Dentro de cada cultura, existe un dominio público, una zona sin abogados, no regulada por las normas de los derechos de autor, y que ha sido fundamental para la difusión y el desarrollo del trabajo creativo. Es la parte que se cultiva sin que nadie tenga que dar permiso. Este ámbito público siempre ha coexistido con el privado. Gracias a los incentivos de mercado que crea, el dominio privado también ha producido una extraordinaria riqueza creativa en todo el mundo. Es esencial para el desarrollo de las culturas.
Tradicionalmente, la ley ha mantenido el equilibrio entre estas dos esferas. La vigencia de los derechos de autor era relativamente corta, y su alcance era esencialmente comercial. Sin embargo, un cambio fundamental en la dimensión y el carácter de las leyes de propiedad intelectual, inspirado por una transformación radical de la tecnología, pone ahora en peligro ese equilibrio. Las tecnologías digitales han hecho que sea fácil –demasiado– difundir sin autorización la labor creativa producida en el ámbito privado. La piratería se extiende en las autopistas de la información. Ante ello, los redactores de normas (tanto legisladores como especialistas en tecnología) han elaborado una variedad de armas sin precedentes, legales y tecnológicas, para librar la guerra contra los piratas y devolver el control a los propietarios de la cultura. Pero el dominio que van a permitir esas armas es mucho mayor que cualquier cosa que hayamos visto. Por ejemplo, EE UU ha aumentado de forma radical el alcance de la normativa sobre derechos de autor. Y, a través de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, los países ricos ejercen presiones para imponer restricciones aún mayores al resto del mundo. A estas medidas legales pronto se unirán unas tecnologías extraordinarias que garantizarán a los propietarios de la cultura un control casi perfecto sobre el uso de su propiedad. Todo equilibrio entre lo público y lo privado desaparecerá. El dominio privado devorará el público. Y el cultivo de la creatividad y la cultura estará dictado por quienes afirman ser sus dueños. No cabe duda de que la piratería es un problema importante, pero no es el único. Los dirigentes han perdido ese sentido de equilibrio. Se han dejado seducir por una visión de la cultura que mide la belleza en entradas vendidas. Por lo visto, no les preocupa un mundo en el que, para cultivar el pasado, sea necesario el permiso del pasado. El peligro permanece invisible para la ... |
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