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La imagen del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, proyectada en un muro como protesta contra su Gobierno en Sao Paulo, 2020. MIGUEL SCHINCARIOL/AFP via Getty Images

A pesar de que la crisis del coronavirus ha abierto importantes fisuras que podrían afectar a la presidencia de Bolsonaro, las consecuencias de su gestión de la pandemia todavía parecen estar lejos.

La política negacionista de la pandemia del COVID-19 que tiene Bolsonaro y su rechazo a las medidas de aislamiento le están dejando aislado políticamente. Para el presidente, el confinamiento es incompatible con la economía y por tanto la actividad del país debería continuar ante lo que ya ha denominado como “pequeña gripe”. Tal situación combinada hace que voces muy conocidas y respetadas del liberalismo económico como Arminio Fraga (expresidente del Banco Central brasileño durante la gestión de Fernando Henrique Cardoso), Claudio Ferraz (profesor de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, el más destacado centro brasileño de formación de economistas liberales) y Cándido Botelho Bracher (presidente de la mayor institución financiera de América Latina, el Itaú Unibanco) sean unánimes en criticar la conducción económica de la crisis en tiempos de coronavirus. Igualmente, André Lara Resende (economista y uno de los padres del Plano Real) dijo que el otrora festejado ministro de Economía, Paulo Guedes, se basaba en “un liberalismo primitivo”. Todos ellos criticaron que, si no se aplica un estricto aislamiento social, el sistema de salud pública brasileño (el SUS, Sistema Único de Salud, el mayor sistema público universal de salud del mundo) se derrumbará y la recuperación económica será mucho más lenta y dolorosa. Incluso, este comportamiento que parece pelear con la realidad, llevó a la prestigiosa publicación británica The Economist a llamar al presidente de la octava economía del mundo de “BolsoNero”. El pronóstico de la prestigiosa Fundación Getúlio Vargas/FGV ya es una contracción de 4,5% en 2020 (con riesgo de seguir sintiendo efectos negativos “significativos” hasta 2023).

A pesar de esta previsión, las pocas medidas anunciadas hasta ahora por el Gobierno brasileño caminan en la dirección de minimizar las pérdidas para las empresas y reducir los impactos de la crisis en estas, por ejemplo, flexibilizando las regulaciones laborales durante el estado de calamidad pública, pero con pocas acciones visando el bienestar general de la población. La única legislación que hasta ahora se ha votado en el Congreso buscando proteger del impacto económico del confinamiento a una población con más del 40% de trabajadores informales, surgió de una propuesta de los partidos de la oposición, la renta mínima de emergencia: poco más de 100 euros mensuales que el gobierno dará durante el periodo de pandemia a cada familia de bajos ingresos.

 

Gobernadores versus Bolsonaro

Un capítulo aparte que impacta directamente en las condiciones de gobernabilidad y el futuro del mandatario brasileño y del país pasa por su complicada relación con los gobernadores de los estados de la Federación, gobernadores estos que, ante la inacción de Brasilia, tomaron la delantera decretando sus propias medidas de aislamiento. Durante una tensa videoconferencia a finales de marzo con los gobernadores de la región sureste, la más rica y poblada del país, donde se encuentran los estados de São Paulo, Río de Janeiro, Minas Gerais y Espírito Santo, fue explícito el malestar entre ellos y el presidente, llegando esta tirantez a su punto culminante cuando Bolsonaro se refirió a João Doria, gobernador de São Paulo, a gritos: “¡A usted se le subió a la cabeza la posibilidad de ser presidente de Brasil! ¡No tiene altura para criticar al gobierno federal!”, a lo que Doria respondió: “Le pido que tenga serenidad, calma y equilibrio. Usted tiene que comandar el país”, asegurando que apelaría a la Justicia si el Gobierno federal confiscase equipos o material médico o trabase de algún modo sus acciones frente a la crisis sanitaria. El gobernador paulista continuó: “Estamos aquí los cuatro gobernadores del Sureste por respeto a Brasil y en respeto al diálogo, pero usted como presidente tiene que dar el ejemplo, tiene que liderar y no dividir”. Minutos antes, Bolsonaro había calificado a Doria, su exaliado durante la campaña electoral de 2018, de “demagogo” y días atrás de “lunático”, al igual que había insultado al gobernador de Río de Janeiro, Wilson Witzel, también antiguo aliado. João Doria es un nombre que destaca con gran potencia política en este momento, asumiendo el liderazgo de los gobernadores, recibiendo incluso elogios del expresidente opositor, Lula, por su comportamiento. El hombre fuerte del PSDB está aprovechando esta crisis para aumentar su popularidad y mejorar su posición respecto a las elecciones de 2022.

El diálogo con los gobernadores de otras regiones tampoco fue mas ventajoso. “No hay más diálogo con este hombre. Las cosas han llegado a su fin”, afirmó Ronaldo Caiado, médico, importante líder del agronegocio y gobernador de Goiás (Región Centro Oeste), que apoyó decididamente y desde el principio la campaña electoral del líder ultraderechista. Caiado, como la mayoría de los gobernadores, ha ordenado unilateralmente estrictas medidas para evitar la propagación del coronavirus en su región. El Tribunal Supremo ratificó esta semana las medidas contra el coronavirus ordenadas por estos e impugnadas por el mandatario. Apenas algunos mandatarios estatales de estados pequeños y/o de poco peso económico como Mato Grosso, Rondônia y Santa Catarina siguieron la postura de Jair Bolsonaro, reabriendo parcialmente el comercio. Encuestas como Datafolha, IBOPE, Vox Populi y MDA han apuntado una popularidad creciente de los gobernadores con un promedio de aprobación de óptimo a bueno que es el doble del del presidente de la República.

Los gobernadores estatales y los alcaldes de las ciudades han asumido el papel protagonista de la gestión de esta crisis, enfrentándose a Bolsonaro, incluso aquellos que le habían apoyado desde el inicio. Al mismo tiempo, una severa crisis con parlamentarios del Congreso y los presidentes de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y del Senado Federal, Davi Alcolumbre, demuestra la gran fragilidad institucional de Bolsonaro.

 

Los militares y Bolsonaro

Entusiastas de la candidatura Bolsonaro desde siempre, los militares siguen siendo un importante pilar de sustentación de su gobierno. Vale recordar que además de los ocho ministros militares de veintidós (un total de 36,36% contra 29,4% de la actual Venezuela, donde hace tiempo las Fuerzas Armadas abandonaron su neutralidad y se convirtieron en guardianas de la permanencia de Nicolás Maduro en el poder) y proporcionalmente con más presencia castrense que durante el periodo de la dictadura militar (1964-1985). Hoy el Palacio do Planalto está “militarizado”, con todos los asesores directos del presidente provenientes de los cuarteles y casi 3.000 integrantes de las Fuerzas Armadas en diferentes niveles del gobierno. En la crisis del coronavirus, la mayoría de esta cúpula militar se ha colocado públicamente en desacuerdo con la postura anticientífica del presidente.

En un pronunciamiento realizado minutos antes del de Bolsonaro, el 24 de marzo, el comandante del Ejército brasileño, general Edson Pujol, contradiciendo el negacionismo de Bolsonaro, afirmó en un vídeo distribuido al público que la crisis del coronavirus “tal vez sea la misión más importante de nuestra generación. El momento es de cuidado y de prevención, pero también de mucha acción por parte del Ejército brasileño”. El pronunciamiento mostraba la gravedad con que la crisis estaba siendo tratada por el Ejército de Tierra. De forma clara a la vez que sutil, Pujol dejaba claro que no concordaba con las declaraciones del presidente.

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Una mujer que apoya las políticas de Bolsonaro durante la cuarentena, Brasilia. SERGIO LIMA/AFP via Getty Images

En una acción definida por muchos como una intervención indirecta, el recién nombrado ministro da Casa Civil, el general Braga Netto, ganó un inédito protagonismo en esta crisis, ocupando la función que, ante la inactividad de Bolsonaro, algunos informalmente denominan como “jefe del Estado-Mayor del Planalto”. Sin embargo, en este momento a los militares brasileños no les interesa el asalto directo al poder como en 1964. Gozan de un elevado grado de autonomía, una influencia enorme y sus programas estratégicos han sido mantenidos en un contexto de fuerte restricción presupuestaria. Así mismo, sus jubilaciones precoces y sueldos generosos se preservaron en la reforma de pensiones de 2019. Hasta ahora Braga Netto había sido jefe del Estado-Mayor del Ejército (EME), comandante de la intervención federal de carácter militar en Rio de Janeiro durante 2018 y quien mejor conoce los vínculos de la familia Bolsonaro con las milicias cariocas.

En estudio realizado por el CEEEx (Centro de Estudios Estratégicos del Ejército), alto órgano del EME y publicado en este mes de abril, los militares indican que la estrategia a seguir debe ser testar en masa a los brasileños, actuar rápidamente para aislar nuevos infectados e intentar mantener el aislamiento de los grupos de riesgo. Así como indican estrategias para el momento en el que el país decida retomar las actividades económicas. Hoy el Ejército está planteando estrategias que el presidente debería planear. El hecho es que la silla presidencial parece cada vez mayor que Bolsonaro.

En las últimas semanas y, como consecuencia de esta crisis, la ya complicada relación con los diputados ha aumentado. Durante los últimos días se protocolaron al menos diez pedidos de impeachment, que por ahora Rodrigo Maia, el presidente de la Cámara de Diputados, quien tiene la llave para la destitución, ha denegado, pero se guarda este as en la manga. Fuera del Congreso, a través de una carta publicada el 30 de marzo, la oposición unida por medio de tres excandidatos presidenciales, los presidentes de seis partidos progresistas y otros líderes del centroizquierda brasileña pedían la renuncia de Jair Bolsonaro, acusándolo de ser “incapaz” de enfrentar la crisis provocada por el coronavirus y de enfrentar de forma “irresponsable” la pandemia: “¡Basta! Bolsonaro es más que un problema político, se volvió un problema de salud pública (…) Debería renunciar”, dice el texto firmado, entre otros, por los excandidatos Fernando Haddad y Ciro Gomes, que terminaron en segundo y tercer lugar la elección presidencial de octubre de 2018, además de los líderes de los partidos de los Trabajadores (PT), Socialista Brasileño (PSB), Democrático Laborista (PDT), Socialismo y Libertad (PSOL), Comunista del Brasil (PCdoB) y Comunista Brasileño (PCB). A pesar de la densidad política de quien lo condena, la renuncia o impeachment en el corto plazo es altamente improbable.

Según algunos analistas, la crisis del coronavirus puede acabar siendo la tumba del presidente de Brasil. No a corto plazo (todo el empeño va a estar puesto en superar la pandemia durante los próximos meses) sino después, cuando el centro de atención gire hacia las actitudes asumidas a lo largo de esta crisis por los gobernantes y se vean las consecuencias para el país tanto desde un punto de vista económico como social. Por ahora, el 55% de los brasileños son contra su renuncia (Datafolha de 3 de abril). Entre los más insatisfechos están los jóvenes y estudiantes, los más ricos, las mujeres, los trabajadores formales y los moradores del noreste del Brasil. Así mismo Bolsonaro acumula editoriales negativas de la prensa más importante del país, incluso de la conservadora, medios con los que desde el inicio del mandato está en guerra permanente. En un escenario turbio y movedizo como el brasileño actual, es difícil predecir el futuro de Jair Bolsonaro. No obstante, a pesar de su creciente impopularidad, según los datos de la encuesta XP Investimentos, para finales de marzo, un 30% de los brasileños califican la gestión de Bolsonaro como buena u óptima, frente al 37% que la consideran mala o pésima. El presidente mantiene su núcleo de apoyo fiel de un tercio estable a lo largo del tiempo. Además, cuenta con una parte significativa del apoyo del segmento empresarial, los evangélicos (cerca de 70 de los 210 millones de brasileños) y los militares, que, pese a divergencias, no apoyan, por ahora, su destitución. Se han abierto importantes fisuras en el mandato del excapitán, pero las consecuencias de estas todavía son inciertas.