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Trabajadores en un mercado de verduras en Chennai, India, febrero de 2020. ARUN SANKAR/AFP via Getty Images

Un obra necesaria que da más rigor y base científica a la economía del desarrollo.

Good Economics for Hard Times

Abhijit Banerjee y Esther Duflo

Publicaffairs, 2019

Cuando el pasado mes de octubre Esther Duflo y Abjhijit Banerjee recibieron el Nobel de Economía, las redes sociales, como no, tuvieron un nuevo trending topic del que hablar. Amor y odio, como ya viene siendo habitual, y muy pocas posiciones temperadas que intentaran analizar el alcance de sus postulados, con sus fortalezas y debilidades. Curiosamente, en este caso las críticas y las alabanzas venían desde una bancada y la contraria: de los más puristas ortodoxos de la economía de mercado y desde los márgenes de la economía heterodoxa. Y eso, en estos tiempos en que no nos cansamos de hablarnos a nosotros mismos, quiere decir que algo han hecho bien.

Cuando hace unos años cayó entre mis manos el libro Pooreconomics, tuve la sensación de que había descubierto algo maravilloso. Lo compré como por casualidad, sin saber muy bien a qué atenerme y conociendo muy poco, casi nada, de sus autores. Se mire por donde se mire era un soplo de aire fresco para el sector de la ayuda al desarrollo. Por primera vez alguien escribía algo que pretendía trascender, al menos superficialmente, las conclusiones a las que inexorablemente nos guían nuestras propias ideologías y sesgos. Un año después tuve la suerte de asistir a una de las clases de Duflo y el método me fascinó más aún, no porque creyera que había dado con la bala mágica para la definición de políticas y proyectos de desarrollo, sino porque el sector se merecía un poco más de rigor, y ellos parecían estar buscándolo.

Su propuesta, además, sonaba sólida. Uno: no existe tal cosa como la elección racional (fuck freakonomics), o al menos no en la simplificación absurda de la maximización del beneficio material con un acceso infinito a la información necesaria para la toma de decisiones. Dos: las decisiones de las personas (independientemente de sus niveles de ingresos) dependen de una infinidad de sesgos y del acceso a información que poseen; por ello es necesario entender las decisiones que toman y el porqué. Tres: la mejor forma de hacerlo es la experimentación del comportamiento de las personas a través del método científico de ensayos aleatorios controlados (RCTs en sus siglas en inglés) que nos permitan entender la actitud de la gente para poder definir estrategias más efectivas y eficientes.

Esta propuesta, con sus fortalezas y debilidades, es la que han intentado poner al servicio de algunos de los temas más acuciantes de nuestro tiempo en Good Economics for Hard Times. Y lo han hecho para contradecir muchos de los mitos y creencias que algunos economistas, y el público generalista, han dado por sentados de manera errónea. Intentando explicar temas tan complejos como el auge de las ideologías extremistas (especialmente las de extrema derecha), el racismo, los impactos del comercio o incluso el fin del crecimiento económico. Para ello, se centran en su forma de entender la economía: si se puede explicar con datos, existe. Todo lo demás, queda fuera.

¿Quiere decir esto que estén en lo cierto y que todos los problemas puedan analizarse y solucionarse en base a una mirada cuantitativa? No, y esto es fundamental para entender las limitaciones de su análisis y de su método. Los RCTs no pueden realizarse en todos los contextos, demandan capacidades que pocas organizaciones tienen, requieren una disponibilidad de datos que en ciertos entornos son implanteables y, sí, muchas veces pierden la perspectiva de la foto completa de un problema y de las perspectivas a largo plazo, pero por algún lado hay que empezar y Dufló y Banerjee han elegido su puerta de entrada. Que cada uno busque la suya.

El libro empieza pisando fuerte: ¿provocan las migraciones descensos salariales? ¿Son los migrantes los causantes de las calamidades de la clase baja de los países ricos? Esta pregunta, con una respuesta afirmativa en los labios de cualquier analista de barra de bar, es clave para entender la actual deriva xenófoba y el auge de partidos de extrema derecha en los países de la OCDE. Para responder, Banerjee y Duflo hacen lo que mejor saben hacer: analizar datos. Y la respuesta, como muchas de las que acompañan los capítulos del libro, nunca es obvia. En primer lugar porque los datos, como todo en ciencias sociales, tienen sus limitaciones: tanto metodológicas (reproduciendo sesgos tanto de la mirada del investigador, de los métodos de recolección… como aquellos más estructurales de la cultura dominante), como de su capacidad de extrapolación a una realidad diferente (pese a repetirlos y aleatorizarlos). Y, en segundo, porque la complejidad del tema hace que la respuesta no dependa de una única variable, sino de múltiples factores, muchos de ellos incuantificables y demasiado interrelacionados como para poder aislarlos. Pero, si de algo son conscientes los autores es de que su método, aunque ellos lo definan como un gold standard (modelo de referencia), tiene sus limitaciones, y asumiéndolas pueden dar respuestas parciales que, al menos, intentan acercarse más a la realidad para permitir una toma de decisiones más consciente, y en este caso su respuesta es firme: toda la evidencia científica demuestra que no existe ninguna relación entre migraciones y descensos salariales. Otra vez, la polémica está servida.

Otro de los grandes aportes del libro es el replanteamiento de los beneficios del comercio internacional a través del cuestionamiento del teorema Stolper-Samuelson, que afirma que las dos principales consecuencias del libre-comercio son: primero, que todos los países ganan y, segundo, que los países pobres reducen necesariamente sus desigualdades. Esta idea, que se ha hecho absolutamente dominante en el discurso internacional y que ha obviado los impactos negativos del comercio (tanto en los bienes comunes como en cuanto a lo que la distribución de costes y beneficios se refiere), es cuestionado por los ganadores del Nobel desde la primera página. Banerjee y Duflo, compilando evidencias de múltiples colegas con una mirada longitudinal, afirman que, si bien el comercio ha contribuido a mejorar la vida de la mayoría, al hacer un zoom territorial en los países empobrecidos esta tendencia no es tan clara y, de hecho, se puede observar una propensión a que los territorios más desfavorecidos pierdan el tren del desarrollo frente a aquellos que lo cogieron en primer lugar. Esto, explican, se debe a que los recursos, trabajo y capital (y especialmente dentro de este la tecnología), no se mueve tan rápido como parece y, además, se reproducen dinámicas territoriales que tienen influencias determinantes en el desarrollo de la economía y de las personas que de ellas, y en ellas, habitan. Por ello, concluyen, que “declarar el libre-comercio no es la bala mágica para provocar el desarrollo y la redistribución de las ganancias se ha mostrado extremadamente compleja y dispar”.

Otro de los aportes más interesantes, a la hora de contribuir a la generación de políticas públicas por y para la gente, y que está en la base de todas las temáticas tratadas en el libro, es la distinción entre las necesidades de las personas y sus gustos o preferencias. Esta distinción, argumentan, es clave para entender muchas de las dinámicas que actualmente amenazan el sistema democrático (repunte de las ideologías xenófobas, populistas o excluyentes), o incluso a la sostenibilidad del planeta debido al cambio climático. Los quieros son influenciables y estas influencias reflejan las asimetrías de poder de los diferentes agentes y de las decisiones que estos toman en función de ellas. Una perspectiva que quizás se ve mermada por el foco que los autores ponen en los datos, dejando de lado una visión más cualitativa del funcionamiento sistémico de la sociedad y las instituciones que las condicionan (entendidas estas como conjunto de normas que regulan la sociedad).

Pero si por algo es importante Good Economic for Hard Times, no es por dar una respuesta única a los problemas sociales a través de la economía, sino por mostrar la complejidad de las respuestas y la enorme escala de grises sobre las que se mueven las ciencias sociales (con la economía a la cabeza). Esto no está reñido con el intento de tecnificarlas y buscar una mayor base científica que permita acercarse con mayor exactitud a una realidad que trasciende las hojas de Excel. Por eso, aunque enormemente limitada, como no podría ser de otra manera en un mundo de complejidad infinita, la visión de Duflo y Banerjee es más que bienvenida. Y no, si alguno se lo plantea, no han dado con la bala mágica, como ninguno de sus predecesores, (¿quizás porque no existe?) pero han traído más rigor a una materia, la economía del desarrollo, que estaba muy necesitada del mismo y, por encima de todo, han tornado la mirada hacia donde de verdad se necesita: a la constatación de que la economía solo sirve si sirve a los que más lo necesitan.