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Dos mujeres caminan delante de un cartel que muestra la bandera turca junto al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk en Estambul. (OZAN KOSE/AFP/Getty Images)

El origen, la evolución y el declive del secularismo en los Estados turco e indio. ¿Derivará la India en la misma dirección que ha tomado en los últimos años Turquía?


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Secular States, Religious Politics: India, Turkey, and the future of Secularism

Sumantra Bose

Cambridge University Press, 2018

 


En 1928, el régimen de partido único de Mustafa Kemal Atatürk eliminó el artículo 2 de la Constitución de 1924 de la República que señalaba: “La religión del Estado turco es el islam”. Esto se produjo cuatro años después de que la recién estrenada República hubiera abolido el califato, una herencia del sultanato otomano. Dos años más tarde, reemplazó el Código Civil de 1870, una mezcla de la sharia y de principios legales occidentales, con un código de carácter secular basado en el de Suiza, que no se había completado hasta 1912. “Nuestra nación está hoy a salvo de las defectuosas y confusas creencias mantenidas durante trece siglos y, cerrando las puertas de la antigua civilización, entra en la civilización contemporánea que otorga vida y luz”. Poco podía imaginar el ministro de Justicia de Atatürk que pronunció esas palabras cuando presentó el nuevo código en la Gran Asamblea Nacional en Ankara en 1924 que, casi un siglo más tarde, se pondría patas arriba la visión axiomática de que el Estado turco era secular. Turquía ha sido conquistada por fuerzas políticas con una visión antisecular del carácter de la nación. Los días en que el laiklik (laicismo, derivado del francés laicité) constituía uno de los seis principios fundamentales del partido gobernante del país han pasado a la historia.

El país que preside Recept Tayyip Erdogan está, a efectos prácticos, basado en una definición mayoritariamente hanafí-suní de la identidad nacional turca que excluye a la mayor parte de los kurdos (aproximadamente un 20% de la población) y alevíes (otro 20% más), cuya forma ecléctica de fe se aparta de la ortodoxia suní de diversos modos. Para comprender cómo sucedió esto, hay que retroceder a la forma en que Atatürk modernizó el Estado turco, que surgió de las cenizas del “enfermo de Europa”, como se conocía al Imperio otomano en el siglo XIX. El autor analiza el origen de lo que él llama una “pueril fascinación con Europa y el mundo occidental cargada de complejos de inferioridad al estilo turco”. Cita a un antiguo aliado de Atatürk que huyó al exilio en El Cairo, Mehmet Akil, quien en la década de 1930 afirmó: “Gente de una nación… cuyo mundo es imitación, cuyas costumbres son imitaciones, cuya vestimenta es imitación, cuyos saludos y lenguaje son imitaciones, en resumen, cuyo todo es imitación, son claramente ellos mismos una mera imitación”. Atila Ilhan fue aún más lejos cuando comentó en 1976: “Nos ponemos la soga del imperialismo cultural alrededor del cuello con nuestras propias manos. La enfermedad… nos ha atrapado. Somos incapaces de buscar nuestra propia síntesis”.

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Un grupo de personas de Minority Youth Federation se manifiestan contra el borrador del Registro Nacional de Ciudadanos (DIBYANGSHU SARKAR/AFP/Getty Images)

Incluso más condenatorio resulta el célebre novelista kurdo Yasar Kemal, quien escribió en 1971: “Durante 200 años, el intelectual turco ha copiado a Occidente como un mono, ha imitado a Occidente. Un mono no es creativo. Puede parecer humano, pero no es creativo. Dado que los intelectuales turcos han imitado como monos a Occidente durante 200 años, no han hecho ninguna contribución a la humanidad durante 200 años”. Esta occidentosis estaba basada en un conjunto de valores nacionalistas-colectivistas promovidos, en sus inicios, por la República kemalista y quienes se opusieron a ellos fueron confrontados con una retórica severa y técnicas punitivas. La brecha entre un “centro” distante y burocrático con sede en Estambul y Ankara y una vasta “periferia” que comprendía la mayor parte de una sociedad entonces fundamentalmente rural que fue heredado del Imperio otomano se prolongó. El autor de este fascinante libro, Sumantra Bose, resume así la evolución de Turquía: “En la actualidad, el autoritarismo antisecular ha reemplazado al autoritarismo secular".

Aquí es donde entra en escena la India. Los experimentos seculares en la India y Turquía se consideraron éxitos durante mucho tiempo, pero el ascenso del Partido Bharatiya Janata de Narendra Modi y la conquista del poder del Estado por parte de fuerzas políticas con una visión antisecular de la nación sorprendieron a muchos fuera del subcontinente. De modo que la pregunta es si la India, la democracia más poblada del mundo, se desviará en la misma dirección que Turquía. Sumantra Bose, que proviene de una distinguida familia del mundo de la política india, cree que no. Su lúcido libro combina un conocimiento enciclopédico de los casos individuales que estudia con un sofisticado marco comparativo. “El Estado secular indio cuenta con orígenes y premisas muy diferentes, y no tiene los defectos de nacimiento que ha padecido su homólogo turco desde sus inicios. El Estado secular de la India no se creó para copiar a Occidente con la esperanza de ser aceptado como un igual civilizado y moderno. Por el contrario, surgió de una visión de la modernidad marcadamente india, incubada durante las tres décadas de movilización popular para liberarse del colonialismo británico liderada por el Congreso Nacional Indio. Esta visión tenía sus raíces en un aspecto de la tradición india —la tolerancia mutua y la coexistencia de las comunidades religiosas del subcontinente a lo largo de los siglos—, y buscó continuar ese aspecto de su tradición en un Estado indio libre, en marcado contraste con la ruptura promovida por los kemalistas”.

La gran diversidad, tamaño y complejidad de la India sirve como argumento en contra de una tendencia similar a la de Turquía. Las raíces de la democracia son infinitamente más fuertes en la India de lo que lo han sido nunca en Turquía. Sumantra Bose seguramente tiene razón al afirmar que “la mejor garantía de la supervivencia del secularismo en la India radica en una característica que es intrínseca a la propia nación: su enorme heterogeneidad. Los nacionalistas hindúes siguen siendo, incluso en una época de ascenso, una minoría ruidosa, ideológicamente motivada y muy organizada. Pero a diferencia de Turquía, donde una minoría determinada pudo imponer su ideología de laicidad al país, la visión antisecular de los nacionalistas hindúes solo puede llevarse a la práctica si logra demostrar a través del test de la democracia que esta visión realmente cuenta con el apoyo de la abrumadora mayoría que dicen representar". La gran complejidad de la política regional de la India está bien cubierta en este libro, al igual que la necesidad de que los secularistas indios reconozcan y aborden todas las contradicciones y debilidades reales de la odisea del país como Estado secular. El último capítulo de este libro tan instructivo, “El futuro del secularismo”, es de obligada lectura para cualquiera que intente comprender el mundo del mañana. A diferencia de la India, el autoritarismo estatista que es el rasgo definitorio del kemalismo “carecía de un lenguaje democrático con el que contrarrestar el ascenso del movimiento antisecular”.

Para concluir, “en 1945, el lexicón turco preparado por la Asociación de la Lengua Turca decía lo siguiente en su entrada para la palabra religión: ‘Una idea o ideal al que uno se adhiere fervientemente. El kemalismo es la religión de los turcos’”. Uno no se puede imaginar a un indio hablando así. La ironía es que los turcos, que durante siglos simbolizaron a musulmanes y bárbaros —el otro de Europa—, trataron de ingresar en el círculo de los civilizados y solo lograron ser rechazados. “Y lo que es aún más irónico”, comentó el erudito turco Nilufer Gole en 1995, el Estado kemalista “inventó sus propios bárbaros, aquellos que consideraba como obstáculos para (lograr su definición de) la civilización: los (devotos) musulmanes y kurdos.” La India es quince veces más grande que Turquía, goza de una estructura estatal unitaria, flexible y moderadamente desarrollada, de tradiciones democráticas y de una cultura política mucho más fuerte que la de Turquía. También tiene interminables capas de referencias históricas e intelectuales a las que recurrir, que la convierten en un caso bastante singular entre las naciones. Este libro es una magnífica contribución a las complejas relaciones entre los partidos religiosos y el Estado secular, un tema al que nos veremos obligados a prestar atención durante las décadas futuras.