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Soldados en las calles de Puerto Vallarta (México) durante la cumbre de la Alianza del Pacífico en julio 2018. (Alfredo Estrella/AFP/Getty Images)

La Alianza del Pacífico se enfrenta al desafío de continuar avanzando en el ritmo de integración y de interacción con Brasil y el MERCOSUR en medio de los cambiantes vientos políticos de la región.

La cálida ciudad turística mexicana de Puerto Vallarta acogió la decimotercera cumbre presidencial de la Alianza del Pacífico —una agrupación regional de comercio cada vez más importante que engloba a México, Chile, Colombia y Perú— el pasado julio. La reunión tenía como objetivo perfilar el futuro de la integración regional. El anfitrión, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, pareció deleitarse con la oportunidad que le brindaba la cumbre para alejarse de las polémicas conversaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte —conocido como NAFTA por sus siglas en inglés— y dialogar con un conjunto de socios más afines. Aun así, el hecho de que las dos mayores economías de la Alianza del Pacífico —México y Colombia— estuvieran representadas por presidentes a punto de terminar sus mandatos puso de relieve hasta qué punto el futuro de este bloque comercial sigue siendo tan incierto como aspiracional.

La Alianza del Pacífico ha demostrado una notable vitalidad desde su lanzamiento en 2011, lo que le ha permitido avanzar pese al grado de incoherencia interna que ha sufrido el grupo desde sus inicios. A pesar de su ambiciosa declaración de que representa a la región del Pacífico latinoamericano, los países fundadores consideraron políticamente conveniente dejar al margen del bloque a Ecuador y a las seis naciones centroamericanas con costas al Pacífico. Costa Rica y Panamá inicialmente se embarcaron en un proceso de adhesión que desde entonces se ha estancado, mientras que el ahora más políticamente moderado Gobierno del presidente Lenin Moreno en Ecuador ha optado por intentar convertirse en miembro asociado. Incluso los cuatro miembros actuales no se ajustan exactamente a la existente arquitectura de la región Asia-Pacífico, con Colombia ausente tanto del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) como de la Asociación Transpacífica (TPP), y sin embargo actuando como miembro fundador de la Alianza del Pacífico.

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El presidente uruguayo Tabaré Vázquez hablando con los presidentes de los países miembros de la Alianza del Pacífico durante la última cumbre en Puerto Vallarta. (Alfredo Estrella/AFP/Getty Images)

Además, la Alianza del Pacífico tuvo tanto de reinvención conceptual de América Latina como de esfuerzo de integración real: México no comparte fronteras con los otros miembros; Colombia y Chile tampoco lo hacen entre ellas; y sus respectivas cortas y aisladas fronteras con Perú no son exactamente paradigmas de integración regional. Basada en la premisa de intentar estrechar los lazos económicos con Asia, la Alianza del Pacífico todavía no ha reemplazado el deseo de los países asiáticos de dialogar logística y diplomáticamente con cada uno de los cuatro miembros de manera bilateral. De hecho, Chile y Perú ya pueden presumir de contar con acuerdos de libre comercio con China, y Colombia ha entablado conversaciones iniciales, mientras que México aún tiene que ponerse al día en su manera de relacionarse con el gigante asiático en ascenso. Desaparecido de la ecuación por completo estaba Brasil, que es de lejos el mayor socio comercial de Asia y un elemento necesario en cualquier visión de la integración de América Latina con la región de Asia-Pacífico.

De ahí el rompecabezas que plantea la Alianza del Pacífico. Es un concepto valioso que, sin embargo, no representa por completo las realidades geográficas o económicas de la región. Y eso antes de considerar siquiera el conjunto de miembros asociados cada vez más difícil de manejar, comenzando con Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Singapur en 2017, a los que pronto se sumarán Ecuador y Corea del Sur. Mientras tanto, en la reciente reunión de Puerto Vallarta, participaron más de 50 observadores de países tan lejanos como Bielorrusia, Serbia y los Emiratos Árabes Unidos, al igual que varios cientos de ejecutivos de empresas de miembros de la Alianza del Pacífico y otros Estados observadores.

Aún así, la Alianza del Pacífico claramente ha logrado éxitos donde otros han fracasado en términos de hacer que la integración económica latinoamericana sea atractiva para una comunidad global que durante mucho tiempo ha preferido mantener un estado de bendita ignorancia en lo que se refiere a la sopa de letras de los esfuerzos de integración del hemisferio. El bloque actualmente supone el 38% del PIB de América Latina y representa la octava economía más grande del mundo, con una población de 225 millones de personas que aglutina el 50% del comercio de la región. Otro objetivo importante de la Alianza del Pacífico es lograr un 100% de libre comercio entre los Estados miembros para 2030. En lugar de decantarse por grandiosos planes de integración continental o de una unión política más profunda, estos países —pragmáticos y orientados al comercio— se han centrado en los mecanismos prácticos, como la armonización de los acuerdos de libre comercio existentes, la reducción de los aranceles y la eliminación de los requisitos de visado, al tiempo que mantienen un buen ritmo de frecuentes cumbres presidenciales.

 

¿Nuevos líderes, nuevo futuro?

La última cumbre fue también de transición en un aspecto fundamental: entre la decimosegunda cumbre, auspiciada por el ya expresidente colombiano Juan Manuel Santos en Cali (Colombia) en junio de 2017, y la decimocuarta cumbre que acogerá el presidente Martín Vizcarra en Perú en 2019, se habrá producido un relevo completo de los líderes de los países miembros de la Alianza del Pacífico. La expresidenta chilena Michelle Bachelet dejó el cargo a principios de este año, mientras que el peruano Pedro Pablo Kuczynski cayó en marzo por un escándalo de corrupción, y el colombiano Santos y el mexicano Enrique Peña Nieto también se dirigen hacia la salida. La nueva constelación de líderes otorgará mayor relevancia al presidente chileno, Sebastián Piñera, uno de los arquitectos originales de la Alianza del Pacífico durante su primer mandato presidencial de 2010 a 2014. Vizcarra también está preparado para liderar, mientras que es muy probable que tanto el nuevo presidente colombiano, Iván Duque, como su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, concluyan que la utilidad de la Alianza del Pacífico va en contra de sus propios objetivos nacionales y probablemente la vean como una herencia molesta de sus no muy apreciados predecesores. De hecho, tanto Duque como López Obrador fueron invitados a asistir a la reunión en Puerto Vallarta, pero declinaron la invitación.

El desafío, por lo tanto, es cómo continuar avanzando en el ritmo de integración en medio de los cambiantes vientos políticos de la región. El progreso que la Alianza del Pacífico ha logrado hasta ahora en términos de integración comercial ha sido impresionante. En mayo de 2016, los países miembros redujeron los aranceles al 92% de las importaciones y exportaciones, mientras que el 8% restante se eliminará progresivamente en los próximos cinco años. La migración ha sido otra área de interés. Los Estados miembros han avanzado en las conversaciones para implantar un pasaporte único y han levantado los requisitos para los visados de corto plazo hasta seis meses, como medio para aumentar el turismo y los intercambios académicos y comerciales. Además, las empresas que participan en el Mercado Integrado de América Latina (MILA) —la bolsa de valores conjunta lanzada entre Chile, Colombia, Perú y México— han aumentado la disponibilidad de capital gracias a nuevos inversionistas en la bolsa más grande de América Latina. Curiosamente, los países miembros de la Alianza del Pacífico también han tomado medidas para agilizar sus representaciones diplomáticas en el extranjero, combinando sus embajadas en el exterior en Ghana, Vietnam, Marruecos, Argelia y Azerbaiyán.

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El mexicano Peña Nieto (derecha) saludando al presidente brasileño Temer (izquierda) en la cumbre de la Alianza del Pacífico en Puerto Vallarta. (Alfredo Estrella/AFP/Getty Images)

La presencia del presidente brasileño, Michel Temer, en Puerto Vallarta llevó a un primer plano la cuestión de una posible fusión de la Alianza del Pacífico con el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), liderado por Brasil. Temer, quien también está entrando en la recta final de su mandato, ya que Brasil celebra elecciones el próximo octubre, rompió con el precedente brasileño de tratar a la Alianza del Pacífico con una mezcla de distancia y exasperación apenas disimulada. La decisión de Temer de asistir fue acertada. Acercó mucho más a Brasil al centro de la conversación, y lo hizo acompañado de otros colegas miembros del MERCOSUR, como el presidente Tabaré Vázquez de Uruguay y diversos ministros de Argentina y Paraguay. El MERCOSUR y la Alianza del Pacífico firmaron una declaración conjunta para emprender una serie de avances que incluyen facilitar el comercio de bienes, ayudar a las pequeñas y medianas empresas a hacer negocios a escala internacional e impulsar la economía basada en el conocimiento. El giro de Temer hacia una nueva implicación allanará el camino para un futuro diálogo con el próximo Gobierno brasileño y forzará una discusión más amplia sobre cómo la integración latinoamericana con el Pacífico puede beneficiarse del peso económico y la experiencia política del importante bloque de países del MERCOSUR.

En el análisis final, la decimotercera cumbre de la Alianza del Pacífico en México subrayó lo mucho que ha avanzado este nuevo bloque comercial desde su formación, así como el largo camino que aún le queda por recorrer. Como señaló el Presidente chileno Piñera, “la Alianza del Pacífico celebra siete años de grandes logros en integración y colaboración entre México, Colombia, Perú y Chile. Pero el mundo cambió mucho en estos siete años y la alianza debe renovar su espíritu pionero y emprendedor”.

La tarea que tiene por delante está clara: los líderes de México, Chile, Colombia y Perú deben redoblar sus esfuerzos de integración; pensar con detenimiento en la mejor forma de interactuar con Brasil y el MERCOSUR; y valorar la incorporación de nuevos miembros, tanto de pleno derecho como asociados, en el marco de los imperativos estratégicos de mantener una estructura interna coherente que pueda ayudar a posicionar América Latina para aprovechar las nuevas posibilidades económicas en Asia-Pacífico. A pesar de las altas expectativas, la Alianza del Pacífico aún vale menos que la suma de sus partes, pero con una visión y energía renovadas puede ayudar a dar una nueva forma a esta vital región del mundo.

Traducción de Natalia Rodríguez.

El artículo original fue publicado en inglés Global Americans