El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, y el jefe del régimen sirio, Bashar Al Assad, en Jeddah, Arabia Saudí, en mayo de 2023. (Bandar Aljaloud/Royal Court of Saudi Arabia/Handout/Anadolu Agency/Getty Images)

La Liga de Estados Árabes readmitió a Siria el pasado mayo tras 12 años de expulsión. ¿Ha conseguido el régimen sirio dejar atrás el oprobio internacional que le granjeó su brutal represión de los opositores?

Cuando los países árabes volvieron a admitir a Siria en la Liga de Estados Árabes en mayo, parecía que el régimen del presidente Bashar al Assad había triunfado en su intento de rehabilitarse tras años de brutal persecución de sus opositores. Al volver a acoger a Siria en la organización, los líderes árabes que en su día presionaron para que se destituyera a Al Assad han dado un paso atrás. Pero el conflicto sirio continúa y, hoy por hoy, los Estados árabes ejercen menos influencia que otras potencias extranjeras que mantienen en vigor las sanciones, cuentan con una presencia militar sobre el terreno o las dos cosas. Además, el principal instrumento de influencia de los países árabes —la inversión de capital— afronta hoy serias dificultades y no produce más que unos rendimientos limitados.

La Liga suspendió la pertenencia de Siria a finales de 2011, después de haber propuesto varias posibles soluciones para poner fin a la violencia cuando Al Assad decidió reprimir con la máxima fuerza un levantamiento popular. Aunque el régimen aceptó la mayoría de las propuestas y permitió que unos observadores de la Liga visitaran el país, siguió ejerciendo una violencia cada vez mayor contra los manifestantes. Varios países árabes mostraron su consternación por el grado de crueldad y por cómo había ridiculizado los intentos de rebajarla. Algunos, además, aprovecharon la expulsión de Siria para transmitir su descontento con que el régimen dejara a Irán aumentar su influencia en el país. Damasco permaneció en el exilio político 12 años, con los únicos apoyos —y una ayuda militar fundamental— de Moscú y Teherán, además de los aliados no estatales de Irán, como Hezbolá en Líbano.

Varios factores han motivado la readmisión de Siria en la Liga de Estados Árabes. Entre ellos, el papel cada vez más destacado de Irán en el país, directo y a través de las milicias aliadas libanesas, iraquíes y afganas; la persistente debilidad del Estado sirio, que hace que siga siendo rehén de Moscú y Teherán; y la incomodidad de seguir rechazando a un líder árabe cuyo precario control del poder, opinan, ha contribuido al auge de los grupos yihadistas, la enorme cantidad de drogas que sale de Siria (con la complicidad del régimen) y las repercusiones socioeconómicas de la prolongada presencia de refugiados sirios en todo el mundo árabe. Ninguno de estos aspectos, por sí solo, es una preocupación prioritaria de seguridad nacional para los Estados árabes del Golfo que han impulsado la normalización de las relaciones, pero en conjunto son suficientemente importantes como para justificar la revisión de la expulsión del país de la Liga Árabe. A falta de indicios de que el Gobierno estadounidense o los europeos estén dispuestos a modificar su política sobre Siria, o incluso a hacer de este país una prioridad, los árabes sienten que tienen motivos para elegir su propio rumbo.

Reunión de Ministros de Asuntos Exteriores de la Liga Árabe en El Cairo, Egipto, el 7 de mayo de 2023. (Foreign Ministry of Quwait / Handout/Anadolu Agency/Getty Images)

En las capitales árabes, muchos funcionarios reconocen que no esperan que esta estrategia dé frutos inmediatos, salvo quizá en lo que respecta al tráfico de Captagon, una droga que está causando estragos en el Golfo. Parece que Damasco ha aceptado frenar el tráfico ilícito, que por lo visto es una de las principales fuentes de ingresos del régimen y de las fuerzas que luchan en su nombre. Un día después de su reincorporación a la Liga Árabe, las fuerzas aéreas jordanas bombardearon una fábrica de drogas en el sur de Siria, un suceso al que los medios de comunicación oficiales de este país quitaron importancia o pasaron por alto, a pesar de que era una clara violación de la soberanía nacional. Ahora bien, aparte de eso, el régimen no tiene un historial de cesiones ante la oposición interna ni las presiones externas, salvo la de sus protectores. En 2013 aceptó desmantelar su programa de armas químicas bajo la creíble amenaza de que Estados Unidos llevara a cabo incursiones militares, pero, a la hora de la verdad, mantuvo secretamente en marcha parte del programa. 

Aunque Damasco haya acogido la iniciativa de los Estados árabes como una forma de reivindicarse —un reconocimiento por parte de viejos adversarios de que han perdido—, en realidad tiene pocos motivos para alegrarse. La propia Liga Árabe es bastante impotente a la hora de gestionar los asuntos regionales, debido sobre todo a sus profundas divisiones internas (los países miembros estaban divididos sobre la decisión de readmitir a Siria, pero no hasta el punto de que los disidentes utilizaran su poder de veto). Aunque los Estados del Golfo tuvieron influencia en las primeras etapas de la guerra civil siria, en los últimos años ésta ha sido mucho menor, eclipsada por la presencia militar de EE UU y Turquía, las sanciones occidentales, además de la entrada de fuerzas rusas, iraníes y otras patrocinadas por Teherán. El reajuste de la política de los Estados árabes respecto a Siria podría hacer que otras capitales no occidentales —de África o Asia, por ejemplo— vuelvan a dialogar con Damasco, pero, al margen del significado simbólico de tales medidas, esos países tienen poca o ninguna influencia en Siria.

Assad tampoco puede esperar obtener beneficios tangibles de los países árabes. Si cree que este acercamiento llevará a las capitales occidentales a suavizar las sanciones y dejar que los Estados del Golfo hagan grandes inversiones en la reconstrucción de Siria, puede estar seguro de que se equivoca. Tal vez incluso tenga el efecto contrario, porque la decisión de la Liga ha provocado de inmediato una campaña bipartidista en el Congreso estadounidense para reforzar aún más las sanciones. Es probable que ningún país del Golfo quiera gastar sumas importantes en apoyo del régimen de Al Assad. Siria no es, ni mucho menos, su máxima prioridad, y la inversión ofrece escasos rendimientos. No pueden esperar competir en pie de igualdad con la influencia que ha acumulado Irán durante años de compromiso militar. Las sanciones occidentales limitan las posibles ganancias económicas y las sanciones estadounidenses, en particular, imponen considerables obstáculos legales y costes políticos. Además, invertir grandes cantidades en un país que tiene las infraestructuras destrozadas, una población empobrecida y con escaso poder adquisitivo, un régimen depredador y una pésima seguridad en las zonas que oficialmente controla sería como invertir dinero a fondo perdido. Si no hay cambios sustanciales en la forma de gobernar Siria, el país seguirá siendo un desastre económico irremediable y una catástrofe humanitaria durante muchos años, Al Assad y sus compinches quedarán impunes y una gran parte de la población sufrirá inseguridad alimentaria.

Opositores se manifiestan en Afrin, al noroeste de Siria, para condenar la iniciativa de la Liga Árabe de invitar a Bashar al Assad, a asistir a su cumbre del 19 de mayo de 2023. (Rami Alsayed/NurPhoto/Getty Images)

Dejando a un lado la retórica, los Estados árabes tampoco pueden ayudar verdaderamente al régimen a recobrar las partes del norte que perdió durante la guerra ni, por tanto, a restaurar la integridad territorial del país. Recuperar esas tierras es, después de las sanciones que frenan la recuperación económica, la segunda preocupación principal del régimen. La franja de territorio que no controla, que limita extensamente con Irak y Turquía, alberga la mayor parte de los recursos naturales del país —petróleo, agua y trigo— y a millones de desplazados, miles de paramilitares y rebeldes y yihadistas de diversas tendencias. Los soldados turcos patrullan algunas zonas y en otras hay tropas de EE UU y Rusia. Cualquier intento de recuperar una parte necesitará o bien una ofensiva del régimen apoyada por Moscú y Teherán, que chocaría con la resistencia turca y estadounidense, o bien un acuerdo negociado entre el régimen y Ankara o las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), dirigidas por kurdos. El líder de las FDS visitó Emiratos Árabes Unidos en mayo, en un aparente intento de mediar, pero es poco probable que ni las fuerzas kurdas ni las de la oposición siria presentes en estas zonas acepten la vuelta del régimen sin unas garantías internacionales que les den seguridad, algo que ningún actor externo puede o quiere ofrecer. Por su parte, Turquía parece haber adoptado una actitud más condicional sobre la normalización que los Estados árabes; en general, las diferencias entre sus posiciones y las de Damasco siguen siendo enormes y Ankara tiene pocos incentivos para llegar a un acuerdo por

Es posible que la iniciativa de los Estados árabes cambie poco la ecuación geopolítica en la que se encuentra Siria, pero quizá tenga efectos secundarios. Readmitir a Siria en la Liga Árabe sin que Damasco haya hecho ninguna concesión importante ha debilitado incluso las posibilidades de un proceso coordinado en el futuro a partir de una posición de negociación colectiva. Dicho esto, el proceso político auspiciado por la ONU ha sido muy ineficaz y está incluso moribundo desde hace años; y no está nada claro que una postura colectiva como la actual hubiera podido desbloquearlo, dada la intransigencia de Al Assad. Y, lo que es igual de importante, millones de refugiados sirios temen que los Estados árabes que están permitiendo al líder sirio salir del ostracismo lo hagan a su costa: que los repatríen por la fuerza, en especial desde Líbano pero también desde Jordania, para afrontar el peligro de detención o muerte a manos de un régimen vengativo. Incluso es posible que algunos Estados occidentales que, como Dinamarca, llevan mucho tiempo presionando para que se declare Siria un país seguro para el retorno de los refugiados, se sientan envalentonados. Lo ideal sería que los países que acogen a refugiados sirios aclararan expresamente que no los obligarán a volver a Siria hasta que se pueda garantizar su seguridad. Y esos países deben tener claro que esa seguridad es poco probable mientras Al Assad siga en el poder.

De momento, la readmisión de Siria en la Liga Árabe es importante porque demuestra un reajuste en las capitales del Golfo, pero sigue sin estar claro cuánto importa en términos más generales, dados los obstáculos para que se lleven a cabo cambios más amplios. Aunque la oleada de normalización muestra la eficacia de la estrategia de supervivencia de Damasco, sus escasos apoyos, su control incompleto de Siria y la inestabilidad del entorno geopolítico hacen pensar que no es probable que haya a corto plazo ni un final negociado de la guerra ni una verdadera rehabilitación del régimen.

La versión original en inglés fue publicada con anterioridad en International Crisis Group.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura