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Un soldado de las fuerzas de seguridad ucranianas en un navío en el puerto de Mariupol (Ucrania), Mar de Azov. (Martyn Aim/Getty Images)

¿Qué acciones podría realizar Europa para rechazar la nueva agresión de Rusia contra Ucrania?

“Crimea, Ucrania, Moldavia”. A finales de agosto de 2008, cuando las tropas rusas controlaban grandes franjas de Georgia, el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner, manifestó sus temores sobre los siguientes objetivos de Rusia. El ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, respondió acusando a su homólogo de tener una “imaginación calenturienta”. En retrospectiva, es posible que la imaginación de Kouchner no se hubiera calentado lo suficiente.

Unas cañoneras rusas, días atrás, abrieron fuego sobre un convoy naval ucraniano y embistió un remolcador, al que apresó a continuación, además de a dos cañoneras ucranianas. Los barcos viajaban desde los puertos ucranianos de Odessa, en el Mar Negro, hasta el de Mariopol, en el Mar de Azov. Los buques ucranianos estaban intentando atravesar el Estrecho de Kerch, que separa Crimea —bajo control ruso— de Rusia. El incidente representa una nueva fase en el nuevo frente —el marítimo— del conflicto entre Ucrania y Rusia, que tiene grandes probabilidades de acaparar la atención de Europa durante años.

En un viaje que hemos hecho, recientemente, a las ciudades y los pueblos ucranianos que bordean el Mar de Azov, comprobamos que la situación en tierra se ha estabilizado dentro de una calma relativa; ambos bandos se han afianzado en sus posiciones y han fortificado la línea del frente, de forma que un ataque, en estos momentos, tendría un coste humano muy elevado para cualquiera de los dos.

Ahora bien, la situación en el mar es muy diferente. Allí está todo preparado para que se desencadenen dos nuevas crisis que tendrán repercusiones en la seguridad de Europa: una, relacionada con la libertad de navegación, y otra, con la viabilidad económica de Ucrania oriental en general.

Rusia tiene el control real de las dos orillas del estrecho desde que se anexionó Crimea en 2014 y construyó un puente con la península. Ese control ha reforzado enormemente su capacidad militar en el Mar de Azov, y en los últimos meses ha empezado a coartar de manera discreta la libertad de navegación de todos los buques que arriban a los puertos ucranianos en dicho mar. La acometida reciente es un ejemplo de esta nueva tendencia. Estados Unidos y unos cuantos países europeos están esforzándose en dar la impresión de que apoyan en serio la libertad de navegación en el Mar del Sur de China. Sin embargo, en el Mar Negro y en el Mar de Azov, incluso a las armadas de los gobiernos europeos más audaces les resulta más fácil herir la sensibilidad de Pekín al otro lado del mundo que chocar en Europa contra la suspicacia rusa en materia de seguridad.

En cuanto a la seguridad económica de Ucrania, su zona oriental depende en gran parte del comercio a través de los puertos en el Mar de Azov. Los puertos del Mar Negro están más lejos, el acceso a las infraestructuras es malo y el transporte es más caro. La región ya sufre graves problemas económicos; sus infraestructuras y sus cadenas de producción quedaron parcialmente destruidas por la guerra, y las exportaciones a través del puerto de Mariupol han descendido un 58% en los últimos años. Las inversiones extranjeras han desaparecido. Y solo en el último mes, hubo 13.500 violaciones del alto el fuego en la franja del frente correspondiente a esa ciudad.

Desde hace varios meses, Rusia está estrangulando poco a poco la navegación comercial de Ucrania que entra y sale del Mar de Azov. A principios de este año, los guardias fronterizos rusos empezaron a detener y revisar los buques comerciales que tratan de llegar a los puertos ucranianos. Estos retrasos pueden costar a un barco entre 10.000 y 12.000 dólares diarios por tramo. Como consecuencia, las exportaciones de Ucrania resultan menos competitivas en los mercados internacionales, las importaciones son más caras y los consumidores locales son más pobres, en una región que ya está empobrecida y traumatizada por la guerra y por la gran cantidad de desplazados internos.

Esta situación constituye una gran escalada de las presiones económicas sobre Ucrania. Moscú ha impuesto todo tipo de sanciones a Kiev en otras ocasiones. Pero ahora no se trata solo de restringir las exportaciones a Rusia, sino de un esfuerzo concertado para menoscabar el comercio ucraniano con Europa y Oriente Medio. No es un asunto menor, porque Ucrania exporta más a los países árabes que a Rusia. Cerrar, en la práctica, el Estrecho de Kerch es como si Dinamarca impidiera que los barcos rusos atravesaran sus estrechos y no les dejara salir del Mar Báltico.

Además de observar y manifestar su preocupación, ¿qué pueden hacer los europeos y los norteamericanos? Pues muchas cosas. En primer lugar, pueden dejar patente su apoyo diplomático y simbólico a la libertad de navegación en la zona del Mar de Azov. Enviar buques no militares a la región ayudaría a sustentar este principio. Y Rusia no va a atacar ni embestir barcos de terceros países.

En segundo lugar, Europa y Estados Unidos pueden adoptar una especie de estrategia económica de compensación respecto a Ucrania. Algunas medidas pueden ser baratas y simbólicas, como donar un par de remolcadores iguales al que sufrió la embestida. Pero, además del simbolismo, pueden invertir en la reconstrucción de las carreteras y las vías férreas necesarias para unir partes del este de Ucrania con el resto del país. Y pueden suavizar las restricciones al acceso al mercado europeo para productos como miel, trigo, maíz y zumo de uva. A pesar de que tiene un convenio de libre comercio con Ucrania, la Unión Europea aplica cuotas a varias exportaciones del país que son competitivas.

Por último, ha llegado el momento de que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa salga al mar. La OSCE ha sido el principal observador en los conflictos del continente euroasiático, desde los Balcanes hasta Tayikistán. En la actualidad lleva a cabo una misión en el este de Ucrania. Pero, dadas las probabilidades de que el próximo foco de peligro para le seguridad estalle en el agua, la organización debería empezar a vigilar también el Mar de Azov, con drones y con buques.

El artículo original ha sido publicado en Foreign Policy.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia