El país asiático, el más tolerante con el turismo LGTB+ de la región, prepara un borrador que permitiría las uniones civiles entre personas del mismo sexo, pero la comunidad sigue enfrentándose a la discriminación y la exclusión.      

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Publicidad destinada a la comunidad LGTB para que visiten Tailandia. Lillian Suwanrumphs/AFP/Getty Images

La historia de la homosexualidad y de la transexualidad en Tailandia es compleja y contradictoria. Mientras el ministerio de Turismo promueve activamente la imagen del país como el paraíso homosexual del Sureste Asiático a través de su web oficial Go Thai Be Free (Ve a Tailandia, se libre), activistas y organizaciones como el Banco Mundial denuncian que la discriminación institucionalizada y la exclusión de las personas LGTB+ en Tailandia sigue existiendo.

Tailandia es el país donde se realizan el mayor número de operaciones quirúrgicas de reasignación de sexo del mundo y, sin embargo, la transexualidad está considerada como una patología según el ministerio de Salud Pública. En este contexto, parece curioso que, cada año, la televisión nacional tailandesa retransmita en directo uno de los concursos de belleza para transgéneros más populares a escala internacional.

Y en mitad de este caos cargado de contradicciones, el país que parece hacer equilibrios en su cuerda de inestabilidad política e institucional, gobernado por una junta militar desde 2014, acaba de sacar a la luz el primer borrador de la ley que permitiría las uniones civiles de personas del mismo sexo.

 

¿Hacia el matrimonio igualitario?

El nuevo borrador de ley proveería a las parejas del mismo sexo con derechos similares a los que disfrutan las parejas heterosexuales. Su contenido se centra en los derechos de administración de patrimonios de parejas del mismo sexo, dejando de lado temas más sensibles y controvertidos como son la familia, la adopción de hijos o la posibilidad de someterse a tratamientos de reproducción asistida. Según esta ley, los matrimonios del mismo sexo tendrían derecho a poseer activos y propiedades después de la defunción de alguno de los miembros de la pareja, derecho a reducciones de impuestos y a prestaciones sociales.

De acuerdo con el departamento para la Protección de Derechos y Libertades, “pretendemos que esta ley sea promulgada dentro del término de este gobierno”, aunque la Junta aún no ha concretado cuándo serán convocadas las próximas elecciones. Si así fuera, Tailandia se convertiría en el segundo país asiático, tras Taiwan, en incluir una ley de estas características.

Mientras que muchos consideran este borrador como una prueba de la buena disposición del Gobierno para aprobar en un futuro una ley de matrimonio igualitario, otros mantienen una posición más escéptica al respecto.

Chumaporn Taengkliang, activista independiente a favor de la democracia y los derechos LGBT+, una de las fundadores de Togetherness for Equality Action (Unidos por una Acción Igualitaria) es muy crítica sobre este proyecto de ley. “No es suficiente ni igualitaria. Lo que queremos es una ley que permita casarnos y tener hijos, formar una familia, tal y como existe para parejas heterosexuales. No necesitamos una ley a la mitad que nos permita casarnos a medias. El Gobierno debe defender nuestros derechos completos como seres humanos. Queremos dignidad”.

Otras voces, como la de Nhuung Yodmuang, defensora de derechos humanos de la organización Rainbow Sky Association of Thailand, socio clave del Gobierno en el desarrollo del contenido de este borrador de ley, mantiene una postura más esperanzadora que las organizaciones independientes. “Creemos que esta ley es el primer paso para conseguir un objetivo mucho más importante: cambiar la ley sobre el matrimonio que existe actualmente. Es una oportunidad para crear más entendimiento en la sociedad tailandesa y para abrir una ventana de discusión con los miembros del Gobierno, un espacio para que nuestra voz sea escuchada”.

 

El largo camino por la igualdad

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Miembros de la comunidad LGTB en una calle de Bangkok. Suwanrumphs/AFP/Getty Images

La lucha por la igualdad comenzó en 2013, cuando parejas LGTB+ solicitaron a la Comisión Parlamentaria de Justicia y Derechos Humanos una ley para proteger a las uniones entre personas del mismo sexo, argumentando que la discriminación por motivos de género se consideraba una violación de la Constitución. La Comisión comenzó a redactar un proyecto de ley para el “registro de parejas de por vida”, pero el proceso se interrumpió tras el golpe militar en 2014 que derrocó al gobierno.

En 2015 el Estado tailandés aprobó la primera Ley de Igualdad de Género que existe en el Sureste Asiático. Esta ley, sobre el papel, protege a las personas discriminadas por razones de género e incluye a personas LGTB+, “hombres, mujeres o aquellas que manifiestan un sexo diferente al de nacimiento”. Sin embargo, según una encuesta llevada a cabo por el Banco Mundial, el 77% de los transgénero preguntados, el 62,5% de las lesbianas y el 44% de lo gays afirmaron que sus solicitudes de empleo fueron rechazadas por ser personas LGTB+.

El texto de la ley incluye, además, una larga lista de excepciones que disminuyen su eficacia: no es aplicable cuando influye en la seguridad nacional, en el ejercicio de principios religiosos o en casos de discriminación positiva. Tampoco tiene en cuenta la Orientación Sexual, Identidad y Expresión de Género y Características de Sexo (SOGIESC, por sus siglas en inglés) dentro de sus atribuciones.

Según Yodmuang, en los tres años que lleva activa esta ley, solo se han aceptado 24 casos de discriminación hacia personas LGTB+. “La gente no sabe que existe esta ley y no la utiliza. Y los que la conocen y la utilizan también encuentran muchos problemas”. Según la activista, el resultado de la investigación se reduce a una lista de recomendaciones para la persona, empresa o institución denunciada, que en ningún caso están obligadas a cumplir. “Nunca hemos visto que el denunciado por discriminación haya seguido las recomendaciones hechas por la comisión de investigación, ni que se hayan impuesto multas económicas como penalización”.

La razón por la que la ley es tan poco conocida y, por tanto, utilizada, es la situación política del país, según Taengkliang. “Fue aprobada bajo el régimen militar, por lo que no ha habido demasiado espacio para la movilización social o para trámites que permitan una audiencia pública”.

En 2016, el Gobierno tuvo que retirar el polémico borrador de la Ley de Identidad de Género que incluía la obligación de someterse a una operación de cambio de sexo para poder cambiar el título de identidad. La repercusión en los medios de comunicación y las redes sociales consiguió detener la maquinaria legal que hubiera puesto esta ley en funcionamiento.

La Ley de Igualdad de Género, con todas sus limitaciones, es hasta ahora la única que existe en Tailandia para proteger los derechos de la comunidad LGTB+.

 

Contradicciones

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El transgénero tailandés Chalit Pongpitakwiset (derecha), que sigue un tratamiento hormonal para transformarse en hombre, camina con su novia en Bangkok. Christophe Archambault/AFP/Getty Images

Tailandia y sus playas paradisiacas, su tolerancia y su libertad. Moderna, cosmopolita, con espacio para todos. Da igual cuáles sean tus gustos, tus preferencias, hay hueco para ti en este barco del todo está permitido que parece navegar solo y a sus anchas en el centro del huracán del Sureste Asiático. Parece que no hay razón para pensar que las personas LGTB+ aquí son oprimidas como ocurre en sus vecinos musulmanes, en Malasia o en Indonesia. Sin embargo, la realidad es que muy poco se sabe de sus dificultades, de sus luchas, de su realidad, más allá de la imagen estereotipada que bien se cuidan las voces oficiales de sostener.

“En Tailandia nos permiten vivir, estar, pero no se nos acepta. No se aceptan nuestros derechos, nuestra orientación sexual. Ni siquiera la única ley que nos protege acepta nuestra identidad de género, no existe una ley que permita el matrimonio igualitario a pesar de que éste es uno de los derechos civiles básicos del ser humano, y tampoco nos apoyan legalmente para que podamos formar una familia”, comenta Samatchaya Chavengjaroenkul, activista transgénero.

Incluso la religión hace mella en la comunidad LGTB+ en un país donde el 90% de la población profesa el budismo. “Los budistas piensan que la transexualidad, la homosexualidad son castigos del destino porque en alguna de tus vidas anteriores hiciste algo malo. Por eso, el budismo tiende a menospreciar a las personas LGTB+. Según esta religión, nuestra condición sexual es un castigo divino”, explica Chavengjaroenkul.

“Los budistas animan a sentir pena por las personas LGTB+. No nos ven como iguales, sino como ciudadanos de segunda clase”, añade Yodmuang. Y de ahí se genera un estigma difícil de superar en el plano profesional. La sociedad está cómoda si la comunidad LGTB+ se limita a trabajar en la industria del entretenimiento o de la belleza. “Nos dicen que en ese campo tendremos éxito. Pero cuidado con intentarlo en otras áreas, ahí es cuando empieza a cuestionarse nuestra habilidad para llevar a cabo el trabajo como una persona heterosexual.”

La lucha continúa. Yodmuang seguirá presionando al Gobierno desde la pequeña ventana de discusión que el proyecto de ley sobre las uniones civiles ha abierto, Taengkliang continuará trabajando por la democracia, Chavengjaroenkul no parará de luchar por los derechos de los transexuales. Todos seguirán batallando por los derechos de la diversidad, del diferente. Porque no se trata de añadir a un país nuevo en la lista de los que consiguen ser un poco más abiertos, algo más tolerantes que antes. Consiste en entender lo que realmente implica la palabra “aceptación”.