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Un hombre en ciudad de México tras el anuncio de la alcaldesa la ciudad, Claudia Sheinbaum, de alarma por COVID19. (Guillermo Diaz/SOPA Images/LightRocket)

¿Cuáles son los retos y los desafíos del continente latinoamericano en un año que estará marcado por la gestión de la pandemia mundial, el desplome económico y una endeble estructura social?

El aciago año 2020, producto de la pandemia ocasionada por la COVID-19, ha servido de punto de inflexión para la economía global y ha puesto en jaque los pilares sociales de todo el mundo, entre otras muchas cosas. En el caso de América Latina, con algunos países al frente de los peores registros del planeta -como es el caso de Brasil, Colombia, México o Perú- se han puesto de manifiesto muchas de las debilidades y contradicciones estructurales e institucionales que venía arrastrando el continente. Sin embargo, en buena medida, la deriva del crecimiento económico contenido de los últimos años y la situación de stand-by del regionalismo latinoamericano han encontrado en la pandemia un momento de ruptura que alberga más que nunca un escenario que se prevé cargado de incertidumbre y conflictos sociales para el próximo año 2021.

La Comisión Económica para América Latina prevé que 2020 sea el año con mayor desplome de la economía de los últimos 120 años. Se prevé que cierre con un retroceso de casi el 8% del PIB regional, toda vez que el umbral de la pobreza se elevará hasta en un 7%, llegando al 37%. Como es de esperar, esto ahondará la inequidad social del continente más desigual del mundo, alimentando una realidad hostil para la que muchos Estados de la región ni siquiera están preparados. De hecho, a todas luces el crecimiento será lento, de apenas un 3,7% en 2021 y, en todo caso, marcado por cómo concurran los elementos estructurales -elevada inequidad, escasa presión fiscal, altísima informalidad, precaria institucionalidad- con aspectos coyunturales como los posibles repuntes de contagios, la disposición de vacunas y, lo más importantes, los mecanismos para una distribución efectiva. México va a comenzar la vacunación a su población en diciembre, si bien en la mayoría de los casos, como Brasil, Perú, Chile, Ecuador, Venezuela o Colombia, habrá que esperar a la primavera de 2021. Igualmente, y aun cuando se están desarrollando las negociaciones de compra privada con los laboratorios, a la vez que muchos países de la región tendrán que esperar obligatoriamente a participar en el Fondo de Acceso Global a las Vacunas, Brasil ya ha adquirido un total de 196 millones vacunas, seguido de los 178 millones de México y los 84 millones de Chile.

Sea como fuere, nuevamente, buena parte de América Central y la región andina concentrarán las mayores dificultades y los peores escenarios de cara a ir sobreponiéndose, poco a poco, a la situación generada por la pandemia. Máxime, habida cuenta de la emergencia de un tejido social maltrecho, afectado por una desinversión manifiesta en lo que a gasto social, infraestructura o comunicaciones se refiere y que, como sabemos, abona un caldo de cultivo óptimo para con la exclusión social, el descontento ciudadano y la violencia irresoluta -especialmente hiriente en niños y jóvenes, mujeres y minorías étnicas-.

Todo lo anterior no se encuentra favorecido igualmente por un clima global en el cual la desaceleración mundial, la disminución del comercio internacional, la caída de los precios de materias primas, la volatilidad financiera y las tensiones geopolíticas y comerciales son variables intervinientes en clave negativa. Además, con una arquitectura regional maltrecha, incapaz de plantear una agenda cooperativa a nivel intergubernamental, la Comunidad Andina, Mercosur, la Alianza del Pacífico o la misma Organización de Estados Americanos no presentan la mejor tesitura para generar confianza en el hemisferio occidental.

En términos ideológico-políticos el tablero geopolítico se encuentra fracturado y para ello nada mejor que observar el andamiaje regional existente. Los proyectos construidos bajo el regionalismo posliberal (Unasur, ALBA), se encuentran al borde de la “muerte por inanición” y el único que ha mantenido una posición importante ha sido la CELAC, que al igual es el espacio de concertación regional menos ambicioso y vinculante. A corto y medio plazo, es cierto que Alberto Fernández en Argentina, y muy posiblemente Luis Arce en Bolivia o Andrés Manuel López Obrador, pueden tratar de optimizar nuevas relaciones de proximidad frente a las posiciones unilaterales y rupturistas de Brasil y Jair Bolsonaro. Empero, habrá que ver si la solución pasa por recuperar las estructuras que fueron construidas en la década pasada -de las cuales se han desmarcado igualmente países como Ecuador y Uruguay o Chile y Colombia- o si, por el contrario, acudiremos a un nuevo ciclo de construcción regional que tiene ante sí las mismas condiciones imposibilitadoras de siempre. Esto es, falta de confianza mutua, recelo notable hacia la supranacionalidad, ausencia de liderazgos importantes y prevalencia de las agendas económico-comerciales frente a las iniciativas de impronta más sociopolítica.

Puede que parte de lo anterior dependa igualmente de cómo se resuelva el escenario de disputa electoral que debe desarrollarse a lo largo de 2021. A nivel presidencial, dos de ellas pueden suponer la reactivación de la idea de ciclo progresista o, todo lo contrario, la continuidad de un plano de heterogeneidad ideológica y partidista que, además, en el caso de América Latina, es fundamental para entender el marco de las sesgadas relaciones regionales. Lo anterior, en tanto que cualquier elemento de política exterior es reducido a mera política de Gobierno y no a estricta política de Estado.

De un lado, el 7 de febrero son las elecciones legislativas y presidenciales de Ecuador. Una disputa electoral que, sobre todo, y a pesar de la altísima volatilidad que muestran las encuestas, parece que gravitará entre el exministro coordinador de Conocimiento y Talento Humano de la administración de Rafael Correa, Andrés Arauz, y el conservador y excandidato presidencial, Guillermo Lasso. Dos candidatos que, en todo caso, no parece que den continuidad al Gobierno de Lenín Moreno. El primero, por ser el mayor exponente de la herencia de Correa, y el segundo, por ser uno de los mayores defensores del neoliberalismo en el país.

De otro lado, el 21 de noviembre de 2021 se celebrarán las elecciones presidenciales y legislativas de Chile, en un marco excepcional producto del plebiscito nacional de finales de octubre de 2020, y en donde con una mayoría sin paliativos, la sociedad chilena decidió iniciar un proceso constituyente que albergue una nueva Constitución -rompiendo así con el vestigio de un orden constitucional creado bajo la dictadura (1980)-.  Aún es muy pronto para la definición de candidatos. No obstante, los sondeos barajan como principales candidatos conservadores a José Antonio Kast (Partido Republicano), Joaquín Lavín y Evelyn Matthei (Unión Demócrata Independiente); y a Francisco Vidal y Daniel Jadue (Partido Comunista), Pamela Giles (Partido Humanista) y Beatriz Sánchez (Frente Amplio) como apuestas del progresismo. Sólo una eventual victoria de la izquierda chilena puede reposicionar al país en un tablero regional en donde, más allá de colores partidistas, siempre ha predominado un unilateralismo pragmático en lo que a política exterior respecta.

Al margen de estos dos casos, quedaría por ver qué sucede con Perú, sumido en una crisis institucional tras la reciente vacante presidencial de Martín Vizcarra. Es prácticamente imposible que los elementos estructurales e institucionales que otorgan a los partidos políticos el control del Congreso y del resto de instituciones del Estado -producto de un intrincado sistema de redes clientelares y cooptaciones corruptas en buena parte del arco parlamentario- vaya a cambiar. Están previstas las elecciones presidenciales y legislativas para el 11 de abril. Hasta el momento, los sondeos revelan una muy elevada fragmentación del voto, la cual se acompaña de notables actitudes de descrédito y desafección. Empero, a pesar del muy elevado nivel de concurrencia de partidos, hasta el momento, parece gozar de un cierto privilegio la candidatura de George Forsyth. Un exfutbolista de origen caraqueño que personifica el populismo y la antipolítica a partes iguales, y que tiene más de problema que de solución a los males endémicos de la democracia peruana.

Incorporando al análisis el factor exógeno, el resultado de las elecciones estadounidenses, con la victoria del demócrata Joe Biden, ofrecen una tesitura idónea para el cambio de rumbo de una política interamericana que, bajo la presidencia de Trump, ha estado caracterizada por la desatención y la ausencia de una hoja de ruta claramente definida. Así, es posible que la Organización de Estados Americanos y una política de mayor proximidad sean parte del código geopolítico que Biden conferirá a su relación con América Latina; en especial, si un firme defensor del multilateralismo como Tony Blinken termina siendo el Secretario de Estado de la Casa Blanca.

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Unos trabajadores con cajas de abastecimiento médico donado de China a Colombia. (Shi Yujia/China News Service via Getty Images)

En lo que concierne a esta política hemisférica con América Latina, y muy a pesar de la pandemia, Estados Unidos ha de ser consciente de que el marco de rivalidad y competencia en su otrora “patio trasero” integra terceros actores que no pueden ser obviados. Lo anterior, no sólo por la presencia de la Unión Europea sino, más bien, por la consagración como primer o segundo socio comercial en prácticamente todos los países latinoamericanos de China. Aunque las exportaciones de la región han caído un 32% con Estados Unidos y un 28% con la Unión Europea, apenas lo han hecho un 4% con el gigante asiático. Esto, le convierte en la referencia comercial del continente, con un intercambio que supera ampliamente los 300.000 millones de dólares, y a lo que se añade una inversión extranjera directa que en los últimos años siempre ha estado por encima de los 200.000 millones. Lo anterior, en buena medida, porque América Latina provee a China de materias primas a muy bajo coste, a cambio del posicionamiento de su industria de bienes y servicios gracias a un elevado ritmo de industrialización. En cualquier caso, y más que nunca, en 2021, dadas las circunstancias, se corre el riesgo de que se profundice la relación asimétrica y, con ello, se dificulte la industrialización latinoamericana y su capacidad para construir valores agregados propios.

Mayores dudas deja consigo la presencia de Rusia. Si bien es cierto que desde 2008, Moscú ha desarrollado una agenda que apuesta por mayor presencia en América Latina, esta es entre ocho y diez veces menor a la de China. Asimismo, y a diferencia de la política china, aquélla no se concibe en términos regionales, sino que termina estando muy focalizada en países como Cuba, Nicaragua, Bolivia o Venezuela. Prima, por ende, un componente ideológico y geopolítico igualmente perceptible a partir de cómo todos estos países respaldaron a Vladímir Putin frente a las sanciones que la Unión Europea le impuso, producto de la anexión de Crimea. Además, habrá que ver si el cambio de gobierno en Argentina alimenta una mayor proximidad -como ya sucedió bajo la gestión de Cristina Fernández-, en concreto, cuando la excelente relación con Brasil será hoy más que nunca, cosa del pasado.

2021 se presenta como un año de incertidumbres globales, especialmente para América Latina. Los Estados deberán asumir el reto de gestionar una pandemia que aún no se ha ido y un escenario de superación de la misma que tampoco ha llegado. Ello, con multitud de carencias y contradicciones, tanto en plano interno como regional. Así, a la endeble estructura social y la difícil situación económica, hay que añadir un clima de desafección y pérdida de la confianza política por parte de la ciudadanía. Es por esto por lo que 2021 tiene todo a su favor para ser un año convulso, que puede poner en situaciones extremas a muchos gobiernos de la región, especialmente, por la alta probabilidad de que el ciclo de protesta social reaparezca en buena parte del continente, con nuevos elementos para alimentar el desencanto y el malestar social. En cualquier caso, si hay un lugar en donde todo cambia para que nada cambie, no olvidemos que ése es América Latina.