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El presidente ruso, Vladímir Putin, se dirige a la asamblea federal de Rusia, enero 2020. Mikhail Klimentyev\TASS via Getty Images

En Rusia ha empezado la transición política. Aunque Vladímir Putin seguirá teniendo enorme poder, 2024 puede ser el año en el que haya un cambio real. 

¿El presidente ruso, Vladimir Putin, dejará el poder en 2024, o se quedará? Esta es la pregunta que los observadores de Rusia se hacen desde 2012, cuando Putin regresó al Kremlin. Muchos dicen que no hay duda de que se quedará, pero una minoría sostiene que se marchará. Lo paradójico es que, ahora que Putin ha esbozado por fin su visión para Rusia a partir de ese año, los bandos sienten que han acertado, y con razón. El Presidente ruso ha dado a entender en qué dirección van sus planes, pero, como es típico de él, también deja muchas opciones abiertas. No obstante, hemos aprendido unas cuantas cosas.

El modelo de transición. Desde las elecciones presidenciales de 2018, el gran interrogante político sobre Rusia —aunque se debata en voz baja— es el plan de Putin para 2024. ¿Preparará a un sucesor para que asuma sus deberes actuales? ¿Intentará permanecer en el Kremlin y hacer las enmiendas necesarias a la Constitución? ¿O cambiará el sistema político para que le permita marcharse?

A la hora de la verdad, será una combinación de las tres cosas, como probablemente debería ser. Si suponemos que Putin no tiene intención de prolongar su presidencia más allá de 2024, volver a cambiar de cargo político ni emprender otra imitación de traspaso de poder, entonces tenemos que preguntarnos si el país puede encontrar un “nuevo Putin”. Un líder que debería ser un árbitro entre las élites y, lo más importante, tener apoyos suficientes de la población, un dato que siempre ha sido la base de la presidencia de Putin y ha reforzado su poder sobre las élites. Si el presidente y las clases dirigentes no encuentran o no se ponen de acuerdo sobre ese nuevo Putin, la opción más obvia será la reimplantación de ciertos controles y equilibrios.

Y eso exactamente es lo que anunció Putin recientemente: cierta diversificación del poder que quite al presidente parte del poder que ha tenido en los últimos tiempos y dé más importancia a la Duma del Estado, y que forje un nuevo papel influyente para el Consejo de Estado. Putin seguirá preparando a un sucesor; cualquier paso para quitar peso a la presidencia tendrá que contar con su aprobación. Y él no se desvanecerá hacia el olvido; es indudable que sabremos de él después de 2024. Pero tendrá un papel nuevo en un panorama transformado.

El futuro papel de Putin. ¿Cómo será ese nuevo rol? Es difícil imaginar que vuelva a ser primer ministro (la vez anterior se le veía claramente aburrido con el puesto) o presidente de la Duma. Lo más probable es que esté reservándose el cargo de presidente del Consejo de Estado, una institución que puede moldear a su gusto. De hecho, en caso necesario, el Consejo de Estado podría ser una continuación de la presidencia. Sin embargo, lo normal es que el poder de Putin cambie. Será más selectivo: se dedicará a los temas que le interesan y dejará las cuestiones prosaicas para otros. Actuará como líder formal e informal: los expertos en política rusa lo comparan a veces con dirigentes como Deng Xiaoping cuando se jubiló o el ayatolá Ruholá Jomeiní.

Eso sería toda una novedad en el sistema político ruso. El papel de líder supremo o exlíder influyente no ha existido nunca en el país. Todo lo contrario: los titulares del poder solo empezaron a dejarlo con vida desde que se retiró Nikita Jruschov a mediados de los 60, y nunca han conservado su influencia cuando se jubilan. Pero con Putin sí es imaginable. No tanto porque desee aferrarse al poder, sino porque el sistema le necesita todavía. Un paisaje político que parece un desierto, sin confianza ni acuerdos funcionales de reparto de poder, necesita una figura de ese tipo, al menos al principio. Y, para Putin, esa necesidad podría darle la oportunidad de irse apartando del poder de forma tan gradual como quiera.

El estancamiento se relajará. Puede parecer que queda todavía mucho tiempo para 2024 y que Putin ha empezado la transición asombrosamente pronto. En realidad, no es así. Más bien, su reciente anuncio llega con casi dos años de retraso. Desde las elecciones de 2018, el sistema político ruso ha estado esperando a que se aclarara su futuro. La falta de claridad ha desmoralizado a los funcionarios, ha suscitado luchas internas destructivas entre las élites, ha generado insatisfacción en la sociedad y ha creado una sensación general de estancamiento. Putin tenía que poner fin a ese estado de ánimo. Y tenía que hacerlo cuanto antes.

Si el Presidente ruso quiere verdaderamente celebrar un referéndum en el que se aprueben las enmiendas constitucionales que propone, tiene que hacerlo al menos un año antes de las próximas elecciones a la Duma, previstas para septiembre de 2021. Y, en efecto, según las últimas noticias, la votación sobre las enmiendas está planeándose para antes de mayo de 2020.

Es probable que Putin quiera que la próxima Duma se elija ya de acuerdo con las nuevas normas. Y, más importante, era necesario reanimar el debate político, darle algo en lo que centrarse. Prolongar el estancamiento hasta finales de 2021 habría podido erosionar peligrosamente los cimientos de un sistema político cansado que no ha sabido reformarse y que ha dejado de beneficiarse del respiro proporcionado por la anexión de Crimea. El sistema político ruso es mucho más sólido de lo que quieren reconocer sus adversarios, pero no hacer nada hasta 2021 habría sido, como mínimo, temerario.

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El primer minsitro ruso, Mikhail Mishustin, y el presidente Valdímir Putin en una reunión del Consejo de seguridad de Rusia, enero 2020. Mikhail Klimentyev\TASS via Getty Images

Aún es demasiado pronto para hablar de nombres. Casi todos los observadores parecen coincidir en que el nuevo primer ministro, Mijail Mishustin, es un tecnócrata sin perspectivas —quizá incluso sin deseos— de ascender al Kremlin. Dmitri Trenin, director del Carnegie Moscow Center, ha dado a entender que el Kremlin está reservado para Dmitri Medvedev. Parece poco creíble: elevar a Medvedev haría que la sucesión pareciera una ridícula repetición de su presidencia en 2008-2012, y no un cambio auténtico y gradual. Claro que Putin es perfectamente capaz de tomar decisiones sorprendentes que provocan reacciones por su absoluta falta de imaginación; pensemos en 2012.

Más bien parece que, por ahora, no sabemos los nombres de quienes ocuparán los puestos de poder, y Putin tampoco los sabe. El proceso de selección para el papel en el Kremlin no ha comenzado todavía, pero lo hará. En este sentido, conviene no perder de vista, por ejemplo, a los futuros viceprimeros ministros de Mishustin.

Pero no demos nada por descontado… El semiótico ruso-estonio Yuri Lotman describió la relación de Rusia con el liberalismo empleando un cuento de hadas sobre un gato que se convirtió en princesa. Ésta era increíblemente simpática, amable y bien educada, pero tenía un defecto: cada vez que veía un ratón, no podía evitar saltar a por él. Del mismo modo, decía Lotman, los poderosos de Rusia no pueden evitar perseguir las ideas liberales.

La necesidad de control es una característica de la política rusa y, en concreto, de Putin. Y esta tendencia puede desbaratar la diversificación de poderes prevista y reducirla a mero adorno. Algunos expertos en política rusa aseguran que la intervención de la OTAN en Libia, en marzo de 2011 (que Medvedev, entonces presidente, no quiso impedir), hizo que Putin cambiara de opinión sobre permanecer fuera del Kremlin. Si eso es verdad —o si cualquier crisis extranjera puede, en principio, tener tanta influencia en la política interna rusa—, entonces cualquier diversificación de poder en el futuro correrá también peligro de venirse abajo si ocurre una emergencia que empuje a Putin a recuperar en control de la política de su país. Quizá sepa que no conviene, pero ¿podrá resistirse? Y, si no puede resistirse, ¿habrá alguien capaz de decirle que tiene que marcharse? Veremos.

La versión original en inglés de este artículo ha sido publicado con anterioridad en ECFR. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.