Líderes de Sudáfrica, Brasil, China, India y Rusia posan junto a los delegados de las seis naciones invitadas a formar parte de los BRICS, Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, durante la clausura de la cumbre de los BRICS, el 24 de agosto de 2023, en Johannesburgo, Sudáfrica. (Anders Pettersson/Getty Images)

La UE y sus Estados miembros deberían explorar las oportunidades de cooperación trilateral en materia de energía y clima con los BRICS y los Estados africanos y prestar especial atención a los intereses coincidentes para mitigar los riesgos que entraña el aumento de la cooperación Sur-Sur y la división Norte-Sur.

La 15ª cumbre anual del grupo BRICS de economías emergentes se clausuró el 24 de agosto con un reto para los entusiastas de las siglas. A partir de enero de 2024, el bloque se ampliará: a sus miembros actuales, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, se sumarán Argentina, Egipto, Irán, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, una mezcla ecléctica de gigantes de la energía y la minería en la que hay dos Estados africanos. De hecho, la cumbre dio especial importancia a la transición energética —entre otras muchas otras cuestiones—, con el tema central de “Los BRICS y África”.

El grupo de los BRICS ha adquirido un trasfondo geopolítico cada vez mayor en los últimos años. A pesar de los distintos intereses nacionales e internacionales de sus miembros, el grupo representa hoy la frustración del Sur global con el orden mundial actual que encabeza Occidente. En relación con la energía y el clima, las mayores discrepancias entre Europa y los BRICS son las relativas a la rápida eliminación de los combustibles fósiles: los BRICS, en general, consideran que estos combustibles son demasiado importantes para el desarrollo y el crecimiento de los países de rentas bajas y medias como para abandonar su uso a corto plazo. Ante esta incipiente cohesión, unida al peso geopolítico del grupo en el Sur global —sobre todo en África, rica en recursos energéticos—, existe el riesgo de que las prioridades y los intereses europeos queden cada vez más lejos.

Sin embargo, ahora que la Unión Europea y los Estados miembros están replanteándose su política energética exterior como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania, deben obsesionarse menos con lo que los separa de los BRICS y los Estados africanos y centrarse más en los intereses coincidentes a la hora de llevar a cabo la transición energética. Los BRICS, África y Europa tienen muchos objetivos comunes en su intento de conseguir la neutralidad de carbono, sobre todo el rápido despliegue de las energías renovables. Por eso, los europeos deben explorar las oportunidades de cooperación trilateral con especial atención a los aspectos técnicos y los incentivos necesarios para impulsar objetivos comunes como la generación y el uso de energías limpias y la reducción de las emisiones globales.

Los obstáculos

Los BRICS propugnan una transición sostenible hacia una economía baja en carbono con responsabilidades comunes, pero diferenciadas y según la capacidad de cada país. Su rechazo de una estrategia más universal hace que sus prioridades, en ocasiones, sean diferentes de las ambiciones climáticas de la UE. El comunicado de la última cumbre, por ejemplo, reitera que los BRICS, en su conjunto, respaldan el derecho de los países en desarrollo a explotar combustibles fósiles para impulsar su crecimiento y su seguridad económica; probablemente varios miembros del grupo contribuyeron a que el G20, en su última reunión, fuera incapaz de ponerse de acuerdo sobre la eliminación progresiva de los combustibles fósiles. Además, el comunicado de este año expone la oposición del grupo a “las barreras comerciales relacionadas con el clima”, en alusión al Mecanismo de ajuste en frontera por carbono (MAFC) de la Unión, muy impopular entre los países del hemisferio sur que tienen dificultades para establecer cadenas de valor ecológicas, especialmente en industrias con uso intensivo de carbono.

Los Estados africanos están de acuerdo con muchas de estas posiciones y también tienen un interés común por reforzar los intercambios comerciales e inversores con los BRICS. Esto podría ser peligroso para Europa, porque supondrá más competidores por el acceso a los recursos y los mercados en un continente que tiene cada vez más importancia estratégica como proveedor de recursos energéticos y minerales.

La UE tiene que asegurarse de no perder las oportunidades de apuntalar sus soluciones energéticas y su acción climática y de seguir siendo importante en la gobernanza energética y climática mundial. Sobre todo, después de la decisión de ampliar el grupo, aprobada en la cumbre. La incorporación de los nuevos Estados no solo reforzará la legitimidad internacional de los BRICS, sino que también fortalecerá, con toda probabilidad, el comercio, las inversiones y la capacidad de negociación del grupo para influir en la transición verde. Las sanciones y la necesidad de aislar a Rusia no deben impedir que la UE negocie y colabore con los BRICS como grupo (igual que negocia con el G20, en el que está Rusia).

Las oportunidades

El diálogo multilateral entre la UE, el grupo BRICS y los Estados africanos les permitiría quizá identificar una misma hoja de ruta común y promover soluciones conjuntas para problemas de interés común en el continente africano. De este modo, podrían compartir los costes y los riesgos de las inversiones, ampliar las oportunidades de mercado y ayudar mejor a satisfacer las necesidades de África.

Para fomentar esta cooperación, los europeos deberían comprometerse a encontrar formas de mitigar los efectos negativos de las políticas de la UE, como la MAFC. Al mismo tiempo, Bruselas debería reconocer y respaldar el liderazgo individual de los países BRICS y africanos en áreas de interés para los europeos. Al principio, esto podría consistir en un apoyo más activo a las iniciativas multilaterales encabezadas por los BRICS y África. Por ejemplo, los europeos podrían respaldar la iniciativa de Brasil para proteger los bosques tropicales de todo el mundo, propuesta junto con la República Democrática del Congo e Indonesia, con el objetivo de definir entre todos unas normas para el cálculo de las emisiones de carbono. Una mayor cooperación con cada Estado podría facilitar una mayor cooperación con los BRICS en su conjunto.

Esa cooperación colectiva podría centrarse en la formación de competencias, tanto técnicas como administrativas, en materia de energías y tecnologías renovables. El diálogo trilateral también podría promover el desarrollo conjunto y la cofinanciación de grandes proyectos estratégicos regionales, como las redes de transmisión de energía y las infraestructuras ferroviarias, que la Unión Africana ha destacado. Esos proyectos suelen necesitar compromisos financieros y tecnológicos muy diversos, difíciles de materializar si no es mediante la acción colectiva. Además, la UE podría aspirar a colaborar con los BRICS y los Estados africanos para buscar soluciones que eviten, reduzcan y eliminen las emisiones, tanto en las cadenas de valor de los combustibles fósiles como en otros ámbitos. También podrían colaborar en el desarrollo de cadenas de valor concretas, como la de los biocombustibles.

El apoyo a una acción conjunta de este tipo transmitiría el mensaje de que la UE está abierta a colaborar con los BRICS, los Estados africanos y otros países del Sur con el fin de aunar los conocimientos financieros y técnicos necesarios para poner en marcha planes ambiciosos de  transición energética. De esa forma, la UE enviaría una señal importante de que el peso creciente de los BRICS y África en la toma de decisiones mundial y su papel crucial en la dinámica de la energía y el clima. También demostraría que la Unión siente empatía por las preocupaciones del Sur global, con lo que quizá se evitaría que aumente el distanciamiento entre las dos partes.

Una mayor alianza de los países del Sur global, como la que supone la ampliación de los BRICS (pese a todas las desavenencias que seguramente aguardan al grupo), puede desembocar en que todos tengan una mayor participación en los sectores energéticos de los demás, tanto en aquellos a los que los responsables políticos europeos se esfuerzan por quitar importancia (los combustibles fósiles) como otros en los que la UE y los Estados miembros pretenden expandirse (como las cadenas de valor de la minería). Los europeos deben unirse en la medida de lo posible a la conversación y tratar de ser promotores del multilateralismo Norte-Sur para mitigar los posibles riesgos de una mayor cohesión del Sur global y seguir siendo importantes en la nueva dinámica de la gobernanza mundial de la energía y el clima. Esta es una oportunidad que los BRICS deberían por lo menos tener en cuenta, si quieren seguir siendo fieles a su lema de “una gobernanza más inclusiva”.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

El artículo original en inglés ha sido publicado en ECFR

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura