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Una familia de Albania en la oficina de registro de refugiados en Greven, Alemania. (Caroline Seidel/picture alliance via Getty Images)

El lento proceso de adhesión a la UE y una dinámica de corrupción en el país ha provocado que cada vez más ciudadanos decidan abandonar Albania.   

Albania vive una transición fallida a la democracia liberal, iniciada en 1991, que se refleja en la alta migración: se estima que el 41% de los albaneses vive o trabaja fuera del país. Aunque las estadísticas son siempre cuestionables en los Balcanes, existe un problema evidente, y no es solo en Albania, sino en toda la región, que se aproxima a la despoblación: nadie se asienta, la tasa de natalidad es baja y, ante la falta de progreso democrático y oportunidades laborales, la migración sigue siendo la solución preferida por los jóvenes. Un drama que ocurre en Macedonia del Norte e incluso en Bulgaria, país miembro de la Unión Europea (UE), pero de sabor más amargo si cabe en Albania: la sociedad, tras décadas de implacable dictadura comunista, tenía una ilusión desmesurada en la democracia liberal y Occidente.

Durante casi cinco décadas, la sociedad albanesa quedó dividida en aliados, los comunistas, y enemigos, los burgueses, monárquicos y fascistas. Enver Hoxha, acérrimo estalinista, acabó enfrentado con todos los países comunistas y, a partir de 1973, aisló al país; convirtió a Albania en la Corea del Norte del siglo XX. Entonces emigrar era el deseo que muchos tuvieron, pero pocos se atrevieron a realizar: estaba penado con firmeza como traición a la patria. Con la llegada de la democracia liberal comenzó una huida, pronunciada, sobre todo, hasta 2008. Como resultado, Albania ha perdido oficialmente desde 1989 el 11% de su población censada, y ha pasado de tener 3,2 a 2,8 millones de habitantes. Además, aunque la cifra real pueda cambiar e incluya la variable del migrante circular y los nacidos en otros países, se estima que entre 1.194.524 y 1.640.000 albaneses no residen de forma permanente en Albania. Es decir, al menos el 41% de la población albanesa.

Al igual que en el resto de repúblicas exsoviéticas, la transición a la democracia liberal fue dura e inestable. El estudio Social Impact of Emigration and Rural-Urban Migration in Central and Eastern Europe, encargado en 2012 por la Comisión Europea, recuerda la situación de la época: “El PIB cayó dramáticamente -un 10% en 1990, un 28% en 1991, un 7,2% en 1992- y solo alcanzó el nivel de 1989 a finales de los 90. En 1992, la inflación se elevó hasta los triples dígitos. Las reformas económicas liberales fueron acompañadas por una caída drástica en la producción industrial (por encima del 40% en 1991 y del 60% en 1992), que continuó hasta comienzos de 1995… Consecuentemente, la transición aumentó la pobreza y la desigualdad”. Entre 1992 y 2001, alrededor de 700.000 personas abandonaron Albania.

“Comenzando a finales de la década de 1990, las reformas macroeconómicas condujeron al crecimiento, la reducción de la pobreza y la moderación de la inflación. Los porcentajes de crecimiento entre 1998 y 2008 alcanzaron una media anual por encima del 7%, y luego, comenzaron a caer a consecuencia de la crisis económica global”, continúa el mismo informe. Pese a esta época de crecimiento constante, los albaneses continuaron huyendo: según la comparación de datos de Barjaba y Beqja, entre 2001 y 2011 emigraron más de 470.000. En esa época, como novedad, las leyes favorables a la reunificación familiar posibilitaron la feminización del migrante y, por tanto, de la diáspora albanesa.

La crisis económica global de 2008, las crecientes restricciones a migrantes en Occidente y el tímido desarrollo económico en Albania parecen haber limitado este flujo en la última década. Pero hay que dudar: las estadísticas de una parte pueden no incluir a quienes han obtenido otra nacionalidad. Por ejemplo, según Eurostat, 286.677 albaneses obtuvieron la nacionalidad de un Estado miembro de la UE entre 2012 y 2017, sobre todo en Italia y Grecia. Así, un buen termómetro de la situación actual de Albania es que el deseo de emigrar de los jóvenes permanezca intacto: el estudio Cost of Youth Emigration, en consonancia con otros informes similares, refleja que el 40% tiene un profundo deseo de abandonar el país. Las razones son las mejores oportunidades, alejarse de una sociedad clientelar.

“Con la llegada de la democracia liberal a los Balcanes la gente creía que los cambios vendrían al cambiar los políticos, como ocurría en otros países, pero no ha sido así. El proceso de erosión ha sido lento y gradual y no se buscan soluciones. La nueva generación sabe que el cambio no necesita cinco sino 30 años y que los políticos no van a promoverlo. Así, en la próxima década continuará la fuga de cerebros, la pérdida de capital humano, la aceptación del capital extranjero para las inversiones que solo beneficiarán a unos pocos políticos y el derrumbe de las instituciones públicas, que tendrían que ser un canal de participación ciudadana y generar confianza”, lamenta Marika Djolai, antropóloga del European Centre for Minority Issues y autora del estudio Clientelism in the Western Balkans. “En Serbia no hablamos solo de la generación joven. Bosnia está en la misma situación que Macedonia: todos quieren huir en cuanto surge la oportunidad”, añade.

De acuerdo con el último informe de la Organización Internacional para las Migraciones, en proporción al número de habitantes la diáspora albanesa ocupa el puesto número 12 en el mundo, por detrás de las de Bosnia y Siria, con cerca de un 30% de su población considerada migrante. El resto de países que la superan son Estados como Surinam, Tonga, Guyana, Antigua y Barbados y, como más significativo, República Dominicana. Al igual que todos aquellos que persiguen una mejor vida, los albaneses prefieren emigrar a Estados Unidos, Alemania o Suiza, pero ya tienen fuertes estructuras de dos generaciones en Italia y Grecia, países que concentran entre el 70 y el 75% de una diáspora que, a través de las remesas, aporta entre el 5 y el 25% del PIB de Albania: la UE apunta un 5%, el 10% es la cifra más extendida entre organizaciones como Knomad y, teniendo en cuenta la informalidad de las remesas, incluso se habla del 25%.

 

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Una estudiante se manifiesta por la gestión de la COVID19 del gobierno de Albania. Los estudiantes sienten que han sido abandonados por la administración central. (Arne Dedert/picture alliance via Getty Images)

Una administración pública frágil

La transición a la democracia trajo consigo una nueva hornada de políticos que, en teoría, rompió con el comunismo. El más destacado fue Sali Berisha, del Partido Democrático (PD), un importante doctor durante el sistema dictatorial. Fue apoyado por EE UU y se convirtió en el primer líder liberal de Albania. En 1997, debido a la corrupción desmedida, estalló una estafa piramidal que se llevó buena parte de los ahorros de los albaneses y todo el prestigio de Berisha. Para explicar el fracaso de este y otros políticos, algunos grupos opositores alegan que Ramiz Alia, quien dirigió Albania entre 1985, fecha de la muerte de Hoxha, y 1992, preparó la transición y puso a sus hombres en los puestos clave. El comunismo siempre sirve como chivo expiatorio en el país. Pero no es plausible. O no ofrece una imagen completa: se olvidan de las personas que se hicieron con el poder para enriquecerse, que camuflaron sus intereses y acciones bajo la ideología. Una historia parecida, al menos en la transición a la democracia liberal, a la que vivieron los Estados vecinos, regidos en su mayoría por una oligarquía de partidos que se benefició de la caída del sistema: junto a Macedonia del Norte, a la cola en los Balcanes, Albania ocupa el puesto 106 en el Índice elaborado por Transparencia Internacional.

Arjan Dyrmishi, director ejecutivo del Center for the Study of Democracy and Governance, experto en gobernanza y seguridad y que ha ostentado cargos en  Inteligencia, Defensa y la oficina del primer ministro, resume la situación mirando al último siglo de administración pública: “El rey Zog fue el primero en crear las bases de la administración pública. Con la ayuda de Italia desarrolló un servicio diplomático que, por bueno, no tenemos hoy en día. El profesionalismo, si hay que puntuarlo, era de 8 puntos y hoy es de 3 o 4. Cuando los comunistas llegaron al poder, decapitaron las cabezas políticas, pero mantuvieron el profesionalismo en la administración. La condición era la lealtad. Los banqueros eran leales, pero también sabían hacer su trabajo. Si no, el sistema habría caído. Por hacer una comparación: el rey Zog conducía un Ford y el comunismo un Lada, que no estaba mal, pero en la transición destrozamos el Lada y comenzamos a ir a pie”. “En Albania”, asegura, “no existe una administración pública: es muy débil, utilizada para fines políticos”.

“La administración pública sufre de falta general de recursos, lo cual tiene un impacto en su capacidad de planificar, implementar y monitorizar políticas públicas… Debido a un marco legislativo fragmentado, aún no existen estándares uniformes de reclutamiento por mérito, promoción y despido en toda la administración pública”, subraya la Comisión Europea en su último informe sobre Albania.

Al preguntar en la calle, la mayoría de las personas suele recordar dos cosas de Albania: la tremenda corrupción que rige el país y, sobre todo, el injusto estigma de inseguridad que persigue a los albaneses. También recuerdan que Sali Berisha fue una decepción, como ahora lo es Edi Rama, y que al final no hubo mejor líder que Fatos Nano, primer líder del Partido Socialista (PS) tras la caída de la dictadura y primer ministro fugaz en varios momentos de crisis y entre 2002 y 2005, esta última etapa de crecimiento económico, y que es conocido por su afición a la vida alegre. “Él delegó su trabajo, por los motivos que tuviera, y permitió respirar a la administración pública. Esa dejadez de Nano tuvo una buena consecuencia inesperada. Por supuesto, permitió cierta corrupción, pero era burocrática y no política, como tenemos ahora mismo porque el gobierno incentiva y hace cuentas con el dinero de la corrupción. Todos los informes hablan de esta corrupción en Albania”, explica Dyrmishi.

Como resultado de esta democracia limitada, en los últimos años se han visto protestas en las calles de las principales ciudades. Algunas han sido genuinas, como la de estudiantes que estalló por las nuevas tasas, y otras han sido promovidas por partidos políticos opositores. Migen Qiraxhi, de 33 años, arquitecto de profesión y activista de la organización Qëndresa Qytetare (Resistencia Cívica), explica la decepción: “En 2018 sí que hubo un movimiento estudiantil genuino que falló al no poder estructurarse en un partido. De acuerdo a una encuesta de 2018, la gente es indiferente a los partidos políticos. Hablo del 73%. Estamos en coma, paralizados como sociedad, y los jóvenes solo tratan de emigrar en busca de una mejor vida”.

En Albania, el desempleo se sitúa en un 12%, que asciende al 28% para los jóvenes, y, según estima el Banco Mundial, la ratio de pobreza alcanza el 31%. El tejido económico se sustenta en el menguante sector agrícola, que genera el 18,3% del PIB y el 37% del empleo, y el creciente sector servicios, que reporta el 48% del PIB y el 42% del empleo. Es una buena tendencia, pero insuficiente si se mira la situación general de Albania, que sigue careciendo de servicios básicos en muchas de sus regiones: por ejemplo, el 34% de las municipalidades no provee servicios sociales y el 61% carece de un sistema de ayuda para ancianos y personas discapacitadas. Además, las personas con recursos económicos tratan sus enfermedades, incluida la COVID19, en otros países.

Más allá de las cifras que muestran un crecimiento económico del 4% en 2018, el problema está en la distribución del mismo: la corrupción generalizada sigue condicionando el día a día de los albaneses. En 2018, aunque la excusa fueran las tasas, los estudiantes explotaron contra el primer ministro Edi Rama, del PS, pero no han obtenido resultados tangibles. En 2019, la oposición política, la cara o la cruz de Rama es la misma moneda corrupta, raptó las protestas y anunció que boicotearía las elecciones locales de verano de 2019. En ellas, el PS obtuvo 60 de las 61 municipalidades, 31 de ellas sin oponente y derrotado solo por un aliado menor. Con este clima de tensión afronta Albania las elecciones previstas para abril de 2021. Como dato, entre las elecciones de 2013 y 2017 se perdieron 7 puntos de participación y se pasó del 53 al 46%, la cifra más baja registrada en unas parlamentarias. Atenuada por el sistema de patronaje político, aunque con una sociedad hastiada de Rama y sin ilusión en la oposición, la abstención electoral probablemente refleje de nuevo el descontento imperante en el país.

Si la situación general no mejora en los Balcanes, la apatía generalizada seguirá representándose de muchas maneras, aunque la más cruel será la migratoria. La despoblación acecha a la región y, mientras que la fuga de cerebros es una realidad que parece irreversible incluso en España, en el mejor de los casos los países de los Balcanes tendrán una población envejecida por el regreso de esa diáspora dispuesta a disfrutar de su jubilación. Entonces, ¿qué futuro les espera a los albaneses y su Estado? Tal vez huir, o aguantar. Todo depende, pero las estimaciones no son halagüeñas: sin tener en cuenta al migrante circular, ese que está censado pero que reside o trabaja fuera del país, se augura que, desde la caída de los bloques comunistas y hasta 2050, Bulgaria habrá perdido el 38,6% de sus habitantes censados; Rumanía el 30,1%; Croacia el 22,4%; Albania, en el mejor de los casos, el 18%, cifra que la ONU eleva al 25%.

 

La UE como interlocutor

Albania es país candidato a la UE desde 2014 y la Comisión recomienda la apertura de las negociaciones de adhesión desde 2018. En marzo de 2020, los Veintisiete coincidieron en dar luz verde al proceso, aunque aún faltan por hacerse efectivas las mesas de negociación. Parece claro que Albania comenzará a negociar con Bruselas en 2021. Sin embargo, según las estimaciones de diferentes estudios, no cumplirá los estándares antes de 2050. Por lo tanto, con el respaldo pleno de la población a la integración en Occidente, aún queda mucho camino por recorrer.

Por poner un ejemplo de las diferencias existentes, durante la actual crisis del coronavirus se ha podido apreciar la ineficacia de las restricciones y la nula implementación de las leyes en Albania. La imagen más rocambolesca, pero diaria, era la de un conductor de autobuses fumando un cigarro mientras había cuatro policías dentro, dos de ellos con la mascarilla mal puesta. Es la realidad que la UE conoce, pero que no refleja con claridad en sus informes. ¿Por qué se muestra condescendiente si todos aquí conocen la corrupción política y la falta de implementación de las leyes?

“En 2019, la Comisión reclamó un aumento en el presupuesto para educación. En 2020, pese a que no ha ocurrido y el presupuesto es incluso menor, ya no es una obligación. ¿Qué ha pasado? Pues que la UE no quiere detener el proceso de Albania y utiliza su característico estilo diplomático”, considera Qiraxhi. “La Unión nos concede crédito, ciertas palabras bonitas, pero al final va a exigir las reformas. Por eso no estoy de acuerdo con quienes consideran que la UE no ha sido dura con los países de los Balcanes: en los 90 Albania iba por delante de Croacia, que cumplió unos estándares y se convirtió en país miembro”, apunta Dyrmishi.

Arian Galdini, líder de Lëvizja e Re, una reciente escisión del liberal PD, lo analiza desde el ángulo político. Es crítico. “La UE no pide una democracia profunda sino un modelo. Creo que atraviesa un periodo oscuro y la fatiga se ha traducido en los Balcanes en el apoyo a líderes autoritarios [por Edi Rama]. Sin embargo, la Unión tiene que ser seria: no puede conceder crédito o formas protocolarias a ministros corruptos. Cuando Estados Unidos habla de las reformas judiciales y al día siguiente Pompeo se reúne con Edi Rama en Washington, y al siguiente con Ilir Meta [líder del LSI y presidente de Albania], nos cuestionamos su seriedad. Para los movimientos políticos que confrontan la realidad, es un mensaje muy difícil de asumir”. Djolai, por su parte, matiza este apoyo: “Como entidad política, la UE no tendría que haber apoyado a líderes autoritarios, pero no es perfecta: vemos lo que ocurre en Polonia, luego está Viktor Orban, en España también hay problemas. Al igual que el Banco Mundial, la UE trata de trabajar con los diferentes gobiernos y las personas que ostentan el poder. No podemos obviar que las instituciones europeas han sido muy útiles en las reformas en los Balcanes, por ejemplo, en la de la judicatura en Albania, y que han facilitado inversiones, aunque éstas fluyan dentro de las vías clientelares. Bruselas fue muy amable con los países balcánicos, pero ahora el proceso de adhesión se está alargando mucho”.

Ese proceso que se eterniza y la ausencia de reformas que alteren la dinámica corrupta han provocado que alrededor del 40% de los albaneses con estudios de posgrado haya emigrado. Además, casi uno de cada dos estudiantes en el extranjero no piensa regresar a Albania en el corto plazo y casi uno de cada dos jóvenes solo desea emigrar. La perspectiva no es halagüeña: la desconfianza reina y nadie espera un cambio radical en la escena política. Y la UE, como bien saben todos en Albania, queda aún demasiado lejos. Tanto que la mejor solución sigue siendo la de emigrar.