Los buques de carga atracan en sus atracaderos para cargar y descargar contenedores en la terminal de contenedores del puerto de Lianyungang, provincia de Jiangsu, en el este de China. (CFOTO/Future Publishing via Getty Images)

La conformación de un nuevo marco regulatorio del comercio internacional se ha constituido en el enésimo campo de confrontación entre las grandes potencias del momento, aunque no únicamente. Estados Unidos y China no cesan de promover instrumentos para minorar la influencia de su adversario y debilitarlo en una competición de nuevo cuño, cuyo principal teatro es el Indo-Pacífico, región donde se concentra el grueso del crecimiento económico. Además, concurren proyectos plurilaterales que dan cuenta del interés de los Estados en avanzar hacia una definición clara de las reglas del juego y la creciente complejidad del comercio internacional, devenido en arma geopolítica.

Las disfuncionalidades y bloqueos de la vía multilateral clásica que simboliza la Organización Mundial del Comercio (OMC) han abierto la veda para la (re)negociación de acuerdos comerciales regionales, que abordan casuísticas cada vez más complejas y adaptadas a los nuevos tiempos, pero que, sobre todo, se erigen en instrumentos geopolíticos de primer orden. Los informes de la 12ª Conferencia Ministerial de la OMC destacan las dificultades que atraviesan las instancias de reglamentación del comercio global, con evidencias como el bloqueo persistente del Órgano de solución de diferendos de la organización, el auge del "nacionalismo alimentario", que pasa por la restricción de exportaciones de trigo, azúcar, aceite de palma, pollo u otros; o la sucesión de interdicciones al comercio impuestas unilateralmente en un contexto de crisis pandémica agravado por la invasión de Ucrania. Diversas iniciativas plurilaterales que abordan cuestiones comerciales dan cuenta del interés de los Estados por avanzar hacia una definición clara de las reglas del juego y la creciente complejidad del comercio internacional, pero también la multiplicación de esferas de rivalidad entre Estados Unidos y China. 

Su Excelencia el Sr. Wamkele Mene, Secretario General de la Secretaría del Área de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA) en la Feria Comercial Intraafricana (IATR) 2021 en el Centro Internacional de Convenciones de Durban (DICC) el 15 de noviembre de 2021 en Durban, Sudáfrica. (Darren Stewart/Gallo Images via Getty Images)

Mega acuerdos comerciales en África y Asia-Pacífico

La negociación de amplios acuerdos comerciales regionales avanza a buen ritmo como denota la entrada en vigor de mega tratados en África y Asia-Pacífico. Relativamente poco ambiciosa sobre el fondo, pero geográficamente muy vasta, la Zona de Librecambio Continental Africana (ZLECA) cumple dos años de existencia. Su implementación atravesó profundas dificultades debidas a la Covid-19, pero también por la omisión de definición de las reglas de origen por los países signatarios, que ha hecho que hasta el momento tan solo 39 Estados lo hayan ratificado. No obstante, a medio plazo se espera que la ZLECA concierna al conjunto del continente, es decir, a 54 países, ya que a excepción de Eritrea, todos los demás han firmado el acuerdo, prometiendo la mayor zona de librecambio del mundo en cuanto a número de Estados, con un mercado potencial de 1.300 millones de consumidores, que serán más de 2.000 millones en décadas venideras. A pesar de que se trata de un tratado tradicional, cuyo objetivo principal es favorecer el desarrollo de los intercambios comerciales regionales a través de liberaciones aduaneras y tarifarias, su importancia no debe ser subestimada, reflejando de paso la voluntad del continente de asumir sin tutelas su futuro y poner los primeros jalones de una eventual integración económica a escala africana. 

Los mega acuerdos comerciales en Asia oriental y de lado a lado del Pacífico son más complejos y ambiciosos que el ZLECA, y de mayor calado estratégico. Firmado el 15 de noviembre de 2020 entre 15 Estados del levante asiático, el Regional Comprehensive Economic Partnership Agreement (RCEP) entró en vigor el 1 de enero de 2022 para Australia, Brunéi, Camboya, China, Japón, Laos, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia y Vietnam; en febrero de ese mismo año para Corea del Sur y el mes siguiente para Malasia, restando aún Indonesia, Myanmar y Filipinas. La uniformización de las reglas de origen que implica el acuerdo debería favorecer la consolidación y ensanchamiento de las cadenas de valor, y animar la producción en Asia para Asia. Junto con la liberalización tarifaria, el tratado fija un marco regulatorio para la inversión, el comercio electrónico, la propiedad intelectual, la competencia y los servicios financieros, que debería apuntalar la integración económica entre países. Aunque no está directamente en su origen, China obtendrá réditos de un mecanismo que, al menos a priori, le permitirá asentar su influencia sobre el resto de la región.  

También muy ambicioso, el Comprehensive and Progressive Agreement for Trans-pacific Partnership (CPTPP) reagrupa a 11 países del Pacífico desde finales de 2018, multiplicándose desde entonces las candidaturas de quienes pretenden integrar un acuerdo llamado a ser crisol reglamentario del comercio internacional del siglo XXI. Dando por descontada su colosal dimensión geográfica, el tratado es evolutivo, autorizando revisiones periódicas y la inclusión de nuevos temas en función de coyunturas y evoluciones. Reino Unido, República Popular de China, Taiwán en calidad de territorio aduanero autónomo, Corea del Sur y Ecuador, entre otros, han mostrado su voluntad de formar parte del CPTPP. La eventual adhesión de Londres, que se encuentra en fase de estudio, transformaría un acuerdo regional en un mecanismo geográficamente más amplio. Pero es la candidatura china la que, de cuajar, otorgaría al tratado una nueva dimensión, tanto desde el punto de vista territorial como político. Como contrapunto, algunos países que forman parte del CPTPP, con Japón a la cabeza, anhelan que Estados Unidos se adhiera a este mecanismo, si bien las opciones parecen harto escasas a la luz de las recientes estrategias desplegadas por Washington en la arena internacional. 

El Ministro polaco de Desarrollo y Tecnología, Piotr Nowak (L), conversa con el Ministro esloveno de Desarrollo Económico y Tecnología, Presidente del Consejo, Zdravko Pocivalsek (L), antes de una reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de la UE sobre Comercio en Europa, la sede del Consejo de la UE en 11 de noviembre de 2021 en Bruselas, Bélgica. (Thierry Monasse/Getty Images)

Nuevas fórmulas de cooperación comercial 

Paralelamente al auge de estos mega acuerdos comerciales, han visto la luz nuevas iniciativas llamadas a renovar las fórmulas habituales de cooperación comercial que emanan de Estados Unidos, donde la noción de librecambio parece ya no estar al orden del día. Creado en junio de 2021, el Consejo Comercio y Tecnología (CCT) de la UE y EE UU es una suerte de plataforma de discusión que, bajo las consignas del diálogo, pretende estructurar la cooperación transatlántica en materia de economía y comercio, pero también de tecnología, sobre la base de valores democráticos compartidos. La primera reunión del CCT, que tuvo lugar en Pittsburg el 29 de septiembre de 2021, alumbró hasta 10 grupos de trabajo sobre gobernanza de datos y plataformas tecnológicas, clima y tecnologías limpias, control de exportaciones de bienes de doble uso, competitividad de las tecnologías de la información y la comunicación, inversiones o seguridad de las cadenas de suministro. El CCT permite abordar evoluciones legislativas y reglamentarias de una y otra parte, acercar puntos de vista, concertar posiciones y una estrategia común en cenáculos internacionales, apuntalando la ligazón trasatlántica para atajar y enfrentar derivas chinas. La invasión de Ucrania y el enfrentamiento entre democracias occidentales y regímenes autocráticos han reforzado las exigencias de coordinación, dando sus frutos el mecanismo durante la gestión de la ruptura de las cadenas de suministro alimentaria e industrial tras la agresión rusa, y en el control de la exportación de tecnologías avanzadas.

Desde su retirada del Partenariado Trans-Pacífico en 2017 a instancias del entonces presidente Donald Trump, Estados Unidos ha retomado la iniciativa en la región con el lanzamiento, en mayo de 2022, del Indo-Pacific Economic Framework (IPEF). Considerados los acuerdos del librecambio “tóxicos” por los electores estadounidenses, logrando el populismo trumpista vincularlos con la pérdida de empleos en territorio nacional, el presidente Biden ha optado por flamantes fórmulas de relación para reformular la cooperación con los socios asiáticos en al menos cuatro dominios, a saber, economía numérica, cadenas de suministro, energías verdes y lucha contra la corrupción. Hasta el momento han suscrito la IPEF un total de 12 países (Australia, Brunéi, India, Indonesia, Japón, Corea del Sur, Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam) que representan alrededor del 40% del PIB mundial. Analistas destacan la ausencia de Taiwán como un hándicap al proyecto, no existiendo apenas dudas de que para EE UU se trata de volver al terreno de juego regional y ofrecer a sus socios una alternativa atractiva a Pekín. Sin sorpresa, las autoridades chinas no han dejado de criticar el proyecto estadounidense, que tildan de “no inclusivo”, argumento blandido por Malasia, Tailandia y Vietnam, miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), que lo perciben como una iniciativa “anti-china” y “pseudo-multilateral” en ausencia de compromisos firmes, como pudiera ser el acceso directo al mercado estadounidense. Privilegiando un enfoque a la carta contra el que Pekín arremete, los países miembros no están obligados a suscribir todos y cada uno de los aspectos del pacto, sino que tan solo deben adoptar aquellos en los que estén dispuestos a comprometerse. 

Desglobalización en cuestión y flamantes batallas

El cuestionamiento del proceso de globalización se ha traducido desde comienzos del siglo XXI en una corriente de relocalizaciones. Las empresas, habiendo considerado los inconvenientes de la deslocalización superiores a sus beneficios, repatrían sus unidades de producción a proximidad de los consumidores. La parte de inversiones directas extranjeras (IDE) que entran en la formación bruta de capital fijo mundial, tras haberse incrementado fuertemente en la década de 1990, pasando del 2,5% al 17% en 2000, ha caído por debajo del 10%, ¡lo que implica que aún es cuatro veces más elevado que antes de la hiperglobalización! El stock de IDE mundial, del 5% del PIB planetario en 1980, alcanzó el 22% en 2000 y continúa creciendo desde entonces, superando el 35% en 2016. Es difícil, por tanto, hablar de desglobalización, sobre todo si tomamos en consideración tendencias profundas, que van desde la intensidad de circulación de capitales hasta el desenvolvimiento de flujos de datos pasando por la inteligencia artificial, la eficacia de los paraísos fiscales y el shadow banking o el posicionamiento de China, a punto de convertirse en la primera economía del planeta, a favor de la globalización. Sin duda, la mundialización está mutando hacia nuevas configuraciones, conformándose como vector de transformación de la geopolítica.

El año 2020, muy marcado por la pandemia de la Covid-19, se caracterizó por un retroceso sin precedentes del comercio mundial. Las circunstancias históricas de la crisis sanitaria explicaban el choque y se anticipaba una franca recuperación toda vez el virus remita. No obstante, no todos se vieron afectados por igual. Tal y como se destacaba en un informe de Euler-Hermes, de octubre de 2020, China había avanzado en cuanto a exportaciones globales de un 20% a un 25% desde 2019, que daba cuenta de una progresión inédita del comercio procedente del gigante asiático vinculada a una rápida adaptación de su oferta, privilegiando productos de protección sanitaria y equipos de teletrabajo, sin minorar significativamente las ventas tradicionales. El impacto de la invasión rusa de Ucrania tampoco ha invertido la dinámica y no existen indicios que garanticen, por tanto, que las tendencias del mañana sean tan desemejantes a las de los últimos años. Paradojas, asimetrías, nuevas realidades y coyunturas, globalmente, es la coordinación y cooperación sobre normas y estándares comerciales que se antoja prioritaria, más que la simple liberalización tarifaria. Y son estas cuestiones, vinculadas con el comercio, las que constituyen nuevos espacios de confrontación entre las grandes potencias del momento. Una competición a todas luces geoeconómica o, si se quiere, geopolítica con un sustrato comercial, en la que Estados Unidos y China no cesan de promover instrumentos para disminuir la influencia de su adversario y debilitarlo en una competición de nuevo cuño, cuyo principal teatro es el Indo-Pacífico, región donde se concentra el grueso del crecimiento planetario.