Un ensayo que explica por qué EE UU es una civilización distinta a Europa y cómo Washington ha abrazado la ficción como manera de gestionar la política.

History Has Begun

Bruno Maçães

Hurst Publishers, 2020

¿Seguirá siendo Estados Unidos la primera potencia global? Esta es la gran pregunta que ha resurgido con la actual crisis del coronavirus. La actual pandemia es el equivalente a lo que durante el siglo XX fueron las guerras mundiales o las grandes debacles económicas. Es el momento en el que pueden estallar los cambios radicales. ¿Puede suceder eso en EE UU?

La pregunta por la decadencia de Washington como poder hegemónico no es un debate que haya aparecido con Donald Trump. Ya hace años que intelectuales y políticos argumentan sobre esta materia. A decir verdad, llevamos tiempo escuchando las mismas teorías, casi como si no hubiera nuevas maneras de pensar o entender Estados Unidos. Por eso History Has Begun, de Bruno Maçães, es un libro importante.

Esta obra nos ofrece una mirada sobre EE UU original y emocionante. Como en sus anteriores obras, The Dawn of Eurasia y Belt and Road, el autor tiene la virtud de crear en nosotros un nuevo marco mental mediante el que interpretar los hechos y la historia. Es probable que, después de leer este ensayo, muchos lectores se den cuenta de que están analizando la última declaración de Trump o el último tuit de Alexandria Ocasio-Cortez a través de la mirada y los conceptos que Maçães propone en su último libro.

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Manifestantes a favor y en contra de Donald Trump en Los Ángeles. David McNew/Getty Images

History Has Begun va moviéndose de manera atractiva entre la política internacional, las series de televisión, la filosofía política, Silicon Valley o las grandes novelas estadounidense. El ensayo, sin embargo, empieza mediante una historia de las civilizaciones. Maçães plantea una tesis rompedora: Estados Unidos y Europa son dos civilizaciones distintas. En el origen de EE UU hubo una importante semilla europea, pero la actual primera potencia mundial siempre se ha orientado a encontrar su propio camino. Actualmente, se encontraría en un proceso de ruptura definitiva respecto a su pasado europeo: estaría reinventándose y naciendo como civilización plena. Estados Unidos no estaría ni en un momento de decadencia ni en el fin de su historia, sino alumbrando el nacimiento de una nueva civilización.

El gran duelo que Maçães mantiene en History Has Begun es contra el pensador francés Alexis de Tocqueville. El autor del reverenciado La democracia en América cometió, según Maçães, un gran error fundamental: creer que EE UU era la perfección del sueño europeo. Tocqueville no fue capaz de salir de su cascarón europeo, que consideraba universal, y plantearse la posibilidad de un camino propio para la joven nación americana. En este sentido, apunta Maçães, autores como Ralph Waldo Emerson, Walt Withman, Henry David Thoreau o Herman Melville habrían sido mucho más sagaces a la hora de entender que Estados Unidos no era el final de una historia (la europea), sino el inicio de una nueva. Quizás la figura más destacada por Maçães a la hora de entender la visión filosófica estadounidense es William James, pensador que nos propone entender la verdad a través de la acción. Para James, “la realidad es esencialmente un teatro para el heroísmo”. Nuestras historias son las que dan valor y hacen interesante el mundo.

La importancia de la acción y de la narrativa –de las historias– es fundamental para entender el EE UU actual, señala Maçães. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos jóvenes verán como un freno a su libertad los límites que impone la sociedad tradicional. Pero la juventud europea y la estadounidense tomarán caminos muy distintos ante este mismo problema. En el Viejo Continente, los jóvenes buscarán hacer la revolución con el objetivo de cambiar la realidad. En el fondo, buscarán una “verdad política” final donde los problemas desaparezcan (el objetivo de la Unión Europea). En Estados Unidos, en cambio, el objetivo no será cambiar la realidad, sino escapar de ella. Si la sociedad te oprime, ¿por qué no huir hacia nuevas realidades, es decir, crear nuevas historias? La mítica huida hacia el Salvaje Oeste, los viajes hacia ninguna parte del novelista Jack Kerouac o los nuevos mundos de la psicodelia hippie son el abrazo de la ficción como liberación.

Mientras que la “verdad política” europea busca una sociedad final sin conflictos, en Estados Unidos existe la constante necesidad de nuevas narrativas, de una acción infinita que impulse a seguir adelante. Pero toda narrativa necesita obstáculos, peligros y giros de guión inacabables para mantenerse viva. Sin nuevos problemas el mundo sería más seguro, pero menos interesante. La sociedad estadounidense no es “una casa” donde vivir plácidamente, sino un “parque temático” en el que actuar sin cesar. Prácticas estadounidenses que muchos europeos consideran atrasadas, como la posesión de armas, la pena de muerte o el fervor religioso, deben su existencia no a motivos racionales, sino en gran parte, según Maçães, al hecho de que funcionan mucho mejor en términos de narrativa pura. Las políticas de la identidad de la izquierda, tendencia mucho más anecdótica en el resto del mundo, también serían fruto de esta manera personal-narrativa de entender nuestra relación con el mundo. La vida se entiende a través de los parámetros de Hollywood, y no al revés.

La narrativa como fundamento de la vida también se extiende a la política estadounidense. Hubo un momento, asegura Maçães, en el que la política empezó a ser casi indistinguible de las series de televisión estadounidenses. Hechos tan comunes como la corrupción política se convirtieron en thrillers con el caso Watergate. Un actor como Ronald Reagan llegó al poder. Una anécdota casi de serie de humor a lo Seinfeld, como la de Bill Clinton y Mónica Lewinsky, se convirtió en el gran drama nacional. Los miembros de la administración Obama actuaban como si fueran personajes de la serie The West Wing. Ahí estaba la clave: no se tenía que convencer al votante, sino enganchar al votante a la historia que uno estaba narrando. El caso de Trump es el más claro, el gran reality show final: ¿qué pasará si metemos a un loco a dirigir la Casa Blanca? Como historia es buena. Y eso es básicamente casi lo único que importa.

La primera reacción ante esta desconexión estadounidense respecto la realidad es llevarse las manos a la cabeza. Pero si uno comprende el problema fundamental que enfrenta el liberalismo moderno, apunta Maçães, el asunto empieza a cobrar sentido. El liberalismo, inicialmente plural, se ha ido estrechando hasta ofrecer un único camino para las sociedades liberales, donde grandes desviaciones son el camino hacia el totalitarismo o al atraso. Para mantener la libertad liberal, uno debe seguir el camino marcado. La libertad política para tomar nuevos y radicales rumbos se reduce cada vez más. Porque si uno los toma, como está pasando en Hungría o Polonia, el liberalismo se destruye. Pero, ¿y si pudiéramos tomar nuevos caminos políticos radicales, no a través de la realidad, sino mediante la ficción?

Eso sería lo que representa Trump en la derecha, o Bernie Sanders en la izquierda: una “experiencia virtual” de vivir en un régimen nacionalista autoritario el primero, o en un régimen socialista el segundo. Una nueva y excitante narrativa mediante la que podamos experimentar el placer de las elecciones políticas radicales. Pero todo ello sin grandes transformaciones en la realidad: ¿ha cambiado realmente Estados Unidos desde que Trump llegó al poder? De nuevo: fuga en vez de revolución. Ni los grandes golpes de realidad destruyen esta fuga a la ficción: lo vemos en la actual crisis del coronavirus, en la que el debate político es cada vez menos científico y cada vez más enfocado a la historia del enemigo externo chino. Tanto Trump como Joe Biden han abrazado este nuevo drama para enganchar a sus futuros votantes. La democracia en América.

La narrativa no sólo afectaría a la política, sino también a la tecnología, la gran historia de nuestro tiempo, según el autor. Ahora mismo Silicon Valley es el gran creador de nuevos mundos en Estados Unidos. ¿Pondrá Washington límites a sus sueños radicales, como ha hecho la Unión Europea? Si EE UU sigue creyendo en la creación constante infinita, en la acción permanente como una de sus fortalezas fundamentales, el campo de actuación de Silicon Valley irá ampliándose. A los descontentos con la virtualización y la automatización de la economía se los apaciguará con una renta mínima universal, política que defienden con ahínco muchos líderes de Silicon Valley.

La manera de entender el mundo de Estados Unidos, como una historia de acción infinita, también conducirá su política exterior. Maçães apunta que, en los próximos años, Washington no tendrá el papel hegemónico que tenía antes. Su misión fundamental, en cambio, será que ningún gran poder domine Eurasia, algo que ya consiguió derrotando a Adolf Hitler o a la Unión Soviética –y que ahora intenta contra China–. Si quiere mantener esta posición de intervención desde el exterior, EE UU necesita una pluralidad de potencias euroasiáticas no dominantes. Y generar conflicto cuando una de ellas crezca demasiado, para que entre ellas se autolimiten.

Y es que el objetivo de Estados Unidos mediante este abrazo de la ficción como solución política, de la ruptura civilizacional con Europa, de la promoción de una pluralidad euroasiática, sería uno y bien claro: mantenerse como la potencia líder a escala global. Todo lo demás serían añadidos estéticos a esta gran historia.