USA1200
Manifestantes contrarios a las políticas de inmigración del presidente Donald Trump, protestan frente a la oficina de Inmigración de Estados Unidos. (Drew Angerer/Getty Images)

La complejidad del debate entre reunificación familiar e inmigración meritocrática en un país que presume de tener un mercado laboral basado en el mérito, pero que debe su desarrollo empresarial y su espíritu emprendedor a todos los inmigrantes que han llegado durante años. ¿Cómo plantean este reto Demócratas y Republicanos?

En su respuesta al discurso de Trump sobre el estado de la Unión, en representación del Partido Demócrata, el representante Joe Kennedy (de esos Kennedy, sí) pronunció unas breves palabras en español: “Ustedes son parte de nuestra historia. Vamos a luchar por ustedes y no nos vamos a alejar”. Hace unos días, Nancy Pelosi rompió un récord de la Cámara de Representantes al hablar durante más de ocho horas en las que contó historias de jóvenes inmigrantes indocumentados. Estos no son más que dos ejemplos que subrayan la importancia que da hoy el Partido Demócrata al problema de la inmigración, sobre todo en la medida en que afecta a su base, cada vez mayor, de votantes hispanos: el 64% de dicha minoría se identifica con los demócratas o al menos se inclina hacia ellos, mientras que solo el 24% lo hace hacia los republicanos. El número de hispanos en Estados Unidos era de 58 millones en 2016, alrededor del 18% de la población total.

Mientras los demócratas tienen cuidado de prestar atención a los hispanos, las bases republicanas de Trump siguen siendo mayoritariamente blancas, y muchas de esas personas están incómodas con la inmigración y con la percepción de que la situación de los blancos está empeorando. Aunque “el muro” es una idea más bien simbólica, Trump y los republicanos se toman muy en serio restringir la inmigración, y el comentario que hizo de que preferiría que hubiera más inmigrantes noruegos y menos de esos “países de mierda” africanos fue muy revelador y delató sus sentimientos racistas.

La inmigración ocupa el centro del debate actual en el Congreso de Estados Unidos, que ha incluido la amenaza y la realidad del cierre de la Administración. Los demócratas defienden la ley de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA en sus siglas en inglés), que ofrece una vía para obtener la nacionalidad a los inmigrantes sin papeles que llegaron a Estados Unidos de niños, y el sistema actual de inmigración, por el que la mayoría de los inmigrantes que llegan al país lo hacen patrocinados por un familiar que ya es ciudadano o tiene el permiso de residencia (la tarjeta verde). Trump y los republicanos quieren instaurar un sistema meritocrático que seleccionaría a los beneficiarios del permiso en función de las necesidades del mercado de trabajo. También quieren acabar con la lotería en la que se sortean esos permisos. Y luego está el amado muro de Trump. Según los momentos, dice que quiere un “muro enorme y precioso” o puede haber variado su postura. Los dos partidos están desesperados por cumplir sus promesas a los votantes y, en el proceso, parecen haber entablado una especie de guerra subsidiaria entre DACA y el muro.

En realidad, el debate fundamental es sobre la oposición entre la reunificación familiar y la meritocracia como criterio para aceptar a los inmigrantes. Trump ha decidido acabar con la primera, que denomina “inmigración en cadena”. También quiere eliminar el famoso sistema de lotería de visados. A pesar de su nombre, la lotería no consiste en “repartir al azar permisos de residencia sin tener en cuenta las aptitudes, los méritos ni la seguridad de nuestro pueblo”, como dijo Trump en su discurso sobre el estado de la Unión. Este sistema existe desde 1990 y su objetivo es diversificar la procedencia de la población inmigrante. Se selecciona a personas procedentes de países de los que han llegado pocos inmigrantes en los cinco años anteriores. Luego, los solicitantes deben cumplir unos requisitos mínimos de educación y experiencia laboral. Entre ese grupo de candidatos se escoge de forma aleatoria a los “ganadores”, que deben pasar una investigación del Gobierno estadounidense —junto con su cónyuge y sus hijos— antes de poder entrar en el país.

La reunificación familiar se remonta a hace más tiempo, a la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965. Es curioso que el propósito original de los demócratas sureños, conservadores y racistas que propusieron la ley fuera que la población siguiera siendo mayoritariamente blanca y de origen europeo. Fue la respuesta al llamamiento que había hecho el presidente Johnson a implantar un sistema de inmigración basado en el mérito, que los conservadores pensaban que favorecería en exceso a los inmigrantes de otras razas.

USAmuro
Familias separadas se encuentran en el muro de separación de EE UU y México en señal de protestas por las políticas de inmigración de Estados Unidos. (Herika Martínez/AFP/Getty Images)

Antes de que existiera esa ley, desde la Ley de Inmigración de Emergencia de 1921, Estados Unidos tenía unas cuotas muy restrictivas que fijaban el número de inmigrantes de cada país. Fueron las primeras restricciones cuantitativas a la inmigración, y su objetivo también era que la composición demográfica de Estados Unidos siguiera siendo mayoritariamente blanca. En 1960, siete de cada ocho inmigrantes seguían llegando de Europa, de modo que los impulsores de la política de reunificación familiar pensaron que esa medida prolongaría la tendencia. Sin embargo, en la época en que se eliminaron las cuotas y empezó a utilizarse el criterio familiar, la economía europea estaba en plena expansión, por lo que había menos gente que quisiera emigrar a Estados Unidos. El vacío lo llenaron personas llegadas de Asia y Latinoamérica y, en la actualidad, alrededor de dos tercios de los inmigrantes legales en Estados Unidos han entrado gracias a la reunificación familiar.

Las políticas de reunificación familiar son frecuentes en el mundo, pero la de Estados Unidos es de las más generosas, porque permite a los poseedores del permiso de residencia permanente llevar a su cónyuge y a sus hijos solteros. Los ciudadanos estadounidenses pueden llevar incluso a más familiares, incluidos los hijos casados de cualquier edad, los padres, los hermanos, los novios y los hijos del novio o el cónyuge, siempre que tengan menos de 21 años y estén solteros.

El argumento en su favor es que las familias se ocupan de los recién llegados y les ayudan a adaptarse a la cultura estadounidense. Aunque a los demócratas no les guste la expresión que utiliza Trump, “inmigración en cadena”, lo cierto es que aparecía ya en textos académicos de los 70 como un término descriptivo y neutral. Pero ahora, en el último año, ha adquirido un matiz peyorativo, se ha convertido en “arma”, según The New York Times, en la línea de los comentarios negativos que suele hacer el presidente sobre sus adversarios. Resulta irónico que, más de 50 años después, la reunificación familiar esté impulsando la inmigración no blanca y la respuesta de los conservadores sea proponer un sistema meritocrático, algo de lo que no se había hablado en serio desde la presidencia del demócrata Johnson.

Más irónico aún: las personas que defienden hoy la reunificación familiar son precisamente a las que se pretendía impedir la entrada con su creación. DACA es importante porque, en la práctica, permite a esos nuevos ciudadanos incorporar a más familiares, en particular a los padres que los llevaron a Estados Unidos cuando eran niños. Muchos conservadores piensan que todos los inmigrantes que no tienen papeles deben volver a su país de origen y someterse al proceso legal de inmigración, que puede durar entre tres y diez años. A los progresistas les parece aberrante obligar a personas que han crecido y se han educado en Estados Unidos a irse a unos países de los que muchas veces no conocen ni la lengua. Un sondeo reciente de Pew Research muestra un amplio apoyo (74% de los estadounidenses) “a que se conceda estatus legal a los inmigrantes traídos a Estados Unidos ilegalmente”, y el 60% se opone a ampliar el muro fronterizo entre Estados Unidos y México.

USAprotrump
Manifestantes a favor de las políticas de inmigración de Donald Trump en Los Ángeles, California, Estados Unidos. (Mark Ralston/AFP/Getty Images)

Aunque la alternativa entre DACA y el muro da pie a titulares atractivos y es buen señuelo para las páginas web, el debate entre reunificación familiar e inmigración meritocrática es mucho más sutil y complejo, especialmente porque Estados Unidos presume de ser un país y un mercado laboral basado en el mérito. El sistema que deja entrar a gente para llenar los huecos en el mercado de trabajo tiene muchos aspectos lógicos. Pero, para un país que debe su desarrollo empresarial y su espíritu emprendedor a todos los inmigrantes que han llegado durante años, es arriesgado modificar esa política. Este podría ser un debate interesante y lleno de matices si no fuera por las elecciones legislativas de noviembre, que están espoleando la necesidad inmediata de los dos partidos de satisfacer a sus votantes.

Normalmente, se pensaba que los cambios demográficos en Estados Unidos favorecerían a los demócratas, que pretendían contar con una coalición reforzada de votantes afroamericanos, hispanos y asiáticos, además de las mujeres y los jóvenes. Pero esa evolución no produjo los resultados esperados en 2016. La participación de los hispanos no aumentó e incluso disminuyó ligeramente, 47,6% frente al 48% de 2012. Aunque no es una caída como la del voto negro, 7 puntos, fue todo lo contrario de lo que esperaban los demócratas ante un candidato republicano que había insultado a los hispanos descaradamente. Fueron más los hispanos que no votaron, 14 millones, que los que acudieron a las urnas, 12,7 millones. Para los demócratas es una batalla constante, porque ganan o pierden las elecciones dependiendo de la participación de los hispanos, los negros y los jóvenes, que suelen ser inconstantes. Sí hubo un ligero incremento de los votantes asiáticos.

Aunque los miembros de minorías que pueden votar en Estados Unidos son cada vez más numerosos, el 31,1% de todos los votantes, el último censo mostró que su participación parece estar disminuyendo y ahora es de solo el 26,7% del censo electoral. O quizá es que la participación sin precedentes que hubo en 2008 —y que disminuyó en 2012 y 2016—, cuando resultó elegido Obama, no fue más que una anomalía motivada por él personalmente, del mismo modo que Trump es quizá la única persona capaz de ser presidente y tuitear las cosas que tuitea.

En cualquier caso, para ganar las elecciones presidenciales estadounidenses, va a seguir siendo necesario captar los votos de una amplia coalición de electores. Las elecciones de mitad de mandato al Senado y la Cámara de Representantes, que se celebrarán este año, quizá den la victoria a candidatos con mensajes dirigidos a sectores más concretos, en función de sus estados o sus distritos. Pero a los dos partidos se les pide que cumplan sus promesas. La gente de Trump teme que, si no se construye el muro, la victoria en 2020 esté en grave peligro. Y los demócratas necesitan saber cómo motivar a los hispanos para que acudan a votar.

Cuando Trump dijo que “los estadounidenses también son soñadores” durante su discurso sobre el estado de la Unión, alimentó aún más las divisiones. Si el Congreso pudiera tener, por fin, un debate serio sobre la disyuntiva entre reunificación familiar e inmigración basada en el mérito, quizá sería posible avanzar. Pero resultaría poco atractivo como material de titulares. En lugar de ello, los estadounidenses se encuentran ante una falsa elección entre construir el muro para no dejar entrar a los malos o proteger a las familias. Por ahora, los republicanos controlan las dos Cámaras del Congreso y la Casa Blanca, así que los demócratas harían bien en suavizar la retórica con sus bases y tratar de ampliar esta conversación y convertirla en algo más sensato.

 

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia