Francia_Macron_portada
El Presidente Emmanuel Macron caminando por los Campos Elíseos en un desfile por la toma de Bastilla, julio 2019. KAMIL ZIHNIOGLU/AFP/Getty Images

Cómo el Presidente francés, Emmanuel Macron, ejerce un liderazgo jupiteriano y cosmopolita.

La pirámide del Louvre, el himno europeo y un paseo solemne por el Patio de Napoleón hacia una multitud expectante. Así de simbólica fue la llegada de Emmanuel Macron a la presidencia de la República francesa el 7 de mayo de 2017. Tal puesta en escena no solo marcó una ruptura de estilo con François Hollande –quien aspiraba a ser un presidente normal–, sino que confirmó su voluntad de reafirmar el tradicional estatus del presidente de la República tal y como lo concibió el padre de la Quinta República, Charles de Gaulle: la de un hombre providencial, piedra angular de las instituciones y árbitro por encima de las contingencias políticas.

En su discurso de investidura, mediante una gradual sustitución del yo por el vosotros, dejaba vislumbrar dos de las múltiples novedades que prometía: un ejercicio del poder más horizontal y la voluntad de devolverle a Francia su supuesta grandeur histórica en Europa y el mundo.

Sin embargo, detrás de la inesperada regeneración de las élites políticas que impulsó, un conjunto de índices apuntaba que tal cambio no conllevaría necesariamente una ruptura respecto al ejercicio del poder del jefe de Estado. En primer lugar, por el propio carácter semipresidencial del sistema político francés que confiere el papel de monarca republicano al presidente cuando hay concordancia política entre la mayoría presidencial y parlamentaria. En segundo lugar, el contexto político que permitió la elección de Macron estuvo marcado por una izquierda dividida e impopular tras el mandato de Hollande; una derecha sacudida por un grave escándalo de corrupción que implicó a su candidato, François Fillon; y una extrema derecha debilitada tras el debate entre Marine Le Pen y Macron. Todo ello, sumado a una elevada tasa de abstención en las elecciones, dibujaba un escenario crucial para Macron: el hecho de no haber llegado al poder en posición de fuerza implicaba necesariamente un liderazgo basado en la constante búsqueda del consenso con todos los sectores políticos y sociales para asentar su legitimidad.

Casi dos años después, el impulso renovador del presidente parece haberse agotado: su imagen en la opinión pública se deterioró, figuras clave de su gabinete demitieron y la crisis de los chalecos amarillos cuestionó profundamente el liderazgo del nuevo presidente.

 

Una concepción ‘macroniana’ del liderazgo

En octubre del 2017, semanas antes de lanzar su candidatura presidencial, Emmanuel Macron declaraba en una entrevista: “François Hollande no cree en el presidente jupiteriano […] yo no creo en el presidente normal”. Esta metáfora creada por Macron refleja en muchos aspectos cierta voluntad de plasmar esta concepción, tratando de reconciliar Los dos cuerpos del rey teorizados por el historiador Ernst Kantorowicz (1957): por una parte, la figura del soberano –humana y temporal– y, por otra parte, la figura del líder que encarna la institución.

Francia_presidencia
El sitio del presidente francés, Emmanuel Macron, durante un desfile militar. PHILIPPE WOJAZER/AFP/Getty Images

Tal concepción se debe, en primer lugar, a las propias condiciones de su llegada al poder: al haber roto con el bipartidismo mediante un movimiento respaldado por figuras políticas de izquierdas (Gérard Colomb) y de derechas (Alain Juppé), Macron reniega de la idea de una frontera entre la izquierda y la derecha a la vez que pretende encarnar una tercera vía. Según esta lectura, la única frontera opone el mundo antiguo al mundo nuevo; es decir, los conservadores a los progresistas. Además, en ausencia de un rival político, Macron adopta una perspectiva pospolítica basada en la “ilusión del consenso”, es decir, una postura que consiste en gobernar negando los antagonismos políticos, sociales e ideológicos.

Partiendo además de una concepción tecnocrática del poder, que rechaza posibles alternativas a su programa, Macron encumbró a un círculo muy restringido de profesionales de la política que le acompañaron desde Bercy –donde ejercía como ministro de Economía– hasta el Elíseo, donde actúan como consejeros del presidente. Por otra parte, Macron dispone de una mayoría absoluta en el Parlamento, compuesta de políticos con poca experiencia y disciplinados, que mantienen la situación de hecho mayoritaria por deber su carrera política al líder de En Marche! En este sentido, Macron ha rehabilitado la tradicional presidencia de autoridad, en la cual el jefe de Estado se encarga de asuntos clave, deja al primer ministro la tarea de encargarse del día a día y, gracias a una mayoría parlamentaria leal, convierte el Parlamento en una “mera cámara de confirmación de proyectos de ley del Gobierno”.

En esta configuración destaca, en primer lugar, el papel prominente que juegan los históricos consejeros de Macron, en particular Ismaël Emelien y Alexis Kohler que actúan como asesores personales del presidente y cuya influencia es, según los observadores políticos, más importante que la del primer ministro. En segundo lugar, esta lógica de hiperliderazgo se refleja a nivel de gabinetes y ministerios, menos numerosos que bajo los presidentes anteriores, mientras que Macron estableció una relación directa –y prioritaria sobre la que tiene con los ministros– con los directores de la Administración central. Esta combinación del papel considerable de los asesores políticos de Macron con un poder importante otorgado a los directores de Administración central lleva inevitablemente a marginalizar a los ministros, incluyendo al primer ministro.

Por otro lado, bajo el mandato de Macron se tiende a observar una evolución en la relación entre el Estado y los cuerpos intermediarios, en particular los periodistas y los sindicatos. En múltiples ocasiones –reforma SNCF, reforma del seguro desempleo, reforma del sistema de pensiones– los sindicatos tuvieron un papel mínimo, por no decir nulo. Según los líderes sindicales, el presidente y su Gobierno no los tienen en cuenta en el diálogo social a la hora de preparar una reforma: el Ejecutivo consulta, pero no negocia.

Así se tiene que entender la resistencia del jefe de Estado y de su Gobierno a optar por el diálogo social en el momento de implementar reformas cruciales como la de la SNCF en junio de 2018. De igual forma, la falta de diálogo social explica en gran parte el nacimiento del movimiento de los chalecos amarillos en noviembre del 2018, reflejo de la incapacidad de los tradicionales actores políticos y sindicales de recuperar el movimiento o, por lo menos, a ejercer su función precisamente mediadora con el poder.

 

La marca Macron domina la escena

Sobre esta concepción del liderazgo se construye la estrategia comunicativa de Emmanuel Macron, en la que permea la idea de sí mismo como hombre providencial, llegado al poder para solventar la crisis sociopolítica francesa a través de sus reformas. “Yo no soy más que la emanación del gusto del pueblo francés por lo novelesco”, confió Emmanuel Macron a la revista literaria Nouvelle Revue Française apenas un año después de su llegada a la presidencia. Y como un personaje literario habla el presidente, concretamente, como uno enmarcado en la novela que es la historia de la humanidad.

De ello deriva uno de los rasgos comunicativos más característicos de Macron: su gusto por el escenario. El presidente francés muestra su preferencia por los discursos y actos realizados en fechas y lugares simbólicos e históricos, especialmente aquellos que evocan a épocas históricas claves para Francia o espacios que se asocian ideológicamente a su concepción de la presidencia. Así, escenarios que evocan a la realeza como el palacio de Versalles, y que se desmarcan del tradicional bipartidismo, como la plaza del Louvre, marcaron el inicio de su presidencia.

Francia_chalecos_amarillos
Protesta de los chalecos amarillos contra el gobierno de Macron, París. THOMAS SAMSON/AFP/Getty Images

Puesto que tiene la intención de dirigir toda acción política desde su liderazgo personal, pone en valor el uso de contenido metafórico y simbólico en su discurso para evocar personajes y líderes históricos como Juana de Arco o Charles De Gaulle y los ideales filosóficos que representan. Macron tiende además a apelar a las emociones, especialmente aquellas relacionadas con el agradecimiento, el amor, la esperanza y la conciliación, llegando a prometer “servir con amor” en su inauguración presidencial.

El ejercicio del liderazgo jupiteriano, que forma parte a la vez que hace la Historia, se sustenta en un estilo de comunicación muy personalista. Alcanzó el poder gracias a su condición de outsider, derivada de su disidencia interna durante su etapa como ministro, con un proyecto político que se caracterizaba como movimiento y que se había construido en base a su marca personal: En Marche! comparte iniciales con Emmanuel Macron y el lanzamiento de la campaña del movimiento está acompañado de su firma personal.

La comunicación política no ha sido solamente una herramienta para la campaña y victoria electoral de Emmanuel Macron, sino que se ha convertido en un eje fundamental de su presidencia. Habla frecuentemente de la línea de sus políticas y de su liderazgo, mostrando una preferencia por las declaraciones donde no tiene que responder a preguntas. Esta distancia con los periodistas es debida a la dependencia de su marca personal, frágil ante el descenso de su popularidad, y a la voluntad de controlar la imagen que transmite a la historia, lo que le lleva a eliminar los momentos fuera de micro y a seleccionar los medios y periodistas que reportaran sus noticias.

De ahí que Macron prefiera la comunicación directa con la ciudadanía, especialmente para afrontar crisis reputacionales. Destaca aquí su gestión de las protestas de los chalecos amarillos, donde el presidente encaró la situación dirigiéndose personalmente a la nación francesa en una aparición televisiva desde su despacho. Recogiendo nuevamente los rasgos del liderazgo jupiteriano, asumió personalmente la responsabilizar la posición del presidente como figura de unidad de la que surge toda acción política. Esta declaración televisiva fue además acompañada de una carta, enviada individualmente a los ciudadanos y firmada personalmente por Macron, invitando a todos los franceses a participar de un debate nacional, donde si bien el presidente se interesaba por escuchar sus preocupaciones, él marcaba los ejes principales del mismo, controlando así la línea del mensaje.

En línea con esta comunicación directa, cabe resaltar su uso de las redes sociales. Aunque sus publicaciones tienen un carácter institucional, su uso de la imagen evoca especialmente a la estrategia de comunicación de Obama. Se muestra como principal figura institucional, siempre en actos oficiales y, a menudo, solemnes. No cede el protagonismo a otros miembros de su Gobierno, pero sí se muestra cercano a los ciudadanos, con los que se fotografía a menudo.

 

Líder del mundo libre

Francia_Macron_UE
Emmanuel Macron durante un discurso en el Parlamento Europeo. FREDERICK FLORIN/AFP/Getty Image

Emmanuel Macron había hecho del cosmopolitismo uno de los ejes de su campaña electoral, oponiéndose al antieuropeísmo del Frente Nacional, llamando a recuperar el papel de Francia en Europa y en el mundo. La llegada a la presidencia de Macron coincidió además con el fin de la Administración Obama y el inicio de la presidencia de una figura disruptiva para el entorno internacional como es Donald Trump. Este cambio en el liderazgo estadounidense permitió al presidente francés posicionarse a nivel discursivo como el nuevo líder del mundo libre, recogiendo de la tradición política estadounidense la idea de que “el mundo está esperando a que Francia actúe”.

En este contexto, la Unión Europea se presenta como centro de la política internacional francesa. Macron aspira a situarse como un líder carismático capaz de equipararse a Angela Merkel tras años de relativa debilidad de Francia ante Alemania. Nuevamente observamos una voluntad de trascender la historia en el discurso europeo de Macron, que predomina en escenarios como la conmemoración de la Primera Guerra Mundial. Destaca especialmente el discurso ante la Pnyx de Atenas, en el que Europa aparece convertida en la fuente y la heredera de los valores (de “libertad”, “derechos humanos”, y “democracia”) tradicionalmente asociados a Francia.

Macron replica la voluntad de dirigir con su hiperliderazgo personal la política internacional junto a la nacional, predominando la centralidad de un discurso emocional que bebe de escenarios simbólicos. Cabe destacar que este liderazgo cosmopolita tiene, sin embargo, una importante base nacionalista, ya que la identidad y soberanía europea se convierte en una extensión de la francesa y un mecanismo para lograr los objetivos nacionales.

La evocación de la figura de Júpiter en aquella primera entrevista ha resultado una metáfora profética acerca del liderazgo de Emmanuel Macron. En este sentido, su ejercicio del poder –marcado por la prominencia de algunos consejeros y tecnócratas cuya influencia supera la del primer ministro y del Gobierno; una marginalización del Parlamento y un rechazo al diálogo social– indica claramente un hiperliderazgo. Desde este punto de vista, el ejercicio del poder de Macron se diferencia poco del de la era François Mitterrand o Nicolas Sarkozy, reflejo del sistema semipresidencialista francés que favorece una figura fuerte del presidente.

En un contexto político donde la vertiente internacional gana importancia, especialmente en el seno de la Unión Europea, el hiperliderazgo nacional se traduce también en un hiperliderazgo cosmopolita. Como antítesis a los movimientos euroescépticos y proteccionistas que han crecido en los últimos años, Macron se presenta como el defensor de los valores liberales en el mundo globalizado. Este hiperliderazgo cosmopolita es principalmente estético y está enfocado a reforzar su marca personal también a nivel internacional, ocupando el vacío de Obama como líder del mundo libre.

Este artículo, en su versión extendida, forma parte de la publicación Hiperliderazgos, editado por CIDOB e Ideograma.