Vista de la Cúpula de la Roca, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. (Getty Images)

Los ciudadanos de a pie de terceros países tenemos un papel esencial en contribuir a la paz en el conflicto Palestina-Israel. Sin embargo, al posicionarnos por una de las partes –ya sea Israel o Palestina– contribuimos a alargar la guerra y alejarles de la paz.

En conflictos internacionales como el de Palestina-Israel es bien conocida la importancia de los terceros países –aquellos que no son protagonistas directos del conflicto– cuyas acciones e intenciones son examinadas minuciosamente a través de lo que los expertos llaman análisis geopolítico. En contraste, es mucho menos conocido el papel de los ciudadanos de a pie –aquellos que miramos el enfrentamiento desde lejos y discutimos acaloradamente sobre él sin entenderlo del todo– o en otras palabras: ¿Qué papel tenemos el 99% de la humanidad?

Porque nos guste o no, las horribles imágenes se meten en nuestras vidas sin pedir permiso, obligándonos a hacernos preguntas difíciles de responder: ¿Cómo hago para actuar correctamente si ni siquiera entiendo bien el conflicto? ¿Cómo debería posicionarme si no sé quién de los dos tiene razón? ¿De verdad tengo un papel en algo tan lejano? ¿Puedo yo influir en la paz de alguna manera?

El presente artículo argumenta que los ciudadanos y ciudadanas de a pie tenemos un papel fundamental en contribuir a la paz en Palestina-Israel, pero que la mayoría estamos contribuyendo a la guerra a pesar de nuestras buenas intenciones. Se ofrece un análisis de las razones de esta paradoja y una propuesta de pasos prácticos al alcance de todos para contribuir positivamente en conformidad con nuestros valores – La clave de un posicionamiento ciudadano útil para la paz no está en el apoyo a una de las partes, sino en apoyar a las dos.

¿Cómo nos estamos posicionando los ciudadanos de terceros países?

Cuando hablamos del papel de los países terceros a la hora de influir en un conflicto, estamos en realidad refiriéndonos a nuestros gobernantes y embajadores, que son los que intervienen de modo más directo en las relaciones internacionales, pero ¿Cuál es nuestro papel como ciudadanos de a pie en un conflicto complejo como el de Palestina-Israel? 

Empezaré por adelantar la consideración de que nuestro papel como ciudadanos es esencial, porque nuestro posicionamiento influye en que nuestros gobiernos –que dependen de nuestro voto– hagan lo correcto. Pero creo que la gran mayoría, a pesar de nuestras buenas intenciones, estamos contribuyendo sin saberlo a alargar la guerra, hacerla más cruel y retrasar el camino hacia una solución sostenible. También creo que si nos diéramos cuenta del efecto tan perjudicial que estamos provocando, la mayoría cambiaríamos nuestro modo de hablar y actuar. 

Es entendible que nos equivoquemos: al fin y al cabo este es uno de los conflictos más complejos del mundo. Recuerdo bien la primera vez que aterricé en Jerusalén, ilusionado con un trabajo que consistía en analizar diferentes iniciativas de paz. En seguida me sentí muy pequeñito ante un conflicto que desplegaba toda su complejidad delante de mis ojos y que no lograba entender de verdad. En un intento desesperado por dar sentido a la montaña infinita de información,  leía todo lo que me encontraba y escuchaba a todo el que me cruzaba, cuando un diplomático me dijo: “Mira, yo llevo tres años aquí, y cuanto más leo, menos entiendo”. Me quedé chafado. 

Y hoy me quedo asombrado al ver cómo nuestra sociedad exige a los ciudadanos de a pie que sepamos de un día para otro lo que los diplomáticos tardan años en entender. La injusticia ocurrió más o menos así: hubo un día en que nos levantamos de la cama, encendimos la tele, y aparecieron las imágenes del horror en Israel y Palestina. No habíamos terminado de preparar el desayuno cuando nos empezaron a llover las preguntas. Empezó tu hijo pequeño –¿Quién tiene razón, mamá? Siguió una amiga –¿Vienes a la manifestación en defensa de Palestina? Continuó un colega del trabajo –¡Estarás de acuerdo con que Israel tiene derecho a defenderse! Y nos vimos inmersos en una dinámica social que no solo nos exige dar una opinión para la que es imposible que tengamos el conocimiento, sino que nos requiere que apoyemos a una de las partes con firmeza y sin matices. Todo esto de la noche a la mañana ¡Cómo no vamos a equivocarnos!

¿Qué estamos haciendo mal entonces? Fundamentalmente, apoyar a una de las dos partes, cuando las únicas soluciones sostenibles pasan por apoyar a las dos. No nos damos cuenta de que israelíes y palestinos son hermanos siameses destinados a compartir una misma tierra, así que ganarán los dos juntos o perderán los dos, por lo que al posicionarnos por una sola parte, alargamos la guerra y les alejamos de la paz. Además, tan fuerte es la presión social, que no nos conformamos con apoyar a una de las partes, sino que muchos lo hacemos incondicionalmente, llegando incluso a justificar el asesinato de civiles en contradicción con nuestros propios valores. No es que celebremos las muertes, pero muchos evitamos condenarlas dependiendo de la parte a la que apoyemos. Y así escucho a menudo “Israel tiene derecho a defenderse”, cosa que es verdad, pero que dicho tras un bombardeo de Gaza significa “…y si tienen que asesinar a civiles palestinos inocentes en el proceso, lo justifico, porque mira lo que ha hecho Hamás”; y por otro lado leo “Palestina tiene derecho a liberarse de la injusticia”, cosa que es verdad, pero que dicho tras un ataque terrorista significa “…y si Hamás tiene que asesinar a civiles israelíes inocentes en el proceso, lo justifico, porque mira lo que ha hecho Israel”. 

Lo más sorprendente de este fenómeno social, es que logra convertirnos a todos en defensores acérrimos de una de las partes… sin ni siquiera entender bien el conflicto (!) ¿Cómo es posible?

¿Qué es lo que hace que –sin ni siquiera entender bien el conflicto– apoyemos incondicionalmente a Israel o Palestina?

La mayoría de los ciudadanos apoyamos decididamente a israelíes o palestinos debido a la combinación de dos dinámicas sociales diferentes. Por un lado, es un conflicto que resuena dentro de nosotros, haciéndonos sentir que representa nuestros valores más esenciales; por otro, la dinámica de polarización que llevamos tiempo construyendo nos lleva a un posicionamiento binario.

Sobre el primer fenómeno, es interesante observar que Palestina-Israel no deja de ser un conflicto lejano que podríamos ver en la tele y seguir con nuestra vida –como hacemos con tantos otros. De hecho, hay cientos de conflictos internacionales –Myanmar, Armenia-Azerbaiyán, Congo, Siria, Colombia, Taiwán… etc. y cuando aparecen en las noticias, los lamentamos, pero ni se nos altera el pulso ni se nos pide que tomemos parte. Nada que ver con Palestina-Israel: a nivel individual nos tomamos el tema como algo personal, por mucho que no tengamos allí ni familia ni amigos; a nivel social, el conflicto deja de ser algo lejano para cobrar un significado local – se mete en nuestras conversaciones y la sociedad nos obliga a posicionarnos. Porque muchos conectamos este conflicto con nuestra idea esencial de justicia y, desde el momento en que adquiere ese significado, nos parece el mínimo de la decencia apoyar a quien está siendo injustamente oprimido. Otros, vinculamos el conflicto con nuestra propia identidad, porque nos sentimos parecidos a una de las partes; y cuando vemos que les atacan sentimos que es nuestro propio modo de vida el que está siendo atacado. Y así, poco a poco, nos apropiamos de la parte a la que apoyamos, porque nuestro posicionamiento en ese conflicto lejano nos representa a nosotros mismos y a nuestros valores más importantes. Y ahora ya sí, necesitamos saber cómo se posicionan los que nos rodean, porque al preguntarles si apoyan a Palestina o a Israel, lo que realmente queremos saber es algo mucho más importante: ¿Apoyan el bien o el mal? Y es que averiguar si los demás comparten nuestros valores es fundamental a la hora de relacionarnos. 

En cuanto al fenómeno de tomar-parte-sin-entender, puede parecer sorprendente a primera vista, pero es producto de un proceso perfectamente lógico que iniciamos hace ya un tiempo y que hemos ido completando poco a poco entre todos, apenas sin darnos cuenta. El punto de partida es que cada vez que la vida nos pone delante de un fenómeno complejo, hay dos formas de intentar entenderlo: una, estudiándolo; dos, escuchando opiniones distintas a la nuestra. Sin embargo, estudiar lleva tiempo y no hemos aprendido a escuchar a los que piensan diferente. Ante este fastidioso dilema, un día encontramos una solución: posicionarnos a favor de una parte, saltándonos la necesidad de entender nada. Y así empezamos a hacer con todos los asuntos públicos, desde la decisión de construir o no carriles bici en el centro de la ciudad, a la de valorar la necesidad de una vacuna o permitir un fertilizante, por mucho que no supiésemos nada ni de urbanismo, ni de epidemiología, ni de agricultura. Un observador superficial pensaría que corremos el riesgo de que alguien nos saque los colores mostrándonos que apoyamos una postura sin realmente entenderla, pero nos estaría subestimando, porque encontramos una solución también para eso: solo nos juntamos con quienes apoyan lo mismo que nosotros. Es verdad que pagamos un alto precio por este atajo, porque el apoyo a una parte ha sustituido al debate de ideas distintas, lo que confina nuestro aprendizaje a un solo modo de ver las cosas y elimina una de las principales fortalezas de nuestro sistema democrático, pero no somos conscientes, porque aunque lo hacemos todos, solo vemos el problema en los demás. El caso es que tras muchos años de actuar de este modo, se ha convertido en una costumbre automática, prácticamente instintiva, por lo que cuando nos ponen delante un tema tan complejo como el de Palestina-Israel, no es sorprendente que actuemos como hemos aprendido a hacer: posicionándonos a favor de una parte y saltándonos la necesidad de entenderlo.

La gente asiste a una manifestación en apoyo a Israel, en Buenos Aires, Argentina, el 9 de octubre 2023. (Matias Baglietto/NurPhoto/Getty Images)

¿Y decir simplemente “no sé”? Al fin y al cabo, es imposible saber de todo. En teoría, decir “no sé” cuando uno no sabe, podría parecer una respuesta razonable… pero ha dejado de ser aceptable socialmente. Porque la costumbre de posicionarnos por una parte sin valorar nuestro propio nivel de conocimiento ha pasado de ser una opción a una obligación, y alguien te lo va a recriminar: “¡¿No sabes?! o sea que… ¡¿te parece bien que maten a niños inocentes?! (israelíes o palestinos, según la ideología del autor del reproche)”. Hay que elegir una parte.

¿Cómo elegimos la parte? Dado que no nos queda otra que elegir, algunos hacen el esfuerzo de decidir ellos mismos a qué parte van a apoyar, en un proceso que suele depender bastante del azar. Por ejemplo, hay quien en los 80 encendió un día la tele del salón, se encontró a un niño palestino con una piedra delante de un tanque israelí, y cuando vio eso sintió: “oprimido y opresor –yo apoyo al oprimido” –y desde entonces es pro-palestino sin saber mucho más. También hay quien tiene un primo que viajó a Israel al que le explicaron: “ten en cuenta que somos judíos y el mundo nos persigue para matarnos” y cuando oyó eso sintió: “perseguido y perseguidor –yo apoyo al perseguido” –y desde entonces es pro-israelí sin saber mucho más. Otros, ni siquiera hacemos el esfuerzo de elegir nosotros mismos, porque ya elige nuestro partido por nosotros: si somos de izquierdas, pro-palestinos; si somos de derechas, pro-israelíes. Una estrategia tribal que no solo nos recompensa con el máximo ahorro de esfuerzo y tiempo, sino con el aplauso y admiración de los nuestros –al fin y al cabo, los únicos con los que hablamos.

Personas con banderas y pancartas palestinas se manifiestan en solidaridad con los palestinos y condenan los ataques israelíes contra Gaza en Dusseldorf, Alemania, en diciembre de 2023. (Hesham Elsherif/Anadolu/ Getty Images)

Como decía, es comprensible que en un mundo en el que nos falta el tiempo, tiremos por el atajo de posicionarnos a favor de una parte en vez de intentar entender los temas complejos que nos rodean. Pero hemos llevado esa costumbre demasiado lejos, porque en este caso hay muertes de inocentes en juego y nuestro posicionamiento de parte, en vez de ayudar está perjudicándoles, con un precio que están pagando otros y que se mide en miles de muertes.

¿Por qué es perjudicial apoyar a una parte?

Hay dos grandes razones para decir “no” cuando nos presionan para posicionarnos por un parte: una, que es técnicamente imposible dadas las características del conflicto palestino-israelí; dos, que cualquier solución sostenible pasa por la satisfacción de las necesidades esenciales de las dos partes, por lo que apoyar la victoria de una sola es condenarles a la guerra infinita.

La imposibilidad técnica de apoyar a una parte u otra de modo binario se explica por la ausencia de dos bloques monolíticos. Donde nosotros vemos dos partes, hay en realidad una heterogeneidad muy compleja a diferentes niveles, y basta con ahondar un poco para darnos cuenta de que el conflicto palestino-israelí no es un Barça-Madrid en el que uno pueda hacerse de un equipo para todos los partidos. Para empezar, la multiplicidad de temas que se discuten dentro del conflicto impide un posicionamiento generalizado, ya que es perfectamente posible tener opiniones distintas según el tema que se discute. Cualquier persona que quisiera dar una opinión mínimamente responsable, se vería obligada a preguntar antes de qué tema estamos discutiendo: ¿Estatus de Jerusalén? ¿Fronteras? ¿División de tierras? ¿Asentamientos en Cisjordania? ¿Agua? ¿Control militar? ¿Recursos? ¿Jurisdicción marítima? ¿Derecho al retorno de refugiados? ¿Reconocimiento mutuo?… Porque cada uno de estos temas permite tener varias posturas distintas, independientemente de las simpatías que uno tenga. Por ejemplo, si tomamos el tema “organización estatal”– vemos que existen diferentes alternativas y que no son necesariamente pro-israelíes o pro-palestinas: ¿Dos estados? ¿Dos estados plus? ¿Tres estados? ¿Estado binacional? ¿Ciudadanía dual?  ¿Confederación de Oriente Medio? Este argumento bastaría para constatar la imposibilidad técnica de posicionarse por una de las partes de modo global, pero existe una razón adicional: sobre cada uno de estos temas hay además una gran diversidad de posturas dentro de los propios israelíes y dentro de los propios palestinos, dependiendo de su ideología, procedencia, personalidad, etc. Del lado palestino, aunque haya afinidades en temas gruesos como puede ser la necesidad de un futuro libre con igualdad de derechos, a la hora de aterrizar las propuestas no tiene las mismas prioridades un palestino de Cisjordania, que uno de Gaza, o uno de Jerusalén, por no nombrar a los palestinos en Líbano, Jordania o la diáspora que también se sienten concernidos. Del lado israelí, aunque haya afinidades en temas gruesos como la necesidad de sentirse seguros, no tiene las mismas prioridades en Israel un ashkenazi, un mizrahi, un sefardí, un yemenita, un israelí de origen palestino (20% de los israelíes), un beduino del Negev o un druso, por no hablar de los judíos fuera de Israel que también se sienten concernidos. En este contexto, plantearse una elección binaria resulta simplemente imposible.

Dicho esto, el principal perjuicio de apoyar a una parte en este conflicto, sea la que sea, es que contribuimos a alargar la guerra y a alejar el momento de la paz, porque israelíes y palestinos son absolutamente co-dependientes a la hora de encontrar una solución sostenible. A estas alturas es un hecho comprobado que ninguno de los dos va a irse de esa tierra, ninguno de los dos va a aceptar vivir sin libertad y ninguno de los dos va a aceptar vivir sin seguridad. Así que mientras haya israelíes que sueñen con quedárselo todo en vez de ayudar a los palestinos a tener un estado libre, no van a conseguir la seguridad que ansían ni para ellos ni para sus hijos. Y mientras haya palestinos que sueñen con echar a los israelíes al mar en vez de ayudarles a que se sientan seguros, no van a conseguir la libertad que ansían ni para ellos ni para sus hijos. Y nosotros no deberíamos apoyar a ninguno de los dos en la falsa esperanza de que podrían conseguir sus propósitos en solitario, porque les perjudicamos. Por supuesto que el conflicto es profundamente asimétrico y las propuestas deben respetar el mínimo protegido por el derecho internacional para los dos; y por supuesto que hay asuntos concretos en los que tiene más razón uno que otro –y se puede apoyar a una parte en ese tema concreto. Pero a largo plazo, el único camino a una verdadera solución es el apoyo a los dos.

Eso sí, una advertencia: si apoyas una solución satisfactoria para los dos, va a haber quien te va a reprochar ser equidistante.  Y es que en el proceso de tomar-parte-sin-entender en el que nos hemos ido sumergiendo todos, algunos lo han llevado más lejos y se han entregado con fervor a una especie de futbolización del conflicto, en el que ofrecen su entrega incondicional a unos colores. En ese marco-hooligan, la palabra equidistante se ha ido convirtiendo en un insulto que viene a significar más o menos: “dícese de persona floja a la que le falta valor para posicionarse con firmeza y se coloca cobardemente a la misma distancia del bien y del mal”. Esto tiene todo el sentido en una visión del mundo infantilizada en la que hay buenos en un extremo y malos en el otro, pero en el mundo real, no funciona. Quien tenga amigos y familia hooligans tendrá que estar dispuesto a explicarlo.

¿Debemos ser entonces equidistantes? Sí. En dos cosas. Debemos serlo respecto a una solución sostenible que satisfaga a los dos, y también a la hora de valorar por igual la vida de un palestino y un israelí. Con estas dos equidistancias bastaría para poder tomar una postura como ciudadanos útil para ellos y en consonancia con nuestros valores –base más que suficiente para dar un mandato claro a nuestros gobernantes. Quien además de eso, desee también entender qué soluciones concretas podrían ayudar, entonces tendrá que estar dispuesto a dedicarle mucho más tiempo y a agregar una tercera equidistancia: escuchar a ambas partes por igual para entender sus posturas subjetivas –entender no significa apoyar– porque éste es el único modo de acceder a una materia prima imprescindible para encontrar la solución a un conflicto: saber por qué piensan lo que piensan y por qué sienten lo que sienten ambas partes. Solo con esta información se puede hacer el trabajo refinado de intentar encontrar –entre lo que parecen mundos incompatibles– las rendijas qué podrían valerles a los dos. Pero como ciudadanos, no es necesario que demos este último paso a no ser que nos apetezca, porque ése es el trabajo de nuestros gobernantes asesorados por especialistas.

¿Cómo podemos posicionarnos para influir positivamente?

Tanto nos hemos acostumbrado a apoyar a una parte, que la misma palabra posicionarse hemos pasado a entenderla como posicionarse-por-una-parte, sin darnos cuenta de que decir “no me hables de partes cuando se asesina a civiles” o “solo apoyo una solución que satisfaga a los dos” es también posicionarse firmemente. Los ciudadanos que queramos contribuir a la paz en Palestina-Israel, debemos conseguir que nuestros gobernantes reciban dos mensajes claros: primero, que nos escandaliza profundamente el asesinato de civiles inocentes, lo haga quien lo haga y en las circunstancias que sea; segundo, que a largo plazo solo apoyamos soluciones que sean satisfactorias para ambas partes, porque son las únicas que pueden llevar a una paz real. Y debemos hacerles sentir a nuestros representantes políticos que esto nos importa de verdad, hasta el punto de que si no nos hacen caso o se muestran tibios con estas dos posturas, pueden perder nuestro voto. Ese es nuestro papel.

¿Esto significa que no podemos tener ideología? ¡Cómo no vamos a poder! Pero en estos momentos, ponernos a discutir quién tiene razón, es como ver a dos matándose en la calle y meterse a un bar a charlar sobre quién empezó en vez de correr a separarles: lo primero es parar el asesinato de civiles. Será después, cuando paren las muertes y ellos empiecen a discutir cómo van a hacer para llegar a la paz, que podremos apoyar las posturas que nos parezcan mejor o peor en cada uno de los temas que se negociarán. Eso sí, sin olvidar que a largo plazo, o se abordan las preocupaciones fundamentales de los dos, o no será más que paz para hoy y guerra para mañana.

¿Qué pasos prácticos podemos dar? Parto de la base de que a la inmensa mayoría de los ciudadanos nos alegraría ver la paz en Israel-Palestina y que no apoyamos el asesinato de personas inocentes, por lo que se trata tan solo de corregir un error que estábamos cometiendo involuntariamente. Si esto es así, nuestro primer paso práctico sería liberarnos de la presión social para elegir una parte a toda costa y proponer algo mejor. Las cenas de navidad de estos días son probablemente una gran oportunidad para empezar. Que cada vez que alguien nos exija posicionarnos respondamos como un mantra: “Israel y Palestina comparten una misma tierra, así que todas las soluciones sostenibles pasan por apoyar a los dos”. Explicar que israelíes y palestinos son codependientes y que solo pueden salir del horror juntos; recordar que ellos están llenos de ira en estos momentos y no pueden pensar, pero que nosotros sí podemos y ahora no nos necesitan para que nos enfademos con ellos sino para ayudarles con serenidad a encontrar soluciones; repetir que no podemos aceptar el asesinato de inocentes por muchas injusticias que se hayan cometido, porque son eso, inocentes; y ser conscientes de que no se trata de resolver nosotros el conflicto más complejo del mundo, sino de tomar una postura como ciudadanos útil para ellos y en consonancia con nuestros valores –y convertirla en un mandato claro para nuestros gobernantes.

Y si alguien nos dice que somos injustos por apoyar a los dos –cosa que va a pasar– estar listos para responder que lo injusto es posicionarse por uno y contribuir a alargar su sufrimiento; que lo injusto es dedicarse a echar más leña al fuego –como si les hiciera falta– cuando lo que necesitan de nosotros es precisamente lo contrario; que lo injusto es darnos la satisfacción de desahogarnos con nuestras ideologías, cuando el precio lo van a pagar ellos con las vidas de sus hijos e hijas; y que lo injusto es decidir quién tiene razón sin ni siquiera conocer bien un conflicto que lleva años de estudio. Si después de todo esto, alguien insiste en apoyar a una parte, tan solo recordarle algo: si de verdad ama a Israel, deberá defender que haya una Palestina libre, viable y con un futuro para sus hijos; y si de verdad ama a Palestina, deberá defender que haya una Israel segura, viable y con un futuro para sus hijos. 

Un ciudadano solo no cambia el mundo. Pero si somos capaces de explicar a los que nos rodean que existe un posicionamiento decente, coherente con nuestro conocimiento del conflicto y en consonancia con nuestros valores, muchos estaríamos encantados de hacerlo nuestro, y podríamos formar una masa crítica lo suficientemente grande como para hacer reaccionar a nuestros gobernantes. El mensaje es lo suficientemente sencillo: no firme al asesinato de civiles y firme a una solución conjunta del conflicto. Los que tienen acceso a un micrófono o un periódico tienen más responsabilidad en extender estos dos mensajes, pero es una labor de cada uno de nosotros y nosotras explicarlos pacientemente a nuestros amigos, nuestros colegas y nuestras familias a través de nuestras conversaciones cotidianas. Creo sinceramente que es posible, pero si no lo conseguimos, habrá valido la pena intentarlo, porque tendremos la satisfacción de saber que apoyamos una posición decente, útil y acorde con nuestros valores.