La Constitución española cumple 40 años en un mundo globalizado que necesitará de consensos para afrontar los desafíos y aprovechar oportunidades.

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Vista general del Congreso de los Diputados, Madrid, España. J. J. Guillén – Pool/Getty Images

Por mucho que se repita, nunca está de más recordar que el gran pilar que hizo posible la Constitución española de 1978 fue el consenso. La idea de que solo remando juntos, trabajando sobre lo que nos une y dejando de lado lo que nos separa, seríamos capaces de conducir al país a través del gran desafío histórico que suponía construir una democracia, saliendo de una dictadura de casi cuatro décadas, de modo pacífico.

Una idea, por cierto, que hoy aparece totalmente alejada de nuestra realidad política. Falta consenso por la enorme y creciente polarización de los partidos y de la sociedad, que no saben hacer frente a las múltiples incertidumbres que nos abruman. Pero falta consenso, sobre todo, porque, como indicaba un artículo reciente de esglobal, no sabemos hacia dónde van, ni hacia dónde quieren ir nuestras sociedades.

Sin duda, uno de los hechos que más ha contribuido a la paz y la prosperidad de estos últimos 40 años ha sido la incorporación de España a la Unión Europea y a la OTAN. Curiosamente, el texto original de la Constitución, por las fechas en las que fue promulgada, no recoge esa pertenencia, aunque estuvo siempre en el espíritu de los hacedores de la Transición.

Es más, las dos reformas que hasta ahora se han hecho, han tenido como objetivo incluir aspectos relativos a la UE. La primera, en 1992, para recoger, como estipulaba el Tratado de Maastricht, el hecho de que todo ciudadano de la entonces Comunidad Económica Europea debía poder presentarse a elecciones en cualquiera de los Estados miembro si residía en ellos. La segunda, en 2011, en plena crisis económica, para introducir el principio de estabilidad presupuestaria y limitar el déficit.

Reflejar la realidad y la vocación europea de España es, en cualquier caso, una tarea pendiente de cualquier futura –y necesaria– reforma que se plantee de nuestra Carta Magna, como lo será incluir alguna mención al papel de España en un mundo globalizado.

El progreso y la estabilidad que han sido posibles gracias a la Constitución han ido acompañados de una nueva actitud y proyección hacia el exterior. Durante buena parte del siglo XX, España se replegó hacia sí misma, para después volver a querer participar activamente tanto en el entorno europeo, por supuesto, pero también relanzando su dimensión iberoamericana y, en última instancia, global. Queda mucho por hacer en este terreno, sin embargo.

Durante unos años, también, esa renovada proyección internacional contribuyó a devolver el orgullo por los logros alcanzados a una sociedad que había permanecido mucho tiempo aislada. Por mucho que dichos logros estén hoy cuestionados por un segmento del espectro político, y pese al impacto que indudablemente tuvo la crisis económica, siguen contribuyendo a la imagen y al poder blando de España.

Desde esglobal, nos sumamos a las felicitaciones por el 40 aniversario de la Constitución. Y deseamos que, en el futuro, los políticos y la sociedad españoles apuesten por seguir impulsando la dimensión internacional de nuestro país. A estas alturas de siglo no se puede ignorar que vivimos en un mundo globalizado, con todas sus oportunidades y desafíos; un mundo a cuyo diseño futuro podemos y debemos contribuir.