EE.UU. es la sede de la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles. (Anna Moneymaker/Getty Images)

La integración regional busca su sitio en medio de tensiones geopolíticas. 

La IX Cumbre de las Américas realizada entre el 6 y 10 de junio en Los Ángeles (EE UU), convocada por el presidente anfitrión Joseph Biden, abre el compás para medir, con notable grado de asertividad, el momento que actualmente vive la integración a nivel hemisférico.

Este panorama cobra relevancia ante las tensiones políticas previas a esta cumbre, los cambios políticos que está generando el actual ciclo electoral en América Latina, así como las consecuencias geopolíticas que a nivel regional está suscitando la guerra en Ucrania.

Entre esas tensiones políticas previas, la atención de esta cumbre estuvo principalmente enfocada en las ausencias de determinados países, bien sea por decisión expresa del propio Biden (Venezuela, Cuba y Nicaragua) o por opción personal de determinados mandatarios (México, El Salvador, Honduras, Guatemala) quienes finalmente desistieron asistir a esta cumbre por diferencias en cuanto a las políticas hemisféricas de EE UU, particularmente en cuanto al tema migratorio.

No obstante, también fueron visibles las críticas hacia determinados líderes invitados a esta cumbre, como fueron los casos del brasileño Jair Bolsonaro y del colombiano Iván Duque, criticados desde diversos sectores por sus actitudes autoritarias e incluso, como en el caso de Duque, de presunta represión a los derechos humanos.

Por otro lado, tenemos el contexto político y el ciclo electoral 2021-2022 y cómo él mismo podría definir una reorientación geopolítica a nivel hemisférico, en este caso hacia nuevas expresiones y liderazgos de la izquierda y de sectores progresistas. Son éstos los casos de las victorias electorales de Gabriel Boric en Chile y Xiomara Castro en Honduras pero también ante las expectativas en torno a los posibles triunfos de Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil. Este giro hacia la izquierda en América Latina podría traducir nuevos rumbos para la integración y las iniciativas multilaterales regionales.

Tampoco se deben descartar las elecciones midterm en EE  UU pautadas para el próximo 4 de noviembre, donde se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.

Tanto como un test político para medir la gestión de Biden, estos comicios pueden determinar si existe un peso decisivo por parte del voto hispano en EE UU a la hora de decantar el equilibrio político e institucional entre republicanos y demócratas y abrir la veda para la carrera a la Casa Blanca en 2024.

Está por ver en qué medida la relación de preferencia del voto de los hispanos en EE UU podría estar definida por el actual contexto de las relaciones entre el país norteamericano y América Latina, con especial incidencia en aquellas comunidades inmigrantes con mayor presencia, especialmente cubanos, centroamericanos, venezolanos y colombianos.

 

La integración hemisférica: una historia de visiones contrapuestas

Desde mediados del siglo XX, América Latina ha ofrecido una importante trayectoria de vocación multilateral y de integración hemisférica. Con la creación en 1948 de la Organización de Estados Americanos, pero principalmente desde la década de 1960, en algunos casos al calor de los pulsos geopolíticos propios de la bipolaridad de la guerra fría, América Latina experimentó un prolífico avance en mecanismos de integración.

Caravana de migrantes en Huixtla de México. (Jacob Garcia/Anadolu Agency via Getty Images)

Inspirados en algunos casos por las tesis cepalistas se crearon diversos organismos de integración (Pacto Andino, SELA, Mercado Común Centroamericano, ALADI, CARICOM, ALALC) focalizados en el comercio y la sustitución de importaciones. El avance de la globalización a partir de la década de 1980, el giro hemisférico hacia la democracia y el final de la Guerra Fría abrieron un nuevo momento para los procesos de integración (MERCOSUR, SICA, NAFTA), en algunos casos siguiendo el modelo de integración europeo.

En 1994, con la administración demócrata de Bill Clinton en la Casa Blanca, EE UU lanzó la I Cumbre de las Américas celebrada en Miami (Florida) como un marco de integración hemisférico focalizado en impulsar una Alianza de Libre Comercio (ALCA), y en la consolidación de regímenes democráticos y de economías de mercado particularmente ligados a los intereses estadounidenses. En este aspecto, Cuba seguía estando relegada de este enfoque, al no ser invitada a estas cumbres.

No obstante, esta visión "neoliberal" de la integración impulsada por Washington provocó una reacción política a nivel hemisférico a través de un intenso giro a las izquierdas registrado entre 1999 y 2015 en países como Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Paraguay, Chile, Uruguay y México, entre otros.

Estas experiencias y mecanismos novedosos de integración, como han sido los casos del ALBA, UNASUR, CELAC, PROSUR, entre otros, buscaban no sólo una integración plenamente latinoamericana, alejada de los imperativos geopolíticos estadounidenses, sino también la posibilidad de constituir una plataforma unitaria de mayor definición a la hora de alzar la voz de los intereses geopolíticos globales de actores latinoamericanos emergentes en los diversos escenarios y foros internacionales, como ha sido el caso del Brasil de Lula (2003-2011) a través de ejes como los BRICS e IBSA.

Con todo, estas experiencias novedosas de integración que podríamos definir como "autóctonas", distanciadas de los postulados estadounidenses, han estado estrechamente determinadas por los cambios políticos, en especial en cuanto a liderazgos, en países impulsores de esos organismos (con la atención puesta en Venezuela, Brasil y Argentina), así como por los efectos de crisis económica global escenificada desde 2008. Todo ello ha influido en los mecanismos de continuidad de los mismos así como en la frecuencia, a veces intermitente, de sus respectivas reuniones y cumbres.

Esta realidad determinada por los efectos de los cambios políticos en la región ha generado cierta perspectiva de "declive" del proceso de integración y de relaciones multilaterales entre los actores políticos latinoamericanos, en particular a partir de 2015. Ello también ha visibilizado las contradicciones entre las que se podrían catalogar como las fuerzas motrices que históricamente han generado e impulsado los procesos de integración a nivel hemisférico, siendo estas las de cariz ideológico (ALBA, UNASUR) y otras de carácter más pragmático (MERCOSUR, Alianza del Pacífico)

 

Desencuentros entre EE UU y América Latina

Por otro lado, también han cambiado las prioridades hemisféricas por parte de EE UU, particularmente en lo concerniente a su interés geopolítico en la región. La "guerra contra el terrorismo" impulsada por la administración de George W. Bush a partir de 2001, el ascenso global de China y la recuperación de Rusia como actor global giraron casi por completo la atención geopolítica estadounidense hacia otros escenarios más conflictivos (Oriente Medio, Eurasia, Sureste Asiático) en detrimento del acontecer latinoamericano.

No obstante, ha sido precisamente la presencia de China y Rusia en América Latina, a través de alianzas económicas, militares y geopolíticas con países como Venezuela, Cuba, Nicaragua, Argentina, Chile y Brasil, así como la aparición de experiencias de integración (Alianza del Pacífico de 2011 entre Colombia, Perú, Chile y México) lo que motivó a Washington a reconsiderar parcialmente su atención a nivel hemisférico, intentando retomar una iniciativa ya cada vez menos determinante.

Por otro lado, algunos países latinoamericanos como Brasil, Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador y México, entre otros, observaron en actores externos como China y Rusia y, en menor medida, India, Irán y Turquía, no solamente como socios comerciales que les permitieran insertarse en los mercados internacionales sino también como actores de equilibrio en sus respectivas relaciones hemisféricas con EE UU.

Como sucediera con la globalización liberal de "posguerra fría" liderada por Washington desde la década de 1990, la administración Biden ha intentado (con escaso éxito) procrear una visión política similar a la hora de defender la democracia a nivel hemisférico ante lo que considera como el avance de las opciones "autocráticas" imperantes en Rusia y China y su influencia sobre sus aliados en América Latina a través de regímenes como los de Venezuela, Cuba y Nicaragua, hoy en día los herederos visibles del "eje del ALBA".

El apoyo (con diversos grados de intensidad) de estos tres países a la invasión militar rusa a Ucrania ha persuadido a Biden a desempolvar un enfoque muy similar al que Washington adoptó durante la Guerra Fría y que ha intentado consolidar (a grandes rasgos infructuosamente) en la reciente Cumbre de las Américas: el de la confrontación entre la "democracia liberal" liderada por EE UU y las "autocracias euroasiáticas" monopolizadas por Pekín y Moscú.

 

El momento actual y los retos para el multilateralismo 

El anteriormente mencionado nuevo giro hemisférico hacia la izquierda y las tendencias progresistas coloca en el centro de atención una serie de problemáticas que podría definir un nuevo momento para la integración y el multilateralismo a nivel hemisférico. Veamos tres aspectos relevantes que pueden explicar este contexto.

El primero, un tema vital, es la inmigración latinoamericana hacia EE UU, que tuvo en la reciente Cumbre de las Américas un peso específico. Washington prometió un pacto migratorio consistente en ampliar hasta 20.000 su cuota de refugiados de las Américas para 2023 y 2024 (con especial prioridad a los procedentes de Haití), mientras que los demás países se comprometieron a facilitar vías legales para recibir a inmigrantes. Toda vez, el gobierno de Biden se enfrenta a un flujo récord de migrantes ilegales en su frontera sur, al mismo tiempo que prometió cientos de millones de dólares en ayuda para los migrantes venezolanos en la región.

Con todo, la ausencia en este cumbre de países como México, El Salvador, Honduras y Guatemala, así como la no invitación de Biden a otros como Venezuela, Cuba y Nicaragua, son aspectos claramente significativos a la hora de medir el malestar con estas políticas de Washington por parte de estos países emisores de inmigrantes.

Un segundo aspecto tiene que ver con la recuperación económica pospandemia y las consecuencias geoeconómicas en un contexto definido por la guerra en Ucrania. Aquí destaca la escasez de productos básicos (trigo, cereales, fertilizantes, petróleo y gas natural) en mercados internacionales que se abastecían de esas exportaciones de Rusia y Ucrania y, por tanto, la oportunidad que ahora se abre para países latinoamericanos productores de esos rubros (Brasil, Argentina, Venezuela, México, entre otros) de propiciar una recuperación económica vía ingresos por esas materias primas.

View of PDVSA logo and the Venezuelan flag at a gas station. (Carolina Cabral/Getty Images)

Con la escasez y la inflación global motivada por la guerra en Ucrania, los países latinoamericanos productores de esas materias primas podrían aprovechar esta coyuntura para impulsar una remodelación de prioridades con EE UU (y también con Europa) en materia de inmigración, acceso a mercados estratégicos o incluso simplemente de reconocimiento de legitimidad presidencial (caso de Nicolás Maduro en Venezuela).

Un tercer aspecto podría visualizarse en los cambios sociales, políticos y legales que están experimentando algunos países latinoamericanos (ponemos en foco a Chile y México) a la hora de acometer nuevos retos para el desarrollo de sus sociedades como son las políticas de economía sustentable, el cambio climático, la redistribución del ingreso ante el ascenso de nuevas clases medias y el encaje legal para favorecer políticas inclusivas y progresistas, especialmente en materia de género, entre otros.

Estos cambios podrían igualmente procrear nuevos mecanismos alternativos de integración más allá del comercio y de los intereses geopolíticos que han definido, hasta ahora, la mayor parte de las históricas experiencias de integración hemisférica.

En este sentido, y tomando en cuenta el alcance de este nuevo giro hacia la izquierda a nivel regional, las tendencias multilaterales pueden constituir un catalizador de estas aspiraciones más progresistas y democráticas que permitan revitalizar (e incluso auspiciar) nuevos mecanismos de integración, menos vinculados a factores políticos, ideológicos y geopolíticos.

Más allá de los enfoques mediáticos existentes sobre la reciente Cumbre de las Américas, la coyuntura actual puede definir la apertura de nuevos marcos de relación multilateral entre los países latinoamericanos, potenciando o procreando sus mecanismos de integración.