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El presidente ruso, Vladímir Putin, y el Primer Ministro japonés, Shinzo Abe, en Moscú, mayo de 2018. MAXIM SHEMETOV/AFP/Getty Images

Aunque menos mediática que la acción exterior de Rusia en Oriente Medio y Ucrania, Moscú también tiene una estrategia para aumentar su influencia en Asia, fortaleciendo las relaciones políticas y económicas con los países de la región, especialmente con Japón, Singapur y los Estados del ASEAN.

La región del Indo-Pacífico no es solo la más dinámica económicamente, sino que en ella concurren los principales retos estratégicos del siglo XXI. Rusia lo tiene claro y en 2018 aceleró sus movimientos en la zona, desde sus tradicionales socios –India y Vietnam—a los demás países del subcontinente y de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), aunque su interés más evidente son Corea del Sur y Japón. El pasado 12 de septiembre, el Presidente ruso, Vladímir Putin, ofreció al primer ministro japonés, Shinzo Abe, firmar el acuerdo de paz pendiente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La oferta, “sin condiciones previas”, sorprendió a Tokio, que insiste en que un pacto requiere la devolución de las cuatro islas Kuriles, situadas en el extremo norte del archipiélago nipón y ocupadas por el Ejército soviético en 1945.

El país más extenso del planeta, con 17,1 millones de kilómetros cuadrados y solo 140 millones de habitantes, necesita grandes inversiones en toda su zona asiática para evitar una excesiva dependencia de China, que situada al sur de Rusia y con una población 10 veces superior, genera inquietud entre los escasos pobladores de Siberia y el extremo oriental rusos. Ese es el principal objetivo del acercamiento a Japón, que intentó Borís Yeltsin tras el hundimiento de la URSS y fracasó por las diferencias fronterizas.

Los ministros de Exteriores de los dos países, Serguéi Lábrov y Taro Kono, se han comprometido a trabajar en un borrador que analizarían conjuntamente Putin y Abe durante el viaje que tiene previsto este último a Moscú a principios de 2019. Los puntos de partida son muy distantes porque si uno quiere la devolución de las cuatro Kuriles, el otro busca a cambio que no se implementen las sanciones impuestas por Washington a Moscú tras la anexión de la península de Crimea en 2014 y el firme compromiso de que Estados Unidos no podrá construir ninguna instalación militar en esas islas ni incluirlas en el tratado de defensa entre EE UU y Japón.

Días antes de la cumbre de Asia Oriental celebrada el 15 de noviembre en Singapur, en cuyos márgenes se reunieron Putin y Abe y confirmaron su voluntad negociadora, el periódico nipón Mainichi Shimbun apuntaba que se había tomado como punto de partida la Declaración Conjunta de 1956, según la cual al firmarse el Tratado de Paz se cederían a los japonenses las dos islas más al sur y cercanas a Japón –Shikotan y Habomai—. El diario añadía que, tras la firma, que podría ser en junio cuando Putin viaje a Japón para participar en el G20, las negociaciones proseguirían para lograr la recuperación de las otras, Iturup y Kunashir, que son las más grandes.

No hay duda de que ambos países tienen mucho que ganar si consiguen superar el conflicto fronterizo. Japón necesita los recursos energéticos rusos y Rusia está ávida de inversiones y creación de empresas conjuntas de tecnología avanzada. Putin mantiene unas excelentes relaciones con el líder chino, Xi Jinping, pero el ascenso de China hacia primera potencia mundial inquieta con distintos grados a sus vecinos. Además, Moscú quiere romper el aislamiento que le impone EE UU y Japón ve con sumo recelo la política proteccionista de Donald Trump y el abandono de sus socios a causa del “América primero”.

Rusia, que ha desarrollado unas relaciones privilegiadas con China, tiene que moverse con mucho tiento para evitar suspicacias que las pongan en riesgo. El actual deshielo entre Pekín y Tokio parece el momento más propicio para avanzar. El Gobierno chino puede ver con buenos ojos el cortejo de Moscú a Tokio si conlleva una cierta independencia nipona de Estados Unidos.

“Rusia desea fortalecer su presencia en Asia y construir una relación de beneficio mutuo”, declaró Tatiana Naumova, subjefa de Sputnik, la Agencia Federal de Prensa y Comunicación, en Kuala Lumpur tras la asistencia de Putin a la Cumbre de Asia Oriental, que engloba a los 10 países de la ASEAN (Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Singapur, Tailandia y Vietnam), junto con Australia, Corea del Sur, China, Estados Unidos, Japón, India, Nueva Zelanda y Rusia.

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El Pimer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, con el Presidente ruso, Vladímir Putin, durante la cumbre del G20 en Buenos Aires, 2018. LUDOVIC MARIN/AFP/Getty Images

Esa primera visita de Putin a Singapur, en la que celebró varias reuniones bilaterales, estuvo cargada de mensajes sobre el interés ruso en profundizar las relaciones con los Estados asiáticos más allá de China y con la ASEAN a nivel multilateral. Frente a la enorme expansión del megaproyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda, Rusia está empeñada en impulsar la Unión Económica Euroasiática (UEE). ASEAN y UEE celebraron su primera sesión de negocios en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo de 2018 y en Singapur firmaron un memorándum de entendimiento.

La UEE (Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Rusia), más centrada en Asia Central, impulsa sinergias con el plan que China denomina oficialmente La Franja y la Ruta, pero parece haber llegado a la conclusión de que necesita expandir su área de influencia por el resto del continente para obtener mayores beneficios económicos. La aproximación rusa es mucho más modesta que la china y se produce en un momento en que crecen las críticas hacia Pekín por construir infraestructuras de costes millonarios que benefician sobre todo a China y generan deudas impagables, de manera que los Gobiernos se ven obligados a cederle la explotación de esas infraestructuras, como en Sri Lanka, Grecia, Yibuti, islas Maldivas o Pakistán.

La ambición rusa es establecer una zona de libre comercio entre la ASEAN y la UEE. En 2016, Vietnam –la punta de lanza de Rusia en la ASEAN– firmó un Tratado de Libre Comercio (TLC) con la UEE que dio un importante impulso a las relaciones económicas entre ambos. Además, el comercio bilateral entre Moscú y Hanoi creció un 30% en el primer año y se situó en 3.550 millones de dólares, euforia que llevó a las autoridades de los dos países a comprometerse a que en 2020 alcance los 10.000 millones. A finales de 2018 se estimaba en un 38% el aumento durante el año.

Singapur, con su enorme capacidad financiera, es uno de los objetivos rusos más codiciados. El comercio bilateral ha aumentado considerablemente en la última década, desde los 1.400 millones de dólares de 2007 a los 5.400 millones de 2017. Sin embargo, la inversión directa de Singapur en Rusia sigue siendo pequeña: 306 millones de dólares hasta 2016. Entre los directivos que viajaron con Putin se encontraba Leonid Mijelson, presidente de Novatek, la mayor productora rusa independiente de gas. Mijelson firmó un acuerdo de colaboración con la singapureña Pavilion Energy para el desarrollo de un proyecto de gas natural licuado en el Ártico. Moscú alienta la firma de un tratado de libre comercio entre Singapur y la UEE.

Tras casi dos décadas de reconstrucción del poderío militar y de superación de la catástrofe económica que supuso el desmantelamiento de la URSS, Rusia es hoy el segundo suministrador de armas del mundo, después de Estados Unidos. Sus ventas de armamento ascendieron en 2017 a 45.000 millones de dólares. El 60% se destinó a Estados asiáticos, con China, India y Vietnam a la cabeza. La penetración rusa en la región es mucho menos escandalosa que la perpetrada en Ucrania y Oriente Medio, pero en los últimos años se han estrechado las relaciones tanto económicas como militares con Bangladesh, Pakistán, Indonesia, Malasia, Myanmar, Filipinas y Tailandia. La construcción de una central nuclear en Bangladesh convierte a este país en dependiente directo de Rusia a largo plazo por la complejidad tecnológica del proyecto. Rusia ha encontrado también en la industria nuclear civil una de sus principales fuentes de divisas. Además de Bangladesh, construye en Uzbekistán la primera central nuclear en Asia Central, una en India y otro en China, países que que ya tienen plantas atómicas propias tanto de uso militar como civil.

La fuerte rivalidad desatada entre Washington y Pekín ha convertido el mar del Sur de China en escenario del conflicto entre las dos potencias. Los países de la ASEAN, que no quieren ser moneda de cambio del desencuentro entre China y EE UU, han dado la bienvenida a una mayor implicación rusa en su zona, como ya habían hecho con Japón, que de la mano de Abe ha emprendido una política asiática muy activa. La ASEAN se opone a la militarización del mar del Sur de China, pero la mayoría de sus integrantes precisan para su desarrollo las ingentes cantidades de dinero que Pekín concede a sus socios para impulsarlo.

De igual manera, Putin hizo hincapié en Singapur en la importancia que concede a estrechar las relaciones con Corea del Sur, no solo por su interés económico sino también por el geoestratégico, de cara al proceso negociador para la desnuclearización de Corea del Norte. Putin y su homólogo surcoreano, Moon Jae-in, coincidieron en la necesidad de reducir las sanciones internacionales al régimen de Kim Jong-un conforme dé muestras de su voluntad de desarme. Rusia, fronteriza con Corea del Norte, se vería directamente afectada por cualquier cambio en la península.

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Líderes de países en una cumbre ASEAN-Rusia en Singapur, noviembre de 2018. ALEXEI DRUZHININ/AFP/Getty Images

La decisión del Kremlin de ampliar su influencia en Asia también está motivada por la sensación de vulnerabilidad que crea en sus fronteras el enfrentamiento entre China y EE UU. Para combatirla, realizó el pasado septiembre las mayores maniobras militares de su historia, en las que participaron algunas unidades de Mongolia y 3.200 soldados chinos, junto con cerca de 300.000 uniformados rusos, mil aviones, helicópteros y drones no tripulados, 36.000 tanques y 80 buques desplegados en el Pacífico. Denominadas Vostok-2018, fueron la advertencia disuasiva más apabullante de Rusia en su zona oriental. Según el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, las maniobras buscaban “incrementar el nivel de destreza de la tropa en tierra, mar y aire, y ensayar las actuaciones de las agrupaciones situadas en el este del país”.

Shoigú promueve una diplomacia militar asiática que ha reforzado la participación de Rusia en varias estructuras de seguridad regionales, como la reunión ampliada de los ministros de Defensa de la ASEAN, el Diálogo de Shangri-La y la Organización de Cooperación de Shanghái. Fomenta también los acuerdos bilaterales mientras refuerza las capacidades militares rusas en el este del país, que en los cinco últimos años han recibido 300 aviones que han sido actualizados y mejorados.

La estrategia asiática puede convertir a Putin en el presidente que logró resolver todos los conflictos fronterizos rusos y delimitar definitivamente las fronteras del país, incluida la aplaudida anexión de Crimea. Tras el acuerdo firmado con China en 2004, en 2018 actualizó el pacto fronterizo con Noruega; un Acuerdo de Paz con Japón sería un logro histórico que facilitaría un encaje más equilibrado de Rusia en el Pacífico. No lo tendrá fácil. Con una popularidad en torno al 60%, la más baja del último quinquenio, la mayoría de la población se opone a la cesión de las islas Kuriles, que solo apoya el 13%. Según una encuesta de 2016 publicada por The Diplomat, una revista digital con sede en Tokio, el 78% de los rusos rechazan la transferencia de las islas Iturup y Kunashir, y el 71% se opone incluso a la cesión de Shikotan y Habomai. Para los rusos, no hay ninguna necesidad de hacer concesiones a Japón. Si Putin quiere convertir en logro un pacto con Tokio tendrá no solo que arrancarle una jugosa contrapartida sino también convencer a sus compatriotas de que es la mejor fórmula para evitar ser fagocitados por el sinocentrismo.