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Mujeres argelinas con un periódico en la mano que anuncia la retirada del Presidente Abdelazis Bouteflika de la carrera electoral. 12 de marzo de 2019. RYAD KRAMDI/AFP/Getty Images

La renuncia a un quinto mandato del presidente Buteflika y el inicio de un proceso de transición suscita importantes dudas, poniendo en tela de juicio las intenciones reales del régimen y evocando algunos una suerte de “maniobra dilatoria”. La oposición llama a la prudencia y a mantener la presión contestataria para avanzar en la senda democrática y de cambio.

El desistimiento de Abdelasis Buteflika a presentar su candidatura para un quinto mandato presidencial consecutivo ha sido interpretado como una victoria por los cientos de miles de argelinos que no han cesado de manifestarse a lo largo y ancho del país durante las últimas semanas. Si no fuera por esta inédita ola de contestación, por la presión ciudadana, por su determinación y constancia, el régimen habría impuesto sin mayor miramiento al octogenario y gravemente enfermo jefe de Estado aún en ejercicio, y que se encuentra en el poder desde 1999. El sistema habría hecho lo de siempre, comportándose de forma autista, obviando al pueblo y haciendo caso omiso a sus reivindicaciones. En 2014, se impuso el cuarto mandato de Buteflika sin más, en medio de un estado general de desmovilización e indiferencia de los argelinos. Este cuarto mandato, limitado el presidente en sus capacidades físicas, ausente y rehén de su círculo más inmediato de colaboradores, condujo a Argelia a una grave crisis política que tuvo un profundo impacto sobre la economía nacional y, por extensión, sobre la sociedad. De aquí se desprende el elevado valor que tiene el anuncio de la renuncia presidencial. Conscientes de esta victoria, de la concesión hecha por las autoridades, inimaginable antes de las protestas, apenas conocerse la noticia los argelinos han reaccionado echándose nuevamente a las calles para expresar su júbilo, su satisfacción, en una celebración que ha durado hasta altas horas de la madrugada en la capital, Argel. Una victoria, eso sí, parcial, mitigada.

“Al menos se abren algunas brechas que permitirán a los argelinos reforzar los logros democráticos. La batalla por el cambio acaba de comenzar y la movilización debe continuar”, estima el periodista e investigador Akram Belkaid. Pero lo más difícil empieza ahora. El sistema sigue en liza y la hoja de ruta anunciada por el régimen, que mantiene el control de la situación y su gestión, no se antoja la ideal. La decisión adoptada por la cúpula de poder argelina, presentada bajo forma de carta de Buteflika a los argelinos y difundida por la Algerian Presse Service (APS), la agencia oficial, señala que no habrá quinto mandato y el aplazamiento sine die de las elecciones presidenciales, previstas inicialmente para el próximo 18 de abril. “Me comprometo, si Dios me concede vida y asistencia, a entregar las cargas y prerrogativas de presidente de la República al sucesor que el pueblo argelino habrá libremente elegido”, se puede leer en la misiva, lo que significa que Buteflika no ha abdicado, ni mucho menos. La nueva dinámica lo que hace es acelerar el plan presentado el 3 de marzo con la única salvedad de que renuncia a volver a presentarse, si bien sigue en ejercicio, aferrado al poder y sin fecha final de mandato. “Después de haber intentado ganar tiempo en una primera ocasión, hace apenas una semana, anunciando que no terminaría su mandato si era reelegido, ahora nos salen con un anuncio en el que, en definitiva, se nos dice que Buteflika seguirá en el poder”, condena Sufián Yilali, presidente del partido de oposición Yil Yadid (“Nueva Generación”) y cabeza visible del movimiento Mutawana (“Ciudadanía”).

La oposición ha sido unánime en su condena, evocando una “nueva maniobra dilatoria” del clan presidencial para mantener su ascendiente sobre el país. Para “la instalación de las bases de una Nueva República”, se recupera la idea de una “conferencia nacional”, evocada días antes en el plan rechazado por la población, entendida como una suerte de debate que debe desembocar en la redacción de una nueva Constitución antes de finales de año. “Se presenta de forma diferente la hoja de ruta del 3 de marzo bajo forma de concesión, aceptando el presidente no presentarse a la reelección, pero sin satisfacer lo más mínimo a los argelinos que albergan importantes dudas sobre la voluntad real del poder para cambiar el sistema”, estima el politólogo Jasni Abidi. En lo que se quiere presentar como otra concesión, dimite el actual primer ministro, Ahmed Uyahia, siendo reemplazado por Nuredín Bedui, quien estará acompañado por Ramtán Lamara en calidad de viceprimer ministro. En estos dos hombres conocidos del régimen y reputados por su proximidad con Abdelasis Buteflika recae la responsabilidad de gestionar la anunciada transición, aumentando así los recelos de la población sobre las auténticas intenciones del poder. “Si el aplazamiento de las elecciones y el anuncio de una transición son buenos, la nominación de un hombre de la casa obediente como Bedui es un grave error. Es la confesión de que el régimen sigue siendo un régimen y que vela por sus propios intereses ante todo. Hay que evitar el hundimiento del Estado, pero no hay que tergiversar las demandas de la calle. ¡Es una trampa”, concluye el periodista y escritor Kamel Daud.

 

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Estudiantes argelinos se manifiestan un día después de que el Presidente argelino anunciara que se retira de la liza electoral, 2019. RYAD KRAMDI / AFP

Ganar tiempo

Impermeable al clamor de la calle, en un contexto marcado por la efervescencia contestaria, cuyo impulso no cesa y ha alcanzado a todos los rincones de Argelia, Abdelasis Buteflika había hecho efectiva su candidatura para un quinto mandato presidencial en los comicios del 18 de abril. “He escuchado y entendido el grito del corazón de los manifestantes y en particular el de los miles de jóvenes que me han interpelado sobre el porvenir de nuestra patria”, señalaba Buteflika en una misiva previa difundida por la APS, el pasado 3 de marzo. En la carta el octogenario político, se decía “preparado para asumir la responsabilidad histórica de concretar la exigencia fundamental del pueblo, que es el cambio de sistema”. El jefe de Estado prometía la elaboración y aprobación a través de un referéndum popular de una nueva Constitución, así como la celebración de una “conferencia nacional” para “elaborar y adoptar reformas políticas, institucionales, económicas y sociales”. Una vez hecho esto, y siempre según esta hoja de ruta, convocar elecciones presidenciales anticipadas a las que él no concurrirá.

Mientras Buteflika aún permanecía hospitalizado bajo el mayor de los secretos en una clínica de Ginebra, también el 3 de marzo, fecha límite para el depósito de candidaturas, miembros de su equipo, encabezados por Abdelagani Zalán, su director de campaña, presentaban ante el Consejo Constitucional las firmas para respaldar la candidatura del octogenario mandatario. Ninguna alocución, ni entrevista, ni tan siquiera una declaración aislada a algún medio de comunicación público. Absolutamente nada visible, que pudiera implicar algún tipo garantía al pueblo sobre su estado de salud, sobre el alcance de sus capacidades físicas y mentales, o incluso que pudiera denotar que es él mismo en persona, y no alguien de su entorno, quien se encuentra tras las medidas propuestas. Incluso en estos momentos, el “presidente fantasma”, como se le conoce en Argelia, se ha mantenido fiel a los usos de este último lustro de mandato en el que apenas se le ha visto en público.

La oficialización de la candidatura tuvo como respuesta inmediata manifestaciones nocturnas en localidades como Bufarik, Buira, Beyaia, Yiyel, Guelma y Tizi Uzú, además de en la capital, Argel, y en la segunda ciudad del país, Orán. “Buteflika desafía a los argelinos”, se podía leer en la portada del diario independiente El Watan. “Contra el viento de la historia y ante todo contra la voluntad popular que se ha expresado vigorosamente en contra de su permanencia en el poder, Abdelasis Buteflika, de 82 años de edad y ausente del país, ha hecho efectiva su candidatura para aspirar a un quinto mandato presidencial desde su cama del hospital en Ginebra”, apuntaba este rotativo. Junto con la indignación, la incredulidad es otro sentimiento muy extendido, juzgando “difícil” dar crédito a las promesas de aquel que ha monopolizado el poder durante los últimos veinte años. “Los argelinos han recibido demasiadas cartas, con muchísimas promesas y muchas decepciones. ¡En esta ocasión los argelinos quieren el cambio, y ahora!”, reza un editorial de Algérie Part, dando cuenta del sentir de amplias capas de la población.

 

Contestación sin precedentes

Rompiendo con 27 años de mutismo casi absoluto, desde 1992, que marcó el inicio de la “década negra” durante la que se contabilizaron unas 300.000 víctimas, los argelinos han salido en masa a la calle para expresar su rechazo a un nuevo mandato de Buteflika, en el poder desde 1999. Una movilización inédita, sin precedentes en la historia reciente de Argelia, que no ha cesado de medrar viernes tras viernes y cuyo fin aún no se vislumbra. “Estábamos persuadidos de que los argelinos eran incapaces de cualquier iniciativa ciudadana y de manifestarse pacíficamente. Incapaces de gritar su adhesión al orden republicano, de denunciar el culto a la personalidad y de vociferar el rechazo a un mandato que intenta imponer un puñado de predicadores. ¡Nos hemos equivocado! ”, destaca el periodista Kamal Guerrua. Las protestas se desataron en los estadios de fútbol el 10 de febrero, fecha en la que se hace pública la intención de Buteflika de presentarse a una enésima reelección. Pero es el 22 febrero el que marca un punto de inflexión, con la convocatoria de una jornada de contestación nacional no impulsada por ningún partido, organización o líder político. Al llamado del movimiento Muwatana (“Ciudadanía”), cientos de miles de argelinos secundan ya las protestas y ello a pesar de los intentos del régimen de deslegitimar la reivindicación y, de paso, infundir miedo en la población, invocando la injerencia extranjera, con Estados Unidos al frente, estableciendo una suerte de paralelismo implícito con lo que ocurre en Venezuela; o incluso evocando el espectro del islamismo y de la guerra, con el primer ministro, Ahmed Uyahia, recordando a los argelinos las dramáticas consecuencias de la contienda en Siria. “Estos intentos de manipulación no tuvieron ningún efecto y la convocatoria fue un éxito”, declara Guerrua.

El 1 de marzo se produjeron imponentes manifestaciones a las que acudieron cientos de miles de personas, a las que siguieron las movilizaciones del 8 de marzo, siempre en viernes, jornada que en Argelia marca el inicio del fin de semana. Unos tres millones de argelinos, según la Policía, y bastantes más, según fuentes independientes, se dieron cita durante la última gran marcha en Argel, pero también fueron masivas en Orán, Anaba, Setif, Beyaia, Tizi Uzú, Relizane, Chelef, M’Chedalá, Constantina, Tiaret, Biskra, Yelfa o incluso en el desértico sur, en Bechar y Adrar. Omnipresente la consigna de silmia, silmia (“pacífico, pacífico”), conscientes los contestatarios de la necesidad de evitar cualquier tipo de incitación susceptible de justificar la intervención de los imponentes dispositivos de seguridad desplegados. Más allá de unos pocos incidentes aislados, cuyo punto álgido fueron los disturbios en las proximidades del Palacio de El Mudaría, la sede presidencial, con manifestantes que querían forzar el cordón de seguridad, la no violencia y el civismo son elementos de marca de las protestas. Con un tono desenfadado y no exento de ciertas dosis de humor, con mucha originalidad, tal y como reflejan eslóganes exhibidos en las marchas, la contestación también ha estado impregnada de un gran espíritu de solidaridad, multiplicándose escenas de jóvenes organizándose para proteger a niños, ancianos y mujeres de posibles avalanchas, chicas ofreciendo flores a efectivos policiales pertrechados con pesados equipamientos antidisturbios o incluso comerciantes distribuyendo bebidas y alimentos de forma desinteresada entre los manifestantes.

En las calles, mujeres y hombres, de todas las edades y clases sociales, estudiantes e incluso niños acompañando a sus mayores. Argelinos de todas las tendencias que dejaban a un lado las etiquetas y acudían a las protestas en calidad de ciudadanos, unidos bajo un mismo grito: Makanech el jamsaya Buteflika (“Buteflika, no hay quinto mandato”). Antiguos responsables militares y gubernamentales como Lajdar Buregá, exministros como Abdelasis Rahabi, el historiador Mohamed Arezki Ferrad, el sociólogo Nacer Yabi, académicos e intelectuales, e incluso artistas de renombre no faltaron a la cita. Figura simbólica de la lucha por la independencia, habiendo sido condenada en su momento por “actos terroristas” durante el periodo revolucionario, en las postrimerías de la colonización francesa, Jamila Buhired, de 83 años de edad, estaba allí. También el hombre que dirigió la batalla de Argel, Yacef Saadi, pero también el empresario más rico del país, Isad Rebrad, o el ganador del premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas, el periodista y escritor Kamel Daud. También desfilaron los principales dirigentes de los partidos de la oposición, como Mojcín Belabás, presidente de la Reagrupación por la Cultura y la Democracia (RCD), Alí Benflis, exprimer ministro con Buteflika, antiguo candidato a las presidenciales y presidente del partido Talaie El Huriat; Luisa Hanún del Partido de los Trabajadores (PT) y el islamista Abderrezak Makri, del Movimiento de la Sociedad por la Paz (MSP, ex Hamás), entre otros, siendo objeto de abucheos, al considerarse que comparten ciertas dosis de responsabilidad por la actual situación.

 

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Hombres argelinos en una parada de autobús con la imagen del Presidente Abdelaziz Bouteflika sobre la bandera del país, Argel, 2019. RYAD KRAMDI/AFP/Getty Images

Buteflika, defensor de la casta

“Publicistas al servicio del régimen intentan transformar el verdadero sentido de la contestación en un simple cuestionamiento de la figura de Buteflika, pero esta claro que la cosa va mucho más allá y que los argelinos rechazan de forma genérica al propio régimen, exigiendo una total refundación del mismo”, apunta Omar Benderra, economista y miembro del equipo del portal de informaciones Algeria-Watch. Según éste, “apenas existen medios independientes en Argelia, al igual que no hay partidos políticos autónomos, en una escena herméticamente cerrada y controlada por la policía política”. Los canales de televisión, tanto públicos como privados, no han cubierto las manifestaciones. Los diarios vinculados al régimen y a oligarcas próximos al clan presidencial han puesto el acento en el rechazo de la calle al quinto mandato, pasando por alto la contestación radical del régimen en su conjunto. “Desde el golpe de Estado militar del 11 de enero de 1992 las libertades fundamentales constitutivas de un Estado de derecho han sido abrogadas por el sistema. Las libertades de expresión, de reunión y de manifestación fueron prohibidas, al igual que el ejercicio del periodismo o incluso de la política. Está permitido ser propagandista del régimen y servir de oposición de fachada en un entorno institucional completamente fabricado”, sentencia Bederra. La generalización del uso de Internet y las redes sociales ha paliado este déficit y la opinión pública está mucho más informada de lo que a las autoridades les gustaría. La deriva informativa de las últimas semanas ha terminado por desacreditar a estos medios y, por su recurso a estas prácticas, al propio sistema.

“Buteflika ha cristalizado el rechazo pero se trata de una revuelta mucho más amplia, contra un sistema político muy particular, un régimen policial, único en su género, sin igual en el mundo, que apenas sí permite espacios de libertad y que se ha apropiado de todas las riquezas, erigiendo la corrupción en forma de gobierno”, estima Sufián Yilali. “Exigimos que el régimen se vaya, queremos un cambio fundamental para construir un Estado de derecho con instituciones legítimas, ya no nos sirve ni un minuto más este sistema autocrático bajo fachada democrática”, enfatiza Yilali. Para Benderra, “los argelinos ya no esperan a un hombre providencial ni a un caudillo sacado del bolsillo por sorpresa. Aspiran a vivir como ciudadanos respetados en una sociedad libre, dirigidos por mujeres y hombres que serán libremente elegidos y a los que les vincule un contrato político, siendo responsables ante todos y únicamente regidos por el derecho. Está claro que el pueblo no quiere el quinto mandato pero, sobre todo, quiere un cambio radical”. Se busca la ruptura, una transformación total. El reciclaje de un antiguo general o de un político cuestionado y apartado en su momento, un candidato que diese garantías a las elites del régimen y representar una aparente metamorfosis, de fachada, ya no sería una alternativa aceptada por el pueblo argelino.

“Esta triste historia de un hombre enfermo que buscan mantener en el poder cueste lo que cueste es reveladora de un mal mucho más profundo. Todo el país es un fracaso. Un fracaso de desarrollo, de proyecto de sociedad, de modelo económico y también de representatividad política”, explica el periodista e investigador Akram Belkaid. Buteflika pudo consolidar su ascendiente sobre el sistema gracias a la bonanza financiera derivada del auge del precio del crudo. “La base de corrupción del sistema se amplia más de allá de lo esperado entre 2002 y 2013. Se multiplican las concesiones de licitaciones públicas para sociedades pantalla, un maná que beneficia a comisionistas y redes de corrupción participadas por responsables militares y hombres de negocios próximos al poder”, explica Benderra. Según éste, “son estos mandatarios castrenses y sus testaferros civiles quienes mantienen contra viento y marea a Buteflika en el poder, para conservar su acceso privilegiado a la renta”. “Desde su grave accidente cardiovascular de 2013 Buteflika se convierte en una momia, incapaz de tomar decisiones autónomas y que se expresa a través de la voz de su hermano Said”, explica Jean-Charles Jauffret, profesor de Ciencias Políticas en Aix en Provence. Para el politólogo Antoine Basbous, “el clan presidencial designa a los círculos de poder que se conforman alrededor del vacío que ha dejado la presidencia, compuesto por una parte del Ejército, representantes políticos regionales y hombres de negocios que se hacen con jugosos contratos gracias al régimen”. “Los tres pilares del sistema son la familia del presidente, los partidos políticos en el poder y el Ejército, con la inestimable ayuda de los servicios de inteligencia, claro”, sentencia Jauffret. “Esta es la casta que ha expoliado a los argelinos y se ha apropiado de las riquezas del país”, denuncia Yiyali.

 

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Mercado de frutas y hortalizas en las calles de Argel, 2019. RYAD KRAMDI / AFP

Adversa situación económica y social

A la crisis política hay que añadir el deterioro de la situación económica y social. Bajo curso del petróleo, que representa un cuarto del PIB y el 95% de las exportaciones, y predación mediante, el régimen no dispone de los recursos de antaño, ni de incentivos susceptibles de contener la cólera popular. Su crédito también se ha agotado, no pudiendo hacer promesas y anunciar grandiosas políticas con la facilidad de antaño. “Antes de la crisis, la corrupción se desarrolló de forma salvaje y la renta del petróleo y el gas servía para redistribuir el dinero y, de paso, comprar la paz social”, explica el politólogo Kader Abderrahim. Un ejemplo de estas políticas a fondo perdido son las desarrolladas por la Agencia Nacional de Apoyo al Empleo de los Jóvenes (ANSEJ, en sus siglas en francés), un organismo que ofrecía créditos para la creación de empresas y que después, en la práctica, nunca eran reembolsados. La gran mezquita de Argel, construida por obreros chinos y cuyo coste equivale al de varios hospitales modernos, es un ejemplo reciente de despilfarro y corrupción, al igual que la construcción de la refinería de Sidi Rezín, que ha desvelado un enésimo escándalo en la Sonatrach, el gigante de los hidrocarburos propiedad del Estado.

“Los argelinos ya solo ven a una panda de corruptos que se ocultan detrás de grandes proyectos para repartirse los beneficios y, en el mejor de los casos, los caprichos y últimas voluntades de un presidente enfermo y su clan”, apostilla Guerrua. Las reservas de cambio descienden vertiginosamente mientras se mantiene el nivel de gasto público y aumentan las tasas de paro, sobre todo juvenil, al igual que la inflación, que podría alcanzar baremos de dos, tres e incluso cuatro cifras, según estimaciones del economista Chems Eddine Chitour, profesor emérito en la Escuela Politécnica de Argel. Ha sido la candidatura de Buteflika la que ha hecho cristalizar todas las cóleras vinculadas al actúal contexto y que podrían conducir a una profunda explosión con fondo de disidencia ciudadana. “Y a pesar de ello, los recientes acontecimientos muestran que el poder no tiene ninguna intención de facilitar el cambio. La imposición del quinto mandato de Buteflika evidencia el gran desprecio que siente hacia el pueblo argelino y su nula predisposición a hacer concesiones”, sentencia Belkaid.

 

Escenarios ante la crisis

El poder argelino tiene cierta experiencia en el control de la calle. No hay que subestimar en ningún momento su capacidad de supervivencia, sobre todo ante la ausencia de un movimiento de oposición bien estructurado y con objetivos claros. No obstante, no parece factible a la luz de las actuales circunstancias que el régimen pueda recuperar y reconducir la contestación, controlando la cólera popular, al menos no en los términos en los que históricamente se había hecho. La disolución en 2016 del todopoderoso Departamento de Inteligencia y de la Seguridad (DRS, en sus siglas en francés) es un hándicap para el régimen, ya que este servicio se había mostrado, llegado el momento, como una imponente máquina capaz de canalizar las protestas de la calle. El cierre de este servicio y el cese de algunos de sus dirigentes han hecho perder al régimen este enlace con la sociedad. En 2014 fue, precisamente, el DRS del general Mohamed Medién, alias Tawfiq, uno de los grandes artífices del cuarto mandato de Buteflika. Bajo la batuta del general Atmán Targag, la Dirección de Servicios y de la Seguridad (DSS), sucesora del DRS, no parece contar con las mismas capacidades ni estar en disposición de jugar este rol de forma eficaz.

Con el anuncio del 11 de marzo, cobra fuerza la hipótesis en la que el régimen reacciona al llamado popular, aunque de forma tímida, para evitar una escalada en la contestación de imprevisibles consecuencias. El quinto mandato es anulado y el presidente, aún en ejercicio, nombra un pretendido equipo gubernamental neutro y creíble para implementar reformas y organizar elecciones. Se celebrarían comicios libres y abiertos entre aquellos candidatos que hubiesen cumplido con los requisitos estipulados por la ley. La marcha de Buteflika implica, según este escenario, la caída del régimen, que es mucho más compleja, por mucho que el presidente haya podido inducir ciertos cambios y posicionar a sus peones en puestos clave de la administración. El rol del Ejército se antoja central en este escenario. Durante los últimos años el viceministro de la Defensa y jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional Popular (ANP, en su siglas en francés), Ahmed Gaid Salah, no ha cesado de repetir que la institución castrense era garante de la Constitución, si bien la validación de la candidatura de Abdelasis Buteflika por el Consejo Constitucional viola de forma flagrante el artículo 139 del Código electoral, que exige que los candidatos presenten un certificado médico de aptitud física y mental. Incluso abandonando la idea de un quinto mandato del clan Buteflika, con la connivencia y aquiescencia de la cúpula militar, mantiene los resortes del poder, planteando un sucesor a la medida.

Otro escenario posible es que los poderes fácticos del país den poco a poco la espalda a la actual elite dirigente y se posicionen a favor de un grupo o clan alternativo. Pero a día de hoy no existe ningún candidato claro capaz de hacer sombra al jefe de Estado. Existen indicios que apuntan a que los apoyos a Buteflika ya no son tan claros y francos como hace algunas semanas. Las transacciones habrían comenzado para hacer emerger nuevas figuras, o para reforzar alguno de los perfiles ya en liza, con vistas a investirlo como presidente de Argelia, a corto o medio plazo. La corriente reformista en el seno del régimen, hasta ahora marginalizada, iría ganando en peso y poder, impulsando cambios desde dentro, muy controlados para evitar que el país caiga en una situación de inestabilidad. “El Ejército se apoyaría en un grupo de tecnócratas que implementarán reformas económicas y políticas para evitar en Argelia un escenario como el venezolano”, afirma una fuente académica argelina. “Para esta corriente ya es hora de poner fin a la excesiva seguridad, la represión de libertades públicas y la corrupción masiva que beneficia a los oligarcas argelinos. Son necesarias soluciones que hagan salir al país del status quo actual. La salida óptima es que el régimen se abra de forma definitiva y componerse con una nueva clase política joven y renovada para democratizar de forma progresiva el país”, concluye esta fuente.

La alternativa que finalmente ha sido descartada es la que algunos denominaron “operación suicida”. El clan presidencial, y sus apoyos en el Ejército, seguirán con la candidatura de Buteflika hasta las últimas consecuencias, asumiendo un incremento de las protestas y de la cólera de la calle, no excluyendo incluso iniciar algún tipo de lógica represiva, confianza en el desgaste paulatino de la contestación. Como se ha podido intuir durante los últimos meses, con las sucesivas purgas y reorganización de la cúpula militar argelina, se le otorga al clan presidencial un control íntimo de la institución castrense, que le garantizaría la fuerza suficiente para, pese a todo, perseverar en esta vía. Una vez Buteflika fuera reelegido, éste trataría de implementar la hoja de ruta propuesta al pueblo argelino en su carta del 3 de marzo. El presidente no llegaría a terminar su mandato y, llegado el momento, aún en ejercicio, designaría a un sucesor y se haría a un lado. Una salida digna y que, al tiempo, garantiza la ascendiente del clan presidencial sobre los resortes del poder argelino, aunque sea a riesgo de ver aumentar sobremanera la tensión social.

 

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Manifestantes con banderas argelinas y bereberes en París, Francia, en solidaridad con las protestas en Argelia, 2019. Bertrand GUAY / AFP

UE o la estabilidad ante todo

Frente a la diligencia con la que los líderes europeos manifestaron su apoyo a la oposición venezolana, invocando el clamor popular contra Nicolás Maduro y llamando a la celebración de “elecciones libres y transparentes”, en lo que concierne a Argelia la Unión Europea ha prodigado un inusitado silencio. Junto con los apetitos que despiertan los hidrocarburos argelinos, se antoja capital el rol y la cooperación de Argel, ente otros, en lo que concierne a lucha contra la inmigración irregular y el combate contra el terrorismo. Un escenario de desestabilización podría tener repercusiones geopolíticas y de seguridad mayores. Un menor control fronterizo, por ejemplo, podría significar una llegada masiva de inmigrantes irregulares. Por otra parte, Argelia es el único muro, junto con Marruecos, contra el terrorismo yihadista que prolifera en los espacios sahelianos, donde hay desplegados casi 4.500 soldados franceses en el marco de la Operación Barkhane. El derrumbamiento de la Libia posterior a Gadafi sería un claro ejemplo de los peligros que acechan a Europa.

A ojos europeos, un quinto mandato del presidente Buteflika no es la mejor garantía de estabilidad y de ahí que se haya recibido bien, aunque de forma discreta, la decisión del presidente de no presentarse a su propia sucesión. Esta era la alternativa que Francia, antigua potencia colonial y principal interlocutor con Argel, había tratando de impulsar durante los últimos días, según diferentes fuentes, multiplicando los mensajes a la cúpula del régimen para que se pusieran de acuerdo en una figura alternativa a validar mediante las urnas. Para Europa, y España, donde apenas nadie se ha pronunciado al respecto de la crisis en un país que está a menos de media hora de avión del Levante, y a la luz de los riesgos inherentes a una transición política que pueda abrir la puerta a un periodo de incertidumbre, la estabilidad prima sobre la democracia y la dignidad de la ciudadanía, al menos en el Norte de África.

Otro país que sigue muy de cerca las evoluciones argelinas es Marruecos. Aquí, sin decirlo, el poder temía una ruptura en la elite, estimando que las divisiones en el seno de la jerarquía militar podrían alimentar la tensión. El estallido de un conflicto de estas características en el vecino país tendría efectos a muchos niveles para Rabat, que hasta el momento ha mantenido sus fronteras alejadas de situaciones bélicas y convulsas, como las que aún persisten en Libia, Malí o Níger. Esta inestabilidad tendría un impacto directo sobre la economía, aunque no solo. Si las cosas se agravan, la presión sobre las fronteras terrestres, cerradas desde 1994, o la llegada vía aérea de miles de argelinos sería de esperar. Más allá de los problemas derivados de la presión social, se temen posibles infiltraciones, de grupos y figuras radicales, que pudieran suponer una extensión de la inestabilidad regional hacia el Oeste, con implicaciones evidentes e impacto también para España y la UE. Huelga decir que Rabat sigue de cerca el impacto de la contestación argelina y de la anunciada “transición” en los campamentos saharauis y en el Frente Polisario, cuya desestabilización o mutación no tendría, necesariamente, efectos favorables para las tesis marroquíes.