Una mujer camina con la bandera de Rumanía. Daniel Mihailescu/AFP/Getty Images

La última obra del periodista Robert Kaplan aborda la complicada construcción nacional de Rumanía, un país enclavado a lo largo de tres de las fallas geopolíticas más inestables durante los últimos siglos.

A la sombra de Europa. Rumanía y el futuro del continente

Robert D. Kaplan

Malpaso, Barcelona, 2017

“El día en que abandoné definitivamente el Ejército, tras devolver el uniforme y el petate en el bakum, el centro de administración militar situado a las afueras de Tel Aviv, presenté la solicitud habitual para viajar al extranjero, requisito indispensable por haber pasado a la reserva. Una joven uniformada me preguntó dónde tenía previsto ir. Le respondí que a Rumanía. Ella manifestó una ligera sorpresa. Rumanía era miembro del Pacto de Varsovia, mantenía un estrecho vínculo con la Organización para la Liberación de Palestina y con países árabes radicales”. Aquel día de 1981, el periodista estadounidense Robert D. Kaplan (Nueva York, 1952) terminaba su servicio voluntario en el Ejército israelí y comenzaba su larga relación con el país que visitaría con posterioridad en 1990, tras la caída del régimen de  Nicolae Ceausescu, y ya en este siglo, en el otoño de 2013 y la primavera de 2014.

A la sombra de Europa está vertebrado sobre esos viajes al país que, como ocurre en otros libros de Kaplan, le sirven para ir citando, conforme se suceden las etapas de sus periplos, un amplio elenco de referencias bibliográficas que no se limitan a la historia y se adentran con frecuencia en la literatura y la filosofía de la mano, en este caso, de figuras como Mircea Eliade, Emil Cioran, Herta Müller, Miklós Bánffy o Paul Celan. Kaplan ofrece una atractiva combinación de crónica de viajes, reportaje periodístico, libro de historia, memoria personal y libro de geopolítica que se lee con relativa facilidad, a pesar de la sucesión de nombres y referencias que, salvo en casos excepcionales, puede que no sean demasiado conocidos para el lector. Los dos ejes principales del relato -la construcción nacional del país y la lucha o sometimiento a las amenazas externas- se entrelazan con fluidez conduciéndonos desde la Edad Media hasta el presente.

El atractivo de Rumanía para Kaplan deriva de sus obsesiones como periodista atento, sobre todo, a las dificultades de una construcción nacional complicada por circunstancias geopolíticas adversas. Hablamos de un país que, por su ubicación geográfica, está enclavado a lo largo de tres de las fallas geopolíticas más inestables durante los últimos siglos: la existente entre los distintos imperios europeos y el Imperio Otomano; la frontera entre el Imperio Otomano y el Imperio Ruso, que desde los Balcanes orientales llega hasta el Cáucaso; y la existente entre el Imperio Ruso y los sucesivos imperios europeos, que forma un arco geográfico que va desde las costas occidentales del Mar Negro hasta el Mar Báltico.

Un cartel con insignias comunistas en Tiraspol, la ciudad más importante de Transnistria. Daniel Mihailescu/AFP/Getty Images

Conforme se va acercando al presente, el libro se concentra en esta última falla geopolítica. Nos encontramos en una Rumanía, país miembro ya de la UE y de la OTAN, en donde se percibe a Rusia como una amenaza no inmediata pero sí potencial (percepción idéntica en Polonia o en los Estados Bálticos). Kaplan acierta al señalar esa situación, pero no profundiza demasiado en el alcance de esa amenaza. Nos queda claro -por su insistencia- que el denominado neoimperialismo ruso supone una amenaza para estos países -desde los Estados Bálticos hasta Rumanía, pasando por Polonia y Ucrania-. Pero no nos queda tan claro qué está en juego ni cómo está jugándose la partida geopolítica. En el libro no se menciona, por ejemplo, ni una sola vez una de las causas principales de las tensiones crecientes entre el bloque OTAN y Moscú: el escudo antimisiles desplegado en países como Polonia y más recientemente en Rumanía. Durante su encuentro en Madrid con la prensa con motivo de la presentación de A la sombra de Europa, Kaplan afirmó -contradiciendo la versión oficial de la OTAN- que dicho despliegue tenía por objetivo principal contrarrestar a Rusia. En su opinión resulta necesario, al igual que el despliegue de tropas en los países bálticos y en Polonia, compromiso que la Administración Obama redujo en los primeros años de su mandato y que luego rectificó. Pero nada de esto está en el libro.

Se echan también de menos algunas páginas dedicadas a las argumentaciones y doctrinas rusas detrás de las acciones y reacciones geopolíticas del Kremlin. Algunas alentadas por razones de mero oportunismo del régimen para galvanizar a su opinión pública nacional, pero otras con más recorrido ideológico y militar: las teorías, por ejemplo, de Aleksandr Duguin, o  la conocida como doctrina (del general ruso Jefe del Estado Mayor) Gerasimov, sobre la desestabilización del enemigo por medios no convencionales, que Kaplan describe parcialmente sin mencionarla.

Habría sido interesante que el autor se hubiera dedicado algo más de espacio a comentar las razones -o sinrazones- del “enemigo declarado”. No tanto por deferencia hacia Rusia, como por el hecho de que sería más útil a la hora de contribuir a un debate sobre el gran problema que está sobre las mesas de los cuarteles generales de los Estados Mayores y las cancillerías occidentales. Kaplan no es el único comentarista que parece negar, por omisión, la simple posibilidad de que los países y los imperios -incluso los altamente autocráticos y cleptócratas, como Rusia- tengan intereses geopolíticos tan -o tan poco- legítimos como los de los países y los imperios más democráticos y, relativamente, menos cleptocráticos. Y esto vale tanto para los intereses rusos en su frontera occidental como para los de Irán en Oriente Medio o los de China en Asia. Intereses que, en algunos casos, seguirían siendo casi idénticos aunque sus regímenes evolucionen hacia sistemas políticos más respetuosos con la democracia y los derechos humanos.

El libro se completa con una visita a Moldavia, uno de esos países que tantos argumentos ofrecen a los que, como Kaplan, consideran que la geografía comporta condicionantes que resulta muy difícil trascender: en el caso de Moldavia, la frontera natural del Dniéster, con esa herida abierta que es la región de Transnistria (“más allá del Dniéster”), controlada de facto por Rusia como territorio independiente, aunque la comunidad internacional la considera una provincia moldava. En otras palabras, una especie de no-país, cuya independencia apenas es reconocida por un puñado de Estados -todos en la órbita de Moscú-, con escasas posibilidades de ser viable administrativa y económicamente salvo por la relación dependiente de Rusia. A raíz de las protestas en Ucrania que desembocaron en la caída de Víktor Yanukóvich, la invasión de Crimea y la guerra irregular en el este del país iniciada por Rusia, Kaplan establece una interesante comparación entre la región moldava y el posible futuro de zona este de Ucrania: “[…] lo que Putin pretendía no era tanto una invasión terrestre convencional de la Ucrania del Este como la creación de pequeñas Transnistrias: una forma mucho más efectiva de debilitar al Estado ucraniano. Nada debería establecerse legalmente. Putin solo se anexionó Crimea porque no tuvo más remedio, para satisfacer a la opinión pública de su propia nación tras la caída del régimen prorruso en Kiev. Crimea era un lugar transparente, como pocos en esta nueva era de la subversión imperial rusa, que presenta notables parecidos con una insurgencia híbrida o no lineal”. Ante este escenario, le dicen varios entrevistados rumanos a Kaplan, el artículo 5 del Tratado constitutivo de la OTAN (la cláusula de defensa mutua) no sirve de mucho.

El aspecto más interesante del libro, desde el punto de vista de la Unión Europea, es  la puesta en evidencia de las débiles estrategias de la UE respecto a su flanco oriental. Kaplan recuerda en varias ocasiones que resulta desalentadora la falta de decisión europea a la hora de establecer una estrategia coherente respecto a Rusia. La implicación de la UE, como verdadera unión, en los asuntos que afectan a su vecindad oriental es insignificante comparada con la actividad de Estados Unidos en esa misma zona. ¿Hasta cuándo es sostenible un actitud semejante?, se pregunta el periodista. Se podría añadir otra pregunta que Kaplan no se plantea pero que resulta igualmente interesante desde el punto de vista europeo: ¿coinciden siempre los intereses inmediatos de la Unión Europea en su frontera este con los de Estados Unidos?