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La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, en Wellington, junio 2020. Hagen Hopkins/Getty Images

He aquí lo que podría haber logrado unas políticas basadas en los principios feministas de cooperación, seguridad humana, pragmatismo, transparencia e inclusividad a la hora de abordar la crisis sanitaria global de la covid19.

Existe un conjunto de países —que incluye a Alemania, Nueva Zelanda, Taiwán, Dinamarca, Noruega, Islandia y Finlandia— al que se le está dando mejor que a otros responder a la pandemia de coronavirus, con tasas más bajas de infección y mortalidad, curvas planas y niveles más altos de solidaridad ciudadana y confianza en el gobierno. Como grupo, estos países realizaron las intervenciones más tempranas y audaces, adoptaron políticas flexibles y pragmáticas y priorizaron la seguridad humana a largo plazo sobre la economía a corto plazo. Utilizaron procesos colectivos de toma de decisiones y delegaron autoridad a nivel local, y lograron ambas cosas de modo que se convirtieran en una ventaja en lugar de una debilidad. Al introducir, y después suavizar, medidas regulatorias extremas y límites a la libertad de movimiento, sus autoridades hablaron abiertamente y con empatía sobre los sacrificios que se avecinaban, incluido el reconocimiento de que el distanciamiento social va en contra de la más básica necesidad emocional humana de interacción.

Al reflexionar sobre la experiencia de su país, la embajadora de Nueva Zelanda en Estados Unidos, Rosemary Banks, nos dijo recientemente: “Cuando la primera ministra, Jacinda Ardern, anunció su estrategia “Go hard, go early” (Actúa con firmeza y actúa pronto) de confinamiento del país y cierre de fronteras, se ganó la aceptación de la opinión pública a través de la honestidad, la autoridad y la empatía”. Con solo 1.528 casos confirmados y 22 muertes a fecha del 1 de julio entre los casi 5 millones de habitantes de Nueva Zelanda, las encuestas muestran que Ardern tiene un índice de aprobación más alto que cualquiera que haya ocupado su cargo en más de un siglo. Colectivamente, los siete países mencionados anteriormente tienen tasas de infección de 160 por 100.000 habitantes y tasas de mortalidad de 7,1 por 100.000, en comparación con las tasas de 451 y 27,2 respectivamente, que registra Estados Unidos (datos de finales de mayo).

Su hilo conector no es solo que estos Estados tengan líderes femeninas, sino que han adoptado políticas y modos de gestión que la investigación y los trabajos académicos feministas asocian con las mujeres. La teoría feminista postula que ellas en general manejan mejor las situaciones conflictivas y de múltiples facetas y están más dispuestas a adoptar soluciones complejas, lo que refleja su mayor experiencia con expectativas y roles contradictorios. Algunos ven estos modos como integrados de forma inherente en la naturaleza femenina mientras que otros creen que son la socialización y las experiencias de vida de las mujeres las que conducen a estos “modos más femeninos". Todos están de acuerdo, sin embargo, en que estas cualidades pueden ser desplegadas por líderes tanto que sean tanto mujeres como hombres.

 

Una visión alternativa para la gobernanza global

En términos más generales, frente a una marea creciente de nuevos conflictos armados, flujos de refugiados, guerras comerciales, declive medioambiental, xenofobia, desigualdad de ingresos y rivalidad de las superpotencias, un pequeño pero creciente grupo de especialistas y académicos ha concluido que el mundo está presenciando el colapso total de un sistema de seguridad global dominado por los hombres e impulsado por la testosterona. Los defensores de esta tesis sugieren una visión alternativa para la gobernanza global. Se basaría en: cooperación y coordinación internacional en lugar de una competencia darwiniana de “supervivencia del más fuerte”; priorización de la seguridad humana y el bienestar socioeconómico a la hora de abordar la seguridad nacional en lugar del tradicional enfoque militarista y basado en la fuerza; políticas flexibles y pragmáticas basadas en la evidencia empírica, la ciencia y las perspectivas a largo plazo, en lugar de priorizar la ideología, las poses de cara a la galería y las consideraciones políticas nacionales; toma de decisiones y liderazgo que tengan en cuenta la diversidad y sean inclusivos y equitativos, que reflejen la realidad a nivel local y las aportaciones de comunidades marginadas, en lugar de procesos centralizados y elitistas que cierran el espacio de la sociedad civil y, por último, transparencia, flexibilidad y disposición para admitir errores en lugar de posturas para salvar la cara, acusar a los demás e intentar no mostrar nunca debilidad.

¿Qué habría pasado si los principios de cooperación, seguridad humana, pragmatismo, transparencia, diversidad e inclusividad hubieran guiado la respuesta colectiva del mundo a la covid19? ¿Cómo habrían respondido nuestras instituciones si hubieran estado inspiradas por los principios feministas? Ofrecemos el siguiente escenario contrafáctico como punto de partida para el debate.

 

Acciones colectivas y transparentes

Bajo este escenario alternativo, a fines de 2019, cuando se identificó la covid19 por primera vez, el Consejo de Seguridad de la ONU la habría declarado como una amenaza para la paz internacional y la seguridad humana. El Consejo habría llevado a China, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otros expertos internacionales a sus cámaras para compartir información de forma transparente sobre el virus, y luego habría transmitido esta información a organismos regionales, a otros gobiernos y a actores de la sociedad civil.

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Como primera respuesta, el Consejo habría adoptado una resolución para exigir cooperación y coordinación global con el fin de frenar la propagación del virus. Los equipos de reacción rápida —similares a las fuerzas de emergencia de mantenimiento de la paz de la ONU— se habrían desplegado de inmediato en puntos críticos y lugares de transmisión. La resolución de Naciones Unidas habría autorizado a las naciones a poner en marcha restricciones a los viajes y el comercio, pero estas se habrían adoptado en colaboración en lugar de como medidas ad hoc y unilaterales. Este paso habría asegurado que las medidas no se utilizaran —ni fueran percibidas— como acciones punitivas o extensiones de políticas de inmigración xenófobas o guerras comerciales.

A aquellos que preguntan si el coronavirus debería estar dentro del ámbito de competencia del Consejo de Seguridad permítanos responder una pregunta con una pregunta. Durante el período transcurrido desde que surgió la covid19, ¿qué mayor amenaza para la paz y la seguridad globales ha tenido que abordar el Consejo que una pandemia que ha matado a más de 346.000 personas, infectado a 5,5 millones, empujado a 60 millones a la pobreza extrema y llevado al mundo al borde de una depresión global?

De hecho, una de las mayores críticas del feminismo al Derecho internacional ha sido su limitada definición de seguridad nacional como algo que se ocupa únicamente de los actos de guerra y paz entre Estados soberanos. Las académicas feministas de derecho internacional y ciencias políticas llaman la atención no solo sobre la exclusión sistemática de las mujeres y los intereses de éstas de los corredores del poder en los organismos jurídicos internacionales y los relacionados con el mantenimiento de la paz, sino también sobre el amplio abanico de expresiones de la realidad humana que se ven ignorados como consecuencia.

 

Cooperación y priorización basadas en necesidades globales

Para continuar con este escenario, el Consejo de Seguridad u otro mecanismo —tal vez basado en la Alianza Global para Vacunas e Inmunización (GAVI) o en el Comité Permanente entre Organismos de Naciones Unidas (IASC), un foro de coordinación humanitaria creado por la Asamblea General de Naciones Unidas— habrían reunido a ministros de sanidad y expertos, líderes empresariales y representantes de la sociedad civil con el fin de analizar los recursos necesarios para responder a la amenaza. Estos coordinarían el desarrollo de tests y vacunas y catalogarían las cadenas de suministro internacionales, las existencias y la capacidad de producción de equipos médicos, kits de análisis, medicamentos y equipos de protección.

Los países soberanos todavía habrían dado prioridad al bienestar de sus propios ciudadanos, pero también habrían reconocido la velocidad y la facilidad con la que una chispa provocada por el incendio de la casa de los vecinos podría propagarse a la suya. Como resultado, en lugar de embarcarse en una competencia feroz y a veces corrupta, la cooperación global ya habría aplicado las lecciones que a muchos de los estados de EE UU les llevó meses aprender, incluida la necesidad de pactos regionales sobre los criterios para reabrir sus economías y compartir suministros basados en requisitos cambiantes.

¿Por qué pareció algo tan sabio y comprensivo cuando el gobernador de California, que estaba experimentando una “curva más plana” que otros estados, prestó los respiradores a un sobrepasado Nueva York y otros puntos calientes? Este enfoque se corresponde directamente con el “feminismo cultural-relacional”, basado en el trabajo de la académica y psicóloga feminista de la Universidad de Nueva York Carol Gilligan, que subraya la importancia de la interdependencia y la inseparabilidad humanas.

Los países y las instituciones internacionales habrían reconocido que el esfuerzo global solo sería tan fuerte como lo fueran sus eslabones más débiles. Los problemas e incluso los errores cometidos por otros socios globales se considerarían desafíos mutuos a superar, no ocasiones para señalar con el dedo y desviar culpas. El tiempo para las evaluaciones, los análisis post mortem y las reformas habría llegado más tarde, una vez que la crisis se hubiera calmado, y se habría priorizado el aprendizaje en lugar de la búsqueda de chivos expiatorios.

 

Establecimiento de objetivos y estándares de seguridad humana

Al priorizar la seguridad humana, las métricas de respuesta y recuperación habrían incluido no solo datos sanitarios en bruto y medidas económicas, sino también un índice más amplio de necesidades de seguridad humana. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, adoptados por unanimidad en 2015, habrían proporcionado un marco para garantizar que se prestara atención a 17 medidas de bienestar que van desde la seguridad alimentaria y sanitaria hasta la protección del clima y el empoderamiento de las mujeres. Estas métricas podrían haber guiado los paquetes nacionales de estímulo fiscal, asegurando que los billones de dólares repartidos no solo se enfocaran en métricas tradicionales de crecimiento económico —incluido el PIB, el desempleo y el índice Dow Jones—, sino que fomentaran un desarrollo humano global transformador.

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Por cierto, ¿es poco diplomático señalar que los países donantes que durante mucho tiempo han afirmado que no pueden permitirse el lujo de cumplir con su compromiso colectivo de contribuir con el 0,7% de su Renta Nacional Bruta (RNB) a la ayuda exterior de repente pudieron encontrar más del 10% de la RNB una vez que sus mercados bursátiles se hundieron y el desempleo se disparó? Existe una nueva preocupación de que el bajo nivel de ayuda exterior —0,17% de la RNB en el caso de Estados Unidos frente al 0,61% de Alemania y el 0,94% de Noruega— caiga aún más a medida que se inicie la nueva austeridad presupuestaria.

Los líderes mundiales habrían coordinado y difundido rápidamente información sobre el distanciamiento social, las pruebas y la trazabilidad de contactos, así como las normas para abordar el calendario de reapertura de sus economías. Estas métricas se habrían basado tanto en las necesidades médicas para frenar y revertir las tasas de infección y mortalidad, como en un análisis realista del impacto devastador del cierre global sobre individuos y familias, especialmente sobre aquellos que ya se enfrentan al hambre, los bajos ingresos y la falta de acceso a la atención médica. Se prestaría más atención al aumento alarmante de la violencia de género y doméstica para quienes el hogar no es un refugio, así como al impacto del cierre total de las escuelas en los niños y los padres, especialmente las madres.

La adopción de criterios comunes reduciría el resentimiento por las diferencias regionales y estimularía un sentido de solidaridad. A nivel internacional y nacional, el hecho de que las autoridades no promulguen y apoyen estos estándares ha provocado un enfado creciente entre quienes se están confinando y quienes se niegan a hacerlo.

 

Diversidad, inclusividad y poblaciones marginadas

Un proceso de liderazgo y toma de decisiones más diverso e inclusivo habría recurrido más a las aportaciones y talentos únicos de las poblaciones marginadas y vulnerables. Estos procesos reflejarían no solo la mayor vulnerabilidad de las mujeres, las minorías raciales/religiosas, los refugiados y desplazados, las personas con discapacidad, los mayores, la comunidad LGTBI y las poblaciones indígenas al virus, sino también la realidad sobre el terreno que podrían aportar.

Lo que se conoce como "feminismo del punto de vista" nos muestra que el conocimiento siempre está situado en una posición social, y que los miembros de grupos marginados u oprimidos aportan ideas únicas y cruciales a la creación de políticas. Además, los individuos y los grupos pueden estar sujetos a formas múltiples y entrecruzadas de opresión y discriminación, que amplifican su impacto negativo. Estas realidades no solo serían corregidas sino también reconocidas como contribuciones valiosas y vitales para la toma de decisiones sociales y políticas.

En el frente del género, por ejemplo, se pondría uno de los focos en la necesidad de datos desagregados por sexo que reflejaran el impacto clínico diferencial del virus en hombres y mujeres, el papel de las mujeres en asegurar el cumplimiento de la comunidad con las medidas sanitarias, el aumento de las amenazas de explotación sexual y violencia de género, la preponderancia de ellas en profesiones de riesgo y otros factores.

Consideremos el conocimiento y las perspectivas de las mujeres que arriesgan sus vidas como cuidadoras de primera línea en hospitales y residencias de ancianos podrían aportar al debate. Ellas constituyen casi el 80% de estos trabajadores. Luego, mire la foto del Equipo de Trabajo de la covid19 tuiteada por el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, el 29 de febrero, que muestra a 16 hombres con traje apiñados en torno a la mesa de la Sala de Situación de la Casa Blanca. En los tres organismos designados por la Casa Blanca para abordar la crisis de sanitaria, hay 26 mujeres y 239 hombres.

Afortunadamente, las respuestas internacionales, incluyendo la del Comité Permanente entre Organismos de la ONU mencionado anteriormente, ahora insisten en un enfoque inclusivo, diverso y equitativo que refleje las necesidades específicas de las mujeres, las personas con discapacidad y afecciones previas, las personas desplazadas, y otros factores de identidad. Los organismos de coordinación global están produciendo y comenzando a implementar políticas y planes de acción sofisticados, matizados y diferenciados, extraídos de amplias consultas con las partes interesadas locales. Estas consideraciones son vitales en un momento en que los donantes internacionales y las organizaciones humanitarias se apresuran a prevenir una catástrofe por la propagación del virus en los países en desarrollo, en regiones que sufren conflictos prolongados y desastres naturales, y en campamentos llenos de desplazados exhaustos, desnutridos y debilitados.

 

Un siglo de progreso

En 1918, un mundo nada preparado que salía de una devastadora guerra mundial fracasó en su respuesta a una pandemia de gripe aviar que finalmente mató a más de 50 millones de personas e infectó a un tercio de la humanidad. Un siglo después, por difícil que pueda llegar a ser, la covid19 probablemente impactará a una fracción de esas cifras a pesar del aumento exponencial de la movilidad global y la naturaleza trágicamente ad hoc de nuestra respuesta global. Gran parte de nuestro éxito se lo debemos a 100 años de progreso histórico en ciencia, medicina, salud pública, saneamiento, nutrición y educación.

Y una parte importante de este progreso puede atribuirse a un siglo de revolución feminista, que promovió la igualdad de género y permitió que cada una de estas disciplinas se beneficiara cada vez más del liderazgo y las contribuciones de las mujeres. Imagine lo que podríamos haber logrado si hubiéramos hecho tantos avances en la construcción de una estructura de seguridad global basada en los principios femeninos de cooperación, seguridad humana, pragmatismo, transparencia e inclusividad. No es demasiado tarde para descubrirlo.

La versión original y en inglés de este artículo fue publicada con anterioridad en Just Security.

 

Este artículo forma parte del especial

‘El futuro que viene: cómo el coronavirus está cambiando el mundo’.

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