"Bueno”, dijo Jörg Haider con una sonrisa ligeramente desagradable, “¿le gusta el nuevo dinero-esperanto?”. Entrevisté al líder del Partido de la Libertad austriaco a principios de 2003, en un momento en el que había aplaudido a Sadam Husein y mostrado su apoyo a los terroristas suicidas en Israel y Palestina. Su comentario sarcástico sobre el euro, recién introducido, me hizo querer creer todavía más en la nueva moneda. Estaba haciendo un largo viaje como reportero por Europa y me había emocionado utilizar en París, por la noche, el mismo dinero que había usado para pagar a un taxista en Berlín por la mañana. Me acordaba de que el acuerdo franco-alemán sobre el carbón y el acero que había constituido el núcleo del proyecto europeo se había elaborado para hacer que la guerra en el Viejo Continente fuera “materialmente imposible”. El día de Año Nuevo de 2002, de pronto, se pudo emplear la misma moneda en Finlandia que en Grecia (que renunció a la denominación monetaria más antigua del mundo: el dracma). ¿Por qué iba a prestar atención a comentarios desdeñosos sobre el tema, sobre todo si venían de un hombre que no estaba totalmente conforme con el resultado de la Segunda Guerra Mundial? Mis prejuicios internacionalistas no son una cosa por la que sienta que debo pedir disculpas, ni siquiera ahora. Recuerdo cómo me retorcí de vergüenza cuando Norman Lamont, ministro de Hacienda del Gobierno de John Major, volvió de Bruselas con la fantástica noticia de que había conquistado el derecho a conservar el rostro de la Reina en cualquier versión británica de los billetes de euro. Si los alemanes podían hacer el extraordinario sacrificio de renunciar al marco, su gran triunfo de posguerra, ¿por qué había que quejarse a propósito de la enseña de la Casa de Windsor? Estaba deseando enseñar a mis hijos la vieja moneda británica, igual que guardaba en una caja sentimental el viejo sistema de monedas británico que agujereaba nuestros bolsillos antes de que pasáramos al método decimal.
Y ahora, después de todo, no puedo acabar de creer que mis hijos, o los hijos de mis hijos, vayan a usar el dinero-esperanto. La idea de la moneda común parece haber retrocedido con tanta rapidez como comenzó. La probabilidad de que haya más países que adopten el euro se ha vuelto remota desde que franceses y holandeses rechazaron la Constitución Europea este mismo año. Pero, sobre todo, existe una ... |
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