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El primer ministro de India, Narendra Mod, junto al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante la visita del primero a EE UU. (Sergio Flores/Getty Images)

La cercanía emocional entre Modi y Trump -dos revolucionarios de derechas- ha reforzado las relaciones entre India y Estados Unidos, pero hay un asunto de fondo -China- que acerca a ambos países sea cual sea su liderazgo.

El romance político entre Narendra Modi y Donald Trump es uno de los más infravalorados del mundo. En septiembre de 2019, cuando el mundo todavía desconocía la palabra coronavirus, el primer ministro indio fue a Estados Unidos a participar en un mitin político con Trump en Houston, atrayendo a decenas de miles de estadounidenses y migrantes de origen indio. Y, el pasado febrero, mientras el virus empezaba a crecer en Italia, el presidente estadounidense realizó un viaje oficial a India donde volvió a mostrar su sintonía con Modi, delante de las masas del segundo país más poblado del mundo. En el discurso que Trump dio en la ciudad de Ahmedabad -lugar donde la carrera política de Modi despegó- no faltaron los elogios al dirigente indio, pero lo que quizás más sorprendió de Trump fue su prudencia y el tono oficial de sus palabras. Era la escenificación del actual mundo globalizado, en el que las conexiones entre un país occidental líder y uno del mundo en desarrollo se situaban en primer nivel y con toda la exhibición pública posible. Algo impensable hasta hace pocos años.

El discurso -emocional- de Modi y Trump de cara al mundo era el de la hermandad entre las dos democracias más grandes del planeta. El discurso implícito era el de un acercamiento realista y estructural para enfrentarse al poderío de China. La buena relación y sintonía política entre Trump y Modi contribuye a esta renovada cercanía entre Estados Unidos e India. Esta aproximación, sin embargo, permanecerá más allá de los líderes que gobiernen ambos países, ya que se trata de una necesidad geopolítica. Lo que produce la cercanía de Modi y Trump es una intensificación de este proceso.

Modi y Trump son dos revolucionarios de derechas. Ambos han hecho tambalear la idea predominante de Estados Unidos y de India que las élites de ambos países tenían. El caso de Trump es el más sonado, ya que ha trastocado el consenso y prioridades del Partido Republicano, ha polarizado las posturas del bipartidismo estadounidense -a la vez que ha conseguido una posición común entre demócratas y republicanos de enfrentamiento contra China- y ha abiertos debates de fondo que permiten que Estados Unidos se plantee caminos inimaginables hasta hace unos años.

Por su parte, Modi ha conseguido plantear una batalla de relatos políticos que pone en duda el modelo secularista que se implantó a partir de la independencia de India. Su nacionalismo hindú plantea un paradigma de Estado-civilización en el que la visión de la mayoría hindú conduzca al país. Como explica el conservador Swapan Dasgupta, para Modi y sus partidarios el modelo secularista es un proyecto de unas pequeñas élites occidentalizadas -y antes sovietizadas- que no tenía en cuenta a la mayoría.

Como puede verse, el fundamento tanto de Trump como de Modi coincide en su posición antiestablishment -normalmente identificado con las élites liberales intelectuales y universitarias- en pos de una mayoría supuestamente olvidada. Ambos parten de una posición victimista y tienen un afán de generar “guerras culturales” que reinterpreten los valores, la historia y la educación del país. Los dos, en este sentido, están intentando redefinir a sus naciones. En la actualidad, ambos líderes afrontan un problema similar: como reorientar su narrativa política de ideas abstractas frente al peligro real e implacable que supone el coronavirus. También, cómo conseguir convencer a sus ciudadanos de que su actuación contra la COVID19 ha sido la menos mala posible.

Pese a estas similitudes entre ambos líderes, hay una diferencia fundamental: la historia. Estados Unidos viene de ser la primera potencia mundial y está intentando reinventarse para seguir siéndolo. India es un país que, pese a sus progresos, todavía arrastra preguntas y dilemas fundamentales que debe solucionar para dejar atrás su pasado colonial. Durante la visita de Trump a India, se produjeron en Nueva Delhi choques mortales entre hindúes y musulmanes como no se habían visto en años. Parte de ello es culpa de la retórica virulenta de los dirigentes del BJP -el partido de Modi-, pero no se puede olvidar que India lleva décadas desde su independencia sufriendo este tipo de estallidos de odio. También continúa con la tensión fundamental que supone Pakistán y la disputada Cachemira. Modi es la manera mediante la que una mayoría de la ciudadanía india quiere resolver -de manera arriesgada e incluso peligrosa- esta serie de problemas fundacionales. Para él y sus seguidores, la ruptura con el colonialismo británico y el mogol son ellos, no un secularismo que moldeó el país en base a valores ideológicos occidentales.

Estas coincidencias en el terreno del combate político, de una derecha vigorosa y renovada, se suman a una buena relación personal entre ambos dirigentes -cosa que va más allá de la ideología y que a veces puede ser más determinante que ella-. Pero, pese a estas coincidencias, hay factores estructurales y de política exterior que han acercado a Modi y Trump, se caigan mejor o peor entre ellos. El fundamental, es China.

La relación de ambos países con Pekín es diferente: a pesar del poderío estadounidense, India no es un Estado vasallo de Washington, sino que mantiene una autonomía en política exterior que choca en varios aspectos con la de Estados Unidos. India entiende el reto común que les supone China, pero tiene claro que hará las cosas a su manera. Como explica el intelectual indio Makarand R. Paranjape, EE UU necesita más que nunca a India como contrapeso a Pekín y las relaciones entre ambas democracias van a fortalecerse. Pero, por ejemplo, apunta Paranjape, Nueva Delhi va a seguir manteniendo una fuerte cooperación en defensa con Rusia, sea cual sea la situación de Washington con Moscú -también cabe destacar los crecientes vínculos indios con Irán-. En este sentido, apunta el columnista, la ausencia de declaraciones de condena de Trump durante los disturbios sucedidos en Nueva Delhi muestra una política exterior realista que evita meterse en sus asuntos internos -algo que contrastó, en ese momento, con las críticas del todavía candidato demócrata como Bernie Sanders-.

Pese a esta divergencia en materia de retórica, cabe destacar que la buena sintonía con el Gobierno actual indio no es algo exclusivo de Trump, aunque con este se haya acentuado. Como recuerda William J. Burns -vicesecretario de Estado de EE UU de 2011 a 2014-, la relación de Modi con Obama también fue generalmente buena, guiada por la importancia geopolítica que representa la colaboración entre ambas naciones. En este sentido, un eje fundamental a través del que mirar su relación es la llamada estrategia Indo-Pacífico, mediante la que Washington busca tejer alianzas y afianzar su presencia naval en el Índico y Asia Oriental con el objetivo de contener a China -aunque los argumentos con las que suele justificar esta estrategia son la libertad de navegación u otras proclamas universalistas-.

El papel de India en esta estrategia transoceánica se suma a otro factor clave en la política exterior asiática: la negativa de Nueva Delhi a sumarse a la Nueva Ruta de la Seda china. Como explica el politólogo Bruno Maçães en su libro Belt and Road, la decisión del Gobierno indio de no adherirse al mega-proyecto chino es el obstáculo principal para que la iniciativa de Pekín tenga un carácter realmente universalista. ¿Cómo podría considerarse como tal sin contar con el que, dentro de poco, será el país más poblado del mundo?

Que India haya tomado esta decisión no es fruto de una presión de Estados Unidos, sino de su propia estrategia y recelo hacia China. Pero, pese a esta tensión geopolítica, los encuentros entre Modi y Xi Jinping han sido frecuentes y correctos, y el comercio entre ambos países sigue siendo estable y creciente -aunque EE UU es el mayor socio comercial de India, con intercambios bilaterales que superan los 85.000 millones de dólares, China lo sigue a poca distancia-. Nueva Delhi, a pesar de su suspicacia, está lejos de una estrategia de confrontación contra Pekín como la que inició la Administración Trump con la batalla contra Huawei o con la guerra comercial. Durante la actual crisis del coronavirus no ha habido un empeoramiento de las relaciones entre China y India, mientras que los lazos entre la primera y Washington están resquebrajándose peligrosamente.

Aunque la relación entre India y Estados Unidos es generalmente positiva, hay un destacado punto de fricción entre ambas potencias: el comercio. Como apunta este artículo del Hudson Institute, India ha sido uno de los países afectados por el incremento de aranceles de Trump, a lo que esta respondió aumentándolos también. El Gobierno estadounidense además le retiró el mecanismo de acceso preferente al mercado estadounidense del que gozaba. Estas rencillas hacen más difícil un acuerdo de libre comercio que estrecharía las relaciones entre ambos. En la última visita de Trump al país no se produjeron avances en este sentido, aunque sí se firmaron compras de armamento americano -por valor de 3.000 millones de dólares- y acuerdos de cooperación en defensa. La actual crisis del coronavirus, con el repliegue proteccionista que posiblemente generará -reduciendo la dependencia de las cadenas globales de valor-, puede hacer todavía más difícil un acuerdo económico entre los dos.

Actualmente, Trump tiene por delante una pandemia que va a afectar a Estados Unidos al nivel de una guerra mundial o de un crash económico. En India, la capacidad sanitaria y de protección social es probable que sea insuficiente para defender a la ciudadanía de la epidemia, en especial a sus capas más pobres. Trump y Modi se enfrentan al reto de sus vidas. Puede ser un momento crítico para estrechar definitivamente los lazos. Sin embargo, si India queda fuertemente debilitada por el coronavirus, su dependencia de Estados Unidos aumentará, ante una China que ha conseguido capear la epidemia. Si EE UU es el gran debilitado, Nueva Delhi tendrá que buscar nuevas alianzas para asegurar su posición, creando una política exterior todavía más plural y al margen de Occidente.