El sureste de Turquía –también conocido para muchos prokurdos por el Kurdistán turco– vive estos días una ola de violencia que en su brutalidad no se conoce desde hace al menos dos decenios.

Un militante kurdo armado tras una barricada en el distrito Sur de la ciudad de Diyarbakir. Ilyas Akengin/AFP/Getty Images
Un militante kurdo armado tras una barricada en el distrito Sur de la ciudad de Diyarbakir. Ilyas Akengin/AFP/Getty Images

En junio de 2015 –con un atentado suicida en Suruc, sureste de Turquía que mató a 33 jóvenes prokurdos y socialistas– el proceso de paz del Gobierno turco con la organización armada Partido de los Trabajadores del Kurdistán, el PKK, fue dado por liquidado.

Desde entonces y después de más de dos años de alto del fuego, los enfrentamientos entre fuerzas de seguridad turcas y miembros o simpatizantes del PKK se han reanudado.  Según la organización turco-kurda Asociación de los Derechos Humanos (IHD), al menos 523 personas han muerto; 171 miembros de las fuerzas de seguridad turcas, 195 militantes prokurdos y 157 civiles.

Además, los toques de queda han tenido lugar en varias ciudades del país, sobre todo en los distritos donde el partido de izquierdas y prokurdo de los Pueblos Democráticos (HDP) goza de una muy elevada intención de voto. En el distrito de Sur, en el centro histórico de la ciudad de Diyarbakir, el toque de queda ya ha llegado –de forma continuada– a su día número 34.

Los hechos se repiten: donde militantes prokurdos llaman a la autonomía (özyönetim), el Estado turco no tarda en crear una zona OHAL (Olağanüstü hal, estado de emergencia).

Pero, ¿qué pasa exactamente cuando se crea una zona de emergencia en el sureste? ¿Por qué insisten muchos –no todos– prokurdos en crear distritos bajo gobierno propio?

 

Sobre el terreno

También a escasos días de las elecciones anticipadas del pasado noviembre, los toques de queda en varias ciudades del sureste turco reflejaban de nuevo la polarización entre los kurdos y Ankara.

Así, cuando Baltan volvió a su apartamento, en el sexto piso de un humilde edificio de residencias, lo encontró lleno de boquetes en la cocina y el salón debido a disparos de mortero. Había estado cuatro días fuera –lo que duró el toque de queda– del distrito Sur de Diyarbakir.

“Lo que quieren el Presidente y el Primer Ministro [turcos] es la guerra. Nadie desea eso aquí, lo que queremos es una solución, queremos la paz”, aseveraba entonces Baltan, un panadero de 51 años y con dos hijos.

Por doquier, en una zona que se extiende hacia muchas callejuelas, casquillos de balas y agujeros de disparos. Las pintadas que llamaban a la resistencia, sobre todo las pertenecientes al Movimiento de la Juventud Patriótica y Revolucionaria (YDG-H) –las Juventudes del PKK– habían sido borradas por la fuerza. Durante el toque de queda, que duró hasta el 13 de octubre, unos 6.000 hogares en Sur tuvieron que ser evacuados solo en esta zona y se calcula que unas 20.000 personas fueron desplazadas.

La enemistad hacia el Estado en este distrito es patente, tanto es así que varios vecinos de la zona utilizan “ISID” –acrónimo en turco para el Estado Islámico– como sinónimo de las fuerzas especiales turcas. Y no solo por su indumentaria de azabache. Hasta que cesaron los enfrentamientos, varios civiles –entre ellos Helin Hasret Sen, una chica de 12 años, habían muerto, así como dos geos turcos.

Las fuerzas especiales turcas dejaron un llamativo recuerdo: “¡Alá es suficiente para todo! Llegaréis a ver el poder turco”. La firma “Equipo Esedullah (de los leones de Alá)" sonaba entonces extraña, pero ahora ya es célebre en Turquía. Todo apunta a una fracción de peso en las fuerzas especiales formada en gran parte por no-turcos y que se comporta de una manera similar a la marea negra del Estado Islámico.

En todo caso, la enorme pintada de “¡Alá es suficiente para todo!”, negro sobre fondo verde (el color del islam), se encontraba a finales de octubre justo en frente de la mezquita Fatih Pasa o Kursunlu, erigida en el siglo XVI, del distrito Sur. A la altura de un primer piso, para ser bien visible ante los feligreses después de la oración. Las paredes del templo sagrado que dan a la calle de la pintada se encontraban entonces cercenadas por las balas.

Varios trabajadores de la municipalidad se encontraban en la zona y se esforzaban para que los informadores que pululaban por las calles el día después comunicáramos a la vuelta una historia de buenos –los jóvenes del PKK– y malos, los otros combatientes.

Pero había otras voces –y disentían. “Los dos bandos no tienen razón y nos dejan arruinados. Son musulmanes luchando contra musulmanes. Solo queremos la paz, que esto se acabe de una vez. No hemos podido abrir las tiendas debido al miedo”. Los cuatro días del temor dejaron a Ramazan Caglak, un peluquero de 20 años, con unas 300 liras turcas (unos 93 euros) de pérdida –y eso duele.

Una mujer camina por las calles del distrito Sur en Diyarbakir. Ilyas Akengin/AFP/Getty Images
Una mujer camina por las calles del distrito Sur en Diyarbakir. Ilyas Akengin/AFP/Getty Images

Y había incluso aquéllos que defendían al Estado turco en el distrito de Sur. “Todo ha empezado con los jóvenes de las YDG-H. Comenzaron a aparecer con armas en las calles y a controlar a la gente. Lo hemos visto, vivimos aquí. Amenazan a gente que son como ellos: kurdos”, aseveraba Sahit Tir.

“Los ruidos aterrorizan a la gente, nos dejan sin paz”, enfatizaba este comerciante de 34 años que aboga por un “Kurdistán islámico”. Y se declaraba votante del “Hüda Par” –el brazo político y legal de la Hezbolá turca, una organización armada que, experta en muerte por tortura y apoyada por Ankara en los 90, fue uno de los elementos fundamentales de la guerra sucia contra los militantes del PKK y sus fuentes de financiación.

“¿Por qué se declara el toque de queda? Porque el Estado debe responder a una nueva táctica del PKK. El miembro de la banda aparece por las calles vestido de civil, con un arma en la mano. Y hay civiles en esa calle. La posibilidad de que, si el Estado actúa en respuesta, se produzcan bajas civiles es muy alta. Y ese es el plan.”, explicaba el que lo decide respecto a Sur: Galip Ensarioglu, diputado por Diyarbakir del Partido de la Justicia y Desarrollo, AKP, con raíces islamistas.

“Proclamando la autonomía [en diferentes zonas del sureste], [la organización armada] está yendo por primera vez a un nuevo concepto de guerra. Haciendo barricadas en las calles, poniendo trampas con bombas, todo ello son hechos de un nuevo sistema [empleado por la banda]”, enfatizaba Ensarioglu.

 

¿Vuelta a la guerra civil?

Pese a los argumentos del Estado y el clima de violencia imperante, las zonas que optaron por la autonomía volvieron a votar mayoritariamente al HDP en las pasadas elecciones de noviembre.

A finales de ese mes, de nuevo en el distrito Sur de Diyarbakir, fue asesinado  el abogado y activista prokurdo Tahir Elci, abatido por un único disparo en la nuca a plena luz del día. Había pasado exactamente un mes y medio después de haber pronunciado la frase “El PKK no es una organización terrorista” en un debate político retransmitido en directo.

Elci estudiaba precisamente los toques de queda que han sido impuesto por las autoridades turcas en varias localidades del sureste. Por citar algunas: Cizre, Silvan, Bismil y Nusaybin.

En el momento de la muerte de Elci, en el lugar de los hechos se producía un enfrentamiento a tiros entre miembros de las fuerzas de seguridad turcas vestidos de civil y militantes prokurdos.

Elci se había distinguido por jugar, como aseveró el mismo día de su muerte Emma Sinclair-Webb, investigadora senior de la ONG Human Rights Watch, “un papel central representando víctimas de violaciones de derechos humanos y [siendo] crítico de tácticas abusivas –ya fueran perpetradas por el Estado o por grupos armados”. En plata: también criticaba a miembros o simpatizantes del PKK.

Pero sobre todo diciembre ha sido nefasto para las esperanzas de una solución negociada al contencioso kurdo. Sin ir más lejos, la mezquita Fatih Pasa ardía en la primera semana de diciembre y ambos bandos se echan mutuamente la culpa.

Las escenas actuales de varias zonas del sureste asemeja así a las de una guerra civil: decenas de miles de desplazados –200.000 según el HDP–, tanques disparando en centros urbanos, soldados armados profusamente registrando casas con patadas en la puerta, calles de zanjas, cascotes e impactos de bala por doquier.

Solo en la zona de Cizre, ya muy diezmada, unos 103 supuestos miembros del PKK han muerto en combates con soldados turcos a finales de diciembre. Desde que comenzaron las operaciones hace apenas un mes, son ya 261 los “terroristas neutralizados” en las zonas del toque de queda, según el Alto Mando de Ankara.