El poder de las grandes compañías tecnológicas: desde su impacto en el ámbito económico, político y mediático, hasta sus estrategias fiscales y la competencia entre las empresas chinas y estadounidenses, pasando por los posibles escenarios de cara al futuro.

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Los logos de Google, Amazon, Facebook y Apple. LIONEL BONAVENTURE/AFP/Getty Images

La llegada de la economía digital ha abierto una serie de debates centrados en la utilización corporativa de los datos personales. En apenas una década, eso que se ha dado en llamar big data, es decir, cantidades ingentes de información que son extraídas, analizadas y comercializadas, han colocado a una cuantas corporaciones tecnológicas chinas y estadounidenses en los primeros puestos del mercado de valores. Pero no sólo. La inteligencia artificial, espoleada principalmente por el deep learning, se sirve de todos esos datos para crear servicios intensivos en información que el resto de las multinacionales necesitan para desarrollar su actividad. Si en 2017, este mercado se encontraba valorado en 16.060 millones de dólares, en 2025 se espera que alcance los 190.610 millones, según los últimos datos del Market Research Report. La cuestión es sencilla: si en este momento creemos que las grandes tecnológicas tiene un monopolio en sus áreas de negocio, ¿qué pasará cuando el mercado de la inteligencia artificial desarrolle todo su potencial? La respuesta es sencilla: serán demasiado grandes para caer.

Mientras tanto, esto ha dado lugar a todo tipo de reacciones políticas. Tom Watson, miembro del Partido Laborista británico, ha llamado a romper a los gigantes tecnológicos y a proteger los usuarios. Como explicaba Paul Mason, esto puede ocurrir de manera vertical (permitiendo que emerjan más empresas que compitan ofreciendo un servicio como Facebook) u horizontal (expulsándolas de los mercados mediante gravámenes o impuestos). En esta línea, los laboristas, quienes han mantenido el enfoque más radical en esta materia, también han propuesto crear un Facebook nacional y público, como hizo Jeremy Corbyn.

Ahora bien, cuesta entender que sea posible nacionalizar una empresa que tiene sus servidores en Estados Unidos. Por eso, para comprender correctamente qué instrumentos políticos pueden emplearse, deben aclararse algunas nebulosas que se han instalado en los medios de comunicación acerca del poder de las grandes tecnológicas.

 

“Los datos son el nuevo petróleo”

Falso. Reflexionando sobre el petróleo del futuro, la revista británica The Economist lanzaba la siguiente idea sobre los datos: “En las refinerías, las pipetas recolectan gasolina, propano y otros componentes del petróleo crudo, que han sido separados por calor. En los grandes centros de datos, transportan el aire para enfriar decenas de miles de computadoras que extraen valor (patrones, predicciones y otras ideas) de la información digital sin procesar”. Demandando nuevos enfoques sobre las leyes antimonopolio, ilustraba esta idea con plataformas de extracción. Incluso otro de los diarios económicos más relevantes, el Financial Times, empleaba este mismo argumento algún tiempo antes.

Una de las diferencias fundamentales que hemos de tener clara es la que señalaba Evgeny Morozov: los datos son inagotables, el petróleo no. Además, ello lleva aparejada otra cuestión importante relacionada con la acumulación primitiva: cuanto mayor sea el volumen de datos extraídos, almacenados y procesados mejor será el servicio final resultante. Al fin y al cabo, de eso trata la construcción de poderosos modelos de inteligencia artificial. Además, dado que, como señalaba un analista de la BBC, la industria tecnológica evoluciona mucho más rápido que la industria petrolera, la innovación se encuentra en el mismo ADN de estas compañías.

Esto también significa, siguiendo de nuevo la línea de Morozov, que es erróneo afrontar el poder de estas compañías fijándonos en su producto final. Este sólo puede enfrentarse observando las prácticas monopolísticas derivada de la propiedad privada que tienen de los datos, pensando en alternativas que coloquen este recurso fundamental de la economía como un bien común y sean diseñadas infraestructuras no sujetas a los imperativos de la mercantilización.

 

“Las corporaciones chinas son sus únicas competidoras”

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Puesto de Baidu en una conferencia sobre Internet en China. AFP/Getty Images

Correcto. Dadas las actuales turbulencias de la economía global, la inestabilidad que acarrea el nacimiento de empresas tan grandes en un plazo tan corto y el enorme revuelo público sobre su poder, puede parecer complicado afirmar de manera tan clara que sólo existen dos industrias tecnológicas que cuentan con la capacidad de convertirse en los motores del crecimiento global: Estados Unidos, de la mano de las llamadas GAFAM (Google —ahora Alphabet—, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), y China, en lo referente a las BAT (Baidu, Alibaba y Tencent). Fijémonos en algunos datos que nos hablan de esta tendencia, así como de la posibilidad de la Unión Europea para hacerles frente. El tamaño del mercado europeo tiene un PIB per cápita de 33.900 millones de dólares y una población de 508 millones. Estados Unidos, en comparación, cuenta un PIB per cápita de 59.700 millones y una población de 325 millones; si nos referimos a China, el PIB per cápita es de 8.500 y la población, 1.400 millones.

Pero si echamos un breve vistazo a los datos financieros de las grandes tecnológicas, observamos que Apple incrementó sus ingresos no netos en un 15,86%, alcanzando los 229.230 millones de dólares en 2018; una cifra similar a los 232.890 millones de Amazon, algo superior a los 136.820 millones de Alphabet, los 118.46 billones de Microsoft y los 55.840 millones de Facebook. Por su lado, en relación a los competidores asiáticos, Alibaba lo hizo en 58,12% hasta alcanzar los 250.270 millones, Baidu se quedó en 84.810 millones y Tencent logró 237.000 millones. En este sentido, no existe una sola empresa europea con unos datos similares, ni siquiera si nos fijamos en las 20 primeras compañías por capitalización bursátil del mundo.

Por supuesto, no todo es la capitalización bursátil. En este caso, la cuestión central pasa por entender cuáles son las empresas mejor colocadas para conquistar los mercados de datos con márgenes de beneficio más amplios, a saber, la inteligencia artificial, los servicios en la nube o las soluciones integrales para las llamadas “ciudades inteligentes”. Como recogía un informe de CB Insights con cifras sobre las adquisiciones corporativas, la inversión en investigación y desarrollo y el registro de patentes, Tencent, Baidu y Alibaba son las mejores posicionadas para convertirse en las plataformas de inteligencia artificial del futuro, en parte porque gastan tanto o más dinero en desarrollarla que sus competidores en Silicon Valley.

En buena medida, y esto es del todo significativo para comprender esta suerte de nueva competencia intercapitalista, las decisiones de Donald Trump de iniciar una guerra comercial contra China encuentran su sentido en el auge tecnológico de este país. Tal es el motivo por el que ha iniciado una dura campaña contra Huawei, deteniendo incluso a la directora financiera de la compañía, para prohibir el uso de sus tecnologías o redes de acceso de quinta generación (5G) en los países aliados, como Nueva Zelanda, Canadá, Reino Unido e incluso Alemania y Francia. También así se explican otros vetos, como a los productos del gigante de las telecomunicaciones ZTE, cuyas acciones llegaron a caer el pasado año hasta un 70%. Esto es más claro aún si nos fijamos en que Trump ordenó recientemente que el Gobierno estadounidense priorizará el desarrollo de la inteligencia artificial.

 

“No pagan sus impuestos”

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Protestas contra Amazon en Long Island en Nueva York, DON EMMERT/AFP/Getty Images.

Sí, pero casi nunca en el lugar donde desarrollan su actividad. Uno de los motivos por los que algunos Estados carecen de dinero se debe a que este se concentra en las cuentas de beneficios de las grandes empresas tecnológicas, canalizados desde sociedades offshore. Según un estudio publicado hace casi 10 años, cuanto estas compañías iniciaban su larga marcha, la cantidad de efectivo retenido en paraísos fiscales se disparó en un 21% entre 2010 y 2011, ascendiendo a 430.000 millones de dólares. Concretamente, Apple y Microsoft fueron quienes más impuestos evitaron pagar. Mientras tanto, el tipo fiscal de estas empresas se reducía un 7% en Estados Unidos.

Algunos otros datos para entender los problemas presentes son los siguientes: cerca de treinta empresas tecnológicas crearon un total de 51 filiales extranjeras durante los dos años señalados, 19 se encontraban en jurisdicciones de paraísos fiscales y 16 tenían 10 o más subsidiarias en esos países. Por otro lado, estas compañías tecnológicas recibieron 18.700 millones de dólares en contratos del Gobierno federal de EE UU durante el año fiscal de 2011, un aumento de 76.900 millones  de dólares en comparación con el año anterior, y la mayoría se concentró en ocho empresas, como Apple y Microsoft. De hecho, junto con Google, Cisco e IBM, estas son las que más impuestos evaden. Lo cual significa que no sólo no tributan en paraísos fiscales, sino que reciben subvenciones y contratos del Gobierno para desarrollar su actividad. Y no es de extrañar que esto siga ocurriendo, dada la importancia que tienen para asegurar la hegemonía de Estados Unidos.

Concretamente, en España, la cinco grandes tecnológicas (Apple, Google, Amazon, Facebook y Microsoft) abonaron 14 veces menos que los 860 millones de euros pagados por todo el grupo Inditex en 2015. Esto es, según datos publicados por el diario El Español, desde el ejercicio 2010, estos gigantes sumaron entre todas sus filiales apenas 60 millones de euros de impuestos por sus beneficios. Buena parte de ellas, solo declaran actividades secundarias en este país, desplazan el grueso de sus ingresos, no sólo nacionales sino europeos, hacia sus matrices en Irlanda o han evitado el escrutinio de las agencias fiscales españolas mediante estrategias de innovación fiscal que reducen considerablemente el pago de sus impuestos.

En resumen, puede que sea de sobra conocida la orden elevada por la Comisión Europea ante Apple para que realizara el pago de 14.500 millones de dólares en impuestos atrasados, pero no el complejo circuito de evasión y las depuradas tácticas fiscales empleadas para llevarlo a cabo.

 

“Han acabado con los medios de comunicación”

Puede ser, pero existen otros factores. Dado que Google y Facebook se llevan 7 de cada 10 dólares que se gastan en publicidad digital, y que ello supone un 37,2% y un 19,6%, respectivamente, del total del mercado que antes tenían a su disposición los medios de comunicación, observamos que el factor desencadenante que ha minado considerablemente el negocio tradicional de los medios es ese: la mercantilización de la información y la privatización de la infraestructura de la comunicación. Así se entiende que en 2018, según el Pew Research Center, la mayoría de los adultos en España, concretamente el 61%, recibiera sus noticias a través de las redes sociales, siendo Facebook la más utilizada para ello. También que el mercado de anuncios digitales se haya elevado a 88.000 millones de dólares, contribuyendo sendas empresas a su crecimiento en un 90%.

En resumen, buena parte de estos cambios han destruido las imprentas tradicionales, aquellas cuyo nacimiento hemos de datar en el siglo XVI, y que supusieron la base técnica para la creación de la prensa ilustrada algunos siglos después. En este momento, las primeras han sido sustituidas, o se han insertado en una infraestructura digital controlada por tres gigantes digitales (el negocio en publicidad de Amazon en el tercer cuarto de 2018 fue de 2.500 millones de dólares, un aumento del 123% ), lo cual ha puesto fin a su método de ingresos tradicional.

Esto conlleva peligros que ponen en jaque la noción del cuarto poder. Concretamente, la dependencia sobre dos o tres empresas privadas. Por ejemplo, cuando Facebook destina 4,5 millones de libras (seis millones de dólares) para formar a cerca de 80 periodistas locales en el Reino Unido, una novedad histórica, observamos que es una empresa privada con un cuasi monopolio gracias a su canal de distribución quien enseña a la profesión cómo ejercer el periodismo local para que sea rentable a largo plazo, un imperativo derivado más de las necesidades de esta empresa que de los periódicos. En esta línea, también ha anunciado planes para invertir un total de 300 millones de dólares a lo largo de tres años en varios proyectos de periodismo, incluidas varias empresas sin fines de lucro que se centran en informaciones locales. En términos estrictamente económicos, cuando los ingresos de los medios se reducen y se encuentran obligados a bajar sus costos, un monopolio sale a su rescate para destinar un porcentaje ínfimo del dinero que ha logrado con su negocio (13.000 millones de dólares en ingresos publicitarios de Facebook en el último cuarto de 2018), en parte a costa de los medios.

Por otro lado, Google ha destinado en el plazo de tres años casi 120 millones de dólares a cientos de proyectos periodísticos en Europa. En su mayoría, becas centradas en la innovación. Huelga elevar una pregunta: ¿por qué debe de ser un gigante tecnológico, con una posición de enorme poder en el mercado, el que administre la innovación y canalice algunos fondos hacia los medios que este considere más creativos? Si el desarrollo de la tecnología del futuro, aquella que permitirá a los medios de comunicación crear herramientas para sobrevivir en la economía digital, se encuentra orquestado por los criterios de Google, ¿no es cierto que buena parte de los medios de comunicación están avanzando en un camino que supondrá en contratar los servicios futuros de Google?

Existe, entonces, una cuestión democrática básica que replantearse: dado que estas empresas son los intermediarios principales de la economía, es decir, la vía de acceso a la infraestructura básica para realizar cualquier operación económica, los medios de comunicación se verán obligados a entregar una cuantía en efectivo por usarlas, ya sea pagando por publicidad patrocinada en estas, como hacen en Facebook, o directamente contratando los servicios en la nube de Google, una solución que los grandes medios han comenzado a experimentar. Y lo han hecho, principalmente, porque no pueden mantener su posición en el mercado de la información sin las tecnologías digitales más avanzadas, las cuales, efectivamente, son de Google.