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Emmnuel Macron dando un discurso en París al ganar la presidencia, mayo 2017. David Ramos/Getty Images

Tras el primer año de presidencia macroniana toca hacer balance de cómo van las reformas en Francia, y en Europa, así como de los obstáculos y oportunidades en el horizonte.

Solamente lleva un año en el cargo, aunque pareciera que lleva instalado en el Elíseo toda la vida. Emmanuel Macron se siente cómodo en su rol de Presidente de la República Francesa. Su llegada se vio con esperanza por todos aquellos que querían un renovado impulso político con el que Francia saliera del impasse en el que tanto tiempo había estado. Y, en cierto modo, lo ha conseguido. Pero no conviene engañarse tampoco. Macron no fue elegido principalmente por sus conciudadanos por su liberalismo o por su europeísmo, lo fue en realidad por ser considerado un mal menor. Y esto ha significado que, como no podía ser de otra forma, la oposición a sus políticas esté empezando a crecer, tal y como demuestran las recientes huelgas en relación a la reforma del estatuto de los ferroviarios (SNCF).

Dicho esto, y por paradójico que pueda parecer (aunque fiel reflejo de la europeización del continente), los resultados electorales recientes en Alemania e Italia (pero no solo) han condicionado en gran parte lo que se ha podido hacer durante el primer año de presidencia macroniana. Sin embargo, el Presidente francés ha intentado mostrar firmeza en su triple empeño: valerse de sus espectaculares victorias en las elecciones presidenciales y legislativas para impulsar su agenda reformista en Francia; dedicar gran parte de su tiempo a intentar restaurar el rol de Francia en el mundo y, muy particularmente, en la Unión Europea; y aprovechar la credibilidad ganada mediante sus reformas internas y su presencia internacional para reformar el proyecto comunitario.

Veremos a continuación hasta qué punto lo está logrando.

 

Reformas sin contestación no son reformas (al menos en Francia)

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Protestas de siete sindicatos contra las reformas del Presidente francés, Emmanuel Macron, en París, marzo de 2018. Alain Jocard/AFP/Getty Images

La extraordinaria victoria de Macron en las elecciones (tanto en las presidenciales, donde venció por más de 30 puntos porcentuales a Marine Le Pen, como en las legislativas, donde su partido logró 350 diputados de los 577 que estaban en juego) se pretendió explicar a partir de una conversión masiva del electorado francés a un europeísmo militante y una aceptación de las tesis reformistas y liberales. La realidad es, como se ha señalado, más complicada. Si bien es cierto que Macron no escondió sus cartas (no en vano, sus mítines estaban copados de banderas europeas), no lo es menos que la explicación de su elección se sitúa más bien en el rechazo que generaba Marine Le Pen, su rival en la segunda vuelta. Así, hasta el 43% de sus votantes lo hicieron por este motivo, mientras que tan solo un 16% lo hizo por su programa político, según indica el sondeo de Ipsos.

Por supuesto, esto no disminuye su victoria, dada la ya buena performance del candidato de En Marche en la primera vuelta de las presidenciales, pero explica un poco mejor la complejidad de una sociedad gala tremendamente dividida (no olvidemos que hasta cuatro políticos lograron más de 7 millones de votos en esa primera vuelta). En todo caso, Macron entendió que disponía de un mandato firme por parte de la ciudadanía y se puso manos a la obra desde muy pronto, sin apenas respuesta por parte de los demás partidos políticos, sumidos en unas crisis existenciales gravísimas. Así, si asumía el cargo en mayo, ya en septiembre tenía lista la primera reforma laboral, sin apenas oposición. A ellas han seguido la reforma de la ley de asilo e inmigración o la ley para luchar contra el terrorismo y reforzar la seguridad interior, que acababa finalmente con el estado de emergencia en el país.

Según la interesante iniciativa “el Macronómetro”, que sirve de observatorio de las reformas a lo largo del quinquenato de Macron, hasta la fecha se ha producido una verdadera hiperactividad, poniéndose en marcha hasta 32 reformas, mientras que 13 estarían actualmente llevándose a cabo, una en espera y otra aplazada (interesantemente la relativa al régimen de pensiones). La idea de Macron es reformar el país en su conjunto, desde el acceso a la universidad o a la escolarización hasta la propia reforma constitucional (reduciendo el número de diputados, limitando mandatos y mencionando a Córcega en la Constitución, entre otras muchas cuestiones) o la de los ferroviarios del SNCF (que acabaría con el estatuto del ferroviario). Esta última, por cierto, es la que verdaderamente le está causando quebraderos de cabeza a su gobierno, con huelgas y protestas de dimensiones importantes.

Esto le estaría pasando factura en la opinión pública. Así, según indican los sondeos de Ifop, cuando comenzó su mandato en mayo de 2017 Macron tenía al 62% de ciudadanos satisfechos, mientras que en marzo de este año el número ya ha descendido en 20 puntos porcentuales. Al mismo tiempo, el porcentaje de descontentos era en mayo de 2017 de un 31%, mientras que este marzo alcanzaba al 57% de la población francesa. Si bien es cierto que la luna de miel con la opinión pública suele acabarse pronto cuando se empieza a gobernar, también es verdad que estas cifras son significativas. En todo caso, y a pesar del descontento citado, se puede decir que, al menos en lo económico, los resultados recientes invitan al optimismo. En 2017 el país creció un 1,9%, su mejor dato en seis años, con especial énfasis en el último trimestre, con la actividad económica incrementándose un 0,6 %. Asimismo, y en relación al futuro inmediato, las previsiones del Fondo Monetario Internacional apuntan a un crecimiento sostenido que alcanzaría el 2,1 % en 2018 y el 2% en 2019.

 

Liderazgo para recuperar el esplendor francés y reformar Europa

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El Presidente estadounidense, Donald Trump, y su homólogo francés, Emmanuel Macron, hablan en Washington, abril 2018. Chip Somodevilla/Getty Images

El Presidente galo hizo una apuesta fuerte por recuperar el esplendor francés, por no resignarse a una decadencia política que parecía inevitable para Francia. Para ello, entendió primeramente que debía reformar su país. Así ganaría competitividad y, sobre todo, respeto por parte de los demás, y muy en particular de Alemania, socio con el que pretendía recuperar la paridad tras unos años de crisis económica que han desnivelado absolutamente el poder de uno y otro. Al mismo tiempo, buscaba el protagonismo de manera incesante en la escena internacional. Al principio chocó con Donald Trump por varias cuestiones, entre la que no es menor el rechazo de éste al Acuerdo de París (recordemos el “Make our World Great Again” con el que contestaba al Presidente estadounidense), para después pasar a ser su socio privilegiado (hasta el punto de convertirse en la primera visita de Estado que recibe Trump). Pero incluso últimamente se ha llevado titulares al participar en una coalición ad hoc junto a Estados Unidos y Reino Unido con el objetivo de bombardear Siria como respuesta a la utilización de armas químicas por parte del Gobierno de Bashar al Assad. No obstante, y para alejar debates sobre la legitimidad del ataque, Macron ha dejado claro que no se trataba de declararle la guerra al gobernante sirio, sino de minar el arsenal químico de que dispone Assad.

Macron, por tanto, no es tan distinto a los tradicionales líderes franceses a la hora de buscar el protagonismo de su país. La gran novedad que trae su presidencia es que ese citado protagonismo no estaría enfocado únicamente en engrandecer a Francia, sino también en liderar, cambiar y fortalecer la Unión Europea. No contento con su campaña electoral proeuropea o con escuchar el Himno de la Alegría en su investidura como presidente, el nuevo líder francés se presentó en sociedad con un discurso enfrente de la Acrópolis ateniense, lugar simbólico por antonomasia. Los simbolismos continuaron con un ambicioso discurso en septiembre en la Sorbona justo antes de las elecciones alemanas, en el que desgranó los objetivos que se marcaba para el proyecto comunitario a lo largo de los próximos años, detallando lo que él entendía como una necesaria “refundación de Europa”.

Pero el timing no le ha sido propicio hasta la fecha. Sus esperanzas se han convertido en muchos casos en frustraciones, a pesar de lo cual su optimismo no ha cejado. Se ha encontrado de bruces con una realidad muy compleja: la UE es incluso más difícil de reformar que Francia. Así, el primer gran escollo fue la ausencia de gobierno en Alemania. Finalmente, y tras muchos meses de negociaciones, se ha reeditado la Gran Coalición; resultado que, en principio, parecía favorecer los intereses de Macron. No obstante, tras la salida de Martin Schulz de las posiciones de responsabilidad en su partido, el horizonte de reforma, en particular de la eurozona, parece especialmente sombrío: ni ministro de Finanzas ni presupuesto propio, siendo complicado incluso lograr completar la Unión Bancaria o transformar el Mecanismo Europeo de estabilidad (MEDE) en una especie de Fondo Monetario Europeo. Cierto es que tampoco ayuda a su ambición el resultado electoral en Italia, con el crecimiento de unos populismos (el Movimento Cinque Stelle ha vencido las elecciones) y extrema derecha (la Lega, dentro de la coalición con Silvio Berlusconi, es la otra gran ganadora de los comicios) con los que no está en sintonía.

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El Presidente francés habla en el Parlamento Europeo, abril 2018. Frederick Florin/AFP/Getty Images

En su reciente intervención ante el plenario del Parlamento Europeo en Estrasburgo buscó llamar la atención de los eurodiputados para aprovechar el momento y avanzar en las reformas europeas. Pero, al margen de que su energía siempre es bien recibida en las instituciones comunitarias, poco se ha de esperar a corto plazo, dado el horizonte electoral: de aquí a un año habrá una nueva Eurocámara. Aparte, este mismo Parlamento ya desdeñó una de sus propuestas más ambiciosas: la posibilidad de aprovechar el Brexit para crear listas transnacionales, al tiempo que se reafirmó en su preferencia por el proceso de los Spitzenkandidaten para seleccionar al nuevo presidente de la Comisión, proceso que no agrada en demasía al Presidente francés (dada su no adscripción -y ausencia de voluntad de adscribirse- a ninguno de los partidos políticos europeos tradicionales).

Es más, en la misma frustrante senda se puede observar la reciente reunión con Angela Merkel. A pesar de que Macron y la líder germana están “de acuerdo en que la Eurozona no es suficientemente resistente a eventuales nuevas crisis”, no muestran cuáles pueden ser las medidas acordadas entre ambas potencias, más allá de la vaga promesa de que en junio habrá un paquete de propuestas de reforma de la UE. El tándem que pronto se bautizó como “Merkron” no funciona como debería y eso lleva asociados importantes riesgos. En un entorno como el actual, el problema de fondo es la necesidad de demostrarle a la ciudadanía, tanto francesa como europea en su conjunto, que existe una hoja de ruta con reformas encaminadas a mejorar su vida. En caso de no hacerse, a nadie debiera extrañar que, tras el intento de experimento reformista de Macron, Francia siguiese la senda de otros países y acabara cayendo en la mano de los populistas euroescépticos. Negro futuro para la UE en tal caso.