizado por un cierto “turnismo”, entre los Bush y los Clinton, incluidos los Obama, como una extensión de la misma política del Partido Demócrata. Con la victoria de Donald Trump se rompió este ciclo y se abrió una nueva etapa, contradictoria o no, pero que deja al Partido del burro azul intentando buscar otras vías estratégicas para enfrentarse con éxito al presidente.

Es de dominio público que a una gran parte de la sociedad norteamericana le da igual la política exterior estadounidense. La mayoría de los votantes de Trump nunca han salido de su país, y algunos ni siquiera de su estado. ¿Si no saben dónde se encuentran Siria o Somalia en el mapa, como se les puede explicar por qué a EE UU le interesan estos países? Es uno de los primeros problemas a los que se enfrenta el Partido Demócrata en la búsqueda de nuevas estrategias -el discurso de uso doméstico, sin recurrir a temas de política exterior, porque esto ya no funciona-. El votante medio necesita un discurso directo, simple, que le diga lo que va a pasar en su pueblo mañana, que quiere su trabajo y su fondo de pensiones garantizados. Los demócratas tienen que buscar una respuesta a estas preguntas sin parecerse a los republicanos. Necesitan volver a seducir al americano de la calle.

Hasta qué punto lo podrán conseguir se verá en las elecciones del mes de noviembre. Los motores ya están calentándose, con las primarias de Texas (6 de marzo) y las de Illinois (20 de marzo) ya pasadas. Los próximos meses van a clarificar las dos mayores incógnitas — cómo va a ser el paisaje político estadounidense los próximos dos años y cuáles son las perspectivas demócratas para las siguientes elecciones presidenciales. En este momento, la Cámara de representantes se tiñe de rojo — los republicanos tienen una cómoda mayoría de 237 votos frente a los 193 de los demócratas y cinco vacantes. ¿Habrá un cambio radical? Difícil, pero no imposible. Depende de la calidad de las candidaturas y de su capacidad de recaudar más fondos para su campaña. Exactamente, en eso se medirán las fuerzas de un amplio abanico de candidatos. Dentro del partido existe un movimiento, que llegó a personalizar hace dos años el congresista por Ohio, Tim Rayan, reclamando una renovación de las filas y un mayor protagonismo para una nueva generación de políticos demócratas. En este sentido, no hay que olvidarse que la omnipresente líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, va a cumplir 78 años dentro de muy poco y, aunque esté en perfectas condiciones, hay interés por nuevas caras para cambiar la percepción que existe de estancamiento. Si los demócratas consiguen la mayoría en la Cámara baja, Pelosi, que explota al máximo su condición de mujer, seguramente podría sacar partido de esta victoria, a pesar del debate sobre su liderazgo.

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Nancy Pelosi, líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes durante un discurso en el Capitolio en Washington, Estados Unidos. (Alex Wong/Getty Images)

Dentro de esta línea estratégica, hay que tener en cuenta la elección de dos valores seguros, un joven Kennedy y una militante latina, como respuesta al discurso del Estado de la nación del presidente Trump. La participación de la delegada de Virginia, Elisabeth Guzmán, de origen peruano, no es sorprendente: simboliza los dos pilares inquebrantables del voto prodemócrata -las mujeres y la población hispana-. Es una clara declaración de intenciones del Partido Demócrata de seguir apoyándose en ellos, tanto en las próximas elecciones de noviembre de 2018, como en las presidenciales de 2020.

Por otro lado, Joseph Patrick Kennedy III, Joe en breve, tiene un perfil que reúne las características buscadas por Pelosi en este preciso momento: es joven, con reputación intachable y perteneciente a una de las grandes familias políticas americanas, que aún puede despertar los sentimientos de la clase media blanca. Ser un Kennedy es un arma de doble filo: por un lado, existe la nostalgia y la culpa de la sociedad estadounidense por el asesinato de un joven y carismático presidente, entremezclados con pizcas de glamur y tragedia griega y por otro, la insistente permanencia dentro del marco de la política tradicional del Partido Demócrata. En este sentido, hay que conciliar las dos tendencias, la que está cansada de los clanes y la otra que apoya la continuidad. Por eso, a Joe Kennedy, llamado “Generation Next” (siguiente generación) por el periódico The Boston Globe, todavía le queda un largo recorrido: si quiere aspirar a una real influencia y apoyo de las bases más allá de Massachusetts, necesitará un discurso distinto. Quizás, sería bueno intentar salir del acartonado cliché adjudicado por nacimiento y pensar en acentuar las cosas que le diferencian, como, por ejemplo, su preparación tecnológica que es un plus de cara al futuro. Eso de explotar apellidos o escenificar una lucha de clanes, ya es bien conocido, también por parte de los republicanos: hace dos semanas George P. Bush, hijo del antiguo gobernador de Florida, Jeb Bush y nieto del presidente George Bush Sr., acaba de ganar la batalla en las primarias para la reelección como comisionado de Tierras en el feudo republicano, el estado de Texas, con una holgada mayoría de 58 % de los votos.

Con un panorama tan incierto y una gran expectación por las muchas caras nuevas en las próximas legislativas estadounidenses, los demócratas se muestran bastante precavidos en sus opiniones sobre el futuro del partido. Una vez que la composición de las dos Cámaras se aclare en noviembre, tendrán que empezar a orientar sus esfuerzos hacía la campaña presidencial de 2020 y eso sí que va a ser muy complicado. A medio plazo se presentan tres grandes desafíos: el liderazgo del partido y su respuesta frente a las realidades americanas, encontrar candidaturas adecuadas y lidiar con Trump como oponente.

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Joe Kennedy, del Partido Demócrata, durante un discurso condenando el intento de Donald Trump de prohibir a los transgénero acceder al Ejército en Estados Unidos. lJustin Sullivan/Getty Images)

Como ya se ha dicho, se nota cierta ansiedad sobre el liderazgo del Partido Demócrata. Por el momento, de cara a las presidenciales del 2020 se barajan tres opciones: la continuación de Pelosi; un liderazgo estable transitorio, como, por ejemplo, del representante de Maryland, Steny H. Hoyer; o una renovación más ambiciosa, que ahora mismo se personaliza en el congresista neoyorquino, Joseph Crowley. Quizás, la decisión no dependa tanto de las personalidades, como del enfoque elegido por el partido para encarar una campaña muy complicada, como la que se espera para 2020.

En este sentido, los demócratas se enfrentan a un dilema para definir su posición sobre el presidente Donald Trump. Viendo cómo este último endurece su discurso y consolida su electorado, posicionándose como defensor del interés del pueblo norteamericano hasta para entrar en una nueva guerra comercial, el Partido liderado por Nancy Pelosi no tiene mucho margen de respuesta. Existen dos posibilidades: o se busca una candidatura fuerte e intachable, apoyada por todas las facciones, o se sacrifica a alguien para dar tiempo de prepararse para 2024.

Si el partido busca una candidatura fuerte, ahora es el momento más idóneo de empezar a promocionarla, palpando la reacción del electorado durante estos meses. ¿Qué perfil se adecuará mejor a las expectativas? Con el protagonismo reciente de las mujeres en las campañas contra los abusos laborales y el techo de cristal, siempre se puede optar por ellas. Se barajan nombres tan dispares que van desde la senadora de Massachusetts, Elisabeth Warren, gran nombre del ala centroizquierda, que hizo historia en la regulación financiera, pasando por Michelle Obama y Oprah Winfrey, hasta Sheryl Sandberg, la jefa de operaciones de Facebook, mundialmente conocida por su libro “Lean in “(“Vayamos adelante” en castellano), el bestseller del feminismo corporativo. En la zona más política del abanico, aparte de Warren, se pueden considerar algunos nombres como el de Kirstin Gillibrand, impresionante por su capacidad en recaudar fondos para su reelección como senadora de Nueva York o Amy Klobushard, antigua fiscal y dos veces senadora por Minnesota, un estado del centro de EE UU, donde últimamente los demócratas han perdido sus batallas.

Por otro lado, hombres candidatos nunca faltarán: Bernie Sanders, Joe Byden o Cory Booker, son los nombres que suenan más, o en la excéntrica línea de contraataque por el lado del mundo de los negocios, el antiguo CEO de Starbucks, Howard Schultz.

De momento, en el espacio público no existe una clara idea sobre quién se presentará exactamente y quien se abstendrá. Por ejemplo, en la corriente izquierdista del partido, la incógnita es si Bernie Sanders decidirá probar suerte una vez más. En este caso, según muchos analistas, es casi seguro que Warren no va a luchar contra él. Lo más importante en todo este puzle será quién se decidirá a entrar en una fea batalla verbal, llena de insultos, groserías y golpes bajos, que es la que le espera a quien se enfrente a Donald Trump. ¿Se podrá mantener un lenguaje adecuado, pero igual de cercano al electorado, sin rebajarse al nivel del contrincante? ¿Tendrá un partido en plena renovación, la capacidad de sincronizar posiciones, cerrar filas y organizar una verdadera y eficaz campaña en tan corto plazo? Para el Partido Demócrata será difícil construir una campaña de imagen y comunicación equilibrada en un espacio tan radicalizado, como son los EE UU de hoy. En función de la figura elegida como candidato se podrán ver las opciones, aunque es muy probable que se repita el guión del 2004, cuando a pesar de la brillantez de la candidatura de John Kerry (y del dinero invertido), George W. Bush logró su reelección.

Son muchas incógnitas que veremos resolviéndose, poco a poco, aunque puede ser que para algunas de ellas tengamos que esperar, desgraciadamente, hasta 2024.