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Una activista medioambiental durante una manifestación en Madrid por el Día Mundial del Medioambiente. (Marcos del Mazo/LightRocket via Getty Images)

¿Cuáles son los pasos a seguir para hacer que el activismo ambiental del mundo postcovid sea una novedosa forma de hacer política?

Millones de personas confinadas en sus casas, por orden expreso de sus gobiernos y bajo la vigilancia de sus fuerzas armadas. Viajes prohibidos, empresas paradas, escuelas cerradas. Centros de salud colapsados, residencias de ancianos desatendidas, países en estado de shock. Esta situación de emergencia sanitaria, por motivo del coronavirus, un virus altamente contagioso y desconocido, se repetirá, a cámara lenta y de manera más difusa, en las próximas décadas, si no somos capaces de reducir drásticamente nuestras emisiones de carbono, parar la pérdida de biodiversidad y cambiar nuestra manera de consumir, producir y vivir.

Esta crisis sanitaria local, transformada en crisis global económica y social, ha encubierto momentáneamente las protestas en las calles de Madrid, Nueva York, Dakar o París, pero también en los pasillos de las conferencias internacionales y en las redes sociales, pidiendo la reacción de los gobiernos para luchar de una vez por todas contra el cambio climático.

A causa, o gracias a la COVID19, hemos vuelto a descubrir el poder y la capacidad de los gobiernos para tomar decisiones drásticas a una velocidad raramente vista en tiempos de paz. Más allá de las dudas sobre el acierto y eficiencia de estos planes de contingencia, esta experiencia inédita nos deja, a los que militamos desde hace décadas para una transformación ecológica de la sociedad, un sabor agridulce. Así, por fin, el estado parece capaz, cuando realmente quiere, de llevar a cabo medidas contundentes pero necesarias en beneficio del bien común. De manera involuntaria, ha conseguido disminuir las emisiones de carbono, reducir la contaminación ambiental y priorizar una economía más local. Toda una serie de medidas que estaban en la agenda ambiental y social desde la conferencia de Río en 1992, sin llegar a ser nunca implementadas.

No obstante, la entrada en la fase de nueva normalidad ha reactivado las actividades económicas y sociales habituales, así como el consumo de energía y la producción de residuos en el aire, agua o tierra que ello conlleva. El Pacto Verde Europeo o los planes de reconstrucción nacional son una inyección masiva de dinero en un sistema económico que en las últimas décadas ha demostrado su incapacidad de valorar y preservar el medioambiente del cual dependemos para nuestro bienestar.

En este contexto permanente de incertidumbre, volatilidad, ambigüedad y complejidad, la sociedad civil y en particular sus actores ambientales, puede vigilar e influir las hojas de ruta de los gobiernos; así como mantener despertada e implicada a la ciudadanía. No obstante, la emergencia climática exige un nuevo tipo de activismo. Ya no se trata de organizar manifestaciones pacíficas en las calles de Madrid o París pidiendo a gritos acciones que no quieren oír los dirigentes. Tampoco es suficiente llevar a cabo acciones de carácter local, a veces folclóricas, que pueden esconder la gravedad y el carácter estructural de los problemas. El mundo postcovid necesita una perspectiva sistémica que relacione la crisis ambiental con los fallos del sistema económico y la falta de democracia real. Para estar a la altura de los retos, este nuevo activismo ambiental se debe apoyar en 5 principios para transformar realmente – y lo más rápidamente posible- nuestra sociedad actual.

1. Desarrollar una mirada glocal (desde lo local hacia lo global y desde lo global hacia lo local).

Las denuncias de los problemas locales suelen poner luz sobre situaciones conflictivas y desde luego tienen utilidad para identificar daños a veces irreversibles en el medio ambiente local. No obstante, pueden ser el árbol que esconde el bosque e impedir actuar en las verdaderas causas del problema. Está muy bien manifestarse en contra de la apertura de un centro comercial en una zona agrícola o la extensión de los aeropuertos en Europa, pero si no entendemos cómo se relacionan estas inversiones con el propio funcionamiento del sistema económico y social, no seremos capaces de contrarrestar estas dinámicas extractivas y dañinas estructurales. Como ilustra la teoría del caos, el aleteo de una mariposa en Brasil puede hacer aparecer un tornado en Texas. Por eso, iniciativas como Reclaim Finance o Finance Watch, intentan entender los impactos globales de las prácticas financieras locales y viceversa.

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Un parking de Bicicletas en Barcelona. (Chris Ison – PA Images/PA Images via Getty Images)

2. Denunciar, pero también proponer.

Ya no vale el activismo neohippie donde se exige, sin más alternativas, el cierre de las centrales nucleares o el abandono de la agricultura intensiva desde un punto de vista a veces dogmático. Si solamente nos enfocamos en una parte del problema sin tomar en cuenta las consecuencias sociales y económicas, podemos generar una reacción de rechazo por parte de los propios beneficiarios. Así empezaron las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia, aquellos grupos de clase media o popular ahogados por la subida de impuestos ambientales y su dependencia del uso del coche. Para tener influencia en la arena política y mediática a escala nacional o internacional, las organizaciones de la sociedad civil deben ser capaces de analizar, simular y, finalmente, proponer distintos escenarios creíbles que pueden ofrecer soluciones reales a problemas complejos. Las asociaciones medioambientales como EEB o CAN Europe publican regularmente escenarios y propuestas para salir de la crisis medioambiental, con el objetivo de sensibilizar y dar herramientas a los decidores políticos.

3. Implicar a los malos de la película.

Ni todo lo verde es bueno; ni todo lo gris es malo. Para conseguir este cambio sistémico tan deseado, es imprescindible salir de nuestra zona de confort e ir a buscar aliados en espacios aparentemente deslegitimados y pocos valorados como el sector financiero, las multinacionales o incluso los gobiernos conservadores. Cada vez más empresarios, líderes políticos o instituciones públicas critican los fallos del sistema económico y piden cambios estructurales. Desde coaliciones políticas inéditas, nuevos modelos empresariales (B Corp) o modos de consumo innovadores (coches compartidos promovido por Social Car o autoconsumo de energía ofrecida por la empresa Hola Luz), destacados actores económicos y sociales reconocen la necesidad de unas nuevas reglas de juego que permitan una transformación de nuestra sociedad actual. Estos actores, bastante alejados del mundo del activismo tradicional, son una palanca de cambio tan inesperada como potencialmente efectiva.

4. Digitalizar y descentralizar el activismo.

En un mundo en el cual los coches se vuelven autónomos, las ciudades inteligentes y los objetos interconectados, no podemos seguir trabajando con las herramientas tradicionales basadas en firma de peticiones, manifestaciones presenciales o informes académicos. Necesitamos un nuevo tipo de activismo basado en la inteligencia colectiva, el uso del big data y la digitalización del conocimiento. Obviamente, las acciones tradicionales como boicot a empresas contaminantes, ocupación de espacios públicos y charlas de concienciación, siguen siendo importantes. Sin embargo, la velocidad de cambio exige el uso de herramientas más reactivas, especializadas y descentralizadas, como las que nos ofrecen tecnologías basadas en el IoT (Internet of Thing) aplicada a la ciencia ciudadana. Iniciativas de monitoreo de la contaminación ambiental (Smart Citizen) o apps informativas sobre productos alimentarios como Yuka son parte de esta democratización y digitalización del activismo.

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Activistas medioamientales ofrecen alternativas a la carne en un mercado en Londres como señal de protesta. (Ollie Millington/Getty Images)

5. Compaginar una visión ambiciosa con acciones concretas.

Si bien es necesario desarrollar una visión ambiciosa de un futuro deseable a medio y largo plazo, se debe al mismo tiempo poner en práctica en el terreno ejemplos y medidas concretas que visibilicen las oportunidades y beneficios de este nuevo paradigma. En este sentido, el objetivo de una Europa neutra en carbono solamente se puede conseguir si animamos a los ciudadanos a instalar de forma masiva sistemas de autoconsumo eficientes, accesibles y económicos, como la iniciativa 1 millón de tejados solares. También el consumo de carne y productos lácteos, causantes del 25% de los gases invernaderos, se puede sustituir por alternativas vegetales gustativamente y económicamente equiparables. En cuanto a la movilidad personal, las soluciones basadas en coches compartidos (Som Mobilitat), transporte público inteligente o bicicletas eléctricas (Bicing) son opciones perfectamente operacionales en las principales ciudades europeas.

En pocas palabras, el activismo ambiental del mundo postcovid es una novedosa forma de hacer política, en el sentido noble de la palabra, en el contexto de nueva normalidad. Para ser exitoso, deberá combinar herramientas de inteligencia colectiva, el desarrollo de coaliciones transversales entre sectores y actores, unos procesos avanzados de digitalización y mecanismos de descentralización. Solamente así, podemos esperar reducir nuestro impacto sobre la naturaleza y contribuir a una sociedad más resiliente, más próspera y más inclusiva.