Japon_portada
Vista del puerto de Tokio, Japón. TOSHIFUMI KITAMURA/AFP/Getty Images)

Todos los ojos se centran en China, pero el mundo debería estar más pendiente de Japón. Un repaso a cómo su influencia y poder es clave en el actual sistema económico internacional.

En las turbulencias de la política global, con su amplia cobertura informativa internacional, el estable y aburrido Japón no tiene demasiada presencia. Sin embargo, es el mayor país acreedor del mundo, y desempeña un papel determinante en el comercio, las inversiones directas y la ayuda económica. En las dos décadas perdidas, transcurridas desde que estalló sus burbujas a principios de los 90, Japón, a pesar de mantenerse en segundo plano, se ha fortalecido, se ha convertido en una de las principales potencias geoeconómicas y ha eliminado casi por completo sus enormes préstamos improductivos en el sector bancario, así como otras vulnerabilidades estructurales.

Resaltar la deuda pública nipona, la mayor del mundo, que constituye casi el 240% de su PIB, es engañoso, porque los activos públicos representan casi el 200% y los bonos del tesoro en manos del Banco de Japón —que es prácticamente una parte del Estado— suman más del 80%. Unos porcentajes que corresponden a la estabilidad de un yen fuerte y unos tipos preferenciales a largo plazo muy bajos.

Por el contrario, Estados Unidos se enfrenta a un agravamiento de las debilidades estructurales de las acciones derivadas de la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y la crisis financiera posterior, mientras que experimenta un auge transitorio en los flujos de capital. En cuanto a la Unión Europea, continúa estancada no solo en graves vulnerabilidades estructurales, sino en una recesión persistente. Como consecuencia, EE UU y la UE disponen de un margen de maniobra limitado en política económica internacional y se dedican a obtener o retener unas ganancias relativas mediante sus intercambios estratégicos, especialmente en el ámbito comercial.

Con el ajuste cuantitativo de los bancos centrales de Estados Unidos, la UE y, por último, de Japón, los BRICS y otras grandes economías en desarrollo cada vez se enfrentan a más dificultades para financiar la inversión y el crecimiento,  a lo que debemos añadir la contracción de sus exportaciones a EE UU y Europa.

En particular, el yuan está vinculado en la práctica al dólar estadounidense y las reservas chinas de yuanes están basadas en sus reservas de dólares, de modo que el gigante asiático está entrando en una profunda recesión, agravada por la intensa guerra comercial con Estados Unidos. No es extraño que, el pasado mes de octubre, Pekín diera un giro brusco  en su tradicional política antijaponesa y firmara el acuerdo de intercambio de divisas que proporcionaría a China tres billones de yenes japoneses (casi 24 millones de euros) en caso de una crisis aguda de liquidez.

Si examinamos con detalle los acontecimientos recientes en la relación entre Tokio y Pekín, el discreto ascenso de Japón resulta más llamativo. Durante varios años, hasta la reconciliación oficial de octubre de 2018, los dos países parecían competir frontalmente en el terreno geoeconómico, sobre todo en materia de ayuda y desarrollo, con la “estrategia de la Nueva Ruta de la Seda” de China y la contraestrategia de Japón, de “liberar y abrir la región del Índico y el Pacífico”.

China está sufriendo graves reveses, porque muchos Estados receptores de ayuda e inversiones han cancelado, recortado o aplazado los proyectos de desarrollo patrocinados por Pekín. Estos países han caído en la trampa de la deuda de China, y muchos proyectos han resultado  económica, ecológica y socialmente insostenibles. Pekín se ve cada vez más obligada a financiar proyectos de desarrollo debido a la reducción, aún no visible pero importante, de sus reservas de dólares, que están estadísticamente cubiertas por sus empréstitos extranjeros.

China ha conseguido atraer a más de 90 países en desarrollo y desarrollados gracias a sus enormes falsas reservas de divisas extranjeras (divisas que en realidad son dinero que ha pedido prestado) como señuelo para participar en su iniciativa, el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras. No obstante, no ha logrado que se incorporen al AIIB ni Japón ni Estados Unidos, es decir, ni el mayor país acreedor del mundo ni el que posee la divisa de referencia, así como los mercados financieros y de bonos más desarrollados. Sin fondos ni equipos suficientes, el AIIB no tiene más remedio que cofinanciar proyectos con el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo para obtener la calificación crediticia favorable que necesita para operar en los mercados financieros internacionales.

En cambio, Japón ha exigido a China que respete las normas internacionales en cuanto a ayuda y desarrollo. De hecho, hasta octubre de 2018 no aceptó coordinar su política con Pekín, de forma selectiva y solo cuando el país cumpla esos estrictos requisitos. Por el momento, no ha habido ningún gran ejemplo de coordinación entre ambos. Dado que muchos de los beneficiarios tradicionales de la ayuda japonesa han dejado de ser Estados de rentas bajas, resulta inevitable que Japón centre más su estrategia en una mayor calidad de la ayuda y el desarrollo prestados en lo que a sostenibilidad se refiere, mediante la cooperación entre el sector público y el privado. Es un enfoque superior al de China, al menos a medio y largo plazo.

Además, Japón contribuye de manera fundamental a preservar el sistema económico internacional actual, libre y abierto. Contra la corriente de populismo y proteccionismo, en especial el “América primero” del presidente Donald Trump, Tokio ha conseguido hacer realidad la formación del Tratado Integral y Progresivo para la Asociación Transpacífico (TPP11) después de que EE UU se retirara bruscamente del TPP anterior en el que se estaba trabajando, y ha firmado el Acuerdo de Asociación Económica Japón-UE.

En resumen, la influencia y el poder geoeconómicos de Japón van a ser extraordinarios, al menos durante un tiempo. No obstante, el país no está exento de peligros y problemas. A corto plazo, el ascenso nipón será discreto y quizá inapreciable, sobre todo porque ese poder y esa influencia pueden reducirse debido a las crisis y los riesgos geopolíticos; también porque los intereses creados de su burocracia impiden la consolidación de sus grandes deudas y activos públicos, con lo que existe un gran riesgo de crisis de liquidez. A largo plazo, el país necesita dar con una ecuación social que le permita hacer frente a la tasa de natalidad más baja de la historia y la elevada tasa de longevidad. El mundo debe permanecer atento al aburrido Japón.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia