
Además de su letalidad y la disrupción que provoca, y que aún podría empeorar y extenderse de forma terrible, la epidemia de coronavirus puede tener unas consecuencias políticas que persistan mucho después de que se haya contenido el contagio. He aquí siete aspectos especialmente preocupantes.
La pandemia de COVID-19, sin duda, constituye un desafío histórico para la salud pública y la economía global. Sus consecuencias políticas, a corto y largo plazo, son menos conocidas.
La epidemia mundial tiene el potencial de causar estragos en Estados débiles, desencadenar disturbios generalizados y poner seriamente a prueba los sistemas internacionales de gestión de crisis. Sus repercusiones serán especialmente graves para los que viven en situaciones de guerra si, como parece probable, la enfermedad interrumpe la llegada de ayuda humanitaria, restringe las operaciones de paz y hace que las partes en conflicto aplacen o distraigan su atención de los esfuerzos diplomáticos tanto incipientes como en marcha desde hace tiempo. Los dirigentes sin escrúpulos pueden querer aprovechar la pandemia en su propio interés, aunque eso agudice las crisis nacionales o internacionales —por ejemplo, reprimiendo a la disidencia interna o provocando una escalada bélica con Estados rivales—, dando por sentado que van a poder salirse con la suya mientras el mundo está pendiente de otras cosas. La COVID-19 ha alimentado las fricciones geopolíticas: Estados Unidos acusa a China de la enfermedad y Pekín trata de hacer amigos ofreciendo ayuda a los países afectados, lo que está exacerbando las tensiones entre las grandes potencias y complicando la cooperación á la hora de gestionar la crisis.
Todavía no está claro cuándo ni dónde golpeará más duro el virus, ni tampoco cómo van a confluir los factores económicos, sociales y políticos para desatar o agravar crisis. Tampoco está garantizado que las consecuencias de la pandemia sean total o igualmente negativas para la paz y la seguridad. Las catástrofes naturales, a veces, han derivado en la disminución de los conflictos, porque los bandos rivales se han visto obligados a trabajar juntos o, al menos, a mantener cierta calma para centrarse en proteger y reconstruir sus sociedades. Desde que comenzó la epidemia actual se han visto algunos intentos de suavizar las tensiones políticas: por ejemplo, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Kuwait han ofrecido ayuda humanitaria a Irán, centro de uno de los peores brotes iniciales fuera de China. Aunque la pandemia intensificará algunas crisis internacionales, es posible que también cree oportunidades para mejorar otras.
Los meses venideros serán extremadamente peligrosos, con EE UU y los países europeos centrados en las repercusiones internas de la COVID-19 mientras la enfermedad se extiende, con toda probabilidad, por Estados pobres y en guerra. En su primera fase, y salvo la excepción de Irán, la pandemia afectó sobre todo a países que disponían de recursos para abordar el problema —como China, Corea del Sur e Italia—, si bien de forma irregular y a costa de mucha tensión ...
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