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Activistas se manifiestan contra la oficina del senador Rubio en Miami. (Joe Raedle/Getty Images)

Cada vez más jóvenes conservadores están preocupados por el cambio climático a pesar de que las corrientes más tradicionales del Partido Republicano siguen dominadas por las ‘teorías’ negacionistas de Trump. ¿Podría esta postura producir un cambio a largo plazo en el seno republicano?

No siempre hemos hablado del cambio climático. Quienes peinamos canas recordamos cuando se llamaba calentamiento global, que parecía tener un tono más premonitorio y urgente. El emblemático encuestador republicano Frank Luntz vio que esas palabras no les hacían muchos favores a los republicanos, así que envió un memorando a la Casa Blanca de Bush en 2001 en el que recomendaba que suavizaran su lenguaje sobre el tema. Su argumento fue que “calentamiento global tiene una connotación de catástrofe, mientras que cambio climático parece un problema más controlable y menos emocional”. Como es sabido, el término de Luntz ha tenido un enorme éxito, no solo entre los republicanos, sino también entre los demócratas y en todas partes: “cambio climático” es hoy la forma más habitual de referirse a este fenómeno en todo el mundo.

Sin embargo, en 2019, Luntz renegó de lo que había conseguido. Es lo que declaró ante una comisión demócrata del Senado formada específicamente para ese fin: “Me equivoqué en 2001. No quiero que me atribuyan ningún mérito ni ninguna culpa. Sencillamente, dejen de usar algo que escribí hace 18 años porque hoy no corresponde a la realidad”. Ahora insta tanto a los republicanos como a los demócratas a dejar de utilizar un lenguaje que provoque miedo, al calificar el problema de crisis, y, en cambio, prestar más atención a los beneficios de actuar.

Luntz extrae sus ideas no solo de los datos de las encuestas, sino también de conversaciones con los votantes para comprender sus preferencias; después las traduce en mensajes que estén en sintonía con ellos. En una democracia, es lógico que los candidatos y los partidos que aspiran a ganar elecciones tengan en cuenta lo que quieren sus electores. No obstante, numerosos textos académicos sostienen que los votantes obtienen sus opiniones e información, muchas veces sin pensar, de los partidos políticos a los que siguen. Esta hipótesis está en consonancia con una idea en gran medida tribal de lo que significa afiliarse a un partido: nos guiamos por lo que dicen nuestros líderes, pero además nos oponemos a todo lo que dice el partido de la oposición.

Sin embargo, la corriente de influencia entre los dirigentes republicanos y sus votantes sigue un curso curioso, empezando por el negacionismo climático de Trump, que era más un llamamiento a los conservadores que una convicción personal. Los republicanos, tradicionalmente, han establecido una oposición entre la salud de la economía y la adopción de medidas para mitigar el calentamiento global, pero nunca habían llegado al negacionismo adoptado por el expresidente Donald J. Trump, que lo tachaba de “engaño”.

Personalmente, Trump ha tenido muchas posturas diferentes; en 2009 publicó un anuncio a toda plana en The New York Times en el que instaba a apoyar la legislación para combatir el cambio climático. Ya se sabe que el ex presidente está obsesionado con las encuestas como forma de averiguar cómo enardecer a sus electores. Según Joseph Goffman, director ejecutivo del Programa de Derecho Ambiental de Harvard, Trump “no cree en nada a propósito del cambio climático, es un nihilista”, y adoptó una posición negacionista para atraer a “la parte del Partido Republicano que rechaza la política climática”.

Ahora bien, aunque su postura tocó la fibra sensible de los votantes republicanos más conservadores, conozco personalmente a dos partidarios de Trump que se quedaron con él a pesar de ese negacionismo. Y eso nos lleva a dos cuestiones importantes: en primer lugar, los datos muestran que la mayoría de la gente no emite su voto por las opiniones sobre el clima, sino que suele hacerlo por la economía y cualquier otra cosa que centre la atención en ese momento. Y segundo, en Estados Unidos hay dos partidos políticos dominantes, el Demócrata y el Republicano, a los que se denomina partidos “paraguas” porque en ellos entra una enorme variedad de votantes y preferencias. En cambio, las encuestas nos dan una visión mucho más exacta que la de mis amigos republicanos de la costa oeste, y los datos revelan una brecha considerable por sexos y generacional, pero, sobre todo, entre conservadores y moderados. Los sondeos de Pew Research muestran que el 90% de los demócratas piensan que el gobierno federal no hace lo suficiente para reducir los efectos del cambio climático, una opinión que solo tiene el 39% de los republicanos.

Pero la cosa se complica en el lado republicano, en especial por lo que respecta a la ideología: solo está de acuerdo con la afirmación anterior el 24% de los republicanos conservadores, frente al 65% de los republicanos moderados. La edad también es un factor importante: los republicanos más jóvenes (el 41% de los de la Generación X y el 52% de los mileniales y otros más jóvenes) coinciden, mientras que los de la generación del baby boom, más o menos a partir de los 58 años, no están muy preocupados por ello (solo el 31%). Por último, la división por sexos: las mujeres republicanas (46%) tienden a querer que se tomen más medidas sobre el clima que sus homólogos masculinos (34%).

Algunos dirigentes republicanos creen necesario reaccionar a estos cambios de opinión y además hacen caso a los científicos, pero lo hacen en silencio, en gran parte porque temen las represalias de Trump. Así que, en este sentido, el tribalismo sigue actuando y los políticos republicanos hacen lo que se les dice desde arriba, incluso aunque muchos de ellos sean plenamente conscientes de los cambios de opinión entre sus propios votantes.

El representante John Curtis, republicano por Utah, habla durante la conferencia de prensa que presenta el Caucus Republicano por el Clima fuera del Capitolio. (Bill Clark/CQ-Roll Call, Inc via Getty Images)

En febrero del año pasado, dos docenas de legisladores republicanos se reunieron en Salt Lake City, Utah, para debatir cómo conseguir que el partido se involucre en la lucha contra la amenaza global del cambio climático. El congresista John Curtis fue quien consiguió reunir a sus colegas en su propio estado, pero explicó a The New York Times que “algunos vinieron con la promesa de respetar el anonimato. Es terrible que los republicanos no puedan ni hablar del tema sin sentirse avergonzados”.

La reunión la organizó la American Conservation Coalition, Coalición Estadounidense para la Conservación, (ACC por sus siglas en inglés) una “organización sin ánimo de lucro dedicada a movilizar a los jóvenes en torno a la acción medioambiental y unos ideales sensatos, que tienen en cuenta el mercado y dan un papel limitado al gobierno”. Seguramente, en la izquierda habrá quien lo vea con escepticismo, pero este tipo de activismo es la mejor esperanza que tiene el país de conseguir que los legisladores republicanos se sienten a la mesa a discutir el tema.

La ACC, que tiene su sede en Florida, también organizó una manifestación en Miami que se anunció como “la primera protesta conservadora por el clima en Estados Unidos”. El pasado Día de la Tierra ofrecieron una “alternativa conservadora” al Nuevo Pacto Verde de los demócratas e impulsaron mensajes como que “los valores conservadores no tienen por qué estar en conflicto con las soluciones verdes”. El “Contrato Climático Estadounidense” que proponen reconoce la validez de los datos científicos que establecen “un vínculo innegable entre la actividad humana, en particular las emisiones de gases de efecto invernadero, y el cambio climático”. Sin embargo, es un documento de una página que no ofrece muchas propuestas concretas, aparte de las asociaciones público-privadas para implantar tecnologías energéticas innovadoras, modernizar las infraestructuras, prestar atención sobre todo a las soluciones climáticas naturales y asumir un mayor compromiso global.

También están involucrándose los jóvenes evangélicos. En 2020, el reverendo Kyle Meyaard-Schaap, organizador nacional y portavoz de Jóvenes Evangélicos para la Acción Climática, afirmó en un artículo que los jóvenes evangélicos ya no veían el cambio climático con escepticismo y que iban a votar, y subrayó que los mileniales y los votantes de la Generación Z constituirían el 40% del electorado en las elecciones presidenciales. Acertó bastante: el porcentaje de voto evangélico en favor de Trump bajó del 80% de 2016 al 76% en 2020, algo significativo si se tiene en cuenta que esto incluyó caídas aún mayores en estados indecisos como Georgia y Michigan. Aunque había factores como la pandemia y las dudas éticas sobre la presidencia de Trump, Jim Ball, fundador y copresidente de la campaña Evangélicos por Biden, dijo a Reuters que, en su opinión, los votantes evangélicos más jóvenes, preocupados por el cambio climático, fueron un elemento importante en ese cambio.

Estos activistas quieren que los legisladores republicanos aborden el cambio climático desde una perspectiva más conservadora y vinculada al mercado y confían en que la presión en las urnas contribuya a llevarlos en la dirección correcta. Algunos asesores de campaña están tomando nota. George David Banks, antiguo asesor del ex presidente Trump y ahora investigador sénior del Bipartisan Policy Center, un think tank de Washington de tendencias centristas, ha declarado a The New York Times: “Dentro del G.O.P. [Partido Republicano] hay gente consciente de que, para que el partido tenga posibilidades en las elecciones nacionales, en los estados y distritos morados (indecisos), deben tener una posición creíble sobre el cambio climático”.

Lo cual nos lleva de nuevo a los líderes republicanos. Los políticos y sus asesores se piensan mucho los temas de deciden defender. No se arriesgan por ninguna causa si no está en sintonía con sus votantes. No es una ciencia exacta, pero cualquier político y cualquier equipo de campaña que se precie dedica mucho tiempo a conocer a sus electores para configurar sus mensajes de modo que puedan identificarse con ellos.

Dicho esto, el Partido Republicano sigue siendo el partido de Trump y casi todos los líderes republicanos viven con miedo a las represalias si se apartan del guion. La principal forma de represalia es que Trump apoye a otro candidato en unas primarias contra ellos, y eso preocupa a todos los miembros de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, que se presentan a las elecciones del próximo noviembre.

El mejor ejemplo de esa posición tan difícil es el líder de la minoría de la Cámara de Representantes, el californiano Kevin McCarthy, que en los últimos tiempos ha estado en el punto de mira por apoyar a Trump en público y despotricar contra él en privado. Aun así, el año pasado, en el Día de la Tierra, presentó un paquete de proyectos de ley para combatir el cambio climático. No exponían demasiados objetivos concretos, aparte de oponerse al programa de Biden en materia climática. Un par de meses después creó un grupo de trabajo, encargado de elaborar un programa para hacer frente al cambio climático si los republicanos recuperan la Cámara en 2022.

Quizá lo más interesante es el Caucus Climático Conservador, puesto en marcha por el congresista Curtis y 40 republicanos de la Cámara de Representantes antes que el grupo de trabajo. Es la primera vez que los republicanos organizan un grupo electoral para abordar el cambio climático, y el objetivo no es solo enviar mensajes, sino “educar a los republicanos de la Cámara de Representantes sobre las políticas climáticas y una legislación coherente con los valores conservadores”.

También hay que mencionar que los estados rojos (conservadores) son los que están sufriendo fenómenos meteorológicos más extremos debido al cambio climático, aunque muchos se nieguen a relacionarlos. Además, las regiones dirigidas por los republicanos, especialmente las del sur profundo, serán las que sufrirán las mayores pérdidas económicas por al cambio climático a finales de este siglo, según un estudio de la Brookings Institution.

Algunos republicanos, a veces, se dan cuenta de que no pueden depender para siempre de una base cada vez más reducida de votantes mayores, blancos, masculinos y conservadores. Después de que Mitt Romney perdiera las elecciones presidenciales de 2012 frente a Barack Obama, el Partido Republicano hizo un examen de conciencia y elaboró un informe en el que pedía más inclusión y más acercamiento al voto de las mujeres, afroamericanos, asiáticos, hispanos y homosexuales. Sin embargo, tres años más tarde, el candidato fue Trump; él y el partido redoblaron el llamamiento a los hombres blancos conservadores. Mientras esté Trump, los políticos republicanos seguirán atascados entre servir a su líder de facto y servir al pueblo. Pero a la larga, los jóvenes tendrán la última palabra.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia