Somalia
Zona acordona en Mogadiscio tras un ataque terrorista en la ciudad. (Sadak Mohamed/Anadolu Agency via Getty Images)

En este país africano se avecinan unas elecciones en medio de disputas enconadas entre el presidente Mohamed Abdullahi Mohamed (apodado “Farmajo”) y sus rivales. La guerra contra Al Shabab entra en su decimoquinto año sin que haya un final a la vista, y los donantes están cada vez más hartos de pagar para que las fuerzas de la Unión Africana mantengan a raya a los terroristas.

En vísperas de los comicios previstos para este año —a mediados de diciembre iban a celebrarse unas elecciones parlamentarias que se han aplazado y también están retrasándose los preparativos para las presidenciales programadas para febrero de 2021—, los ánimos están caldeados. Las relaciones entre Mogadiscio y varias regiones de Somalia, en especial Puntland y Jubaland, cuyos líderes son rivales de Mohamed desde siempre y temen su reelección, son tensas, en gran parte por las disputas sobre el reparto de poder y los recursos entre el centro y la periferia. Estas discrepancias enfrentan a las distintas comunidades entre sí, llegando incluso a los clanes, y todos emplean una retórica cada vez más llena de resentimiento. Mientras tanto, Al Shabab sigue siendo poderoso. El grupo controla grandes zonas del sur y el centro del país, tiene una influencia que se extiende a otros lugares y organiza ataques periódicos contra la capital. Aunque los dirigentes somalíes y sus socios internacionales reconocen, en principio, que el problema de Al Shabab no puede resolverse solo mediante la fuerza, pocos proponen alternativas claras. Una opción podría ser negociar con el grupo, pero los jefes han dado pocos indicios de querer un acuerdo político.

Para complicar aún más las cosas, a la misión de la Unión Africana que lleva años luchando contra Al Shabab se le está agotando la paciencia. Sin sus fuerzas, las grandes ciudades, quizá incluso Mogadiscio, serían todavía más vulnerables a los ataques terroristas. Algunos donantes como la UE están hartos de dar dinero para lo que parece una campaña militar interminable. El plan actual es trasladar la responsabilidad principal de la seguridad a manos de las fuerzas somalíes antes de que acabe 2021, pero estas siguen siendo unas tropas débiles y mal preparadas para dirigir la lucha contra los insurgentes. El peligro de un vacío de seguridad se ha agravado por la retirada repentina de las fuerzas etíopes debido a la crisis de Tigray y el plan de Trump de sacar las tropas estadounidenses que entrenan y orientan al Ejército somalí.

De las elecciones presidenciales de febrero dependen muchas cosas. Unos comicios razonablemente limpios, con un resultado aceptado por los grandes partidos, permitirían que los líderes somalíes y sus socios extranjeros intensificaran los esfuerzos para alcanzar un acuerdo sobre la relación federal y la Constitución, y aceleraran la reforma del sector de la seguridad. En cambio, unos comicios controvertidos podría provocar una crisis política que aumentaría el abismo entre Mogadiscio y las regiones, quizá desataría la violencia entre clanes y envalentonaría a Al Shabab.