Agentes de policía armenios montan guardia mientras la gente protesta contra el gobierno en Yereván, Armenia, debido a las "actividades antiterroristas" de Azerbaiyán en Karabaj, en septiembre de 2023. (Stringer/Anadolu Agency/Getty Images)

Los equilibrios geopolíticos en el Cáucaso tras la ofensiva militar relámpago de Azerbaiyán en el enclave armenio dejan al primer ministro armenio Nikol Pashinyan en una precaria posición.

La ofensiva militar de Azerbaiyán realizada el pasado 21 de septiembre contra rebeldes armenios en el enclave de Nagorno Karabaj altera significativamente los equilibrios geopolíticos en el Cáucaso. Unos equilibrios no sólo determinados por el conflicto militar armenio-azerí de 2020 sino también por los pulgos geopolíticos ruso-occidentales derivados del conflicto bélico que se vive desde 2022 en Ucrania.

La "crisis de 24 horas" que estuvo a punto de provocar un nuevo enfrentamiento armado entre Armenia y Azerbaiyán deja a las claras, a priori, la debilidad y el aislamiento en el que a nivel regional se encuentra el actual gobierno armenio dirigido por el primer ministro Nikol Pashinyan. Toda vez, Bakú refuerza sus posiciones en un tema tan sensible en sus relaciones con Ereván como es el de Nagorno Karabaj. Otros actores como Turquía e Irán también observan con atención este nuevo contexto de equilibrios de poderes en el Cáucaso Sur, analizando sus respectivas opciones ante el reforzamiento militar y geopolítico azerí. 

Y después está Rusia, actor mediador de la breve guerra armenio-azerí de 2020-2021 que le permitió estacionar una base militar en Nagorno Karabaj con la finalidad de garantizar el cese al fuego. Ante esta nueva crisis, Moscú ha mostrado una pasividad prudente que, en ningún momento, revela necesariamente síntomas de debilidad, distanciamiento o pérdida de capacidad de maniobra, tal y como han reflejado algunos medios occidentales. 

Si bien desde el Kremlin han traducido la crisis en Nagorno-Karabaj como un "asunto interno azerí", lo cual también podría interpretar un posicionamiento ante la crisis, Moscú ha logrado mediar con cierto grado de efectividad no sólo en el aspecto persuasivo sino propiciando canales de negociación entre Bakú y Ereván. Especialmente a la hora de acometer la inevitable crisis que se abre ahora con los refugiados de Nagorno Karabaj, la mayor parte armenios.

No obstante, esa misma pasividad ante la ofensiva militar azerí también se ha apreciado precisamente por parte armenia. La inacción de Pashinyan, si bien puede constituir un riesgo político ya que sus compatriotas podrían acusarlo de “traición” hacia los armenios de Karabaj, puede también explicarse por factores de realpolitik: la debilidad militar armenia en comparación con su rival azerí, ya constatada desde la guerra de 2020-2021; y, por otro lado, argumentando la agresión militar de Azerbaiyán y la posibilidad de una “limpieza” contra los armenios de Karabaj, Pashinyan podría jugar la carta del “victimismo” ante un Occidente que observa al presidente armenio como un aliado regional en el Cáucaso, aspecto especialmente clave ante el actual contexto de tensión en las relaciones ruso-occidentales.

Así mismo, esta inacción de Pashinyan rompe una “línea roja” para los intereses geopolíticos armenios como lo constituye el status de Nagorno Karabaj, que ejerce un fuerte carácter emotivo dentro de su sociedad. Este sentimiento es palpable tomando en cuenta que una de las prioridades de la política exterior armenia es precisamente impulsar el reconocimiento internacional de Nagorno Karabaj como entidad independiente de Bakú. A tal punto que la narrativa oficial armenia la denomina como la República de Artsaj.

Volviendo al caso ruso, sumamente ocupado por la guerra en Ucrania, Moscú también traza sus estrategias e intereses por la vía diplomática que pueden definir una nueva balanza de poder en el Cáucaso Sur ante este nuevo equilibrio de poderes tras la exitosa ofensiva militar azerí en Nagorno Karabaj. El Kremlin trabaja para seguir manteniendo en pie sus tradicionales esferas de influencia regionales. Todo ello evidencia que el contexto actual parece determinar horizontes mucho más complejos, pero no menos estratégicos para los intereses del Kremlin.

El presidente armenio Nikol Pashinyan en el Consejo Económico Supremo Euroasiático en el Gran Palacio del Kremlin el 25 de mayo de 2023 en Moscú, Rusia. (Contributor/Getty Images)

¿Busca Rusia una nueva ‘Primavera armenia’?

Esta crisis apunta a un nombre en concreto: el primer ministro armenio Nikol Pashinyan. Criticado internamente, principalmente por los sectores nacionalistas, tras la derrota militar ante Azerbaiyán en 2020-2021, Pashinyan podría verse ahora más debilitado por su pasividad e imposibilidad a la hora de defender con firmeza los históricos intereses armenios en Nagorno Karabaj. Con apenas un 14% de aceptación popular (encuesta de junio de 2023), la actual crisis tras la pérdida del enclave podría generar un mayor descontento contra Pashinyan dentro de la sociedad armenia.

Aupado al poder tras la Primavera de 2018, Pashinyan maneja desde entonces delicados equilibrios entre Occidente y Rusia que han quedado al descubierto con la reciente crisis en Nagorno Karabaj. Por otro lado, ha perdido margen de maniobra regional, un aspecto que ha favorecido a los intereses de sus históricos rivales, Azerbaiyán y Turquía. 

Por otro lado, las relaciones entre Pashinyan y el presidente ruso Vladímir Putin han sido  intermitentes, a menudo incómodas y tensas. Esto también ha alterado la fluidez de una histórica alianza ruso-armenia. Si bien Ereván forma parte de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) impulsado por Putin, Pashinyan se negó a firmar la declaración final de la Cumbre de la OTSC celebrada en noviembre de 2022. Tras la ofensiva militar azerí en Nagorno Karabaj, el premier armenio calificó de "ineficaces" las alianzas exteriores armenias en la región, lo cual ha sido interpretado como fuertes críticas dirigidas a la pasividad rusa y de la OTSC en la resolución del conflicto a diferencia de lo que ocurrió, por ejemplo, durante las protestas en Kazajistán en enero de 2022, donde Moscú sí intervino vía OTSC. 

Observando este escenario, Putin ha reforzado aún más sus lazos con Bakú en detrimento de Ereván. No obstante, no se debe pasar por alto que en este juego de equilibrios en las relaciones ruso-armenias, el gobierno de Pashinyan ha evitado condenar explícitamente la invasión militar rusa a Ucrania durante las votaciones realizadas en la ONU desde que comenzó la guerra en febrero de 2022. 

A este contexto, hay que agregarle el viraje prooccidental del primer ministro armenio, especialmente hacia EE UU y la Unión Europea, y su distanciamiento marcado hacia Moscú, un aspecto inquietante para el Kremlin. En particular, ante el actual clima de tensiones ruso-occidentales derivadas de la guerra en Ucrania. 

Los recelos rusos parecen verse confirmados ante la política de Pashinyan de enviar ayuda humanitaria a Ucrania tras los bombardeos rusos a infraestructuras civiles. Siendo Armenia un miembro de la OTSC, Pashinyan también ha invitado a EE UU a realizar ejercicios militares en territorio armenio. Tras la actual crisis en Nagorno Karabaj, la directora de USAID, Samantha Power, viajó a Ereván para fortalecer el apoyo estadounidense a Armenia. Washington ha instado a enviar una misión internacional a Nagorno Karabaj para velar por los derechos de la población armenia.

La orientación de Pashinyan hacia Occidente, que ha elevado las también existentes expectativas "europeístas" en algunos sectores de la población armenia en lo relativo a la posibilidad de iniciar negociaciones para su eventual admisión en la Unión Europea, también ha provocado algunas voces discordantes a nivel interno precisamente porque esta orientación prooccidental ha terminado por irritar al histórico "amigo ruso". No se debe olvidar que un 45% de la economía armenia depende de sus relaciones económicas con Rusia, con especial énfasis en el suministro energético.

Precisamente, el factor energético parece también explicar porqué Moscú ha venido apostando en los últimos tres años por fortalecer lazos con Azerbaiyán en detrimento de su aliado histórico armenio y más ante la actual vocación prooccidental de Pashinyan. La estatal petrolera rusa Rosneft y su homóloga azerí SOCAR vienen desarrollando desde 2020 proyectos de distribución de petróleo y gas natural desde el Mar Caspio hasta Europa dentro del denominado Corredor de Gas del Sur que tiene a Azerbaiyán como eje central de distribución de rutas energéticas. En esta iniciativa, también está incluido el proyecto energético turco del Gasoducto Trans Anatolia (TANAP por sus siglas en inglés). 

Si bien ha sido "coqueteado" por Occidente, Pashinyan podría verse obligado a atender el plano político y social interno en caso de observar un incremento de la desilusión y del descontento en buena parte de la sociedad armenia, especialmente entre los sectores más nacionalistas e incluso en el seno de las Fuerzas Armadas. De este modo, las relaciones de Pashinyan con el estamento militar armenio pueden verse enturbiadas ante la evidente pérdida de influencia de Ereván en el conflicto de Nagorno Karabaj, el ascendente peso azerí a nivel regional y las dinámica de las tensiones ruso-occidentales.

Entrada de la ciudad de Stepanakert, conocida como Khankendi por Azerbaiyán. Después de tres décadas de control armenio, las autoridades separatistas acordaron desarmarse, disolver su gobierno y reintegrarse en Azerbaiyán tras la operación militar de un día llevada a cabo por Bakú en septiembre de 2023. (Aziz Karimov/Getty Images)

El "clan del Karabaj" en la política armenia

Un dato resulta importante para analizar la radiografía política armenia en la última década: el gradual predominio en la política y la economía local de armenios originarios de Nagorno Karabaj y su influencia en los cambios políticos que se han vivido en los últimos años en Ereván. Esta influencia gravita de forma intermitente dependiendo de los acontecimientos, principalmente militares, existentes dentro del conflicto armenio-azerí en torno a lo que suceda con la "República de Artsaj". 

Existen precedentes que Pashinyan debería observar con atención ante el nuevo status quo regional: la caída en 1998 del ex presidente armenio Levon Ter Petrosyan por haber aceptado una solución gradual con Bakú dentro del conflicto de Nagorno Karabaj. De la misma manera, en la política armenia tiene una enorme influencia el denominado "clan del Karabaj" que ya llevó al poder en Ereván a dos de sus principales representantes: el ex presidente Roberto Kocharyan y el ex primer ministro Serzh Sargsyan, ambos más condescendientes a la hora de mantener buenas relaciones con Moscú. 

Está por ver si, en caso de inestabilidad política en Armenia y de eventual caída de Pashinyan ante el nuevo status quo regional más favorable a los intereses de Bakú, aunado a la llegada de refugiados de Nagorno Karabaj que podrían polarizar el clima político armenio, este clan Kocharyan-Sargsyan pueda recuperar posiciones y volver al poder, un escenario que Moscú probablemente vería con buenos ojos a la hora de reencauzar a Armenia hacia la órbita de influencia rusa.

Con anterioridad, Pashinyan había anunciado estar dispuesto a reconocer la integridad territorial de Azerbaiyán pero exigiendo garantías para la seguridad y los derechos de los armenios de Nagorno Karabaj en caso de ser integrados en el Estado azerí. Esta concesión de Pashinyan a Azerbaiyán no tiene precedentes y provocó un rechazo frontal por parte del presidente electo de Nagorno Karabaj, Samvel Shahramanyan.

Así, la pregunta que ahora parece abrirse a nivel regional; así como en Moscú y en las capitales occidentales es la siguiente: ¿puede caer el gobierno de Pashinyan tras su fracaso en la resolución de la reciente crisis en Nagorno Karabaj? Tomando en cuenta el efecto que esta situación puede tener internamente en Armenia, ¿estamos a las puertas de una nueva Primavera política en ese país, pero ahora determinado por canales absolutamente distintos a los acontecidos en 2018?; ¿podría Moscú estar maniobrando un escenario post Pashinyan más enfocado en atender sus intereses geopolíticos en el Cáucaso Sur?

Es evidente que Armenia es pieza clave en el rompecabezas caucásico definido por el pulso geopolítico entre Occidente y Rusia. Ante la reciente crisis en Nagorno Karabaj, la calculada pasividad del Kremlin daría a entender que podría estar moviendo piezas en Ereván con la finalidad de eventualmente propiciar una rebelión ciudadana que lleve a un cambio de gobierno y una etapa post Pashinyan. Si la Primavera de 2018 llevó a un viraje prooccidental identificado en el ascenso al poder de Pashinyan, hoy Moscú podría estar intentando reencauzar sus objetivos hacia la procreación de un posible nuevo liderazgo en Armenia que atienda a sus imperativos geopolíticos. 

Por otra parte, y con una crisis de refugiados armenios de Nagorno Karabaj a las puertas (Ereván estima recibir unos 40.000 refugiados armenios), no sería descartable que los nacionalistas armenios intentaran ahora presionar para eventualmente propiciar la caída de Pashinyan tomando en cuenta la perspectiva de perder influencia sobre Nagorno Karabaj a favor de Azerbaiyán.

Un precedente: Georgia

Para intentar descifrar lo que puede estar detrás de este escenario, el de la posible caída de Pashinyan y los intereses rusos que estarían detrás, debería igualmente observarse con atención los acontecimientos recientes en la vecina Georgia, un país que al igual que Ucrania se ha convertido en las últimas dos décadas en otro gran punto de fricción entre Occidente y Rusia dentro del espacio euroasiático postsoviético. 

Desde las "revoluciones de colores" de 2003 y especialmente tras la breve guerra ruso-georgiana de 2008, que certificó el secesionismo de facto de las repúblicas de Osetia del Sur y Abjasia con respecto a Tbilisi, proceso ya anteriormente iniciado en 1991 en el marco de la desintegración de la URSS y las tensiones separatistas en el Cáucaso, y tras el reconocimiento internacional de países como Rusia, Nicaragua, Venezuela, Siria y Nauru a Abjasia y Osetia del Sur, Georgia ha sido un país que ha provocado frecuentes ‘dolores de cabeza’ al Kremlin. Con sus vaivenes, en los últimos años Moscú ha buscado neutralizar cualquier tentativa que implicara un inalterable viraje prooccidental por parte de Tbilisi. Pero no siempre ha tenido éxito.

Conociendo las aspiraciones de una buena parte de las autoridades y de la sociedad georgianas por ingresar en la Unión Europea y en la OTAN, que fueron muy evidentes durante los gobiernos del prooccidental Mijaíl Saakashvili (2004-2007 y 2008-2013), el Kremlin ha intentado concentrar la atención en la cooperación económica y energética con la finalidad de fomentar un perfil bajo por parte de las autoridades georgianas,  actualmente con el gobierno de Salomé Zurabishvili, en el poder desde 2018. 

No obstante, la actual mandataria georgiana ha sido sumamente crítica con Rusia tras la invasión de Ucrania, demostrando en sus declaraciones una evidente vocación prooccidental. El contexto caucásico, la guerra en Ucrania y las tensiones ruso-occidentales muy probablemente ejercerán influencia política a mediano y largo plazo en Georgia, en concreto de cara a las elecciones presidenciales previstas para otoño de 2024.

Visto en perspectiva, Georgia y Armenia se encuentran en una situación similar con respecto a sus relaciones con Rusia, envueltas en complejos y delicados equilibrios determinados por los pulsos geopolíticos ruso-occidentales en los que Ereván y Tbilisi estarían apostando por fortalecer una orientación prooccidental. 

Por otro lado, Moscú activa la diplomacia sin perder de vista sus imperativos geopolíticos en el Cáucaso. Durante la reciente Asamblea General de la ONU, el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, afirmó que Moscú "defiende la presencia rusa en Nagorno Karabaj" con la finalidad de otorgar un "marco de confianza entre Armenia y Azerbaiyán". En este sentido, el Kremlin sigue manejando los mecanismos diplomáticos en la medida de encontrar garantías de seguridad y de paz entre los dos países.

Toda vez en la ONU Lavrov acusó a Occidente de "querer ‘ucranizar’ a la comunidad internacional", es perceptible que Moscú tiene intenciones de seguir manteniendo su papel estratégico como mediador en la crisis armenio-azerí sin menoscabar que, tras el nuevo status quo regional, el equilibrio militar y geopolítico es ahora más favorable a los intereses de Bakú.

El eje turco-azerí impone su ritmo en el nuevo rompecabezas caucásico

El éxito de la ofensiva militar azerí en Nagorno Karabaj ha reforzado las posiciones geopolíticas del presidente azerí Ilham Aliyev; así como de su histórico aliado, Turquía, con un presidente Recep Tayyip Erdogan que también juega con habilidad sus cartas en este nuevo ajedrez regional. 

Un eje turco-azerí, que traduciría sus expectativas geopolíticas también al ámbito energético, podría estar expresándose como el nuevo equilibrio de poder en la región, toda vez Moscú observa estos movimientos con moderado beneplácito. 

Tampoco debemos olvidar a Israel, cuyas fluidas relaciones con Bakú en el plano militar han resultado decisivas tanto para definir el dominio militar azerí (vía drones israelíes), tanto en la breve guerra de 2020-2021 como en la reciente crisis de Nagorno Karabaj, como para que Tel Aviv pudiera abrir un canal alternativo de relación con un país miembro del mundo islámico (Azerbaiyán). Un aspecto clave en un momento en el que Israel normaliza sus relaciones diplomáticas en Oriente Medio tras los recientes reconocimientos oficiales por parte de Bahrein y Emiratos Árabes Unidos (2021) y los contactos de alto nivel con Arabia Saudí y Marruecos.

Este contexto, profundiza el aislamiento armenio, con un Pashinyan cada vez más dependiente de la ayuda occidental en un entorno regional visiblemente más hostil. Y la inquietud rusa por la presencia occidental vía Armenia y Georgia define otra variable: de la misma manera que Moscú traza líneas geopolíticas comunes con Bielorrusia como aliado estratégico en su confrontación con la OTAN en Ucrania, el Kremlin podría estas preventivamente observando esa misma condición con Azerbaiyán a la hora de contener cualquier posibilidad de penetración occidental en el Cáucaso Sur.

Atrayendo a Armenia y Georgia a sus esferas de influencia, Occidente podría incrementar una mayor presión hacia Rusia, en especial el Cáucaso Norte. Si se observa con atención la dinámica interna: repúblicas que en su momento se rebelaron contra el poder de Moscú como Chechenia y Daguestán, aunque hoy en día aparentemente estabilizadas bajo la nueva pax rusa. 

Pero no es sólo Rusia. Los intereses occidentales en posicionar a Georgia y Armenia como sus aliados en el Cáucaso apuntan igualmente a otro histórico rival, Irán, sin perder de vista a China, que también tiene presencia económica en la zona. Por otro lado, no se debe pasar por alto que Occidente es consciente de que el Cáucaso es una vía de acceso territorial y por tanto también geopolítico hacia Oriente Medio y el Golfo Pérsico.

No obstante, Teherán también manifiesta sus inquietudes ante el nuevo equilibrio regional trazado por el eje azerí-turco, que puede definir un predominio del peso geopolítico túrquico en el Cáucaso Sur. A ello deben agregarse las preocupaciones de Teherán ante el avance de las relaciones militares entre Israel y Azerbaiyán que podrían trastocar los intereses iraníes ante el nuevo equilibrio militar regional, en este caso a favor de Tel Aviv. Todo ello sin desestimar que las relaciones turco-iraníes no suelen ser demasiado fluidas. Teherán sigue recelando no sólo de los intereses euroasiáticos turcos sino de su condición como miembro estratégico de la OTAN, lo cual significaría una especie de avanzadilla occidental hacia las fronteras iraníes vía Cáucaso Sur. Todo ello a pesar de las tensas relaciones que recientemente se han presentado entre Ankara y la Alianza Atlántica, en especial en lo concerniente a los acercamientos del presidente turco Recep Tayyip Erdogan con Rusia, China e incluso Irán.

Más allá de Nagorno Karabaj hay otro foco que podría intensificar un nuevo conflicto en el Cáucaso Sur: la República Autónoma de Najicheván, otro enclave territorial dentro de Azerbaiyán con población armenia. 

Ereván nunca ha reclamado oficialmente la soberanía de este territorio que cuenta con un pasado vinculado a la noción de la "Armenia histórica". Pero el corredor de Najicheván es estratégico no sólo para la estabilidad regional sino también para el paso de rutas energéticas.Por el momento, Pashinyan se ve diluido en difíciles equilibrios geopolíticos regionales derivados de la tensión ruso-occidental y ante el nuevo contexto de reforzamiento regional del eje turco-azerí, con un nuevo status quo desfavorable para sus intereses en Nagorno Karabaj y de las presiones y manejos por parte del Kremlin. En perspectiva, su gobierno ofrece una imagen de cierta precariedad, colindando en la siempre arriesgada cuerda floja.