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Una sección del Amazonas diezmada por incendios forestales en la región de Candeias do Jamari, Brasil. (Victor Moriyama/Getty Images)

La región de América Latina y el Caribe es la más húmeda del planeta y alberga cerca de la mitad de la vida terrestre, incluida una excelsa y diversa flora y fauna. Pero la acuciante desaparición de sus ecosistemas alimenta un círculo vicioso de causas y efectos antropocéntricos devastadores al que varias iniciativas multisectoriales quieren poner freno.

Cada vez resulta más complicado escuchar en Paraguay al pájaro campana, así denominado porque su canto recuerda a esos grandes instrumentos metálicos que, en forma de copa invertida, resuenan desde lo alto de las iglesias. El Procnias nudicollis, su nombre científico, es el ave nacional de la república guaraní pero también una de las 27 amenazadas de extinción. “Estamos haciendo grandes esfuerzos para recuperar sus bosques y restaurar la conectividad que necesita su rica biodiversidad”, explican por correo electrónico Óscar Rodas y Alberto Esquivel, de WWF Paraguay.

No es su única preocupación. El listado de especies amenazadas que manejan es abrumador y eso que se ciñen al interior del país: el Ka’a He’e o Stevia (Stevia rebaudiana), el Ky’yi o ají silvestre (Capsicum flexuosum), la anaconda verde (Eunectes murinus), la boa constrictor (Boa constrictor), el jaguareté o jaguar (Panthera onca) y un largo etcétera. Para tratar de encontrar una explicación común a todas ellas, Rodas y Esquivel, respectivamente, director de cambio climático y especialista en desarrollo sostenible de la citada organización internacional para la conservación de la naturaleza, hablan de “la pérdida de hábitat silvestre, siendo la causa subyacente la continua expansión de la frontera agropecuaria. La agrobiodiversidad, como sistema que custodia y conserva las especies nativas útiles, pierde terreno ante modelos agropecuarios basados en una simplificación de las especies cultivadas, reducidas en algunos casos a una sola y, en muchos otros, utilizando aquellas que no son nativas, incluso algunas exóticas invasoras”.

Y resulta que el comparativamente pequeño Paraguay explica de forma clarividente la vasta región que engloba América Latina y el Caribe (ALC). Lo que sucede en el interior de un país de poco más de 7,3 millones de habitantes mal repartidos (la capital, Asunción, acoge a más de medio millones de personas) en una superficie similar a la de España sin Andalucía, sirve para entender las vicisitudes de un triple territorio (América del Sur, América Central y El Caribe) con aproximadamente 667 millones de habitantes y casi 22.000 kilómetros cuadrados.

Es tan abundante la agrobiodiversidad existente en ALC y tal es la heterogeneidad de cada una de sus regiones, que tal vez lo más prudente para una primera impresión sea quedarse con las pinceladas que expone sobre la mesa la consultora experta en biodiversidad de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) Dafna Bitran: con apenas el 16% de la superficie terrestre y el 9% de la población global, tiene el 23,4% de la cubierta forestal y el 31% del agua dulce; gracias a su gran variedad de climas, montañas y ecosistemas, se estima que guarece 12 de las 14 áreas bióticas del planeta. Más allá de las cifras, una especie de cuna de la agrobiodiversidad, como refleja el paradigma de las semillas, cada vez menos y en menos manos.

 

Disminución de la masa forestal

No es esta una región cualquiera. ALC alberga cerca de la mitad de la vida terrestre, incluida una excelsa diversa flora y fauna. Humedales y desiertos, ecosistemas costeros y parajes andinos a gran altitud, páramos y extensas praderas de sabana, sin olvidar sus ingentes masas forestales. Seis de los Estados con mayor diversidad del mundo (Brasil, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela) pertenecen a esta subdivisión geográfica, en cuyo interior anida la pieza clave para soportar el equilibrio ecosistémico tanto local como global, la Amazonia, desde hace tiempo en clara tendencia menguante.

Brazil Faces Environmental Challenges in Amazon Ahead of Rio+20 Earth Summit
Un hombre en una motocicleta mira un camión que transporta troncos de la selva amazónica recolectados ilegalmente en una carretera cerca de tierras indígenas protegidas (Mario Tama/Getty Images)

Solo Sudamérica contiene más del 40% de la variabilidad de organismos vivos de la Tierra, incluida una cuarta parte de sus bosques, que también disminuyen a marchas forzadas en ALC, aunque a menor ritmo que hace unos años, según los datos del informe El estado de los bosques del mundo, publicado en 2020 por dos entidades de la ONU, el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y la FAO. Un dato de vital relevancia, pues precisamente los bosques reúnen la mayor parte de dicha biodiversidad terrestre, al ser el hogar del 80% de anfibios, del 75% de las aves y del 68% de los mamíferos.

“La pérdida de hábitats debido a la agricultura y los pastizales para ganado es la amenaza más grave para la biodiversidad en la región”, advertía en un estudio anterior (El estado de la biodiversidad en ALC) la misma FAO, concretando lo siguiente con respecto a América del Sur: “Está experimentando una rápida deforestación debido al crecimiento de plantaciones de, por ejemplo, caña de azúcar y café, y solo queda el 10% de los bosques. Tampoco los de Centroamérica quedan mejor parados, con una pérdida de más del 70% de su área original.

 

Una cuestión de agua

No es esta una región cualquiera. Y no solo por sus bosques. ALC es el territorio más húmedo y dispone de los humedales más extensos, caso del Gran Pantanal brasileño, el más grande del mundo. Representan cerca del 20% de la superficie por estas latitudes y “son algunos de los de mayor diversidad biológica de la Tierra y hogar de especies endémicas y esenciales para la prestación de servicios ecosistémicos relacionados con el agua”, sentencia la publicación del PNUMA.

A los bosques y humedales hay que sumar también, ya en el ámbito marino, los arrecifes de coral: el 10% de las existencias mundiales se concentra en el Océano Atlántico occidental, sobre todo, en el Caribe. Pues bien, también estos se ven gravemente dañados, aclara el PNUMA, “por el aumento de la temperatura del mar y los efectos combinados de escorrentía de sedimentos, especies introducidas, aumento de la población humana, contaminación y prácticas pesqueras destructivas y no sostenibles”.

Porque si la pesca sostenible es una preocupación de alcance mundial dado que las profundidades oceánicas son el hábitat más grande para la vida en la Tierra, su importancia en las Américas es indudable, ya que “la sobrepesca ha sido generalizada durante décadas, con una reducción del stock de entre el 20 y el 70% por la sobrepesca de años anteriores. Y aunque esta se ha reducido o ha cesado en muchas partes, las poblaciones y los ecosistemas afectados se recuperan lentamente”, especifica el Informe de la evaluación mundial sobre la diversidad biológica y los servicios de los ecosistemas, publicado el IPBES, la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas.

 

Desaparición de vertebrados

No es esta una región cualquiera. Tampoco por sus vertebrados. El Índice Planeta Vivo que elabora WWF es otro termómetro para testar la salud biológica del planeta, en este caso, centrada en sus mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces. En su última medición, la de 2020 (Living Planet Report), detecta una disminución global media del 68% de las poblaciones estudiadas desde 1970. Para encontrar “el resultado más impactante”, en palabras de sus autores, hay que hacer zoom a las regiones subtropicales del continente americano, en las que la reducción se eleva al 94%.

Gran parte de la disminución general en ALC “está impulsado por las tendencias negativas de los reptiles, los anfibios y los peces, grupos afectados por un cóctel diferente de amenazas”, se lee en el estudio, que para los primeros identifica como principales obstáculos la sobreexplotación y el cambio de uso del suelo. Este segundo factor, que hace referencia principalmente a la conversión de hábitats prístinos en sistemas agrícolas, estaría según WWF detrás del 51,2% de la pérdida de la biodiversidad de la región. Por su parte, los anfibios, con más de 2.000 especies en riesgo de extinción, languidecen fruto de las enfermedades y la pérdida de hábitats. Y los peces, además de la mencionada sobreexplotación, sufren la fragmentación de los hábitats que infringe el desarrollo de la energía hidroeléctrica.

 

El círculo vicioso de causas y efectos antropocéntricas

Hablando de vertebrados asoman los efectos directos e indirectos que conllevan las acciones del ser humano sobre la agrobiodiversidad. El estado de la biodiversidad en ALC profundiza en las presiones antropocéntricas sobre los recursos del triple territorio: el rápido crecimiento económico y la desigualdad social, con frecuencia asociados a un proceso de urbanización; la intensificación agropecuaria para extender la ganadería y las tierras laborables; el desarrollismo en infraestructuras de diques y carreteras; las grandes concentraciones de población en áreas urbanas (más del 75% de la población de ALC vive en grandes urbes); la estrecha dependencia de las economías nacionales de sus recursos naturales y el consiguiente modelo extractivista para minerales e hidrocarburos.

Como si de un círculo vicioso se tratara, las acciones humanas tienen consecuencias sobre la agrobiodiversidad, cuya degradación, a su vez, afecta las condiciones de vida, principalmente, de las poblaciones más empobrecidas. La polémica retroalimentación entre degradación ambiental y pobreza, en un escenario de emergencia climática que sitúa en el centro de la diana a las mujeres y a la población joven, desemboca tanto en la extensa serie de grandes desastres naturales que sufre América Latina como en la salud de la humanidad en su conjunto, pandemia incluida: “La Covid-19 es una clara manifestación de nuestra relación rota con la naturaleza y destaca la profunda interconexión entre la salud de las personas y el planeta”, indica el director general de WWF, Marco Lambertini, entre las páginas del análisis publicado por su organización. En este mismo sentido, también la publicación del IPBES entiende el buen estado de los ecosistemas como una ‘póliza de seguros’ frente a fenómenos extremos y aparición de enfermedades.

 

La esperanza de las alternativas planteadas

Pese al grado de negatividad en el que coinciden los diferentes documentos y fuentes consultados, también parecen converger en el optimismo de que todavía hay margen para detener y revertir la pérdida de la agrobiodiversidad. A partir de aquí, eso sí, las propuestas son variadas. Mientras WWF apuesta por “un planteamiento novedoso y directamente orientado tanto en la conservación de la naturaleza como en la transformación del actual sistema alimentario”, la monografía del PNUMA y la FAO recoge medidas de corto y largo plazo, entre las que incluye: integrar la biodiversidad en los gobiernos, en los sectores productivos y en los negocios, construir alianzas para la conservación de los bosques como sumideros de carbono e invertir en conciencia social.

Pero, ¿qué se está implementando en la actualidad? En términos globales, el estudio de la FAO subraya que la mitad de los países está adoptando buenas prácticas, como la agroecología, la agricultura climáticamente inteligente, la agroforestería y los sistemas agrosilvopastorales; y que al menos la mitad de ellos también está implementando prácticas de restauración de ecosistemas. La consultora Dafna Bitran aterriza por correo electrónico estas cifras en ALC, mencionando la coordinación interregional que supuso el Diálogo Regional de Alto Nivel sobre la Integración de la Biodiversidad en los sectores Agropecuario, Forestal y Pesquero (DRANIBA), celebrado a finales de 2018 en Ciudad de México, así como la Red Latinoamericana de Cooperación Técnica en Parques Nacionales, otras Áreas Protegidas, Flora y Fauna Silvestres (REDPARQUES), un mecanismo de carácter técnico constituido por instituciones públicas y privadas además de por especialistas de los países miembros de la región.

Yanomami Amerindians, Venezuela Amazonas, Serra Parima, Orinoco River Basin,
Los Yanomami continúan viviendo como agricultores tribales, practicando una forma ecológicamente sana de agricultura migratoria. (Universal Images Group via Getty Images)

Solo en el ámbito de la FAO hay más de 90 proyectos activos, distribuidos por 25 de los países que conforman esta triple región. Destaca el trabajo realizado en el marco de los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (GIAHS, por sus siglas en inglés). Se trata de políticas macro basadas en prácticas sostenibles que son adaptadas a las condiciones locales, a partir de los conocimientos y las experiencias de las generaciones pretéritas. Por ahora son cuatro los GIAHS presentes en la región, concretamente, los situados en Brasil, Chile, México y Perú. “Estos sistemas agrícolas ancestrales constituyen la base de las innovaciones y tecnologías agrícolas contemporáneas y futuras”, incide Bitran.

“En el caso de Paraguay, si consideramos que uno de sus idiomas oficiales, en este caso el guaraní, es el tercero en orden de importancia en aportar las raíces de los nombres de la taxonomía de flora y fauna mundial por detrás del griego y el latín, esto es un indicador del gran acervo ancestral y local del conocimiento de la agrobiodiversidad. Al ser este idioma transmitido de manera oral y no académica, uno de los mayores desafíos constituye la integración del mencionado acervo en las políticas públicas”, irrumpen Rodas y Esquivel. Y a estas alturas ya se sabe que lo que sucede en Paraguay tiene reflejo en toda América Latina y el Caribe.

Tal y como corrobora Living Planet Report, lo que está en juego con la agrobiodiversidad no entiende realmente de fronteras y es una problemática transversal: “No es una mera cuestión ambiental, sino un auténtico desafío para la economía, el desarrollo y la seguridad global, y un grave problema ético y moral. Se trata, al fin y al cabo, de una cuestión de autoprotección”.