Noreste de Siria, Rojava: El cantón de Kobane, en la Federación del Norte de Siria – Rojava, más conocida como Kurdistán sirio o Kurdistán occidental. (Andia/Universal Images Group/Getty Images)

Las expectativas soberanistas de los kurdos deben prestar atención al nuevo contexto que se presenta tras la "operación relámpago" azerí en Nagorno Karabaj, la guerra entre Israel y Hamás en Gaza y la reconfiguración geopolítica desde el Cáucaso Sur hasta Oriente Medio.

El súbito cambio de equilibrios geopolíticos en el Cáucaso Sur, tras la ofensiva militar "relámpago" de Azerbaiyán del pasado septiembre contra rebeldes armenios en el enclave de Nagorno Karabaj, y el nuevo conflicto palestino-israelí vuelve a generar tensión bélica a nivel regional y son aspectos que podrían colocar en el foco de atención otro conflicto irresoluto: el status del Kurdistán, con sus directas implicaciones en el siempre volátil panorama tanto caucásico y de Oriente Medio.  

El kurdo es considerado el mayor pueblo del mundo sin Estado y alcanza a más de 30 millones de personas repartidas en países limítrofes como Turquía, Siria, Irak, Irán, Armenia, Georgia y Azerbaiyán, además de la numerosa diáspora kurda principalmente en Europa.

Por ello, las autoridades y las poblaciones kurdas que ansían un Estado propio deben observar atentamente el nuevo status en Nagorno Karabaj ante el reforzamiento del eje entre Azerbaiyán y Turquía, este último histórico enemigo de un Kurdistán independiente. El masivo éxodo de cientos de miles de armenios de Nagorno Karabaj y el anuncio de Bakú de encajar este enclave dentro del territorio de la República de Azerbaiyán a partir del próximo 1 de enero de 2024 cambian el equilibrio de fuerzas a escala regional, en especial ante las expectativas que Ankara puede sustraer de esta audaz operación militar azerí en relación a sus tensiones con los kurdos.

¿Es posible una ‘guerra relámpago’ de Turquía contra los kurdos?

Mientras Bakú refuerza sus posiciones, su aliado turco también observa con interés este nuevo contexto de equilibrios de poderes en el Cáucaso Sur que, incluso, se ve manifestado en el terreno energético pero también en el militar. Existe la posibilidad de que Ankara alimente expectativas de acción militar en sus fronteras para neutralizar o repeler esa especie de corredor kurdo entre  Siria, Turquía e Irak. 

En este nuevo ajedrez regional, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, también juega sus cartas. Si bien es cierto que establecer cualquier tipo de relación directa entre lo sucedido en Nagorno Karabaj con lo que podría suceder en torno al Kurdistán entra en el terreno de las especulaciones, es pertinente observar que este nuevo status quo regional podría tener repercusiones directas en lo concerniente a una renovación de las tensiones regionales en torno al Kurdistán. En este sentido, la "operación relámpago" de su aliado azerí en Nagorno-Karabaj podría eventualmente persuadir a Ankara a repetir una solución militar similar contra los kurdos. 

La atención estaría inicialmente enfocada en el Kurdistán sirio, al norte de ese país, oficialmente denominada Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, fronteriza con Turquía y que los kurdos denominan como la República de Rojava. Otro foco de atención es el Kurdistán iraquí, cuyo grado de autonomía con respecto al poder centralizado en Bagdad prácticamente le confiere a los kurdos iraquíes un status de semiindependencia de facto.

Unas combatientes de las YPG en un puesto de control a las afueras de la destruida ciudad siria de Kobane. (Ahmet Sik/Getty Images)

El pasado 28 de septiembre, el representante turco ante la ONU, Sedat Önal, declaró que Ankara "continuará utilizando su derecho a la legítima defensa en Siria contra las amenazas directas e inminentes a su seguridad nacional por parte de las organizaciones terroristas". Esta declaración parecía claramente aludir a las fuerzas kurdas de Rojava, en particular a las milicias armadas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, PKK (proscrito en Turquía) y las Unidades de Defensa Popular (YPG), que Ankara considera oficialmente como "organizaciones terroristas". 

Obviamente observando sus matices, esta retórica turca con respecto a los movimientos irredentistas kurdos recuerda de alguna forma las realizadas por Rusia contra el calificado como "régimen nazi de Kiev" y la defensa que el Kremlin ha venido realizando desde hace años de las poblaciones rusoparlantes del Donbás y del Este de Ucrania, hoy militarmente ocupadas por las fuerzas rusas. Este enfoque de "defensa preventiva" fue utilizado por el Kremlin como elemento justificante de su invasión militar a Ucrania bajo la figura de "operación militar especial". Una retórica de "legítima defensa" igualmente similar a la que utiliza Israel contra el movimiento islamista Hamás en Gaza.  

Ankara podría interpretar un enfoque similar en torno a las poblaciones de origen túrquico en Siria e Irak, algunas de ellas con notable presencia de movimientos irredentistas kurdos. A comienzos de septiembre, Erdogan instó a la comunidad internacional a atender la necesidad de "solucionar las realidades demográficas sirias" y su integridad territorial, así como también en Irak con respecto a la población de Kirkuk, de mayoría turcomana y que ha experimentado protestas populares contra Bagdad. Incluso el líder turco llegó a calificar el apoyo estadounidense al YPG como un factor de inestabilidad regional. 

A mediados de febrero pasado, según informan medios kurdos, fue abatido el comandante del YGP Aslan Qamişlo mediante ataques con drones turcos, un aspecto que podría evidenciar las intenciones de Ankara por acelerar operativos militares de carácter preventivo contra posiciones kurdas en el norte de Siria. Vía aérea, Turquía también ha atacado infraestructuras energéticas y de aprovisionamiento alimenticio en localidades próximas a la ciudad siria de Tel Tamr. 

Desde 2016, en medio de la guerra en Siria, y con una mezcla de tono disuasivo y amenazante, el gobierno de Erdogan y el estamento militar turco han venido tanteando la posibilidad de una invasión militar integral al norte de Siria con el objetivo de repeler el irredentismo kurdo y su posible expansión hacia las demás regiones con mayoría kurda, especialmente en el sureste de Turquía. En marzo de 2018, las tropas turcas tomaron el control de la localidad siria de Afrin. A mediados de 2022, en medio de la atención mundial con la guerra en Ucrania, Ankara volvió a amagar con realizar una invasión militar al norte de Siria. 

Obviamente existen riesgos para esta operación. Erdogan y el Ejército turco muy seguramente han analizado los costos políticos y militares que entrañaría esta posible operación militar en Siria. Siendo Turquía miembro de la OTAN y ante las tensiones ruso-occidentales en torno a la guerra de Ucrania, una invasión militar turca al norte de Siria podría implicar a la Alianza Atlántica en otro conflicto, en este caso el sirio, que amenazarían con profundizar las tensas relaciones que Erdogan mantiene desde hace años con EE UU y la UE. Por otro lado, las relaciones ruso-turcas, con sus altibajos pero observando una moderada sintonía geopolítica, podrían igualmente verse afectadas en caso de invasión militar en Siria tomando en cuenta que el régimen de Bashar al Asad es un aliado clave para el presidente ruso, Vladímir Putin. Desde 2015, Rusia ha intervenido militarmente en Siria para mantener en el poder al actual régimen sirio. 

No obstante, Erdogan y el estamento militar turco podrían también interpretar que Rusia, EE UU y la OTAN estarían mucho más ocupados en los conflictos de Ucrania y ahora entre Israel y Hamás. Más allá de las previsibles advertencias retóricas en contra de esta eventual acción militar, Ankara podría especular con la posibilidad de no interferencia de estas potencias en caso de finalmente activar una posible "operación relámpago" contra los kurdos.

Argumentando la "legítima defensa preventiva" ante un irredentismo kurdo que Ankara cataloga como "terrorista", el gobierno de Erdogan colocaría el foco en sus imperativos de seguridad fronteriza ante la posibilidad de conexión entre los kurdos de Rojava y los del Gobierno Regional del Kurdistán (KRG por sus siglas en inglés) establecido al norte de Irak. Todo ello a pesar de que, con anterioridad, el Ejecutivo turco y el KRG han mantenido ciertas relaciones bilaterales, muy probablemente enfocadas por parte de Ankara como mecanismo de realpolitik para intentar socavar el irredentismo regional kurdo. 

Según informan medios oficiales turcos, el pasado 27 de septiembre el organismo turco de inteligencia MIT neutralizó a Mazlum Öztürk, miembro del PKK/KCK, en una operación realizada en la zona rural de la ciudad de Sulaymaniya, al norte de Irak. El pasado 30 de septiembre, el PKK se atribuyó un atentado suicida contra el ministerio de Interior en Ankara que dejó dos policías heridos y otros dos atacantes fallecidos. En represalia, Turquía atacó desde el aire un total de veinte objetivos del PKK en Irak. Ante estas acciones, Erdogan apeló a una mayor "claridad" por parte de sus aliados en torno a la "lucha contra el terrorismo".

Estos acontecimientos probablemente persuadieron al Parlamento turco a aprobar, el pasado 17 de octubre, la extensión por dos años, hasta 2025, del mandato de operaciones militares fronterizas con Siria e Irak argumentando, en palabras del propio Erdogan, las "amenazas terroristas y los riesgos de seguridad" existentes con "organizaciones terroristas en Siria e Irak". Esta decisión turca planea claramente contra los movimientos irredentistas kurdos en ambos países árabes y se toma en un momento de elevada tensión en Oriente Medio ante la posibilidad de expansión regional del actual conflicto entre Israel y Hamás.

Estos acontecimientos definen la posibilidad de que Ankara tenga sobre la mesa como opción válida una "operación militar especial" contra los kurdos. De ser esto posible, Turquía probablemente se vería persuadida a aplicar un expeditivo cordón sanitario en sus fronteras con Siria e Irak, argumentando razones de seguridad nacional con la finalidad de neutralizar cualquier expresión del calificado como "terrorismo" kurdo. Esto tensaría aún más las complejas relaciones entre Ankara, Damasco y Bagdad en un escenario ya sumamente volátil ante la actual guerra entre Israel y Hamás en Gaza y los intereses de otros actores regionales.

Tres actores: Irán, Israel y la OTAN 

Además de Turquía, se encuentran otros tres actores que cuentan con implicaciones de carácter geopolítico en la cuestión kurda y que hoy también observan con atención los entresijos que pueden modificar el mapa geopolítico regional en torno a lo que está sucediendo en el conflicto palestino-israelí. Uno de estos actores es de carácter directo (República Islámica de Irán) y los otros dos (Estado de Israel y la OTAN) lo son de forma colateral.

Irán también alberga en su territorio a una región kurda, denominada Kurdistán Este o Rojhelat. Como Ankara, Teherán también recela de cualquier implicación de grupos separatistas kurdos desde Irak y Turquía hacia el Kurdistán iraní e incluso la vecina Armenia. De allí la frecuente represión de las autoridades iraníes contra activistas kurdos

Con todo, no existen evidencias suficientes que expliquen la posibilidad de que la república islámica intervenga directamente en caso de presentarse una invasión militar turca contra los kurdos de Siria. Pero, por otro lado, más allá de las intermitencias existentes en las relaciones entre Ankara y Teherán, por momentos cordiales y otras más distantes, tampoco parece probable que Irán mantenga una distante neutralidad tomando en cuenta la alianza estratégica que desde hace décadas mantiene con el régimen sirio de Al Asad. 

Como en el caso azerí en Nagorno-Karabaj y ahora ante la posibilidad de invasión israelí a Gaza, escenarios en los que Teherán mantiene intereses específicos, Irán también observaría que una invasión militar turca de Siria trastocaría los equilibrios militares en la región provocando una guerra abierta con las poblaciones kurdas a escala regional.

No obstante, los canales diplomáticos también se han activado. En mayo pasado y gracias a la intermediación rusa e iraní, Turquía y Siria se encaminaban a una normalización de sus relaciones bilaterales. Si bien estaría en marcha esta especie de deshielo turco-sirio, Erdogan enfatizó en que no retirará sus tropas establecidas al norte de Siria, una exigencia permanente del presidente sirio al Asad

Si bien Ankara y Damasco han avanzado en estos contactos bilaterales, ambos gobiernos también están pendientes del actual contexto de guerra entre Israel y Hamás, y de cómo este escenario desequilibraría la correlación de fuerzas regionales. No debemos tampoco olvidar el impacto que tendría en estas negociaciones la problemática de los casi cuatro millones de refugiados sirios asentados en territorio turco desde el comienzo de la guerra en Siria (2011) y que fue un tema clave en las pasadas elecciones presidenciales turcas, donde Erdogan obtuvo una nueva reelección en segunda vuelta.

Manifestantes armenios protestan ante La Haya contra la participación de Israel en el conflicto mediante la entrega de armas a Azerbaiyán, octubre de 2020 . (Ana Fernandez/SOPA Images/LightRocket/Getty Images)

También está Israel, hoy sumamente ocupada en su conflicto con Hamás. En el caso de Nagorno Karabaj, Jerusalén (capital oficial del Estado de Israel desde 2021 en sustitución de Tel Aviv) mantiene fluidas relaciones con Bakú en el plano militar que resultaron decisivas para definir el dominio militar azerí (a través del suministro de drones israelíes) principalmente en la guerra de 2020-2021. Con ello, Israel abrió un canal alternativo de relación con otro país miembro del mundo islámico (Azerbaiyán), sin que eso implique un reconocimiento oficial de Bakú al Estado israelí.

En el caso kurdo, desde la caída del régimen de Saddam Hussein (2003), Israel ha mantenido relaciones de fluidez y de acercamiento con la KRG, a tal punto de convertirse en el único país de la región en apoyar la eventual estatalidad kurda, particularmente con el referéndum realizado en el Kurdistán iraquí en septiembre de 2017, no reconocido como legítimo por Ankara y una buena parte de la comunidad internacional, incluido EE UU.

El objetivo israelí pareciera enfocarse en intentar neutralizar a Turquía e Irán, dos de sus principales rivales regionales. En el caso turco, primer país musulmán en reconocer oficialmente al Estado de Israel (1949), Jerusalén ha tenido roces con Erdogan en relación a la cuestión palestina y la situación en Gaza desde 2011. Por su parte, Irán es el principal enemigo y rival israelí en Oriente Medio. 

Israel también observa con atención si la eventual invasión militar turca al norte de Siria llevaría a establecer una especie de protectorado militar de Ankara en esa región, potenciando a Turquía como una potencia militar regional de importante nivel. Por otro lado, para Israel no está claro que este contexto llevaría a la caída del régimen de Bashar al Asad en Damasco, un histórico enemigo israelí hoy en día muy dependiente de sus aliados Rusia, Irán y, en menor medida, China. 

Por otro lado, Erdogan ha mantenido un prudente distanciamiento ante la reciente escalada militar entre Hamás e Israel, incluso propiciando esfuerzos diplomáticos que impliquen finalizar el enfrentamiento armado. No obstante, la actitud del presidente turco cambió drásticamente tras la ofensiva israelí en Gaza, que Erdogan criticó como "injustificada".

Por otro lado, en este contexto de guerra abierta entre Hamás e Israel, Netanyahu podría igualmente extraer determinadas lecciones del "ataque relámpago" azerí en Nagorno Karabaj. No debemos olvidar la fluidez de relaciones (especialmente en el campo militar) entre Azerbaiyán e Israel y cómo la asimilación de Nagorno Karabaj al mandato azerí podría igualmente suponer para el primer ministro israelí un aliciente a la hora de hacer lo mismo contra Hamás en Gaza.

Estas variables juegan un aspecto clave para la política exterior israelí en un momento en el que Jerusalén intenta normalizar sus relaciones diplomáticas en Oriente Medio, especialmente tras los reconocimientos oficiales por parte de Bahréin y Emiratos Árabes Unidos (2021) y los recientes contactos con Arabia Saudí (súbitamente congelados tras la reciente crisis en Gaza) y Marruecos

Tampoco se debe olvidar la relación entre Israel y Rusia, ahora mediatizada por el contexto de la guerra en Ucrania y la actual escalada bélica en Gaza. Al igual que con Turquía y a pesar de la visible sintonía entre Vladímir Putin y Benjamin Netanyahu, Israel ha mantenido ciertos altibajos en sus relaciones con Moscú que se han visto alteradas en el contexto actual de la guerra con Hamás. 

Netanyahu ha mantenido estrechas relaciones con el presidente ucraniano, Volodymir Zelenski, quien defendió el "derecho a la legítima defensa" por parte de Israel tras el ataque de Hamás. A pesar de la cautela inicial, el acercamiento entre Netanyahu y Zelenski motivó un cambio de actitud, mayor frialdad y distanciamiento por parte de Putin a la hora de condenar el ataque de Hamás contra Israel. 

Por el contrario, Putin más bien mostró apoyo a la causa palestina sin condenar públicamente a Hamás en un discurso ante representantes de la Liga Árabe y fue uno de los pocos líderes mundiales que no llamaron a Netanyahu para expresar su solidaridad. Tampoco debemos olvidar la cooperación iraní con Rusia en la guerra de Ucrania, especialmente en materia de exportación de drones y material bélico.

Finalmente está la OTAN, de la que Turquía es miembro desde 1952. Muy ocupada por la guerra en Ucrania y atento a lo que sucede entre Israel y Hamás, la Alianza Atlántica observaría con preocupación la posibilidad de que uno sus miembros más estratégicos (Turquía) podría eventualmente involucrarse en la invasión de otro país (Siria) argumentando factores de seguridad nacional ante el irredentismo kurdo.

Con una nueva crisis humanitaria de refugiados a nivel regional tras la ofensiva militar azerí en Nagorno Karabaj y a la espera de lo que pueda suceder en Gaza, Occidente vería con preocupación la posibilidad de que, con una operación militar turca contra los kurdos de Siria, se reproduzca una crisis de refugiados hacia sus fronteras similar a la acontecida en 2015-2016 al calor de la guerra siria. A ello debe agregarse la posibilidad de que la numerosa diáspora kurda en Europa intensifique sus protestas contra Turquía, especialmente en países de acogida como Alemania, Francia y Países Bajos, entre otros.

Erdogan ha utilizado como carta a su favor el acuerdo suscrito con la UE en abril de 2016 sobre la recepción de refugiados sirios en territorio turco como un atenuante que neutralice cualquier crítica europea y occidental en caso de una operación militar "antiterrorista" contra los kurdos.

Una perspectiva similar se puede interpretar ante las reticencias turcas de admitir a Finlandia y Suecia en la OTAN, tomando en cuenta el apoyo de Helsinki y Estocolmo al activismo kurdo. Si bien finalmente el presidente turco aceptó esas respectivas admisiones en la Alianza Atlántica, su repentino cambio de posición pareciera obedecer a establecer una  especie de moneda de cambio ante la posibilidad de una intervención militar, principalmente en el norte de Siria.

La decisión la tiene Erdogan

De la misma manera que, a priori, parecía improbable el reciente ataque de Hamás en territorio israelí y la consecuente respuesta de Israel en Gaza, el Kurdistán podría asomarse ahora como una posibilidad de conflicto a tener en cuenta ante la volatilidad en la región. Tampoco debe descartarse que el conflicto armado entre Israel y Hamás eventualmente se expanda hacia el sur del Líbano, particularmente contra posiciones del movimiento islamista libanés Hezbolá, y cómo este escenario implicaría a los principales actores regionales, especialmente Siria, Irán, Turquía y Arabia Saudí.

Volviendo al caso del Kurdistán, más allá de la retórica y de las puntuales acciones militares turcas en el norte de Siria y de Irak, Erdogan y los militares turcos sopesan sigilosamente los cálculos y riesgos que entrañarían una "operación relámpago" a través de una invasión militar al norte de Siria contra posiciones kurdas.

En este sentido, medios informativos kurdos comienzan a observar, con mayor asertividad, la posibilidad de que Ankara esté preparando una intervención militar en el Kurdistán sirio. El mismo día en que Hamás atacaba en territorio israelí, el secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, mantenía una conversación con su homólogo turco, Hakan Fidan, con énfasis en la necesidad de tomar acciones conjuntas "para derrotar la amenaza terrorista en la región". 

Si bien Blinken tenía en mente a Hamás y no a los kurdos sirios, un día antes Ankara había realizado hasta 30 ataques contra objetivos kurdos al norte de Siria, algunos de ellos incluso muy próximos a posiciones militares estadounidenses en la zona que terminó con el derribo de un dron turco, lo cual fue considerado como una acción "inusual" entre dos Estados miembros de la OTAN

El ministro turco de Exteriores Fidan aseguró que su país planea crear una "zona de seguridad" de 30 kilómetros en las fronteras con Siria e Irak para separarlas de los grupos armados kurdos. Toda vez, resaltó la posición turca de considerar a las Fuerzas Sirias Democráticas (SDF por sus siglas en inglés), un grupo apoyado por Washington en su lucha contra el Estado Islámico, como "grupo terrorista". 

En un contexto en el que EEUU, en una especie de revival de la estrategia de "lucha contra el terrorismo" propia de la era Bush, necesita mantener inalterable el apoyo a Israel contra Hamás, Ankara podría aprovechar esta situación para dar curso a opciones similares a su favor en el cometido de preventivamente realizar una acción militar contra los kurdos en Siria.

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, junto a sus homólogos de Lituania, Finlandia, Noruega, Francia, Polonia, Estados Unidos, Alemania, Portugal, Reino Unido, Grecia y Eslovaquia, y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, durante la Cumbre de julio de 2023 en Vilna, Lituania. (Paulius Peleckis/Getty Images)

Es importante señalar que si bien Washington, bajo el enfoque de la lucha antiterrorista a partir del 11S de 2001, considera al PKK kurdo como "grupo terrorista", muy probablemente para no irritar a un socio estratégico de la OTAN como Turquía, al mismo tiempo ha desoído las peticiones de Ankara de realizar ese mismo tratamiento al grupo insurgente kurdo del YPG al norte de Siria. Más bien todo lo contrario: EE UU ofrece un tratamiento más benévolo a esta agrupación kurda por su esfuerzo en la lucha contra el Estado Islámico en Siria.

Es por ello que, con los precedentes de la invasión rusa a Ucrania y la exitosa "guerra relámpago" de Azerbaiyán en Nagorno Karabaj, Erdogan se encuentra ante un escenario de complejas decisiones en el que debe manejar con destreza una realpolitik de múltiples equilibrios geopolíticos, principalmente con respecto a Siria, Rusia, Irán, Azerbaiyán, la OTAN e incluso Israel.

Al mismo tiempo, el presidente turco debe igualmente atender los imperativos de seguridad nacional, en especial en lo relativo a mantener el equilibrio en sus relaciones con el poderoso estamento militar turco, que puede presionar con fuerza para reproducir una "operación relámpago" similar a la azerí en Nagorno Karabaj. 

Pero no sólo está el plano militar sino también el electoral. En marzo de 2024, Turquía realizará elecciones locales en las que Erdogan espera retomar el control político de la capital Ankara y de Estambul, las principales ciudades del país. En este cálculo el presidente turco debe medir con sagacidad cómo puede afectar el actual contexto geopolítico en el Cáucaso (Nagorno Karabaj) y Oriente Medio (guerra Israel-Hamás y Kurdistán sirio), así como la difícil situación económica en el ánimo electoral de la población turca. 

Así, una "operación militar relámpago" contra los kurdos con efectos similares a la realizada por Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj muy probablemente le reportaría a Erdogan altas cuotas de popularidad y de votos, principalmente entre los sectores más nacionalistas, aliados políticos del presidente turco en los últimos años. Por el contrario, si esta operación militar se prolonga temporalmente, podría observar efectos contraproducentes al verse arrastrado a un conflicto regional de resultados inciertos. Un laberíntico dilema de prioridades y riesgos en los que presidente turco y el estamento militar del país deben medir con asertividad sobre qué hacer con los rebeldes kurdos.