Una mujer sostiene un informe sanitario mientras describe su violación en Kanyabiyunga, República Democrática del Congo. (Spencer Platt/Getty Images)

Estos crímenes cometidos durante una guerra o conflicto, no solo siguen existiendo, sino que están aumentando. ¿No hay soluciones, no hay ideas nuevas? ¿Por qué se siguen produciendo?

Decir que la violencia sexual contra las mujeres y las niñas y otro tipo de violencia ejercida sobre ellas en los conflictos es un subproducto de la propia guerra y que por tanto es inevitable, no es verdad. Es un crimen evitable y como tal, debe afrontarse con la misma determinación. Si volvemos a hablar de ella es porque estamos viendo cómo en conflictos recientes o abiertos como Ucrania, Etiopía, Afganistán, República Democrática del Congo, Myanmar, Sudán o Malí, la violencia sexual contra las mujeres y las niñas se ha recrudecido, de acuerdo a datos proporcionados por Naciones Unidas. Con lo cual, ¿qué estamos haciendo mal?

Las necesidades de las mujeres no siempre han sido un punto central en la gestión de conflictos y la reconstrucción posconflicto. No fue hasta el año 2000 cuando la ONU aprobó la resolución 1325 del Consejo de Seguridad, donde se detallaba la complejidad que suponen los conflictos para las mujeres y los riesgos específicos a los que se enfrentan. A partir de esta resolución y de otras que siguieron, activistas, académicos y responsables políticos empezaron a analizar la "carga de guerra" específica que soportan las mujeres y a aportar ideas sobre cómo la comunidad internacional podría protegerlas y, sobre todo, cómo era necesario impulsar su papel como agentes políticos activos y constructoras de la paz. Sin embargo, aunque la 1325 y el resto de resoluciones o normativas vigentes, son fundamentales y dan visibilidad a una situación real, es verdad que la violencia sexual y otro tipo de violencia en estos contextos sigue ocurriendo.

Al hablar de violencia contra las mujeres en los conflictos hablamos también de esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada o matrimonio forzado. Todos son distintos tipos de violencia a los que las mujeres están expuestas durante el conflicto o cuando se producen desplazamientos derivados de una guerra. En Afganistán, esto se está produciendo desde hace más de cuatro décadas, pero desde agosto de 2021, ha aumentado. Con un sistema basado en la opresión masiva de las mujeres, el régimen talibán —según un informe de Naciones Unidas— “ha llevado a cabo el ataque más completo, sistemático y sin precedentes contra los derechos de las mujeres y las niñas”, articulado a través de más de 50 edictos, órdenes y restricciones que impactan en sus vidas cotidianas. Otro ejemplo es Myanmar, donde se ha hecho uso de la violencia sexual para atacar a la población civil. Este ha sido, según la ONU, el “modus operandi por parte del personal militar contra los rohingya". 

Una mujer miembro del colectivo femenino "Petra Mujeres Valientes" es vista en el centro de memoria de la ciudad en Bogotá, Colombia el 08 de abril de 2022. (Lina Gasca M/Anadolu Agency/Getty Images)

Incluso hay lugares donde la violencia sexual está disfrazada o escondida debajo de la alfombra. Hablamos de Haití, Venezuela, Colombia o México donde se usa el cuerpo de mujeres y niñas como arma de guerra. En estos países, los conflictos están marcados por el narcotráfico y los intereses políticos de cada grupo o gobierno, lo que ha provocado que no se atienda la violencia sexual derivada de estas confrontaciones. Mujeres que sufren el crímen derivado del narcotráfico en México y que traspasa fronteras. Los crímenes contra niñas y adolescentes, perpetrados por las mafias locales en Haití. O las mujeres, muchas de ellas migrantes venezolanas en Colombia, que son vendidas como esclavas sexuales en Cartagena o Medellín por las redes de narcotráfico. 

Podemos seguir con muchos más ejemplos, porque en la actualidad hay 33 conflictos abiertos en el mundo, de acuerdo con la Escola de Cultura de Pau, y en al menos 10 de ellos, hay sospechas del uso de la violencia sexual contra las mujeres y las niñas. Según María Villellas Ariño, investigadora de la Escola de Cultura de Pau, la forma de ejercer esta violencia no siempre es igual. “Hay que distinguir entre la violencia sexual en los conflictos que la comenten civiles o personas que aprovechan la situación de caos y la que se usa como estrategia de guerra, que en ese caso son los Estados o determinados grupos armados y terroristas los que pueden utilizarla para ejercer un mayor control sobre el territorio”. En este sentido, numerosos especialistas argumentan que en muchos casos, si bien no la ordenan, sí la toleran, la consienten o no la persiguen. 

En Etiopía, un informe de Amnistía Internacional, ha documentado el uso de "la violación, la violación en grupo, la esclavitud sexual, la mutilación sexual y la tortura" como arma de guerra contra las mujeres y niñas en Tigray. Es una "estrategia para aterrorizar, degradar y humillar" a las víctimas y al grupo étnico en general, realizado por las fuerzas de seguridad del gobierno etíopes y el ejército eritreo, continúa dicho documento. También sobre este mismo país, Pramila Patten, representante especial del secretario general de la ONU, asegura que los grupos armados han cometido crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Tigray. Patten ha constatado que se están produciendo violaciones y otras formas de violencia sexual a una "escala asombrosa", y que las fuerzas gubernamentales y las fuerzas eritreas han atacado a mujeres y niñas con "especial violencia". 

En la retina tenemos también las imágenes recientes de Ucrania, donde numerosos informes han asegurado que “se están produciendo violaciones increíblemente violentas con fotos que circulan de cuerpos marcados de mujeres, violaciones en grupo, mujeres retenidas como esclavas sexuales, etc". Lo sucedido en Bucha con violaciones sexuales en grupo a mujeres y niñas, embarazos forzados y abortos forzados, recordaba lamentablemente a lo sucedido en Bosnia-Herzegobina. Además, en el conflicto ucraniano se han visto dos tendencias distintas, según ha indicado la profesora Dara Cohen: la primera es la falta de intentos por ocultar estos crímenes, como ha aparecido en distintos medios; la segunda es que a pesar de que la información sigue siendo limitada, como en todas las guerras, sí se está consiguiendo recopilar más datos sobre estos crímenes.  

Los datos y las normas 

Uno de los grandes problemas en cuanto a constatación de la violencia sexual en los conflictos ha sido, precisamente, la recabación de datos. Hay bastante literatura sobre este tema, pero se conoce poco sobre la magnitud, solo se consiguen aquellos que proporcionan (con limitaciones) organizaciones como Naciones Unidas. La falta de claridad sobre la violencia sexual en tiempos de guerra no es sorprendente, ya que rara vez se recopilan datos sistemáticos sobre las violaciones. En su lugar, suelen basarse en los relatos de las víctimas recogidos por defensores de los derechos humanos, trabajadores humanitarios y periodistas, así como en informes de las fuerzas de seguridad y registros hospitalarios, siempre y cuando haya acceso a ellos, ya que éste suele ser limitado. Además, esa recabación de datos, se ve dificultada porque en la mayoría de las ocasiones, las víctimas no denuncian, según la Organización Mundial de la Salud. En República Centroafricana estiman que por cada violación denunciada en una situación de conflicto, entre 10 y 20 casos quedan sin denunciar. Las razones son muchas, pero entre ellas están la estigmatización social, ya que muchas de ellas quedan apartadas de sus sociedades. 

Y es que, muchos de estos países donde las mujeres sufren violencia sexual en los conflictos, son lugares donde las normas y las prácticas son profundamente patriarcales. Aunque, según numerosos informes, no tenemos que engañarnos ya que estas prácticas se dan en todas las sociedades con mayor y menor intensidad o nivel de tolerancia. La violencia sexual y de género perpetrada contra las mujeres en la guerra o en la paz, en la esfera pública o en la privada, comparte una base común en las normas sociales patriarcales que devalúan a las mujeres. En Colombia, por ejemplo, se ha demostrado cómo estas prácticas condenan a las mujeres al ostracismo, las estigmatizan y, en última instancia, tratan de silenciar a sus víctimas. Con ello se corre el riesgo de borrar del mapa político la violencia sexual relacionada con el conflicto y se socava gravemente la búsqueda de justicia. Sin embargo, hay que tener en cuenta que cada conflicto es distinto, las sociedades implicadas lo son y la violencia ejercida en él, por lo tanto, también lo es. 

Cada conflicto es distinto

Hay que alejarse de la rigidez de los modelos lineales y abordar la complejidad que sugiere que los conflictos son fenómenos cambiantes y en evolución. Por este motivo, es importante entender las características de cada uno y el contexto en el que ocurre esta violencia sexual para realmente poder establecer conclusiones y no caer en los roles de género en la guerra. Es necesario entender que los grupos de mujeres no son homogéneos, todo lo contrario, depende del tipo de conflicto, las etnias y las razas, o hay que destacar que el sufrimiento recibido por una población con respecto a otra también varía. Por ejemplo, en los acuerdos de paz de Colombia las mujeres afrocolombianas no querían ser representadas por las indígenas o las blancas. Por eso, es crucial estudiar e investigar cada caso. Así se puede entender bien la guerra y su impacto en el género. Dara Cohen afirma que “debido a las diferencias entre los conflictos -en algunos hay una violencia sexual desenfrenada, mientras que en otros es escasa-, no existe una teoría coherente sobre cuándo y por qué se recurre a la violación en la guerra”. 

Diferentes expertos han señalado que hacer referencia al género en conflictos armados supone asumir la hipótesis de que hombres y mujeres protagonizan roles distintos –con independencia de que resulten estereotipados– y que los cambios que surgen de los conflictos armados y la violencia derivada de los mismos afectan, significativamente, a las relaciones de género. Es decir, el empleo de la perspectiva de género en el análisis de la violencia sexual dentro de los conflictos armados, así como de su tratamiento jurídico, no es reducir el estudio a las mujeres que resultan víctimas de la violencia, sino profundizar en aspectos tales como las estructuras sociales patriarcales y las divisiones y fracturas sociales, además de la asignación de roles que retroalimenta y acentúa la violencia sobre la mujer que termina desposeída de su cuerpo, cosificada e invisibilizada.

¿Cómo es posible evitar esta violencia en los conflictos? 

Para María Villellas Ariño, “un buen comienzo sería prevenir los conflictos armados. Para que no se ejerza la violencia sobre las mujeres, lo primero es que no haya conflictos”. Dicho esto, Villellas continúa señalando que “los actores armados que participan deben saber que van a ser castigados y perseguidos por este tipo de violaciones”. No hay que olvidar que la impunidad es muy alta. “El acceso a la justicia para víctimas es fundamental, porque la persecución de la violencia sexual actual es la prevención para el futuro, cuando se castiga, eso hace que deje de ser recibido como algo que pueda cometerse sin tener consecuencias en el futuro”, indica esta experta. 

Es preciso trabajar en la rendición de cuentas, a pesar de su dificultad debido a la falta de conocimiento de quién comete los crímenes. Aquí la comunidad internacional en conflictos como los de Ucrania, Etiopía o Myanmar puede ejercer presión para mejorar la situación de las víctimas y perseguir la violencia sexual actual. A nivel global, es necesario hacer un esfuerzo multilateral y sistemático pre y post conflicto para acelerar la respuesta y prevenir la violencia sexual y de género, reforzando la colaboración internacional para lograr salud y derechos sexuales y reproductivos de forma integral para toda la población, incluyendo la prevención. También se debe asegurar la respuesta a supervivientes con una perspectiva de género y de edad, alineado con los derechos humanos y el derecho internacional humanitario.

Villellas también indica que “se debe apoyar y acompañar a las víctimas en la parte psicosocial y económica. Ayudalas a que estén presentes en la reconstrucción de la paz como actores principales”. En este sentido es muy importante que en las negociaciones y la reconstrucción de la paz estén las víctimas y mujeres locales y las razones principales son dos: en primer lugar, porque son las que van a abordar las necesidades sociales en lugar de centrarse solo en lo que hace feliz a las partes enfrentadas y en segundo lugar, porque son ellas las que entienden y han sufrido la violencia.   

Otra cuestión importante es apoyar a los movimientos de mujeres y asociaciones de víctimas para que sigan con su trabajo de ayuda y denuncia social. Y es que las organizaciones de la sociedad civil desempeñan un papel importante a la hora de reclamar poder para las víctimas, haciendo visible la violencia sexual y enfrentándose a prácticas patriarcales perjudiciales. No olvidemos que han sido estos grupos los que han logrado impulsar muchos de los cambios políticos y legislativos en este sentido. 

Sería interesante fomentar la participación de mujeres en misiones de paz. Está demostrado que la incorporación de las mujeres a las misiones de paz aumenta la capacidad para fraguar una paz duradera porque pueden recabar información relevante (sobre todo en grupos de mujeres que ha sufrido violencia sexual), pueden frenar la propia violencia e impulsar transformaciones sociales. Hay experiencias en Camboya, Kosovo, Timor-Leste, Afganistán o Liberia, donde las mujeres han demostrado una mayor eficacia para estas tareas que sus compañeros hombres.

Mujeres yazidíes son recibidas por sus familias y los funcionarios regionales durante una ceremonia celebrada en el parque Azadi Panorama en Duhok, Irak, el 07 de junio de 2023. (Ismael Adnan Yaqoob/Anadolu Agency/Getty Images)

¿Se produciría la violencia sexual contra las mujeres y las niñas en sociedades más igualitarias y feministas? 

El libro Sex and World Peace, editado por la Universidad de Columbia, señala que la igualdad de género es el factor más importante para predecir la paz. Más que la riqueza, el nivel de democracia o la identidad religiosa de un país. La experta Mary Caprioli profundiza en la cuestión e indica que “los países con igualdad de género tienen menos probabilidades de entrar en guerra, de utilizar la fuerza en primer lugar durante los conflictos o de verse involucrados en crisis internacionales violentas”. Cuanto más sólidas sean las instituciones democráticas dentro de un Estado y más igualitarias sean las sociedades, menos se verán afectados los derechos de los más vulnerables. 

Las teorías feministas introducen narrativas muy interesantes sobre los conflictos y el género, y sobre la construcción de la paz, que ponen de manifiesto la carga sobre las mujeres, ya que su experiencia en la guerra es extremadamente compleja. Si bien son víctimas de una violencia extrema, también son supervivientes, demostrando una enorme resistencia y capacidad de hacer frente a múltiples crisis. Son también parte activa en los conflictos de muchas formas, a razón de su propia ideología e intereses. El relato masculinizado de la guerra las suele colocar en compartimentos estanco, extremadamente estereotipados, sin profundizar en los matices. Esto no favorece ni a la capacidad de entender los conflictos ni a las personas atrapadas en ellos. En definitiva, se necesita un esfuerzo múltiple de la comunidad internacional y de los países afectados por las guerras, y profundizar en conceptos como la construcción patriarcal de nuestras sociedades para abordar las causas profundas de la violencia sexual relacionada con los conflictos y terminar con ella. Acontecimientos mundiales recientes que muestran el poder de líderes autoritarios hipermasculinizados en algunos lugares, han puesto de manifiesto la importancia del género para comprender la política internacional, y los conflictos no están exentos de esto.