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Toussaint L’Ouverture, líder revolucionario retratado en Port-au-Prince, Haití. (Jan Sochor/Latincontent/Getty Images)

La biografía de Toussaint Louverture, el esclavo negro que derrotó a los ejércitos de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos y que aunó ejercicios militares de estilo europeo con las técnicas de combate africanas y la práctica del vudú con una fuerte fe cristiana, se adelantó dos siglos a su tiempo con el uso de diplomáticos.

Black Spartacus: The Epic Life of Toussaint Louverture

Sudhir Hazareesingh

Allen Lane, 2020

Toussaint Louverture no es un personaje histórico con el que estén familiarizados muchos europeos. Yo aprendí su nombre cuando leí, hace nada menos que 60 años, la novela del cubano Alejo Carpentier El reino de este mundo. Unos años después descubrí el poema que le dedicó uno de los grandes románticos ingleses, William Wordsworth. Louverture fue uno de los jefes de una rebelión que tiene muchos paralelismos con las rebeliones actuales, cuando los esclavos de la colonia francesa de Saint Domingue se levantaron en armas y obtuvieron la libertad, en los años posteriores a la Revolución Francesa de 1789.

A pesar de haber caído para nunca más levantarte,

vive y consuélate. Porque has dejado atrás

poderes que trabajarán por ti: el aire, la tierra y los cielos;

no hay un soplo del viento común

que te olvide; tienes grandes aliados;

tus amigos son el júbilo, las agonías

y el amor, además de la mente irreductible del hombre.

Toussaint Louverture fue un orador, provocador y jefe militar brillante, que derrotó a los ejércitos de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos después de luchar durante 12 años e infligirles más de 50.000 bajas en total, hasta que lo traicionaron sus propios lugartenientes, que tenían un ansia ilimitada de poder y riqueza. Fue capturado y murió en una remota prisión, en Francia, sin haber conseguido conocer personalmente a su némesis, Napoleón Bonaparte, un racista tan burdo que incluso sus defensores se avergonzarían al leer lo que decía: “Defiendo a los blancos porque soy blanco; no tengo otra razón y esta es suficiente. ¿Cómo es posible que hayamos dado la libertad a los africanos, a unos hombres sin civilización, que no tenían ni idea de lo que era una colonia, de lo que era Francia? Si la Convención hubiera sido consciente de lo que estaba haciendo y hubiera sabido lo que eran las colonias, ¿habría abolido la esclavitud en 1794? Lo dudo mucho”.

Bonaparte le dijo a uno de sus consejeros que no estaba dispuesto “a tolerar una sola charretera sobre los hombros de estos negros” y que, cuando el ejército hubiera reinstaurado a las autoridades francesas en Saint Domingue, iba a asegurarse de que se reanudara el tráfico de esclavos en las Indias Occidentales Francesas y la Guayana. Al frente del ejército francés estaba el general Leclerc, casado con Pauline, la hermana de Bonaparte, y que perdió la vida en la expedición junto a otros 44.000 hombres (el 85% del cuerpo expedicionario), por heridas o por enfermedades. Su sucesor, el general Rochambeau, llevó a cabo “las instrucciones genocidas de Leclerc al pie de la letra: bajo su siniestro mandato proliferaron las ejecuciones en masa y miles de hombres, mujeres y niños murieron asesinados en una ola de terror. […] Todos los centros educativos se cerraron, a los niños criollos los enviaron a Francia y Córcega se convirtió en un vertedero al que enviar a los hombres negros y de color que se hubieran portado mal”. Semejante brutalidad no le habría extrañado a Denis Diderot, cuya Histoire philosophique había leído Toussaint.

La triste ironía del comportamiento de Napoleón no pudo pasar inadvertida para su mujer, Josephine, que había escrito una carta a Toussaint en 1798, cuando su marido estaba en Egipto, para pedirle que restableciera el orden en varias plantaciones de su familia en la isla. Este accedió y pronto volvía Josephine a recibir unas sustanciosas rentas de sus propiedades en Saint Domingue. Quedó tan agradecida que invitó varias veces a dos hijos de Toussaint, que vivían en París por aquel entonces, a comer y cenar en su residencia parisina, en la Rue Chantereine (actualmente Rue de la Victoire). En una de esas ocasiones, Napoleón dijo a los hijos de Toussaint que su padre era “un gran hombre que ha prestado destacados servicios a Francia”.

La Declaración de los Derechos Humanos hacía insostenible la hipocresía de la esclavitud en las colonias francesas, pero la mayoría de los franceses, los europeos y los norteamericanos, a finales del siglo XVIII, no estaban preparados para aceptar la idea de que todos los hombres tenían derechos independientemente del color de su piel. El autor de esta absorbente biografía, Sudhir Hazareesingh, escribe que, “con la infantilización de Toussaint y su fe en la superioridad de la civilización gala”, incluso personajes como Philippe-Rose Roume de Saint-Laurent, el representante francés en la colonia insular, revelaron “los límites de la imaginación republicana francesa ante la audacia de la revolución en Saint Domingue”. No podían comprender la constante identificación de Toussaint con la mitología revolucionaria francesa ni que “el primer superhéroe negro de la era moderna” la compartiera con sus soldados negros, lo que hizo que estallaran en una Marsellesa a pleno pulmón mientras rechazaban un ataque francés durante la batalla de Crête-à-Pierrot. Toussaint se lo explicó a Leclerc en una carta: “Nunca hemos dejado de ser franceses”.

Es imposible hacer una descripción sencilla de Toussaint. La venganza no basta para explicar a un antiguo esclavo que luego perdonó a su amo y le ayudó económicamente y un astuto genio militar que sabía emplear estrategias y tácticas maquiavélicas para alcanzar el más noble de los objetivos. Pero Hazareesingh cuenta esa enrevesada historia con gran claridad. Basándose en un gran volumen de materiales de archivo, en gran parte ignorados por biógrafos anteriores, el autor sigue paso a paso la trayectoria de Toussaint. Nacido en la esclavitud en 1740, en una colonia francesa que más tarde sería Haití, nuestro héroe mostró gran inteligencia desde muy joven, lo que le granjeó privilegios y responsabilidades en la plantación de Breda. Los conocimientos culturales, militares y económicos que adquirió este hombre autodidacta fueron verdaderamente asombrosos. Estaba bien preparado para poner en marcha una revolución en 1791. Toussaint aunó ejercicios militares de estilo europeo con las técnicas de combate africanas y la práctica del vudú con una fuerte fe cristiana, se adelantó dos siglos a su tiempo con el uso de diplomáticos, ministros y generales blancos y negros, fue muy respetado tanto por los dueños blancos de las plantaciones como por los antiguos esclavos y sedujo intelectualmente a los diplomáticos británicos, norteamericanos y franceses que se relacionaban con él, al tiempo que desplegó su carisma sobre gran parte de la población nativa. El libro sigue todos estos hilos para tejer un relato apasionante. La realidad es superior a la ficción en cada página.

El autor no evita la polémica cuestión de los últimos años de Toussaint, cuando cayó en una “espiral autoritaria” y obligó a los antiguos esclavos a regresar a sus plantaciones, en un régimen muy parecido a la servidumbre. Toussaint trataba a los terratenientes blancos con una magnanimidad excesiva, protegiendo sus propiedades y permitiendo que ocuparan la mayoría de los cargos políticos en lugares como Mole Saint Nicolas. Estaba convencido de que, sin la riqueza generada por las plantaciones de azúcar y café, Saint Domingue estaría indefenso contra sus innumerables enemigos. Tampoco vaciló en adueñarse de varias de las plantaciones más ricas, lo que provocó el malestar de los antiguos esclavos. Sin embargo, estas duras medidas sirvieron para aumentar la producción de azúcar y café, que habían llegado a un tercio de sus niveles anteriores a 1789 en el momento de su captura.

A primera vista, la historia es contradictoria: una rebelión dirigida por un antiguo esclavo que luchó en distintas épocas contra tres potencias europeas diferentes, se convirtió en líder de la colonia, redactó su propia Constitución, negoció con países extranjeros, construyó un ejército que derrotó al de Bonaparte, fue traicionado por la gente que lo rodeaba. El autor es especialista en historia contemporánea y del pensamiento de Francia y, por tanto, está en buena posición para explicar por qué la vida de Toussaint no encaja bien con la arrogante idea que Francia sigue teniendo de sí misma como origen de la libertad, la igualdad y la fraternidad. La vida de Toussaint deja al descubierto la resistencia francesa a alejarse de su “dulce utopía colonial” al hablar de la historia de su imperio: “es decir, que la esclavitud fue producto del Antiguo Régimen, que quedó eliminada de la política tras la Revolución, que su fin se debió a la intervención progresista de Francia, más que a los actos revolucionarios de los negros, y que las autoridades coloniales, en general, actuaron pensando en el interés de la población negra que vivía bajo el dominio imperial”.

Ese es el motivo de las ambivalencias que se observan en la película sobre Toussaint dirigida por el cineasta franco-senegalés Philippe Niang, un drama en dos capítulos emitido en la televisión francesa en 2012. Hay que destacar que nunca antes se había hecho una película sobre Toussaint. Y, sin embargo, ha sido fuente de inspiración para muchos de los que han luchado contra la esclavitud, como el estadounidense Frederick Douglass y el poeta francés de la negritud, Aimé Césaire. Su nombre se pronunció en numerosas revueltas de esclavos en Cuba, Venezuela y América durante el siglo XIX. En Sudáfrica lo conocen. En mi opinión, la valoración más acertada de su vida es la que hizo Fidel Castro, que, encarcelado en su celda en 1954, escribió que el episodio histórico que le había empujado a querer “revolucionar Cuba de arriba abajo” era “la insurrección de los esclavos negros en Haití”. Y añadió que “mientras Napoleón imitaba a César y Francia se parecía a Roma, el espíritu de Espartaco revivió en Toussaint Louverture”.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia