El presidente ruso. Vladímir Putin, en una ceremonia por el día de las Fuerzas navales en Kaliningrado. Mikhail Klimentev/AFP/Getty Images

La política de confrontación con Rusia no funciona. ¿Cómo salir de la presente espiral de provocaciones y rearme en la región del Báltico?

La importancia geoestratégica del Báltico, como mar periférico, lleva a peligrosos juegos de guerra entre el Kremlin y la OTAN. Rusia no solo ha perdido en sus costas a antiguos satélites como Polonia sino lo que fuera la mayor parte del propio litoral de la ex URSS (la correspondiente a las actuales Estonia, Letonia y Lituania).

Desde que los tres países bálticos se unieran a la Alianza Atlántica en la ampliación de 2004 (Polonia lo había hecho en 1999), el enclave de Kaliningrado constituye en pieza fundamental y se convirtió en una especie de isla en el corazón de la OTAN.

¿Cómo asegurar el imprescindible acceso al Atlántico que representa este mar de 430.000 kilómetros cuadrados (algo menos de una quinta parte del Mediterráneo)? Moscú no controla los estrechos daneses, la llave de salida en manos de la OTAN. Por esta razón se concentra en consolidar su posición al Este. Lo hace en lo que considera su mejor defensa frente a la expansión de la Alianza: Kaliningrado. Allí, en la ciudad de Baltisk, se encuentra la principal base de la Flota del Mar Báltico, una de las cinco grandes escuadras navales de Rusia.

La flota se complementa con dos elementos. Un sistema de ataque balístico, los misiles Iskander-M, desplegado en noviembre pasado. Con un alcance de hasta 500 kilómetros, pueden llevar ojivas nucleares. Son casi imposibles de detectar y las maniobras que efectúan sus cohetes, de trayectorias impredecibles, muy difíciles de derribar con sistemas antiaéreos (como las baterías Patriot).

Y una sólida protección antiaérea con el sistema S-400 Triumf. Su potencial de destrucción le permite seguir a 300 blancos al mismo tiempo y disparar sobre 72 de ellos. Sus misiles alcanzan una altura de 27 kilómetros en persecución de objetivos aerodinámicos. Aviones estratégicos (como el B-52), aviación táctica (como el F-16), misiles de crucero, aviones especializados en guerra electrónica… Ninguno está a salvo de ser interceptado por este sistema de defensa.

Las impresionantes fuerzas militares de Kaliningrado están adscritas al Distrito Militar Occidental, con su cuartel general en San Petersburgo. Merced a este blindaje un territorio vulnerable se convierte así al mismo tiempo en un bastión potencialmente muy peligroso desde el punto de vista militar.

Rusia se queja de que los medios de comunicación tanto en Polonia como en los países bálticos repiten hasta la saciedad cuentos de horror sobre la inevitabilidad de la guerra. Por su parte, Vladímir Putin reitera que Rusia no busca enemigos ni representa una amenaza para nadie y que su único objetivo es defenderse. Moscú denuncia una y otra vez que la OTAN sigue expandiendo su infraestructura militar con el fin de acercarse cada vez más a las fronteras de su país.

Expertos militares de EE UU indicaron un posible lugar donde podría prender la mecha del conflicto: el llamado corredor de Suwalki próximo a la región de Kaliningrado.

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Ya en un informe del think tank Rand Corporation el año pasado se reconocía que “las fuerzas rusas necesitan un máximo de 60 horas para llegar a Tallin y Riga, respectivas capitales de Estonia y Lituania”

En este contexto el llamado corredor de Suwalki se ha convertido en motivo de grave preocupación en términos militares. El “Suwalki Gap” es un territorio de 65 kilómetros en la frontera entre Polonia y Lituania. Está situado entre Kaliningrado y Bielorrusia. Si fuerzas rusas y bielorrusas ocuparan este punto débil conseguirían aislar a los países bálticos del resto de la Alianza. Les bastaría cerrar el paso con ataques aéreos o – alternativamente– una operación terrestre desde Kaliningrado.

Se suceden importantes ejercicios de defensa de la OTAN al tiempo que los rusos han llevado a cabo maniobras en Kaliningrado y Bielorrusia. Analistas y expertos militares de EE UU las consideran amenazadoras y sofisticadas. La Alianza, en palabras de su Secretario General, Jens Stoltenberg, se muestra extremadamente preocupada.

Según el comandante del Ejército estadounidense en Europa, el general Ben Hodges, el presidente Vladímir Putin está listo para “explorar” cualquier “debilidad” que muestre Washington en la frontera occidental del continente europeo. Advirtió que desde la región de Kaliningrado se puede bloquear la salida de cualquier flota de la OTAN al mar Báltico.

Tampoco se puede olvidar otro recelo que existe en Moscú. Y es que la soberanía rusa sobre esta región con el nombre informal de Gibraltar del báltico sigue siendo cuestionada. Medios rusos citaron a un parlamentario lituano según el cual Kaliningrado no fue otorgado a Rusia para siempre. “[…] Solo hasta que en Europa se firmara el acuerdo final de paz […] así que ahora Lituania o la UE o ambos en conjunto deberían encargarse de organizar esta devolución”. Recuérdese que la provincia (antiguo Königsberg, en lo que fuera Prusia Oriental) pasó a formar parte de la URSS tras los acuerdos internacionales firmados al concluir la II Guerra Mundial.

Toda la región de Báltico está en alerta. Así, Suecia  restablecerá el servicio militar obligatorio a partir del 1 de enero de 2018. Poco antes se restauró un cuartel general sueco en la estratégica isla de Gotland. Se desarrollará una cooperación militar más profunda con Finlandia. Sin formar parte de la OTAN, participan activamente en sus ejercicios. En ambos países ha habido debates internos reconsiderando su neutralidad.

Antes de visitar el Kremlin el mes pasado el ministro alemán de Exteriores, Sigmar Gabriel, había estado en las repúblicas bálticas y Polonia. Allí se le transmitió la inquietud sobre lo que pasaba en Kaliningrado. Y lo cierto es que, tras la anexión de Crimea, este temor a una invasión no deja de crecer.

En la cumbre de Varsovia el pasado año los líderes de la Alianza decidieron establecer cuatro batallones multinacionales en los países bálticos y Polonia sobre una base rotatoria. Igualmente uno de los sistemas de defensa antimisiles en Europa entrará al nivel inicial de disponibilidad operacional. Además, se incluyó junto con las armas nucleares un sistema de defensa antimisiles en su sistema de disuasión.

El despliegue de tropas causó una fuerte reacción en Moscú. Su representante permanente ante la Alianza, Alexánder Grushkó, dijo que el traslado “complicará aún más las relaciones difíciles” entre Rusia y la OTAN. Denunció que “todo el conjunto de medidas y la escalada de la actividad militar cerca de nuestras fronteras […] pueden conducir a una carrera armamentista”.

Asimismo el Ejecutivo lituano anunció en enero la construcción de una valla de dos metros de alto. Tendrá una longitud de 130 kilómetros y se extenderá desde la región de Vistycio, donde convergen los territorios de Polonia, Lituania y Rusia, hasta el río de Nemunas. De momento está señalada por una banda de control de 13 metros. La construcción estará equipada con equipos de videovigilancia. El coste de alrededor de 30 millones de euros será financiado con fondos europeos. Se afirma que no se convertirá en una “muralla” y solo servirá para impedir el contrabando y la migración ilegal.

Previamente la Comisión Europea había aprobado los programas de cooperación fronteriza Polonia-Rusia y Lituania-Rusia en las regiones limítrofes con Kaliningrado. Son los programas conjuntos previstos para el período de 2017-2020 y tienen por objetivo mejorar la calidad de vida de la población y resolver las cuestiones sociales a ambos lados de la frontera. Concretamente, las tareas principales del programa lituano-ruso son mejorar los sistemas de control de la frontera y la seguridad, la promoción cultural, así como el apoyo a la buena gestión local y regional.

Con la aparatosa actividad militar y la consiguiente sensación de inseguridad, el nerviosismo es grande y la tensión va en constante aumento. Y como siempre ocurre en estos casos ambas partes incurren en exageraciones y faltan a la verdad.

Para intentar resolver los conflictos en el Báltico y también los existentes a nivel global no se puede dejar de lado al Kremlin. En el caso de Ucrania está claro que Moscú violó el derecho internacional con la anexión de Crimea. Sin embargo, no se mide con el mismo rasero si se atiende a hechos como la invasión de Irak por EE UU basada en mentiras. O la hipocresía del apoyo de Occidente a las monarquías fundamentalistas del Golfo que financian el terrorismo.

Rusia es más que una potencia regional. Le guste o no a la OTAN. La política de confrontación con Moscú ha fracasado. La inestabilidad amenaza con envolver Europa como una nube tóxica. Conviene desligarse de los dictados de EE UU. Tanto más si se tiene en cuenta el riesgo que representa su imprevisible y voluble presidente. De mostrar admiración por Putin, Donald Trump ahora lanza duras acusaciones contra Moscú.

Todos saben que la disuasión solo funciona si es creíble. El resultado está a la vista: la sucesión de amenazas que desemboca en esta escalada de armamentista.

Es el momento de un renacimiento de aquella Ostpolitik de los socialdemócratas alemanes tan criticada en su momento pero que dio un excelente resultado. El acercamiento, la generosidad y el recíproco reconocimiento dieron su oportunidad a la diplomacia en sustitución del boicot y la coacción. Adaptada al momento actual puede ser el camino para salir de la presente espiral de provocaciones y rearme. Para ello y preservando firmemente sus valores Europa tiene que adoptar, por fin, una política exterior común y una defensa más independiente.