Chiíes congregados para el rezo Eid al-Adha en la mezquita del Imán Ali en Najaf, Iraq. (Karar Essa/Getty Images)

The Caliph and the Imam

Toby Matthiesen

Oxford University Press, 2023

Cómo la relación histórica entre estas dos concepciones del islam ha impacto en la evolución de la religión y en la política de Oriente Medio, y más allá.

Este es un libro que tiene un alcance histórico y geográfico verdaderamente ambicioso, un relato muy detallado de la íntima, y en ocasiones también violenta, relación entre los suníes y los chiíes, que ha dado forma al islam desde sus primeros días y sigue haciéndolo hoy. El asombro manifestado por muchos comentaristas ante el intento más reciente de negociar un modus vivendi menos conflictivo entre Irán y Arabia Saudí, dos de los principales abanderados de estas dos grandes concepciones de la fe islámica, ha puesto en evidencia la ignorancia que existe en Occidente, en general, sobre este tema. Lo cierto es que, desde la caída del sha y el triunfo de la República Islámica de Irán en 1979, el mundo ha sido testigo de un violento enfrentamiento entre dos formas del islam y, quizá para ser más exactos, dos fuerzas políticas que utilizan esta religión y un conflicto de más de 1.000 años de antigüedad para expresar su hostilidad.

Irán, que hasta 1979 tenía una imagen positiva en Washington y las capitales europeas, se convirtió en el demonio porque contribuyó a desencadenar en Oriente Medio unas fuerzas que alteraron el statu quo de forma muy inesperada, salvo para unos cuantos observadores especializados. En 1979 muy poca gente había oído hablar del imán Jomeini fuera de Oriente Medio y, cuando lo expulsaron de Irán y el presidente Valery Giscard d’Estaing aceptó darle refugio en Francia, en lugar de tener que irse a Argelia, lo hizo con total ignorancia sobre quién era aquel hombre y sobre la fuerza que estaba cobrando la oposición a la monarquía iraní.

Esa ignorancia ha seguido caracterizando muchas actitudes occidentales hacia el mundo árabe; el ejemplo más reciente son las revueltas árabes de 2011. Hasta hace muy poco, muchos observadores estaban convencidos de que Túnez avanzaba hacia la democracia, cuando en realidad la contrarrevolución comenzó inmediatamente después de que cayera el líder egipcio Hosni Mubarak en febrero de 2011. Las autoridades occidentales no previeron que el colapso del régimen libio desencadenaría una oleada de inmigración ilegal sin precedentes hacia la UE y desestabilizaría los países del Sahel, en el cinturón sahariano de África.

El estudio de Toby Matthiesen utiliza fuentes primarias y llega hasta India, un país que suelen omitir los especialistas en Oriente Medio. La relación entre los suníes y los chiíes en el subcontinente durante el periodo mogol es fascinante y me ha enseñado muchas cosas. No hay nada superficial en este libro; el autor muestra una y otra vez de qué forma, durante 1.400 años, las dos corrientes, que no eran en absoluto unas construcciones ideológicas rígidas, consiguieron hacerse hueco, una enfrente de otra, en la enorme zona geográfica que abarca. Es un dato que invita a la reflexión, puesto que lo habitual ha sido analizar el conflicto entre Irán y Arabia Saudí o el conflicto entre Irán e Irak como una cuestión de blanco y negro.

Reconozco que, a veces, el lector se pierde en la enorme complejidad de las rivalidades dinásticas y los enredos religiosos e ideológicos. Es llamativo hasta qué punto la religión, o sus numerosas interpretaciones, se instrumentalizan en beneficio del poder político de cada momento. El instante en el que los gobernantes persas aceptaron a los chiíes fue un punto de inflexión, dado que, en la actualidad, Irán encarna la versión chií del islam. No conviene ignorar la historia. Cuando, en vísperas de la invasión estadounidense de Irak, se pidió a un célebre profesor estadounidense que explicara la historia del país a un amigo del secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, el profesor señaló que unas elecciones libres colocarían a los chiíes —mayoritarios en el país— en el poder por primera vez en un milenio, lo que aumentaría la influencia de Teherán, entonces y ahora archienemigo de Estados Unidos, a lo que el ex jefe de gabinete del vicepresidente estadounidense Dick Cheney, Lewis ‘Scooter’ Libby, respondió: “Ustedes entienden la historia, nosotros la hacemos”.

Este libro deberían leerlo todos los expertos en Oriente Medio, aunque debo decir que algunos detalles de hechos que ocurrieron hace 1.000 años me dejan confuso. Pero The Caliph and the Imam señala una verdad incontestable: las tensiones aparecen cuando la identidad religiosa se inmiscuye en la política. En una época en la que la versión Estado-nación inventada por Occidente acabó dominando el mundo, era inevitable que las tensiones fueran cada vez más frecuentes y violentas.

Una cuestión especialmente interesante que aborda el autor es la institucionalización de las divisiones sectarias que llevaron a cabo los imperios musulmanes y la dominación colonial. Después, la revolución de 1979 y la guerra de Irak de 2003 llevaron ese sectarismo a la política. Daesh trató de unir a los chiíes de los Estados del Golfo para que se alzaran contra sus amos suníes y dejó claro su odio a Arabia Saudí, aunque otros pensaran que el autoproclamado Estado Islámico era la vanguardia suní contra el régimen de Bachar al Assad. Rusia —la antigua y la nueva—, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia han intentado unir o separar aprovechando las divisiones entre chiíes y suníes.

En medio de toda esta confusión, hace mucho que se olvidó el motivo original de la división. En el año 632 d.C., poco después de morir el profeta Mahoma, estalló entre sus seguidores una lucha para sucederle. La mayoría de los musulmanes sostenía que los líderes de esta religión debían ser elegidos por las élites de la comunidad y gobernar como califas; eran los que pasaron a llamarse suníes. Otros creían que Mahoma había designado como sucesor a su primo y yerno Alí y que, por consiguiente, los descendientes de él debían dirigir a la comunidad en calidad de imanes. Que semejante división siga en vigor en el mundo moderno, tanto tiempo después, es extraordinario, pero el petróleo ha dado un papel protagonista a Oriente Medio durante el último siglo y la creación del Estado de Israel complicó todavía más la cuestión. Lo que es indudable es que “las enormes intervenciones militares y políticas que siguieron a los atentados del 11-S desencadenaron unos procesos que volvieron a polarizar las relaciones entre Arabia Saudí e Irán y entre los suníes y los chiíes en general”. Que 15 de los 19 secuestradores del 11-S fueran saudíes y actuaran a las órdenes de Osama Bin Laden, que formaba parte de la élite saudí, desconcertó a muchos. Los neoconservadores del gobierno de George W. Bush aseguraron que la culpa era en parte del autoritarismo de la región y que las intervenciones militares abrirían la puerta a un “Nuevo Oriente Medio” de democracias prooccidentales (que llegarían a un acuerdo de paz con Israel).

La invasión de Irak no solo se fundamentó con mentiras, sino que malinterpretó de forma deliberada la responsabilidad de los atentados y, más en general, la historia de Oriente Medio. Es frecuente que los dirigentes políticos desprecien la historia, pese a que esta debería inspirar sus decisiones. Como deja claro el comentario de Lewis ‘Scooter’ Libby mencionado anteriormente, los dirigentes estadounidenses están orgullosos de ignorar la historia, ellos la crean. Es evidente que las divisiones entre suníes y chiíes todavía darán muchas vueltas en los años y siglos venideros. Mientras tanto, con este libro tenemos un análisis autorizado de esta extraordinaria historia.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.