Un soldado ruso en las ruinas de un hospital derruido en Alepo, Siria. (George Ourfalian/AFP/Getty Images)

Cinco similitudes en la actuación rusa en las guerras de Chechenia y Siria.

La intervención rusa en Siria guarda algunas semejanzas con las dos guerras que el Kremlin libró en Chechenia entre la segunda mitad de los 90 y el final de la pasada década. El uso indiscriminado de la fuerza militar contra la población civil, su discurso contra los insurgentes o la actitud ante las críticas de la comunidad internacional marcan estos paralelismos.

También hay factores donde Rusia parece que ha aprendido la lección o son una evolución de su estrategia en el Cáucaso. Como por ejemplo, las precauciones a la hora de enviar un gran contingente de tropas terrestres o el apoyarse en aliados locales que lleven el peso de los combates terrestres para así evitar muchas bajas.

Los bombardeos de Alepo y Grozni. Los ataques que sufre la ciudad siria de Alepo con numerosas bajas civiles han sido uno de los elementos que han despertado más comparaciones con el escenario checheno. Estos ataques se han equiparado con los que sufrió Grozni a finales de 1999, durante la segunda guerra en la república separatista del Cáucaso.

El denominador común de ambos escenarios es que un número considerable de civiles quedaron atrapados (alrededor de 50.000 en la capital chechena y 250.000 en Alepo). Junto a ellos, varios miles de combatientes enemigos resistiendo, lo que en ambos casos ha servido al Kremlin para justificar el empleo masivo de la fuerza militar.

En la guerra de Chechenia, el presidente ruso, Vladímir Putin, utilizó el devastador ataque contra Grozni como una muestra de su determinación a ganar aquella guerra, y para evitar un descalabro como el que habían tenido las tropas rusas en la capital chechena en el conflicto de 1994-1996.

Mientras que en Alepo, el Kremlin actúa con contundencia armada para “crear una posición de fuerza para una negociación futura con la nueva Administración estadounidense”, tal y como asegura Nicolás de Pedro, investigador de CIDOB. El analista añade que “las cuestiones humanitarias quedan en un segundo plano”. De Pedro también señala que la carta militar ha permitido al Gobierno de Putin “conseguir determinados objetivos políticos”, en clara referencia a la ocupación de Crimea en 2014.

Aunque para Lauren Goodrich, analista para Eurasia de Stratfor, hay paralelismos entre las dos ciudades: “en ambos casos se buscaba reducir las simpatías de la población hacia los rebeldes” al señalarlos como los culpables de que la población se viera atrapada en los combates.

El discurso contra los rebeldes sirios y chechenos. El discurso del Kremlin no hace diferencias entre los grupos que luchan contra el régimen sirio de Bashar Al Assad, su aliado en Siria, ya sean estos rebeldes moderados, yihadistas locales (como el Frente Islámico o Jabhat Fatá al Sham) o el propio Daesh. Para Goodrich, el Gobierno ruso no distingue a los rebeldes opuestos a Damasco “para contrarrestar la posición de Occidente, y hasta hace poco Turquía, en Siria”.

Pero otros investigadores ven claras similitudes con la retórica que se empleó en el escenario checheno. Marta Ter, investigadora del Observatorio Eurasia de la Universidad de Sevilla, explica que en el Cáucaso, “el Kremlin trataba al mismo nivel a los presidentes chechenos Dzhojar Dudáyev y Aslán Masjádov (islamistas moderados) que a Shamil Basáyev o Ibn al Khattab (terroristas extremistas)”.

Nicolás de Pedro considera que “no es que el Kremlin no sea consciente de las diferencias, sino que le funciona muy bien para su narrativa y para deslegitimar a la oposición con el fin de imponerse en una futura negociación”.

Ter también explica que en Chechenia, Rusia demonizó a las opciones moderadas: “en ocasiones, se decía que el enemigo número uno era Masjádov porque hubiera podido abrirse un diálogo con líderes occidentales, cosa que era totalmente impensable con los islamistas de Basáyev, por ejemplo”.

Este acoso a las fuerzas chechenas más moderadas (el propio Masjádov murió en un bombardeo en 2005) fue uno de los motivos que durante la segunda guerra, los grupos islamistas fueron aumentando su peso dentro de la resistencia contra la invasión rusa. Su extremismo alimentaba el discurso del Kremlin de que libraba una operación antiterrorista en el Cáucaso, y poder equipararse a la lucha occidental contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán.

Un tanque con soldados rusos en las calles de Grozny, Chechenia. (Khsan Kaziyvev/AFP/Getty Images)

Temor a un gran número de bajas. Tanto el conflicto afgano como la primera intervención en Chechenia han marcado las siguientes operaciones militares rusas. En el conflicto caucásico, “se enviaron a muchos reclutas de remplazo que sufrieron grandes bajas. El Comité de Madres de Soldados denunció la situación e hizo mucho ruido, hecho que influyó en la mala prensa que tuvo esa campaña militar dentro de Rusia”, explica Marta Ter.

En la segunda guerra, el Kremlin recurrió a soldados veteranos. Aún así, las bajas también fueron muy importantes. En total, en esos dos conflictos murieron 10.000 militares y policías rusos, según cifras oficiales. Aunque hay fuentes que elevan mucho más la cantidad de caídos en combate.

“Chechenia y el síndrome de Afganistán, que no está del todo superado, emergen cuando se plantea el envío masivo de tropas terrestres a siria”, apunta Nicolás de Pedro. La intervención militar rusa en Siria se ha realizado principalmente con aviación y fuerzas especiales. Mientras que los contingentes terrestres son reducidos y se han limitado principalmente a la protección de bases como Latakia o Tartus.

Pese a que el régimen de Putin ha controlado con mano de hierro a la disidencia en los años de las guerras chechenas, la reacción popular rusa ante muchas bajas podría volverse en contra del Kremlin ya que le resultaría complicado justificar muertes en un escenario lejano. Según recuerda Goodrich, “las guerras en Afganistán y Siria son por el rol global de Rusia, pero en Chechenia estaba en juego la seguridad nacional, la integrad del país y su soberanía”, lo que a la sociedad le hacía más asumible tener grandes bajas entre sus tropas.

El papel de los aliados. Este temor por las bajas hace que el peso de los combates en Siria lo lleve el Ejército de Al Assad y una serie de milicias locales y extranjeras. Por ejemplo, Lauren Goodrich recuerda que “Rusia ha aportado poder aéreo y diplomático, pero Irán ha enviado miles de tropas terrestres que han sido quienes han ganado realmente la batalla de Alepo”.

Una foto del líder checheno, Ramzán Kadyro, a las afueras de Grozny, durante las elecciones parlamentarias de Rusia. (Eelena Fitkulina/AFP/Getty Images)

Moscú también utilizó paramilitares en Chechenia especialmente a partir de 1999. Los utilizaba en zonas peligrosas, así reducía las bajas entre sus filas y afianzaba el control del territorio. Aunque eso supusiera que estos grupos cometieran graves violaciones de los Derechos Humanos. Eran conocidos como los kadyrovtsy, en referencia a su líder de entonces Ajmat Kadyrov. Murió en un atentado en 2004, y le sucedió su hijo, Ramzán, extremadamente fiel a Putin y quien gobierna ahora con puño de hierro el territorio checheno.

Tal y como señala Goodrich, “es complicado comparar a los paramilitares de Kadyrov con los de Siria, porque hay una serie de elementos extranjeros que están luchando por Assad, que van desde afganos que actúan como carne de cañón hasta unidades de élite de Hezbolá, y que en su mayoría están fuera de cualquier control por parte de Rusia”.

Nicolás de Pedro se manifiesta en una línea similar: “no creo que el Kremlin sea tan optimista para pensar que Siria vaya a ser como Chechenia. El país árabe es más grande y complejo y no podrá instalar un régimen tan favorable y dócil a sus intereses como el de Kadyrov”.

La reacción internacional. La contundencia rusa para tratar tanto a los rebeldes chechenos como a los sirios moderados y los consiguientes daños sobre la población civil provoca reacciones de condena en la comunidad internacional, aunque de momento cuesta ver si habrá sanciones más intensas como las que trajo la anexión de Crimea y la ayuda a los insurgentes en el este de Ucrania.

En Chechenia, el Kremlin siempre recordó a la comunidad internacional que se trataba de un asunto interno y no toleraría ninguna injerencia. En el escenario sirio, Moscú tiene que ir con más cuidado al estar interviniendo fuera de sus fronteras. Por ejemplo, el embajador francés en el Consejo de Seguridad de la ONU criticó con dureza los bombardeos en Alepo, comparándolos con Guernica, Srebrenica o la misma Grozni; aunque la resolución para detener los ataque no prosperó por el propio veto ruso.

Marta Ter recuerda que en Chechenia pese a las palabras no se hizo realmente nada, y no ve un escenario más optimista en Siria: “con los cambios políticos que ahora están afectando a Occidente (Brexit, presidencia de Donald Trump, incierto resultado en las presidenciales francesas…), no creo que las sanciones o la presión vayan a incrementarse”.